Obama entra al trapo: la pakistanización de la guerra de Libia

Franklin "Chuck" Spinney

24/04/2011

Barcelona, Reino de España.— Entrar al trapo es un término tradicionalmente usado en el Pentágono para referirse a la acción de atraer a tu enemigo hacia tu solución, sobre todo cuando ésta no está en su mejor interés. Busca la analogía con el capote rojo tremolado frente al toro.

Mientras que el juego psicológico de obnubilamiento y estocada ha sido perfeccionado en el Pentágono como medio para ganar batallas presupuestarias internas, los militares norteamericanos han sido harto menos exitosos en punto a derrotar a sus adversarios exteriores en un juego que, cuanto menos, se remonta a los tiempos de Sun Tzu. Háganme ustedes el favor de reflexionar sobre lo siguiente.

El jueves, 22 de abril, el secretario de defensa Robert Gates anunció que el presidente Obama había aprobado la entrada en acción de bombardeos desde vehículos aéreos no tripulados sobre Libia. El vicepresidente de la Junta de jefes de Estado Mayor, general James Cartwright, proclamó que esos vehículos aéreos no tripulados resultaban "especialmente adecuados" en áreas urbanas, porque pueden volar más bajo y, presumiblemente, lograr una mejor visibilidad de los objetivos que los ojos de los pilotos en aviones normales. Hates se apresuró a decir que los bombardeos con vehículos no tripulados sobre Libia se realizarían por "razones humanitarias".

En otras palabras, alguien le ha vendido a Obama la pakistanización de la guerra en Libia, esto es, la aplicación de una estrategia militar fundada en ataques desde los vehículos aéreos no tripulados para destruir escondites enemigos camuflados sobre el terreno. Lo estupefaciente es que Obama entrara al trapo sólo 12 días después de que un reportaje de David Cloud publicado en Los Angeles Times ilustrara por enésima vez lo absurdo de las pretensiones de Cartwright y de Gates.  

El reportaje de Cloud es digno de estudio pormenorizado, porque explora todo tipo de ramificaciones inéditas (ninguna de las cuales buena). Sirviéndose de transcripciones de conversaciones reales entre operadores de vehículos aéreos no tripulados, David Cloud reveló los siniestros efectos psicológicos que los llamados bombardeos de precisión y las pretendidas guerras de alta tecnología tienen sobre los norteamericanos que participan en ellos. Sus estériles diálogos muestran de la manera más viva hasta qué punto la práctica de una guerra librada con tecnología de alta precisión desde una segura distancia desensibiliza a nuestros "guerreros" respecto de los sangrientos efectos de sus acciones sobre las gentes a las que están atacando y matando y sobre las propiedades que están destruyendo. No hay valentía u honor de soldado o espíritu de sacrificio entre los bravos operadores de vehículos no tripulados, confortablemente arrellanados en Creech AFB, Nevada; son simples dientes de engranaje en una máquina deshumanizadora y disfuncional. La disfunción se revela en la completa ausencia, en sus diálogos, de cualquier estimación psicológica del "adversario". Ni siquiera un adarme de ganas de hacer una estimación. Obsérvese, por ejemplo, la vacuidad del siguiente diálogo reproducido por Cloud:

Los afganos desplegaban lo que parecían ser mantas y se arrodillaban. "Están rezando. Están rezando", dijo el operador de la cámara del Predator, sentado junto al piloto.

Ahora, la "tripulación" del Predator estaba segura de que los hombres eran talibanes. "Eso es, seguro, esa es su fuerza", dijo el de la cámara. "¿Rezando? Lo digo en serio, es lo que están haciendo".

"Están a punto de hacer algo atroz", intervino el coordinador de inteligencia.

La falta de curiosidad por la mente del enemigo se halla en notorio contraste con las sutiles estimaciones psicológicas que el Pentágono hace de sus adversarios del interior (en este caso, el desnortado Obama, pero también de sus predecesores, remontándonos hasta Kennedy, así como de los congresistas), estimaciones que tan exitosas han sido a la hora de ganar batallas presupuestarias para sacar dineros del pueblo norteamericano.

Pero la extrema unilateralidad psicológica por nuestra parte no es nada nuevo en nuestras operaciones militares. Ha sido un rasgo central de la guerra de alta tecnología norteamericana desde hace mucho tiempo. En efecto, la teoría, según la cual el enemigo no es sino un conjunto físico de blancos –un conjunto deshumanizado de nódulos críticos desprovistos de toda agilidad mental y de toda fortaleza moral— que puede simplemente derrotarse limitándonos a identificar y destruir físicamente esos nódulos, es una doctrina que ha ido evolucionando, haciéndose cada vez más extrema desde el desarrollo de la doctrina del bombardeo "estratégico" con precisión de luz diurna por parte del US Army Corps en los años 30 del siglo pasado. En la II Guerra Mundial, uno de esos nódulos críticos fueron, por ejemplo, las fábricas de armamento; hoy, en Pakistán, los nódulos críticos son los dirigentes talibanes y de al Qaeda. Huelga decir que la historia ha mostrado repetidamente que el enemigo es adaptable y los llamados nódulos críticos pueden reconfigurarse o reemplazarse una y otra vez). En Libia, sin embargo, puede que hayamos caído al nivel más bajo. Dios sabe qué nódulos críticos hay en el oximorónico caso de ataques humanitarios que no sean el asesinato de Gadafi. Como ha observado Patrick Cockburn, ni siquiera sabemos qué libios son nuestros aliados, y puede que algunos sean antiguos islamistas antinorteamericanos. Sin embargo, una vez más, las falaces presunciones de la tecnoguerra florecen a satisfacción.

En el centro de la teoría de la tecnoguerra se halla la confortable idea de que el bombardeo de precisión (en la II Guerra Mundial, con los alardes técnicos del avistamiento de bombas de Norden y los sistemas de bombardeo ciego, como el radar H2X) nos permitirá atacar "blancos militares" precisos situados en las profundidades del territorio enemigo evitando la destrucción de vidas y propiedades civiles. Lo cierto es que muchos de sus partidarios sostuvieron, absurdamente, según terminó por verse, que el bombardeo de Alemania con precisión de luz diurna salvaría vidas al evitar la necesidad de invasión terrestre de Europa. El vehículo aéreo no tripulado provisto de armamento guiado con precisión se limita a desarrollar ulteriormente la mentalidad original induciéndola hacia un nuevo nivel de temeridad, porque su efecto atenazante sobre nuestra psicología desconecta más aún a quien mata de las consecuencias de la acción de matar.

La distancia clínica crea la ilusión de que la guerra es más limpia y más fácil de librar desde nuestra perspectiva: las muertes civiles se hacen moralmente aceptables, porque quedan reducidas a meros accidentes de acciones bien intencionadas. El término clínico "daño colateral" lo dice todo. Cloud termina su reportaje con la descripción de las disculpas norteamericanas y de las compensaciones financieras a las familias supervivientes de los civiles que inopinadamente hemos matado, sólo que, a la vista de la vacuidad de los diálogos revelados por Cloud, la idea de que esas muertes son daños colaterales de una precisa máquina de matar roza lo esperpéntico, para decirlo caritativamente.

Por otro lado, la idea de una compensación de financiera de unos cuantos miles de dólares encaja con el modelo deshumanizador de la tecnoguerra, porque ignora las dimensiones mentales y morales de la guerra.

En este caso, la naturaleza psicológica de los conceptos pashtun del honor y del éthos guerrero pasthun garantiza que las compensaciones financieras no mitigarán su sed de venganza, que durará generaciones. Pero esas consideraciones psicológicas no caben en el mecanicista equipo mental de la tecnoguerra, que ve al adversario como una mera colección de blancos físicos y racionaliza las muertes civiles como desdichados accidentes producidos por buenas intenciones.

Las ilusiones de la tecnoguerra resultan muy reconfortantes para sus generalísimos [en castellano en el original; T.], para los Clinto, Bush y Obama. Y los videojuegos que la acompañan ofrecen buen entretenimiento a un público norteamericano empobrecido por las políticas de su gobierno, redistribuidoras de la riqueza hacia los archiricos. Por lo demás, al hacer la guerra desde una distancia que la hace más fácil de librar y menos penosa para nosotros (al menos, a corto plazo), las falacias de la tecnoguerra se acomodan estupendamente a nuestro actual estado de guerra perpetua. Pequeñas guerras continuadas, o continuadas amenazas de tales guerras, resultan necesarias para mantener en forma al esclerotizado complejo militar/industrial/congresual (el CMIC: véase mi ensayo The Domestic Roots of Perpetual War) procedente de la guerra fría. Pequeñas guerras perpetuas, o la amenaza con ellas, crean una demanda infinita de alta tecnología CMIC, productos para perder guerras, legados de la difunta Guerra Fría, pero sin los cuales el CMIC no podría sobrevivir en la postguerra fría. Mantener los presupuestos CMIC a los niveles de la Guerra Fría, y aun más altos, ayuda a reforzar las políticas públicas de redistribución de la riqueza hacia los ricos y los archiricos.

Y eso es lo que explica que cada vez que la tecnoestrategia fracasa a la hora de cumplir sus promesas, como ocurrió con los bombardeos estratégicos en la II Guerra Mundial, en Corea, en Vietnam, en la primer guerra de Irak, en Kosovo, en la segunda guerra de Irak, en Afganistán y ahora en Libia, la solución no sea jamás un examen serio de la situación con propósito de "aprender de la experiencia" y del fracaso en punto a lograr victorias rápidas y limpias. No; la "solución" es siempre la misma: se recomienda gastar todavía más dinero en versiones todavía más caras y complejas de la misma vieja idea, es decir: más y mejores sensores, más y mejores sistemas de guía, más y mejores mandos, controles, comunicaciones, computadores y sistemas de inteligencia.

Franklin "Chuck" Spinney es un antiguo analista militar del Pentágono. Actualmente vive en un velero que surca el mar Mediterráneo. Este texto fue escrito desde el puerto de Barcelona.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

 

Fuente:
Counterpunch, 24 abril 2011
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