Stalingrado: “Ellos se lo han buscado, los Fritzes”

Demyan Badny

Vasili Grossman

03/02/2013

El pasado 2 de febrero se cumplió el 70° aniversario del fin la Batalla de Stalingrado –la mayor de toda la historia de la Humanidad, de la que se llegó a estimar que, en su punto álgido, cada 7 segundos moría un soldado alemán de media–, cuyo desenlace, con la victoria del Ejército Rojo contra las tropas alemanas, decidió el resultado de la Segunda Guerra Mundial. «La voluntad de Hitler [de mantener al VI Ejército en Stalingrado], expresión del funesto destino del Tercer Reich, se convirtió en el destino del ejército de Paulus», escribió Vasili Grossman en Vida y destino (1959), del que reproducimos un pequeño fragmento, asi como el poema de Demyan Bedny La transformación de los Fritzes.

            En la nieve, en el campo, a lo largo de las carreteras había varios tanques inmovilizados; los cuerpos de los alemanes y de los rumanos yacían inertes.

            La muerte y el frío habían conservado, para la posterior contemplación del cuadro, la derrota de las tropas enemigas. Caos, confusión, sufrimiento: todo había dejado su impronta, se había congelado en la nieve que preservaba, en una inmovilidad helada, la desesperación última, las convulsiones de las máquinas y los hombres que vagaban por las carreteras.

            Incluso el fuego y el humo de los obuses, la llama negra de las hogueras imprimía en la nieve manchas rojizas oscuras, capas de hielo de un marrón amarillento.

            Las tropas soviéticas marchaban hacia el oeste y columnas de prisioneros se dirigían hacia el este.

            Los rumanos llevaban capotes verdes y gorros altos de piel de cordero. Parecía que sufrieran menos que los alemanes a causa del frío. Mirándoles, Darenski no tenía la impresión de que fueran los soldados de un ejército vencido: veía ante él a miles y miles de campesinos hambrientos y cansados, tocados con gorros teatrales. Se burlaban de los rumanos, pero no les miraban con odio, sino con un desprecio compasivo. Después Darenski notó que miraban con menos malicia todavía a los italianos.

            Otro sentimiento les suscitaban los húngaros, los finlandeses y, en especial, los alemanes.

            Era horrible ver pasar a los prisioneros alemanes.

            Marchaban con la cabeza y las espaldas envueltas en trozos de mantas. En los pies llevaban pedazos de tela de saco y trapos atados por debajo de las botas con alambres y cuerdas.

            Muchos tenían las orejas, la nariz, las mejillas cubiertas de manchas negras de gangrena helada. El tintineo de las escudillas atadas a sus cinturones recordaba las cadenas de los presos.

            Darenski contemplaba los cadáveres que exhibían con una falta de pudor involuntaria sus vientres hundidos y sus órganos sexuales, miraba las caras de los escoltas, enrojecidas por el viento gélido de la estepa.

            Mientras observaba los tanques y los camiones alemanes retorcidos en medio de la estepa cubierta de nieve, los cadáveres congelados, los prisioneros que se arrastraban, bajo escolta, hacia el este, Darenski experimentó una extraña amalgama de sentimientos.

            Era la represalia.

            Recordó los relatos acerca de los alemanes que se burlaban de la miseria de las isbas rusas, que miraban con un asombro lleno de repugnancia las rudimentarias cunas de los niños, las estufas, las ollas, las imágenes en las paredes, las tinas, los gallos de barro pintado: el mundo querido y maravilloso donde había nacido y crecido los niños que huían de los tanques alemanes.

            El conductor del coche dijo con curiosidad:

-      ¡Mire, camarada coronel!

            Cuatro alemanes llevaban a un compañero en un capote. Por sus caras y sus cuellos tensos era evidente que iban a desplomarse de un momento a otro. Se balanceaban de lado a lado. Los trapos con los que se habían envuelto se les embrollaban en los pies, la nieve seca azotaba sus ojos dementes, los dedos helados se aferraban a los extremos del capote.

-      Ellos se lo han buscado, los fritzes – dijo el conductor.

-      No fuimos nosotros quienes los llamamos – respondió con aire sombrío Darenski.

            Luego, de improviso, le invadió una sensación de felicidad; en la neblina nevosa, sobre la tierra virgen de la estepa, se dirigían hacia el oeste los tanques soviéticos: los T-34, terribles, veloces, musculosos...

            Asomados por las escotillas hasta la altura del pecho, se veía a los tanquistas con cascos y pellizas negros. Se desplazaban por el gran océano de la estepa, por la niebla de la nieve, dejando atrás una opaca espuma de nieve, y un sentimiento de orgullo y de felicidad les cortaba la respiración.

Vasili Grossman, corresponsal de guerra, periódista y novelista soviético, autor de la trilogía Por una Causa Justa, Vida y Destino y Todo Fluye (Ed. Galaxia Gutenberg) que es probablemente la mejor descripción literaria del stalinismo.

Traducción de Marta Rebón

 

 

 

 

La transformación de los ‘fritzes’

Demyan Bedny

 

 

            Animales que aúllan salvajes no son

            que bajo tormenta avancen en torrente,

            ¡Son los ejércitos de Hitler, que en formación 

            llevan a los 'fritzes' al Este!

            Aquí, donde cada ventana aspillera es

            Aquí, donde la muerte tras cada arbusto amaga

            Aquí, donde engullen otro pedazo de tierra

            ¡la tierra engulle a los 'fritzes'

            y los convierte en cruces!

            No por magia ni cualquiera

            la muerte llega a la alemana escoria

            ¡La trae el ejército soviético

            en su marcha a la victoria!

Demyan Badny (Damian el Pobre) es el pseudónimo del popular escritor, poéta y satírico soviético Yefim Alekseevich Pridvorov (1883-1945).

 

Traducción y adaptación para Sin Permiso: Àngel Ferrero

 

Fuente:
www.sinpermiso.info, 3 de febrero de 2013
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