Alejandro Nadal
25/09/2011
La maquinaria institucional e ideológica heredada de 30 años de
neoliberalismo no está ahí por nada: sus objetivos son el retroceso
político y mantener vivos los viejos dogmas. Esto se logra imponiendo
una narrativa dominante sobre los orígenes y naturaleza de la crisis que
impida pensar en caminos alternativos.
La historia que cuenta el neoliberalismo sobre su propia crisis comienza
con el estallido de la burbuja en el sector inmobiliario y la
diseminación de sus efectos por todo el sector financiero gracias a la
bursatilización de activos tóxicos. Después viene el rescate y la
recuperación. Pero esta historia es absurda porque no hay recuperación a
la vista.
Lo notable es que esta narrativa termina con el principio de la
pesadilla. Su culminación es el ¡retorno al neoliberalismo! Eso es
absurdo: si algo sabemos es que el neoliberalismo ya no va a poder
funcionar jamás. Un vistazo a la historia de las principales economías
capitalistas durante los últimos tres decenios permite comprobarlo.
En los años 70 termina el periodo "glorioso" de acumulación rápida de
capital y crecimiento del ingreso personal de los trabajadores. Ese
lapso (1945-1975) se caracterizó por altas tasas de crecimiento, fuertes
incrementos en productividad y fuerte inversión en capacidad productiva.
En los años 70 la tasa de ganancia se estancó y declinó durante varios
años. No importa qué medida prefieran los lectores, y más allá de las
polémicas sobre el significado de este movimiento en la tasa de
ganancia, lo cierto es que se puede documentar sin dificultad esta
declinación en la tasa de ganancia. Y a partir de ese hecho, todo
cambió: para enfrentar esta caída en la rentabilidad el capital
desencadenó una ofensiva de largo aliento en contra del trabajo.
El resultado de esta acometida fue el estancamiento de los salarios. El
crecimiento en productividad que pudo mantenerse (y hasta acelerarse
durante algunos periodos) no tuvo su contraparte en un incremento de los
salarios. En la distribución de la renta, las ganancias se beneficiaron
y el asalariado se llevó la peor parte. Esa redistribución mejoró las
condiciones de rentabilidad en los años 1988-2002, con sus diferencias
entre países y sectores.
El estancamiento en la rentabilidad durante los 70 también provocó una
búsqueda de espacios de inversión financiera que pudiera darle la vuelta
a ese "mal necesario" (como decía Marx) que es el circuito productivo.
La expansión del sector financiero fue la consecuencia directa y los
centros de poder a nivel nacional y supranacional se afanaron en
eliminar las barreras a la circulación del capital financiero.
Uno de los rasgos más interesantes de la reproducción capitalista en los
últimos decenios consiste en que mientras los salarios se estancaron, el
nivel de consumo se mantuvo más o menos constante. ¿Cómo fue eso
posible? La explicación se encuentra en la caída en la tasa de ahorro y
en el crédito. Es decir, las familias aumentaron la parte de su ingreso
que se destina al consumo y, por otra parte, incurrieron en un sobre
endeudamiento crónico. El sector financiero ya las estaba esperando.
La desregulación y las "innovaciones" financieras hicieron bien su
trabajo. La capitalización de títulos financieros, acciones y activos
inmobiliarios, alimentó la ilusión de un aumento de riqueza virtual que
pudo respaldar durante unos años el nivel de consumo de las clases
medias. En Estados Unidos hasta tenemos el fenómeno de un segmento de la
clase trabajadora que tuvo ingresos derivados de la rentabilidad del
mercado accionario. Pero el sobre endeudamiento fue el mecanismo más
importante para mantener el nivel de demanda agregada que necesita todo
sistema capitalista.
En ese periodo (1980-2000) la inversión productiva mantenía tasas de
crecimiento raquíticas. Es decir, la recuperación de la rentabilidad
derivada de la ofensiva anti-laboral no se acompañó de un incremento en
la capacidad productiva o en la introducción de una nueva plataforma
tecnológica capaz de sostener una nueva fase de expansión. De las varias
interpretaciones, la más cercana a la realidad se relaciona con un
agotamiento de las oportunidades de inversión asociadas con altas tasas
de beneficios.
Esto es lo que cierra el circuito de acumulación neoliberal en los
espacios "nacionales". En el plano internacional, la famosa
globalización permitió poner a competir entre sí a la fuerza de trabajo
de todo el mundo. Y eso se acompañó del desmantelamiento de una parte de
la capacidad industrial estadunidense al transferir las multinacionales
líneas completas de producción hacia China. El proceso culminó con la
consagración de Estados Unidos como consumidor en última instancia a
escala mundial.
En la actualidad no existen instancias internacionales capaces de marcar
un nuevo derrotero. La guerra social al interior y entre espacios
nacionales, así como los desequilibrios internacionales son la señal más
clara: la única recuperación posible pasa por la destrucción del
neoliberalismo.
Alejandro Nadal es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso