Para una izquierda con futuro

Gaspar Llamazares

Pedro Chaves

07/10/2012

 

Las encuestas del CIS reiteran machaconamente el dato que acredita el profundo descrédito de la clase política en nuestro país: la ciudadanía considera a los políticos profesionales el tercer problema en importancia de España. Otros datos contribuyen a reforzar la consistencia de este varapalo: se piensa mayoritariamente que mandan los bancos antes que el gobierno o ser político profesional sería una de las últimas cosas que nadie elegiría como desempeño laboral.

La crisis de la política es, por tanto, un tema recurrente que merece la pena ser contrastado con otras evidencias: el 15M puede ser tomado como la punta de un iceberg de activismo social y compromiso público que impugnando la política “formal” reclama democracias de más intensidad y exige la reinvención de la representación política y de la política misma.

No creemos estar asistiendo al “fin de la política” o al “fin de los partidos políticos”, pero es evidente que estas y otras movilizaciones marcan un antes y un después. No podemos resolver el desafío que se nos plantea, aceptando parcialmente su agenda pero no dándonos por avisados ante las formas de hacer política que movilizaciones como las del 15M han puesto en práctica. La impugnación de la política tradicional y la reivindicación de nuevas formas de hacer y estar en las organizaciones van de la mano. Y, en buena medida, tanto la una como las otras nos incumben e interrogan.

Por otra parte, las nuevas tecnologías de la comunicación, especialmente internet, pero no solo, han creado nuevos modelos de relación más horizontales, necesariamente interactivos y participantes. En la red se es simultáneamente sujeto, objeto, emisor, receptor… Esta evidencia exige un nuevo comportamiento que se adapte a las prácticas de los nuevos activismos donde la red juega un papel esencial.

Los partidos políticos debemos reconocer esa pereza para adaptarnos a los cambios sociales más significativos. En particular, una de las derrotas más amargas de la izquierda ha sido observar con estupor como la bandera de la innovación, del cambio, del atrevimiento mismo, han pasado a manos de la derecha. El neoconservadurismo ha tenido esa capacidad para proponer su agenda de contrarreformas como una oportunidad para “revolucionar” nuestras sociedades al grito de ”más libertad”.

Específicamente en nuestro país, la persistencia de una reivindicación nacional en algunos lugares, pone de relieve los límites de la transición política y del diseño constitucional, al menos en este punto. En el actual contexto esta exigencia identitaria tiene una fuerte raigambre democrática que debe sumarse a los reclamos de otras formas de participación política y de representación del conflicto social. Tampoco desconocemos que este empeño está alimentado por algunas fuerzas que son directamente responsables por los desaguisados económicos que hacen sufrir a nuestras sociedades.

Pero esta evidencia es un acicate más para preguntarse por qué, en algunos lugares, una parte relevante de la sociedad considera la alternativa independentista como una opción frente a otras posibles. A nuestro juicio este y otros factores subrayan la existencia de una demanda de esperanza, un anhelo por pensar el futuro con un cierto optimismo. Y conviene subrayar que estas y otras fórmulas se realizan desde la política, con instrumentos políticos y con objetivos políticos.

El dato relevante a nuestro juicio es este: la globalización primero, las políticas desreguladoras inherentes al neoliberalismo después y la crisis en último lugar, han modificado sustancialmente los conflictos sociales y las pautas de representación política tradicionales. En este tsunami socio-político que estamos viviendo nada volverá a ser como antes. La política no volverá a ser la misma ni podrá ser reivindicada de la misma manera.

Las viejas tradiciones, las identidades políticas dominantes en el siglo XX quieren ver estos tiempos, como uno de esos caprichosos giros de la historia en los que parece que todo va a cambiar, pero esperan y anhelan, que en la próxima curva todo vuelva a ser como era. Creemos que esta expectativa fallida no se cumplirá. Los factores que están escribiendo nuestro presente son un cambio cualitativo respecto a los principales vectores de evolución del pasado. Incluso las cosas que permanecen deben ser leídas en clave de una discontinuidad que se nos impone.

Si entendemos la actual situación como la de un cambio de paradigma global, entenderemos mejor la insatisfacción con la política tradicional. Y también la necesidad, desde la izquierda alternativa, de pensar este momento histórico como una oportunidad para pensar como construir un bloque social y político con voluntad de convencer a la mayoría de la sociedad de que “son posibles otros caminos”, que el sufrimiento y la pobreza para la mayoría no son la única alternativa. No podemos ni debemos perder de vista nuestra afiliación histórica a las tradiciones que han propuesto superar el capitalismo. Defendemos eso y nos sentimos parte de esa herencia, muy generosamente repartida, que nos proclama socialistas, pero para decir a continuación que estamos obligados a reinventar la nueva sociedad desde otros parámetros y compromisos.

La guerra de clases que el 1% de la población ha declarado al 99% restante debe ser combatida no desde los viejos presupuestos productivistas, patriarcales y jerárquicos, sino desde un nuevo modelo ecológico, equitativo, no discriminatorio y radicalmente democrático. No se trata de “aprovechar” la crisis para medrar un poquito en términos electorales. Se trata de pensar la oportunidad que se nos brinda para ofrecer a la sociedad una esperanza creíble de que las cosas pueden ser de otra manera.

Estas son algunas de las razones que nos explican como proyecto: Izquierda Abierta nace con la vocación de llevar este discurso de cambio y de encuentro al conjunto de la izquierda alternativa. Creemos que Izquierda Unida ha arrumbado la estrategia de la refundación de la izquierda alternativa justo en el momento en que más se necesitaba de esa visión amplia y generosa. La realidad hoy es que la izquierda política dentro de este espacio de la izquierda no socialdemócrata aparece fragmentada en diferentes opciones y con evidentes diferencias políticas, culturales y de agenda.

No pretendemos construir amalgamas a la vieja usanza, pensamos más bien en dinámicas de encuentro, de solidaridad y de construcción de confianza, respeto y autonomía. La evidencia de que el proceso de articulación de esta izquierda debe considerar, entre otras cosas, la realidad plurinacional de nuestro estado, nos obliga a la humildad y al saber escuchar. La evidencia añadida, de que en algunos lugares la representación en este espacio está o disputada o ejercida por fuerzas políticas no estatales, exige todavía más cuidado y respeto.

Pero construir un referente creíble para la ciudadanía implica hoy incorporar actores muy significativos en el ámbito de lo social y buscar pasarelas que permitan un encaje cómodo para actores muy diferentes. Necesitamos de audacia, capacidad de invención y ambición para entender las exigencias del momento.

Pero el desafío mayor no es solo engrandecer nuestro espacio. Esta es una condición para intentar disputar a las clases dominantes el sentido común, las palabras que nombran las cosas y cambiar las cosas mismas. No proponemos esto para estar más cómodos, lo hacemos convencidos de que la codicia, la ceguera y la irresponsabilidad de las clases dominantes nos conduce a un abismo civilizatorio. Para llegar a ser una propuesta de la esperanza y la dignidad, debemos comenzar a ser creíbles como alternativa política y eso exige de ambición y audacia para completar una tarea aún por empezar: refundar la izquierda alternativa.

Por último, pretendemos hacer esto desde una organización que haya aprendido de las exigencias que un nuevo tipo de militancia plantean. La política puede recuperar ser un espacio de aprendizaje democrático y ciudadano, de acumulación de cultura cívica.

Conviene no olvidar que nada de esto ocurrirá si no existe la voluntad y la inteligencia para ponerse a hacerlo. Hay que advertir cariñosamente a aquellos que creyeron –y quizá creen todavía- que cuanto peor, mejor. En nuestra situación las salidas no se autoproponen de manera automática. Ningún determinismo histórico vincula la crisis actual del capitalismo con una expectativa razonable de sociedad alternativa. En el actual contexto de descrédito de la política pueden ser más fáciles y comprensibles para la mayoría las opciones neopopulistas o casi nada neo que otras de cambio sistémico. Hay una crítica a la política que rezuma fascismo por todos los poros, no lo olvidemos.

Este es un tiempo excepcional que exige propuestas a su mismo nivel. Este es el espacio que Izquierda Abierta quiere compartir con otros y otras. Con humildad, sin arrogancia, con coraje.

Gaspar Llamazares es diputado de Izquierda Unida y co-portavoz de Izquierda Abierta;  Pedro Chaves es miembro del Consejo Político de Izquierda Abierta. Izquierda Abierta es un nuevo partido que celebró su congreso constituyente el pasado 22 de septiembre y que forma parte de la coalición Izquierda Unida.

 

 

 

 

 

Fuente:
www.sinpermiso.info, 7 de octubre de 2012

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