¡Vivan las caenas!

José María Mena

20/11/2011

Recordaremos este triste otoño. Teníamos una pertinaz sequía, y no deja de llover. Teníamos unos amables socialdemócratas desnortados, desorientados por la economía adversa, y, sin preguntarnos, han abierto la puerta de nuestra casa a los usureros, que ahora llaman "los mercados". Lo han hecho para que los tiburones de la especulación internacional no les echen de casa y les sustituyan por lugartenientes de confianza, como en Grecia o Italia. Pero, con la puerta abierta, acaban de entrar. A ellos les han echado, y veremos si a nosotros, los ciudadanos de a pie, nos dejan de realquilados en nuestra propia casa, o, peor aún, envían a alguien que nos embarga hasta los muebles, los subasta y  nos desahucia. Por eso recordaremos este lluvioso otoño.

En ocasiones como esta, volver la mirada hacia atrás es reconfortante. Siempre se aprende algo de la historia. Y, además, con la cara vuelta, podemos ocultar el sonrojo, la tristeza o la indignación. Es casi un lugar común repetir que en El 18 Brumario, Karl Marx decía que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa. Y aunque los momentos históricos siempre son cualitativamente distintos, las eventuales semejanzas podemos y debemos encontrarlas, aunque solo sea para aprender de los viejos errores. Volviendo la vista atrás, esperemos que las farsas que se nos avecinan sean breves, y sus amarguras soportables.

El caso es que las alegrías de los que se alegran con lo que nos ofrece este otoño político recuerdan a las de los españolitos de 1814, cuando recibían al rey Fernando VII, el deseado, al grito de "Vivan las cadenas!" que se ha inmortalizado tal como lo exclamaban: "Vivan las caenas!".

Fernando VII estaba cómodamente alojado por Napoleón en el amable cautiverio de Valençay, mientras los españoles se batían contra el francés, y, además, hacían la primera Constitución española, liberal, lo más progresista posible en aquellos tiempos. Mientras tanto, el rey no hizo nada, no movió un dedo. En todo caso, intrigó en su exclusivo provecho. Esperó. Y un buen día la guerra había terminado. España estaba destrozada y arruinada. Todos esperaban del rey soluciones que él ni había prometido ni había concretado. Por eso fue recibido en Valencia y en Madrid por un pueblo que le esperaba con tal entusiasmo que, según las viejas crónicas, los valencianos y madrileños desengancharon los caballos del carruaje para arrastrarlo ellos mismos, en señal de adhesión. (Sin embargo parece que ese gesto no era infrecuente, y no tenía el significado de sumisión que hoy tendría, sino el más parecido a la costumbre torera de llevar a hombros, pero a lo bruto, con carroza). Y todos (menos los caballos) gritaban "Vivan las caenas!", esperando que ello les había de beneficiar de algún modo.

Pero las cadenas siempre son solo eso, cadenas. El deseado no hizo nada de lo que deseaban. Suprimió todas las leyes que no se ajustaban a sus intereses absolutistas. Y cuando, después, las necesidades sociales amenazaron con la reimplantación y consolidación de la legalidad derogada, y el pueblo empezó a salir a la calle cantándole al rey las coplas del "trágala, trágala", no dudó en llamar a la Europa reaccionaria, absolutista, que envió cien mil soldados franceses, que barrieron España, llegando hasta Cádiz.

Esa es la historia, en su dimensión trágica, de la que deberíamos aprender. Veamos la farsa que viene. El actor principal también ha estado acomodado en el retiro de la oposición política sin hacer nada, sin mover un dedo, sin formular una sola propuesta concreta, esperando que el final de la guerra financiera le brinde una aclamación indiscriminada. Esa guerra, desde luego, no ha terminado. Pero sí una batalla que le ha transportado, como en volandas, en carroza electoral arrastrada por todos los que esperan que les resuelva sus problemas. Y no lo hará porque no le corresponde. Él no viene para eso. Él es el que han enviado los usureros, que ahora llaman "los mercados", para que, si no lo remediamos, nos informe que somos realquilados en nuestra propia casa, o, lo que es peor, nos desahucie, tras embargarnos hasta los muebles. Y cuando salgan a la calle los que lo veían venir, y los desengañados, y los que tiraron de la carroza electoral, exigiendo el Estado social de la Constitución, y la democracia efectiva, y vuelvan a cantar, con nueva música, el "trágala, trágala", él volverá a llamar a las fuerzas absolutistas, ahora financieras, para que vuelvan a barrer España,  en esta ocasión de la farsa, afortunadamente, sin soldados. Ahora barren vendiendo y comprando, y siempre están, por eso, con el ganador. Recuerdan a Patricio de la Escosura, cuando decía aquello de "no se si hemos ganado los conservadores o los liberales", porque no les importa quien les abrió la puerta de nuestra casa, y quien nos desahucia.

Desde luego, recordaremos este triste otoño político.

José María Mena es fiscal jubilado. Ha sido fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, y unas de las personalidades más destacadas y vigorosas de la resistencia democrática antifranquista en el mundo del derecho.

Fuente:
La lamentable, 21 de noviembre de 2011

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).