Francia : Sombras en el país de las Luces

Hugo Moreno

26/06/2011

En Francia, las luchas sociales estuvieron a la vanguardia, en los últimos años, contra la brutal ofensiva del neoliberalismo, destinada a remodelar la economía y la sociedad entera, enterrando el “compromiso social” de la postguerra – ese del programa del Conseil National de la Résistence. Estas luchas  lograron una dimension ejemplar, capaz de frenar pero no de contener, la ofensiva del poder político actual. Esta dinámica, cuyo fundamento es la expoliación intensiva de los asalariados, no es nueva, pues se desarrolla desde hace tres décadas bajo gobiernos con diferentes etiquetas. Lo que aparece como nuevo, en cambio, es la estrategia de choque que el “sarkozismo” representa.

Desde la movilización contra la “reforma” del régimen de pensiones, a fines de 1995,  hasta  las grandes huelgas y manifestaciones de 2010, por el mismo motivo, pasando por el “No” mayoritario en el referendum de 2005 (oposición a los Acuerdos de Lisboa), numerosas fueron las expresiones de rechazo a esta política. Sin embargo, el presidente Nicolas Sarkozy y su gobierno lograron hacer pasar sus planes, leyes y proyectos de manera casi inexorable. Hasta ahora la resistencia logró ocupar las calles, pero perdió frente a a las instituciones bajo férreo control del “sarkozismo”, en un sistema donde los espacios democráticos se reducen en permanencia. Todo se decide desde arriba, con un presidente elegido por sufragio universal, próximo al poder monárquico. Del Estado de Derecho, republicano y democrático, solo quedan algunas apariencias (en los hechos, muy restringidas) : la independencia de los poderes, la justicia, la libertad de prensa, el Consejo constitucional. El Primer ministro, François Fillon, que debería “determinar y conducir la política de la nación” según la constitución, no hace más que aplicar lo que ordena el “presidente-monarca” instalado en el Eliseo.

En todo caso, en cuatro años de vigencia de este sistema, se pueden constatar sus anomalías y perversidades. Cierto, sería injusto atribuir a la derecha la exclusiva responsabilidad de la peligrosa deriva antidemocrática de las instituciones. De hecho, una parte de la responsabilidad le incumbe a la izquierda, en particular al PS, desde François Mitterrand en 1981, acomodándose sin reticencias y, al contrario, reforzando las instituciones de la Va República. No es el momento de hacer el balance de esta historia. Pero sus resultados han conducido al refuerzo de un poder cada vez más autoritario, en detrimento de la soberanía y la voluntad popular.

Una de sus consecuencias es la encrucijada actual de las luchas sociales. Las victorias que se logran en las calles, en las huelgas y movilizaciones, no logran aplicarse. Se pierden en el laberinto institucional. El poder político, sometiendo los diputados a la dependencia del jefe de Estado; impone sin freno alguno su proyecto de contrarreforma neoliberal, económica, social, política y cultural.

No es casual, pues, que la primera mitad de 2011 se haya caracterizado por una calma social aparentada a la apatía. Los sindicatos, las huelgas, los movimientos sociales, parecen haberse replegado hasta casi desaparecer, salvo algunos conflictos parciales. Probablemente sea la consecuencia de un cierto cansancio, de impotencia, el sentimiento que las luchas, las manifestaciones, las protestas, por más importantes que sean, no logran parar la ofensiva, pues lo que se gana en las calles se pierde en el parlamento. Ocurrió con la gran lucha universitaria del año 2009, que paralizó total o parcialmente la vida académica durante casi un año, para terminar, como es sabido, con la aplicación de la “autonomía y libertad” universitaria (LRU). Aún los más recalcitrantes, los bastiones de algunas universidades, fueron obligados a aceptar este retroceso mayor, que no es otra cosa, en resumen, que el desmantelamiento de la educación como función pública. En 2010, el mismo resultado tuvo la gran resistencia por la defensa del sistema de pensiones. Ocho huelgas generales, diez millones en las calles, una oposición popular rotunda... Finalmente, la reforma se aprobó y se hizo ley : un retroceso social inmenso contra el conjunto de los asalariados.

Al poder político le basta la legalidad parlamentaria para burlar sin escrúpulos la voluntad popular mayoritaria. Tienen mayoría y pueden, o creen poder, hacer lo que quieran. Al menos por ahora. Las caducas instituciones de la Va República lo permiten. Eso explica, en parte al menos, la generalización de un sentimiento de impotencia. La ruptura entre los ciudadanos y el régimen representativo, se ha convertido en un verdadero abismo, un vacío que proyecta sombras sobre el avenir político. Pues nada es peor que la desmoralización que conlleva la ruptura de las solidaridades. Eso forma parte de la estrategia de choque implementada por el poder.

Lo que está en curso en Francia, pues, no es solo una crisis política y económica mayor, sino una real crisis de régimen; una profunda mutación de las relaciones sociales, que incluye también disputas y cambios en el seno de la clase dirigente. La derecha está atravesada por sus propias contradicciones. Una fracción importante ha adoptado un modelo ideológico, una forma de pensar y actuar en consonancia con la restauración de la fracción dominante del poder financiero a nivel mundial. Es la ideología dominante, la del vulgar “sarkozismo”, basada en una convicción : el Estado y la sociedad deben ser dirigidos como una empresa, o sea, con  “resultados” : la riqueza y la acumulación de capital como objetivo final. La exaltación del “mérito” y la “excelencia” se ofrece como medio idóneo de la consagración. Es un esquema simplista y sin piedad hacia los asalariados, los pobres, los débiles, los extranjeros, todos aquellos que componen actualmente las “clases peligrosas”. Si puede resumirse esta ideología, vale recordar la cínica fórmula de Jacques Séguela, publicista y consejero del “príncipe” desde Mitterrand a Sarkozy : “Todo el mundo tiene un Rolex. Si a 50 años no se lo tiene, es que se ha fracasado en la vida”...

Entre tanto, la ola reaccionaria destroza sistemáticamente el trabajo, el nivel de vida, las conquistas sociales, las libertades democráticas, los principios mismos de la República. Por supuesto, ésto no es nuevo, ni tampoco una exclusividad de Francia. Es una dinámica que sacude, bajo formas diversas, la Europa neoliberal; la misma que ha conducido a una encrucijada extremamente peligrosa, en particular desde la nueva y gran crisis financiera en curso. Sus resultados políticos son consecuentes. Basta recordar que de los 28 países que integran la UE, una gran mayoría está actualmente gobernada por la derecha y sus alianzas espúreas con la extrema derecha.

Sería simplista, por cierto, responsabilizar sólo a Sarkozy de esta situación. Por el contrario, este vacío que viene de lejos, es precisamente el que facilitó la emergencia del “sarkozismo” y de su jefe provisorio. No obstante, a pesar de su extrema agitación, al límite del paroxismo y/o de la paranoia, los cuatro años de ejercicio del poder han gastado y corroído la derecha en el poder. Es una evidencia que Sarkozy y la UMP están debilitados. El presidente ha caído al nivel más bajo de ningún otro de la Va República. Bate todos los precedentes con apenas poco más de 20 % de opinión favorable.

En ese sentido, las elecciones cantonales, en marzo 2011, fueron sintomáticas. La derecha y el presidente personalmente, sufrieron una derrota aplastante. 50% de los electores votaron por lq izquierda, en sus diversas variantes, siendo el principal favorecido el PS que recogió 36,2 %. La gran abstención (55 %) representa un dato  importante, aunque relativo, pues hay que recordar que la participación, en este tipo de elección, ha sido siempre de bajo nivel. Es posible que haya que considerar también la abstención como una expresión de la desconfianza y el descrédito en las instituciones y partidos, incluída la izquierda. Razones no faltan, pues la memoria colectiva registra las promesas incumplidas, las capitulaciones, la imagen de una “izquierda caviar” que pasó, en buen medida, del reformismo socialdemócrata al social-liberalismo. Desde una mayoría que votó “Si” a los Acuerdos de Lisboa - a excepción de un minoritari que se opuso - hasta las desventuras de Strauss-Khan en el episodio nauseabundo del hotel de New York. La abstención, en este contexto, no siempre puede ser interpretada como un voto negativo. Puede expresar también la indignación, la revuelta, la búsqueda de una alternativa de cambio social al margen del sistema, un tanto de la derecha como de esta izquierda. ¿No contiene algo de ésto, acaso, el movimiento de los Indignados que estalló y recorre España ?

Otro hecho significativo es la incrustación del Front National (FN) actualmente dirigido por Marine Le Pen, hija y heredera del fascista fundador Jean-Marie Le Pen. La consolidación del voto FN en las cantonales es alarmante. El FN sobrepasó el 20 %, llegando al 40 % en algunos departamentos. Anque obtuvo ínfimos dividendos en cuanto representantes elegidos, este partido nacionalista, xenófobo y racista ha logrado electoralmente un éxito nacional, una implantación real. Quizá sea oportuno no considerarlo sólo expresión de un “voto de protesta”. Se trata más bien de una confirmación de que el “lepenismo” logró atraer una capa de la sociedad. El discurso demagógico de Marine Le Pen ha suscitado, en efecto, el apoyo de sectores populares (obreros, empleados, pequeños comerciantes, desocupados). Se trata de una adhesión. Probablemente se la puede revertir, pero subestimar su importancia y su capacidad de daño sería un error político mayor.

El FN aparece – con la anuencia del poder político y el beneplácito alegre de buena parte de los medios - como un partido “como los otros”. A lo cual se presta el discurso de Marine Le Pen. Este es más “cuidadoso”, menos brutal que su padre; proyectando una imagen “anti-sistema” y hasta “social”, defendiendo el empleo, el nivel de vida, la seguridad, la hostilidad a Europa y al Euro - sin dejar por cierto de estigmatizar a los inmigrantes y de utilizar en sordina los viejos argumentos de la extrema derecha. Es un discurso hábil y manipulador, un maquillaje que no logra disipar los olores nauseabundos de la Europa de los años 1930. Pero no todos logran separar la paja del trigo, como dice el viejo refrán.

La tercera fuerza política emergente es la (ambigua) alianza Europe Ecologie-Les Verts (EELV). Esta atrajo el apoyo de capas medias, funcionarios, empleados, otrora favorables al PS o a los partidos centristas. Es un medio político y social heterogéneo como pocos, que a veces no deja de suscitar interés por los temas que trata, vinculados a cuestiones que están a la orden del día. Por su parte, los “centristas” ensayan una unificación de los diversos grupos, sin ruptura con los temas clásicos de la derecha, como por ejemplo François Bayrou, o Jean-Louis Borloo y Hervé Morin, ambos ex-ministros del “sarkozismo”.

En el campo de las izquierdas, el Front de Gauche (PCF, Parti de Gauche, Gauche Unitaire) confirma que es posible, aunque difícil, organizar una alternativa política a la socialdemocracia y al social-liberalismo hegemónico en el PS. La elección de Jean-Luc Mélenchon – ex socialista y uno de los fundadores del PG - como candidato presidencial de esta corriente, refuerza la idea de la unidad posible de diversas fuerzas que convocan a una “revolución ciudadana” de ruptura con el capitalismo. A pesar de sus ambiguedades, y sin mayores ilusiones, es una alternativa que se vislumbra como el ala radical de la oposición republicana, democrática y socialista.

En cambio, la adversidad - para no decir el derrumbe - del Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA) que había suscitado cierto entusiasmo en capas juveniles, golpea duramente esta organización. Es el precio, desgraciadamente, de una estrategia de aislamiento, hostil a la política del frente único. La nefasta copia de “clase contra clase” no podía tener otro resultado. Ese camino ya había sido recorrido por Lutte Ouvrière (LO), conduciendo a su práctica desaparición del escenario político. Sin embargo, el daltonismo parece seguir afectando a la izquierda revolucionaria, esa corriente que podría ser un factor estimulante de radicalización. La decisión de Olivier Besancenot de no seguir como portavoz, ni tampoco aceptar la candidatura del NPA en las elecciones presidenciales, pareciera confirmar el fracaso de la estrategia política de “marchar solos”. La dificultad para visualizar claramente quién es el enemigo y las posibles alianzas o acuerdos, cuestan caro. Por el contrario, la alianza entre el PCF, el Parti de Gauche y el NPA - como en la region de Limousin - obtuvo un éxito innegable con alrededor del 20 % de los votantes en las cantonales. Prueba, quizá, de que otra política de la izquierda radical no solo es viable, sino absolutamente indispensable. Antes de que cante el gallo a medianoche, aún es posible.

En este contexto, la “lepenización” de la derecha tradicional, en particular de su fracción hegemónica neoliberal, es una carta que el “sarkozismo” intenta jugar, esperando un “21 de abril” bis, o sea, la eliminación del PS en la primera vuelta, como ocurrió en 2002. Nueve años después, y a menos de un año de las próximas elecciones, la repetición del escenario no es absurda, es incluso posible, aunque no seguro. Además, no se trata sólo de una maniobra para atraer al electorado de extrema derecha. El sector “duro” de la UMP lo preconiza como una estrategia. El FN no es para ellos el enemigo, sino apenas un adversario con el cual tiene valores a compartir. El Primer ministro lo dice abiertamente : “Ni Frente Nacional, ni Frente Republicano”. Es difícil predecir las consecuencias en las derechas de esta evolución, pues hay diferencias entre ellos. Pero la “lepenización” de una de sus fracciones abre avenidas muy peligrosas. Las reticencias de Alain Juppé, ex-Primer ministro de Chirac y actual ministro de Relaciones exteriores, son significativas, aunque no decisivas.

En el gobierno actual, alrededor de Sarkozy y con su bendición, se ha instalado un grupo de la derecha dura, muy próximo a la extrema derecha. Algunos, con un pasado juvenil que tiene directamente ese origen, ex militantes de Occidente o de grupúsculos fascistas, como por ejemplo Gérard Longuet, el actual ministro de la Defensa; otros, afirmando sus ambiciones, adoptando sin escrúpulos las ideas más retrógradas como Claude Gueant, ministro del Interior, o Brice Hortefeux, principal consejero del presidente y artífice de la campaña electoral de 2012. En todo caso, los límites fronterizos entre este sector y el FN se han vuelto cada vez más porosos.

El cercenamiento de los espacios democráticos, la sumisión del poder judicial, el monopolio de los medios, la política represiva del “todo securitario”, la xenofobia (frecuentemente racista), fueron desde la “limpieza al kärcher” de los barrios pobres, hasta el llamado a una “guerra sin piedad ” contra la delincuencia (real y supuesta). Se olvidan o pretenden ignorar, contra toda lógica, que la marginalidad de una parte de la población, donde se nutre la delincuencia, es el resultado directo de una sociedad cada vez más injusta; una sociedad que no ofrece esperanza alguna, en particular a los sectores juveniles de las concentraciones urbanas pobres, allí donde la tasa de desempleo llega al 50 % (contra una media de 10 %  a nivel nacional).

Mentiras, promesas incumplidas, sometimiento a la dirección imperial (léase Estados Unidos), gobierno de los ricos para los ricos : esa es la imagen y la realidad del “sarkozismo”. Contener la revuelta que se prepara es su preocupación mayor. La estrategia de un gobierno de choque, autoritario y represivo, es el peligro mayor que acecha, a corto o mediano plazo, al movimiento obrero y popular en Francia y Europa entera.

El horizonte del otrora País de las Luces puede desgraciadamente ensombrecerse con sombras nefastas. Esperemos que la ola de indignación que recorre Grecia, España, Italia permita estimular las fuerzas sociales capaces de reemplazar las nubes negras por un Sol radiante. Que la indignación pase también a la fase superior de la revuelta social y ciudadana por la restauración del Estado Social de Derecho que fue la base de la prosperidad europea después de la catástrofe del fascismo y la Segunda guerra mundial, con la incorporación de los avances culturales, tecnológicos y civilizatorios.

Todavía es prematuro aventurarse en el análisis de la carrera abierta hacia las elecciones generales en 2012. Sin embargo, conviene tener en cuenta que planea sobre ellas el espectro de un nuevo “21 de abril”. En aquella fecha de 2002, recordemos, la eliminación sorpresa en la primera vuelta del candidato socialista Lionel Jospin, dejó vía libre al  enfrentamiento entre Jacques Chirac y Jean-Marie Le Pen. En el ballotage del segundo turno, Chirac obtuvo 82 % de los votos, ayudado por el llamado alarmista (con cierta razón) de una izquierda presa de pánico. Nunca un presidente de la derecha había obtenido semejante resultado. Es posible que Nicolas Sarkozy apunte por ese lado, jugando con fuego.

En efecto, una eventual confrontación entre Nicolas Sarkozy y Marine Le Pen –costo posible del desprestigio del PS – no es sólo una manipulación, una táctica para  optar por el “mal menor”. Es una posibilidad que hay que tener en cuenta,  una de las sombras que pueden vislumbrarse en el horizonte. En los próximos meses se juega, pues, una partida esencial. Pero no hay que olvidar que también aparecen formas inéditas de protesta y revuelta, como las que están sacudiendo las riberas del Mediterráneo, ganando las calles y las plazas de España y Atenas, como de Egipto, Túnez o Siria. Es por ese lado, por la movilización de los de abajo, que se construyen las fuerzas de progreso. Al menos para impedir que la reacción capitalista no nos hunda en otro período de tiniebras, desolación y guerras.

“Alto ahí”, debería ser la consigna generalizadora de luchas nacionales, europeas e internacionalistas, en defensa de la república social, del Estado de Derecho y de los principios siempre vigentes de las Luces. Esos que tomaron forma con la Revolución francesa, las revoluciones democráticas del siglo XIX, la Comuna de París, el Frente Popular, la resistencia antifascista. Por ahora, no nos queda otra que resistir, al menos mientras las luces no estén totalmente apagadas.

Hugo Moreno, miembro del Comité de Redacción de SinPermiso, es docente-investigador en Ciencias Políticas

Fuente:
www.sinpermiso.info, 26 de junio de 2011

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