Mirar en otros lugares para pensar en nosotros mismos

Pedro Chaves

31/07/2011

La noticia trágica de Oslo  puede pensarse como la obra de un disparatado y enloquecido hooligan del cristianismo talibán. Y se enfatiza, en algunos medios, esta condición de enajenado. Probablemente, hay algo de “autodefensa de lo humano” en este modo de abordar un desastre que interroga sobre nuestra condición de especie. Pero que el enajenado enloquecido eligiera como “razón” de su desvarío “luchar contra la islamización de Europa, atentando contra los multiculturalistas y marxistas culturales” merece una reflexión que vaya más allá de las razones psicológicas que explicarían en términos puramente individuales este drama.

La polarización política que ha introducido el neoconsevadurismo en política está rompiendo todos los puentes de encuentro y diálogo entre las diferentes tradiciones políticas y que tuvo en el estado social y democrático de derecho su momento más brillante. La negación de los argumentos del otro; la criminalización de opiniones cardinales del ideario político del adversario; la descalificación, sin más, de los dirigentes y militantes de los partidos que se confrontan a las opiniones neocon; La afirmación trascendente –normalmente religiosa- de las opiniones propias, construyen un escenario de conflicto que adquiere una dimensión desconocida en nuestros tiempos y que hace muy difícil un diálogo democrático. En el escenario que el neoconservadurismo construye solo caben amigos, aliados o enemigos.

Tal y como el profesor Boaventura de Sousa Santos defiende, sigue siendo pertinente la división conceptual entre fascismo social y fascismo político. Estamos conociendo, claramente, la consolidación de formas del primero sin que sea posible decir que estamos en lo segundo. Sin embargo, esta convivencia entre fascismo social y fórmulas débiles –cada vez más- de democracia representativa suena a provisional y extramadamente volátil.

Hay una presión multinivel sobre la democracia representativa que amenaza, incluso, su fragilísima situación actual: un apoliticismo claramente reaccionario que descalifica genéricamente la política y a los políticos y que contrapropone (a veces de manera explícita a veces de manera implícita) fórmulas de gestión de lo político que recuerdan, cada vez más, a los modelos de democracia orgánica de corte musoliniano; o la famosa “democracia orgánica” franquista o el “estado novo” portugués, con Salazar.

En segundo lugar, una centralidad del mercado con abiertas pretensiones de sustituir a la política en su capacidad de regulación social y que ha encontrado en la crisis una nueva plataforma de promoción en el espacio público. Las reformas constitucionales en algunos estados de EE.UU. darían cuenta de ese nuevo escenario de exclusión de la comunidad política de su capacidad de autogestión.

En tercer lugar, una quiebra de la democracia constitucional y de su idea de regulación y equilibrio de poderes tan querida al mismo pensamiento liberal. En su nueva versión, la democracia frágil entroniza el principio de la mayoría como  único testimonio de reconocimiento de la voluntad popular. El caso Berlusconi es un ejemplo de este ascenso de un “populismo de mercado” que desprecia profundamente  los procedimientos de legitimación de las democracias liberales. En nuestro país han utilizado con profusión este llamamiento al dominio de los poderes salvajes el PP en Madrid o en Valencia.

Por último, esta presión se da en un contexto social de incremento brutal y sin precedentes de las desigualdades sociales. Este hecho, insisto, sin precedentes, incrementa la evidencia de que la democracia formal es, cada vez más, un instrumento de legitimación para las decisiones de los que, realmente, tienen poder.

Es decir, el cuestionamiento del estado social, de la capacidad recaudatoria del estado, de sus atribuciones para la distribución abre un escenario de neofeudalización de nuestras sociedades. Por simplificar, la película “Gomorra” daría cuenta de ese nuevo estado de barbarie, sin apenas estado y con una sociedad civil sometida y explotada por los nuevos poderes mafiosos con capacidad para actuar sin límites. Lo que parecía un relato de la periferia se está convirtiendo, cada vez más, en una descripción del modus operandi en el corazón del sistema.

La locura criminal de un talibán adquiere así una nueva dimensión interpretativa. Qué hubiéramos pensado del mismo hecho brutal si lo hubiera cometido un “enajenado” islámico en nombre de alá y repudiando la cristianización de Afganistán a través de la ocupación militar occidental?

En estos días una parte de los escenarios de futuro se juega en Estados Unidos. Es muy importante leer con atención los argumentos del Tea Party para darse cuenta de cuales serán los derroteros venideros de la política en nuestros países. No es una predicción de Casandra, es una descripción auto-contenida en sus expresiones de lo que ya está ocurriendo.

Por eso es tan desesperante y triste la nula capacidad de resistencia de la socialdemocracia y su enorme responsabilidad en lo que está ocurriendo. En nombre de una gobernabilidad mal entendida y de una responsabilidad aún menos inteligible, han abierto las puertas al dogma neocon y han debilitado hasta el extremo la capacidad de resistencia popular. Son cosas que no se arreglan con frases con marcado acento electoral que suenan tan mentirosas como interesadas.

Y por eso también es tan inconsistente el vocerío, aparentemente muy radical, de una parte de la izquierda que se afana, siempre, en trazar rayas de pureza ideológica o política para preservar espacios de influencia cada vez más disminuidos e inoperantes. Una parte de esa izquierda que se siente tan cómoda con el dominio incontestable de la derecha. Madrid es un ejemplo de este desafuero.

En este escenario crítico y con tendencia a empeorar, la voz de los indignados e indignadas ha abierto una brecha de resistencia en el inmaculado muro del pensamiento único. Su cuestionamiento de la democracia y sus alternativas han ido claramente en una dirección disruptiva y subversiva respecto al pensamiento dominante. Su capacidad de “ruptura cultural” está siendo enormemente importante y marca, sin duda, un itinerario programático y político a partir del cual recomponer la resistencia democrática frente a la nueva barbarie.

Por eso en el plano político son tiempos de mirar con amplitud y generosidad, exigir desde la izquierda programas que salgan de la lógica del sistema, que recuperan la tensión democrática, que denuncien abiertamente el fascismo social dominante y el fascismo político por venir; que reivindiquen que el futuro puede ser promisorio y lleno de esperanza para las mayorías, a condición de que se cambien las reglas de juego desde ahora mismo y, muy importante, que mire a las otras sociedades europeas como cómplices inevitables en este desafío a los poderes establecidos.

Entramos en tiempo electoral y los aparatos de los partidos imponen su lógica y sus intereses, pero nos jugamos tanto que hay que poner a “los aparatos” frente a su responsabilidad: esta vez pensar en pequeñito es garantía de un fracaso cuyos ecos irán más allá de las frágiles paredes del Parlamento.

Pedro Chaves Giraldo es profesor de ciencia política en la Universidad Carlos III de Madrid

Fuente:
www.sinpermiso.info, 31 julio 2011

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