El yo y la sociedad, sin la política

Rossana Rossanda

06/01/2013

 

Se ha convertido en algo de uso corriente decir que la política ha sido devorada por la economía, dando a entender con esto que aquella ya no tiene poder para decidir sobre temas económicos como las cuentas públicas, los movimientos de capital, el agigantamiento de las finanzas, el destino de las inversiones. Esto es en gran parte verdad, a condición de que quede claro que no ha sido desposeída de los anteriores poderes por una guerra exterior o un golpe de Estado interno sino desposeída por elección propia, mediante leyes regulares de sus parlamentos, solicitadas en general por sus respectivos [poderes] ejecutivos. La primacía de lo económico ha sido en suma una elección de lo político, como lo fueron los acuerdos de Bretton Woods y el "compromiso capital-trabajo" después de la II Guerra Mundial en Europa. Hay que recordarlo, porque a la antipolítica de derecha e izquierda, en su polémica alterna con los partidos y el estamento de los notables que tienen las riendas, le gusta olvidarlo. Gran parte de las nuevas siglas antipartido en escena, no sólo en la italiana, se consideran vírgenes de la influencia del viejo estamento de notables nacido en el seno de los partidos y los sindicatos, dando lugar a la corruptela o, cuando menos, a los personalismos hoy imperantes.

El movimiento de Alba [1] "Hagamos que todos se expresen antes de decidir cualquier cosa" y, de modo no demasiado diferente, el de todos los "Cambiar se puede" y de la desconfianza de muchos movimientos hacia cualquier forma de organización, da por descontado que el vicio principal de los partidos o de los sindicatos lo constituye no su programa sino sus vértices de discusión, aun cuando se elijan de la forma más democrática. Cualquier poder superior a otro, aunque sea por delegación, y dotado de duración, por más transitoria que sea, se convierte en opresión, sostenía Bakunin contra Marx, que tampoco llegaba más allá de un sistema de consejos.  

Pero esta tesis, que para Bakunin llevaba a un anarquismo sistemático, hoy induce a diversas siglas a la consulta preliminar de todos antes de una decisión final tomada por mayoría, como si una sociedad no fuese otra cosa que la suma de sus componentes. Pero cada uno de ellos puede ser bienintencionado, y sin embargo no corresponder la suma de sus intenciones individuales al interés principal de la sociedad de la cual son ellos miembros: entre el individuo y la sociedad no se trata simplemente de una diferencia de tamaño sino de la distancia entre el interés individual y el de una colectividad de iguales derechos, pero no de iguales necesidades y deseos.

De aquí la necesidad de tener cuerpos intermedios que regulan el paso de las necesidades y deseos de los individuos a los del grupo, que se forman – como en el resto también en lo individual – con el entretejerse de intereses materiales (de clase, de los proletarios y los que no lo son) e inmateriales (ideas de sociedad, ideologías, primacía de las aristocracias o de la igualdad, en una cultura laica e inscrita en el tiempo o en el mando invariante de una religión, etc.). La abominación que han cosechado de una treintena de años a esta parte las ideas de sociedad y de justicia – catalogadas todas en la fórmula negativa de "ideologías"– en favor de una mayoría matemática de las necesidades o deseos de los más, en lugar de una elaboración de unos y de otros, está en la base de la actual confusión de los lenguajes, a la que le queda en común solamente el rechazo de cualquier verificación histórica y la reducción de la democracia a la suma de las espontaneidades y de las inmediateces individuales. De aquí el odio del partido y del sindicato, como de cualquier forma de organización que se asigne un tiempo y unas reglas, fundándose, por un lado, sobre un balance de experiencia, es decir de historia y de cultura y, por el otro, en una escala de valores adherida a una tradición más o menos laica o religiosa (ligadas, pero difícilmente sincrónicas).

De aquí la complejidad de las relaciones entre los yoes y la sociedad. Son múltiples y atañen sobre todo a la izquierda. La derecha está siempre por el principio de desigualdad, si no política también, de medios, de situación, de saber entre una persona y otra; de hecho, no sólo entre personas sino entre países, el más fuerte se presenta siempre como aquel que sometía al más débil para civilizarlo. En estos días se celebra el cincuentenario de la independencia de Argelia, y toda Francia siente la necesidad de discutir si sería justo o no disculparse con los argelinos por haberlos oprimido durante casi un siglo y medio. ¡Desde cuándo! Como mucho, se puede reconocer que no hacía falta hambrearlos, el acto de prepotencia de la colonización tiene mil razones, nada de excusas y arrepentimientos. Y luego, los argelinos ni siquiera han sido amables al liberarse de quienes, durante más de un siglo, les habían hecho esclavos, y cuando se han rebelado han sido ocho años de guerra sucia.

Pero volvamos a la izquierda, que se remite en cambio a un principio de igualdad de derechos, y – al menos como línea de posibilidad – de propiedad y de valores (el respeto intercultural). De manera semejante al mercado, que se apoya sobre datos cuantitativos, también ella se dice que la suma de los deseos de los individuos realizarán el de la "sociedad". Al partido más partido de todos, que ha sido el comunista del siglo XX, le substituye la mayoría de quienes se definen demócratas o simpatizantes, son las famosas primarias, y es evidente que ya no son asunto interno de un grupo político preciso en el análisis y en el programa, sino de cualquiera que diga estar vagamente interesado en ello.

¿De dónde ha venido este giro? Seguramente de la insuficiencia de reglas democráticas en los partidos, de cuya ausencia no se indica ni el origen ni la historia. Entre el partido comunista, abominado por su jerarquía inmutable, y el PD, concebido como absolutamente democrático, es seguro que, pese al fatal "centralismo democrático", el primero implicaba un flujo del centro a las periferias, y de las periferias al centro, seguramente más consistente que el del partido actual, que falta por completo.. El sedicente "centralismo democrático" era detestable, sólo que no ha sido substituido por la aplicación de reglas estrictas y garantías de los derecho del individuo inscrito sino por la vaguedad de límites y reglas de un partido de opinión, no sujeto a ningún programa preciso. El ser asimismo semejante a un ejército en guerra – guerra de clase – lo "protegía" de demasiados procedimientos que habrían hecho disminuir su eficacia...argumentos que conocemos.  

Pero no se ha ido hacia un examen más atento de los procedimientos, se ha ido a la liquidación del proyecto de sociedad con el que se identificaba un partido, por el cual se adhería uno o no. Más a fondo, la preeminencia que eso otorgaba al programa de sociedad respecto a la persona, llegando incluso a negarle la especificidad, indujo para empezar al movimiento del 68 a trasladar el acento sobre la persona, incluso sobre un mayor responsabilizarse de la persona respecto al partido o a la sociedad. Raramente un partido socialista o comunista ha visto emerger de golpe a sus líderes carismáticos como le ha sucedido a los grupos extraparlamentarios de los años 70. Una parte del la simpatía, por lo demás transitoria, suscitada por Mario Segni [2] procedía de este orden de argumentación. Fuera el proyecto, la idea, la ideología, lo que cuentan son él o ella, amados o respetados o inculpables y punibles. Hemos llegado al extremo de los vicios de la democracia representativa.

La crítica a la forma partido ha llevado a la superfetación [3] de alguien que no es ni el yo ni el nosotros de un perímetro social, sino un personaje construido en gran parte sobre la imagen y más expresado por sensaciones y emociones que por un razonar sobre conceptos bien examinados, dados y vueltos a dar la vuelta.

Que en Italia esta demonización de la política haya llevado a todo el parlamento a confiar en la "tecnicidad" del governar, a poner en primer lugar las cifras, a las órdenes de los parámetros europeos, no puede pues sorprender. Es lo recíproco de la opinión, una política toda contable y monetaria: ¿qué hay más indiscutible que un balance que cuadra? Si esto comporta un destrozo en los servicios que ayudan a los menos afortunados a vivir, a moverse, a curarse, y a todos los jóvenes a educarse, no es algo que concierna a las matemáticas y el saldo final tras las restas. Sumas en  las entradas del presupuesto del Estado hay pocas en toda Europa, como documentaba ayer Mario Pianta [4]. Si lo que se substrae a lo público se cede a poco precio a lo privado, esto a efectos contables puede parecer incluso un enriquecimiento de lo público, confundido por lo general con el Estado. La corporeidad de las vidas, el cansancio, el poco espacio que queda para la salud o el reposo, el retroceso cultural no son entradas de un balance y con su calidad "técnica" nada tienen que ver. Es otra idea de la política respecto a esta innovación que la está licuando en lo efímero de la imagen o en lo abstracto de la contabilidad.

Notas:

[1] Alba es el nombre de una nueva formación que se quiere de izquierda, auspiciada, entre otros, por Paul Ginsborg, historiador de origen norteamericano y uno de los principales especialistas en la Italia contemporánea, y el politólogo Marco Rebelli. Sus siglas significan "Alleanza Lavoro Benicomuni Ambiente".

[2] Mario Segni (1939), político sardo que hizo primeramente carrera política en la Democracia Cristiana, que abandonó en la época de Mani Pulite para proponer cambios en el sistema electoral, convirtiéndose luego en un liberal antiberlusconiano muy popular por sus intentos de reforma del sistema político.  

[3] La superfetación es la fertilización exitosa de un mismo óvulo liberado durante la evolución del embarazo que da como resultado la concepción de mellizos de distinta edad gestacional (De la Wikipedia).

[4]http://www.sbilanciamoci.info/Sezioni/globi/Economia-europea-sono-pessime-quelle-previsioni-16018

Rossana Rossanda,  miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Ya hace algunos años apareció en el Reino de España la versión castellana de sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado, Editorial Foca, Madrid, 2008].

 

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente:
Sbilanciamoci, 21 de diciembre de 2012

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