Europa, gestionada por un conciliábulo: ¿y esto es democracia?

Larry Elliott

13/11/2011

Los mercados financieros se recuperaron la semana pasada cuando el primer ministro, Yorgos Papandreu, anunció que abandonaba sus planes de referéndum sobre las condiciones de rescate de su país. A los corredores de bonos les ha gustado la idea de que el gobierno de Atenas pueda pronto encabezarlo Lukas Papademos, antiguo vicepresidente del Banco Central Europeo. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy creen que Papademos es la clase de tecnócrata de línea dura con el que se puede hacer un trato.

La salida largamente anticipada de Silvio Berlusconi del puesto de primer ministro se saludará sin duda del mismo modo, sobre todo si es substituido por un gobierno de unidad nacional encabezado por otro tecnócrata, Mario Monti. Antiguo comisario de Bruselas, es considerado persona en la puede confiarse para sacar adelante el programa de austeridad de la Unión durante los próximos 12 meses, vigilado por el equipo de funcionarios de Christine Lagarde en el Fondo Monetario Internacional.

Desde la perspectiva de los mercados financieros, esto tiene perfecto sentido. Ya no se podía confiar en Papandreu, y su decisión de convocar un plebiscito sacudió Europa la semana pasada, malogrando la cumbre del G 20 en Cannes. Tenía que irse.

En Italia, Berlusconi es considerado el hombre completamente erróneo para enfrentarse a la crisis cada vez más honda de su país; los rendimientos de los bonos están por encima del 6,5%, un nivel que terminó por provocar el rescate de Grecia, Irlanda y Portugal. También él ha de marcharse, en interés no sólo de la estabilidad financiera y política sino para impedir la implosión de la eurozona.

La Unión Europea siempre ha tenido problemas con la democracia, un proceso desordenado que puede interferir en los grandes designios de quienes se encuentran en lo más alto de los que más saben. Cuando Irlanda votó “no” al Tratado de Niza, se le pidió que recabara un resultado correcto en una segunda votación. El Banco Central Europeo ejerce un inmenso poder, pero nadie sabe cómo votan los miembros nunca elegidos de su consejo directivo, porque no se publican las actas de sus reuniones. Dicho esto, la última fase de la crisis de la deuda soberana ha dejado al descubierto un desprecio bastante flagrante por los electores, la gente sobre la que va a recaer en pleno el peso de los programas de austeridad que guisan las élites políticas.

Así funcionan las cosas. Las decisiones de verdad en Europa las toman hoy los miembros del Grupo de Frankfurt, un conciliábulo no elegido del que forman parte ocho personas: Lagarde; Merkel; Sarkozy; Mario Draghi, el nuevo presidente del BCE; José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo; Herman van Rompuy, presidente del Consejo Europeo; y Olli Rehn, comisario europeo de asuntos económicos y monetarios.

Este grupo, que no responde ante nadie, lleva la voz cantante en Europa. El conciliábulo decide si se le ha de permitir a Grecia convocar un referéndum, y si Grecia debe recibir, y cuándo, la siguiente remesa de sus fondos de rescate. Lo que a este grupo le importa es lo que piensen los mercados financieros, no lo que puedan querer los electores.

La visión colectiva de los mercados quedó bien resumida ayer en esta nota de Tina Fordham, de Citigroup: “Consideramos un gobierno tecnocrático de unidad nacional la mejor opción para llevar a cabo las reformas y mantener la confianza de los inversores. Con una composición que abarque izquierda y derecha del espectro político y cuente con líderes de confianza, se trata de la mejor oportunidad al objeto de que dure lo bastante como para poner en práctica las reformas, en nuestra opinión”.

“Luchando como están las democracias maduras con la crisis de la deuda soberana, los gobiernos tecnocráticos, ‘apolíticos’ pueden ser una opción imperiosa, conforme decae la confianza pública en los políticos, se afianza la resistencia a las reformas estructurales y los partidos políticos sienten pavor por las consecuencias en las urnas de aplicar reformas dolorosas”.

No existen, por supuesto, los tecnócratas apolíticos. La mayoría de los banqueros centrales y burócratas internacionales fueron a las mismas clases en las mismas universidades y salieron con la misma visión del mundo. Puede que no se definan políticamente, pero son profundamente políticos. Pero lo que resulta realmente interesante en la visión de Fordham (y en nada excepcional, por cierto) es el supuesto de que se alcanza un bien mayor haciendo caso omiso de la democracia. No dista mucho de decir que lo que Italia necesita es alguien que haga que los trenes lleguen a su hora.[1]

En estas circunstancias, poco ha de sorprender que el electorado haya recurrido a huelgas generales y protestas callejeras para dejar oír su voz. Los gobiernos vienen y van, pero las medidas políticas siguen siendo las mismas, creando un rutilante déficit democrático. Y esto sería profundamente inquietante, aun cuando se demostrara que los remedios económicos del Grupo de Frankfurt están funcionando, que no lo están. Por el contrario, la insistencia en una austeridad todavía mayor, está empujando a países más débiles en Europa a una mortífera espiral económica, mientras se da de lado a los electores, creando una mezcla peligrosa.

He aquí por qué. En tres aspectos importantes, la actual crisis ha diferido de la de los años 30: no ha sido tan profunda; no ha degenerado en proteccionismo como represalia; y no ha habido ningún ascenso llamativo en el apoyo a partidos extremistas. Por ahora.

Si en alguna medida les quedaba algún poder real a los gobiernos europeos en un mundo globalizado, se les ha rescindido y está en manos de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. El BCE ha dejado claro que su disposición a comprar bonos italianos está condicionada a que el gobierno de Roma lleve adelante reformas enormemente impopulares (y, casi seguro, contraproducentes). Es como si el reloj de la democracia se hubiera atrasado a los días en que Francia era gobernada por los Borbones.

NOTA T.: [1] Recuérdese que en los años 20 la popularidad de Mussolini en toda Europa se derivaba de hacer llegar en el horario previsto los ferrocarriles.

 Larry Elliott dirige la sección de economía del diario británico The Guardian y es coautor, junto a Dan Atkinson, de The Gods That Failed: How the Financial Elite Have Gambled Away Our Futures (Vintage) [Divinidades fallidas: Cómo la élite financiera se ha jugado nuestro futuro].

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente:
The Guardian, 9 de noviembre de 2011

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