Necesitamos la unidad de la izquierda antineoliberal

Elmar Altvater

07/05/2006

Elmar Altvater escribe sobre las dificultades del proceso de fusión entre los dos partidos de la izquierda resueltamente antineoliberal alemana (véase la Entrevista a Oskar Lafontaine reproducida en sinpermiso la semana pasada), y afirma la imperiosa necesidad de que llegue a buen puerto.

Hay que apellidarse WASG [coalición electoral por la justicia social] para que el nombre de una declarada candidata de primera fila a las elecciones de septiembre a la cámara de diputados en Berlín prospere. Cuando en 2004 se escindió en Brasil del PT del Presidente Lula una corriente de izquierda, ésta se bautizó como Partido Sol (Sol vale por “Socialismo e Libertade“), lo que quiere decir nada menos que partido del sol. Un nombre atractivo y prometedor, comparable a los del Olivo o la Margarita en Italia. No tan secos y desprovistos de irradiación erótica como WASG. La fusión con la Linkspartei [Partido de la Izquierda] debería hacerse lo antes posible, aunque sólo fuera para perder de vista el acrónimo WASG. No es por casualidad que Lucy Redler [la candidata de la WASG] pueda ganar puntos gracias a su nombre. Los pequeños matices de la estética política cuentan lo suyo. No digamos en un proceso de unificación tan contradictorio y controvertido como el del Partido de la Izquierda y la WASG.

Tal vez habría que cantar en los Congresos de ambos partidos la Canción de la Solidaridad de Bertolt Brecht. Por lo pronto, para relajarse; luego, para ganar perspectiva histórica; y enseguida, para que sonara el contexto social –quiere decirse: europeo y global— de una fusión entre dos partidos de izquierda en Alemania: “Nuestros señores, cualesquiera que fueren, ven complacidos nuestras divisiones; que mientras nos tengan divididos, seguirán siendo señores”.

La izquierda logró en otoño de 2005 un respetable 8,7% porque muchos de sus electores consideraron que una candidatura conjunta a las elecciones al Parlamento federal era el primer paso para la unidad de la izquierda en Alemania. También los sindicatos, las organizaciones sociales y las iglesias la consideraban necesaria, luego de que los roji-verdes y los negri-amarillos hubieran formado una maxi-coalición para privar de sus derechos a millones de personas y la Gran Coalición se aprestara a seguir la línea trazada por la Agenda 2010 y Hartz IV.

Por eso resulta decepcionante e incomprensible la decisión de la WASG berlinesa de concurrir en solitario, tanto más cuanto que su candidatura electoral en concurrencia con el Partido de la Izquierda no está especialmente bien fundamentada. Es verdad que su crítica a la PDS [partido de la democracia socialista, el viejo nombre del actual Partido de la Izquierda] berlinesa no resulta implausible. Ese partido es corresponsable, en la coalición roji-roja [con la socialdemocracia] que gobierna Berlín, de una política de desmontaje social y de privatización. El siempre recurrente “argumento-del-mal-menor”, la pretensión de evitar lo peor, no puede convencer a los escépticos de izquierda. Mero exorno al discurso de las supuestas restricciones objetivas y presupuestarias.

Sin embargo, en el marco del proyecto de una izquierda en Alemania, la candidatura electoral de la WASG resulta un exceso de la mayor gravedad. Se puede sostener eso con muchos argumentos: que la pervivencia del grupo parlamentario federal resultará previsiblemente amenazada; que podrían agotarse los medios financieros; que el separatismo berlinés podría ser interpretado como desprecio de la voluntad expresada por los electores el 18 de septiembre de 2005, etc. La concurrencia da ciertamente vida a los negocios, pero en política hay que contar más bien con la frustración engendrada por las querellas de la izquierda. Una mayoría de los electores de izquierda dio en septiembre su voto a la coalición electoral como una especie de preludio a la esperada unificación de los partidos. Lafontaine, Gysi y otros llevan toda la razón cuando justifican así su voluntad de aproximación de ambos partidos, hasta la fusión. Quienes les contradicen, dan a entender que sólo con métodos disciplinarios podrían ser disuadidos de su decisión de concurrir por separado a las elecciones. ¿Sería eso antidemocrático? Desde luego que no, si se cae en la cuenta de que la izquierda son muchos más que los 121 miembros de la WASG que votaron en Ludwigshafen contra la conminación a renunciar a una candidatura electoral propia. Sí, en cambio, si se quieren conservar los criterios de la actual cultura política. 

Sólo los partidos de la derecha pueden contar con los dineros, con los medios y con el poder de los “señores“, como se dice en la Canción de la Solidaridad brechtiana. La aceptación de que goza un partido de izquierda no es ni más ni menos grande que la que recibe de los movimientos sociales, de los sindicatos, del movimiento ecologista, del feminista, del antiglobalizador. De lo que surgen, a su vez,  simbiosis,  si logran conjugarse las acciones de los parlamentarios con las de las fuerzas extraparlamentarias. De aquí que fuera tan importante y tan pertinente la aceptación, en ambos congresos partidarios, de la propuesta de un salario mínimo de ocho euros: como símbolo y como señal. Sólo que, en la faramalla de los debates sobre la WASG berlinesa, apenas resultó audible. 

Acordémonos de las controversias a propósito del tratado constitucional europeo el año pasado. Los partidos entonces representados en el Parlamento federal aclamaron todos a una la mamarrachada de una mercantilización neoliberal de Europa, sin siquiera ponderar, ni por remota aproximación, la gravedad del paso que se estaba dando. Una izquierda parlamentaria, en cambio, habría podido mostrar precisamente en Alemania la verdadera faz de esa constitución. En esas condiciones, los referenda en Francia y en Holanda habrían recibido apoyo no sólo del movimiento antiglobalización attac, sino también del Parlamento federal.

Para una izquierda europea esa presencia no resulta ociosa, porque cada vez se toman más decisiones fundamentales a escala europea. Piénsese en la directiva Bolkestein a favor de una „libertad de prestación de servicios“ a nivel europeo: corregirla, sólo fue posible merced a los afanes conjuntos desplegados a escala europea por parte de sindicatos, movimientos sociales y partidos de izquierda. De aquí que la formación de una izquierda europea no sólo sea importante; es imprescindible. Medidos con esa vara, los pasos en solitario de la WASG en Berlín y en otros sitios resultan caprichos provincianos, y estorban a cualquier visión que vaya más allá del ombligo de la propia WASG.

Elmar Altvater es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Su último libro traducido al castellano: E. Altvater y B. Mahnkopf, Las Limitaciones de la globalización. Economía, ecología y política de la globalización, Siglo XXI editores, México, D.F., 2002.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

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Fuente:
Freitag, 5 mayo 2006

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