Londres 2012: No hay sitio para gentuza en la zona de dispersión olímpica

Michele Hanson

13/05/2012

Una nueva y escalofriante denominación acaba de colarse en los titulares: "zona de dispersión". Se trata del terreno en torno al emplazamiento olímpico que va a limpiarse de gentuza. Qué altanero escándalo organizamos cuando lo hicieron los chinos en Beiying, con la cruel expulsión de los sin techo a las afueras de la ciudad, la demolición de las propiedades de alquileres reducidos, arramblando con vendedores callejeros, burdeles y trabajadores inmigrantes. ¿Le dijo la sartén al cazo?

"Es igual que una inspección escolar", dice con amargura Fielding, recordando cómo limpiaban su colegio antes de estas horrendas ocasiones. "Se escondía al personal impresentable y a los alumnos nerviosos o bien indeseables, yo incluido". Y en otra escuela, me cuenta Rosemary, a un profesor ligeramente excéntrico, un compa suyo, lo encerraban en el armario de la clase de Arte mientras duraba la cosa.

Pero las limpiezas de nuestra zona olímpica van a llevarse a cabo a mucha mayor escala, meticulosa y de gran alcance. Barreremos a vagabundos, indigentes, pobres con sus alojamientos, huertos alquilados y mercados callejeros, inspeccionamos como locos los burdeles, detenemos a montones de jóvenes holgazaneando y con capucha, los amarres de las casas flotantes en el cercano río Lea suben de 600 a 7.000 libras al año, los nuevos bancos de las paradas de autobús hacen imposible dormir en ellos, mientras en nuestras teles aparece la dorada visión de las Olimpiadas: cascadas de oro, antorchas doradas, dorados corredores, multitudes doradas. Tenemos la esperanza de que no haya ni la más mínima mota de mugre, ni un solo untermensch visible en parte alguna de Londres para finales de julio.

Por supuesto, la limpia no será fácil. ¿Podría yo sugerir que si en agosto anda merodeando todavía algún antiestético indigente se le obligue a ser encadenado en grupo y vestido con camiseta marrón y pantalones cortos de color beige y se le mantenga ocupado recogiendo desperdicios y rascando restos de chicle del pavimento, para que se despierten los turistas en una ciudad impoluta, como esas playas celestiales, prístinas, doradas de los mares del Sur?  

Después se podría meter en autobuses a los recogebasuras y llevárselos durante la noche a algún barco-prisión al estilo del de Magwitch [prófugo personaje de Grandes esperanzas de Dickens] – sospecho que debe quedarnos alguno —, amarrado en alguna discreta zona de la costa. Cualquiera que trate de escapar será fácilmente avistado desde las abultadas filas del personal de seguridad. Y dispersado.

Michele Hanson es escritora y columnista del diario londinense The Guardian.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente:
The Guardian, 7 mayo 2012

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