Para conmemorar el 14 de abril: Robespierre, Azaña y Maurín

Joaquín Maurín

Manuel Azaña

Robespierre

14/04/2013


 

Robespierre

La democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son de obra suya, actúa por sí mismo siempre que le es posible, y por sus delegados cuando no puede obrar por sí mismo. Es, pues, en los principios del gobierno democrático donde debéis buscar las reglas de vuestra conducta política.

Pero para fundar y consolidar entre nosotros la democracia, para llegar al reinado apacible de las leyes constitucionales, es preciso terminar la guerra de la libertad contra la tiranía y atravesar con éxito las tormentas de la Revolución; tal es el fin del sistema revolucionario que
habéis organizado. Debéis aún regir vuestra conducta según las tormentosas circunstancias en que se encuentra la República, y el plan de vuestra administración debe ser el resultado del espíritu del gobierno revolucionario combinado con los principios generales de la democracia.

Pero ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es decir, el resorte esencial que lo sostiene y que le hace moverse? Es la virtud. Hablo de la virtud pública, que obró tantos prodigios en Grecia y Roma, y que producirá otros aún más asombrosos en la Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el amor a la Patria y a sus leyes.
Pero como la esencia de la República o la democracia es la igualdad, el amor a la patria incluye necesariamente el amor a la igualdad.

En verdad, ese sentimiento sublime supone la preferencia del interés público ante todos los intereses particulares, de lo que resulta que el amor a la patria supone también o produce todas las virtudes, pues ¿acaso son éstas otra cosa sino la fuerza del alma, que se vuelve capaz de tales sacrificios? ¿Y cómo podría el esclavo de la avaricia o de la ambición, por ejemplo, inmolar su ídolo a la Patria? No sólo es la virtud el alma de la democracia, sino que, además, solamente puede existir con este tipo de gobierno.

En la monarquía, sólo conozco un individuo que pueda amar a la Patria, y que para ello no necesita siquiera virtud: el monarca. La causa de ello es que, de todos los habitantes de sus estados, el monarca es el único que tiene una patria. ¿Acaso no es el soberano, al menos de hecho. ¿No está en el lugar del Pueblo? ¿Y qué es la Patria sino el país del que se es ciudadano y partícipe de la soberanía? Por una consecuencia del mismo principio, en los Estados aristocráticos, la palabra «patria» sólo tiene algún significado para quienes han acaparado la soberanía.

Sólo en la democracia es el Estado verdaderamente la Patria de todos los individuos que lo componen, y puede contar con tantos defensores interesados en su causa como ciudadanos tenga. (…) Los franceses son el primer pueblo del mundo que ha establecido una verdadera democracia, llamando a todos los hombres a la igualdad y a la plenitud de los derechos
de ciudadanía; ésta es, a mi juicio, la verdadera razón por la cual todos los tiranos coaligados contra la República serán vencidos.

Es el momento de sacar grandes consecuencias de los principios que acabamos de exponer. Puesto que el alma de la República es la virtud, la igualdad, y vuestra finalidad es fundar y consolidar la República, la primera regla de vuestra conducta política debe ser encaminar todas vuestras medidas al mantenimiento de la igualdad y al desarrollo de la virtud, pues el primer cuidado del legislador debe ser el fortalecimiento del principio del gobierno. Así, todo aquello que sirva para excitar el amor a la patria, purificar las costumbres, elevar los espíritus, dirigir
las pasiones del corazón humano hacia el interés público, debe ser adoptado o establecido por vosotros; todo lo que tiende a concentrarlas en la abyección del yo personal, a despertar el gusto por las pequeñas cosas y el desprecio de las grandes, debéis eliminarlo o reprimirlo. En el sistema de la Revolución francesa, lo que es inmoral es impolítico, lo que es corruptor es contrarrevolucionario. La debilidad, los vicios, los prejuicios, son el camino de la monarquía.”.— Maximilien Robespierre, 1794.

Manuel Azaña

«La política consiste en realizar. La política se parece al arte en ser creación. Una creación que se plasma en formas sacadas de nuestra inspiración, de nuestra sensibilidad, y logradas por nuestra energía. La política es, pues, confianza en el esfuerzo, optimismo. No hay política de hombres desengañados, de hombres tristes; no hay política de hombres circunspectos, que no quieren arriesgarse a fracasar; no hay política de hombres fútiles; la política está reñida con el esnobismo. Nosotros hemos rebasado aquella etapa decadente del espíritu español que contaba por meses y aun por días el tiempo que le faltaba para desaparecer. Desechamos la opresión del pasado y las añoranzas históricas. De frente a la realidad, por adversa que parezca, hemos de modelarla con nuestras propias manos.

»A esto nos llaman la vocación y el deber. Iremos todos los españoles que quieran igualar esta condición con la de hombres libres. Todos ellos, pero ninguno más. Los tímidos, los espectadores benévolos, no los queremos; que pierdan su rancia doncellez y vengan con nosotros, o se vayan para siempre con el enemigo. Cualquiera que sea nuestro oficio, cualquiera que sea la formación mental y moral que hayamos recibido, los que entremos en este combate debemos ir poseídos del magnífico, envidiable e incontrastable fanatismo por la idea. Debéis templaros en ese fanatismo. Cuando todo está dicho, explicado y probado, es hora de conducirse creyendo a cierra ojos que la idea nos dará la verdad social española. No temáis que os llamen sectarios. Yo lo soy. Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario, y en un país como éste, enseñado a huir de la verdad, a transigir con la injusticia, a refrenar el libre examen y a soportar la opresión, ¡qué mejor sectarismo que el de seguir la secta de la verdad, de la justicia y del progreso social! Con este ánimo se trae la República, si queremos que nazca sana y vividera. La República no puede surgir como un mal menor, originado en la podredumbre y corrupción de un régimen, sino como criatura de nuestra energía, fecunda y activa, segura de sí misma. La República tendrá que combatir con una mano mientras edifica con la otra. Los tiempos serán entonces más difíciles que los actuales, porque habremos echado sobre nosotros la responsabilidad del porvenir de España. No nos bastará barrer de un escobazo el infecto clericalismo del Estado, ni acabar con la demagogia frailuna que a los liberales moderados de hace un siglo ya les parecía repugnante. Éstas son medidas policíacas que en una hora se conciben y se ejecutan en un día. No nos bastará concluir con el militarismo para que no vuelva a surgir en el pecho de algún general la extraña iluminación de querer redimirnos a fuerza de buena voluntad.

»No nos bastará con asegurar la libertad de conciencia y la libertad religiosa con todas las consecuencias que ello trae en la vida civil y pública. No nos bastará ofrecer a todos los pueblos hispánicos aquellos términos de concordia que subsanen, si es posible, las aberraciones opresoras de quienes identifican la patria con el símbolo religioso y el símbolo regio. Necesitaremos dilatar la República en el tiempo, propagándola en las generaciones que nos sucedan, para lo cual la escuela deberá ser nuestra; y necesitaremos arraigarla en las más profundas capas de la democracia, para lo cual deberemos demostrar con actos que la República es la condición inexcusable del progreso social. La República cobijará sin duda a todos los españoles; a todos les ofrecerá justicia y libertad; pero no será una monarquía sin rey: tendrá que ser una República republicana, pensada por los republicanos, gobernada y dirigida según la voluntad de los republicanos. A esta obra llamamos a todos los que piensan como nosotros, sean jóvenes o viejos. Es vana en política esa distinción. En política, las gentes no se clasifican por edades, sino por opiniones. Hay viejos que son militantes gloriosos del republicanismo. Hay jóvenes que a título de modernidad remedan el pensamiento fascista. Nosotros queremos trabajar con nuestros iguales en ideas. Todos juntos acertaremos a darnos lo que más falta nos hace: una España libre a la que podamos servir sin amargura.» .-- Manuel Azaña, 11 de febrero de 1930.

Joaquín Maurín

"Al caer Primo de Rivera, el movimiento obrero en conjunto era un gigante dormido. Fue despertándose paulatinamente, y unos meses después empezó a dar fe de vida por medio de movimientos huelguísticos. Las huelgas, de carácter económico, primero, fueron adquiriendo cada vez una mayor amplitud e intensidad, hasta culminar, a mediados de diciembre de 1930, en una huelga general política, relacionada con la insurrección de la guarnición de Jaca, encabezada por los capitanes Fermín Galán y García Hernandez.

En la segunda mitad de 1930 y primeros meses de 1931, el movimiento obrero, aunque dividido, tácitamente llegó a un acuerdo e hizo la unidad de acción. El Partido Socialista buscaba hacer borrar su actitud durante la Dictadura, adoptando la tesis oposicionista activa de Indalecio Prieto. La Confederación Nacional del Trabajo, todavía bajo la dirección sindicalista (fue desplazada por la tendencia anarcosindicalista después de la proclamación de la República) adquirió gran brío y supo comprender el momento histórico. El Partido Comunista, ahogado entre otras razones por la política petrolífera de Moscú (1), era en 1930 menos que un cero a la izquierda.

Mientras el movimiento obrero se movilizaba, dando cada vez una mayor sensación de fuerza, en la City de Londres seguía la ofensiva contra la peseta, que llegó a perder el 40% de su valor. Primo de Rivera había apartado a España de la tradicional cooperación con Inglaterra, e Inglaterra, aun caído primo de Rivera, seguía tratando a España como enemiga. por lo demás, durante la etapa del general Berenguer, posterior a la Dictadura, los barcos seguían cargando petróleo en los puertos rusos del Mar Negro y descargándolo en los puertos españoles. Sir Henry Deterding, el magnate de la Shell, continuaba moviendo su indignada batuta en la City.

El movimiento republicano estaba en lo más bajo de su marea a comienzos de 1930. Los republicanos históricos no jugaron ningún papel en la lucha contra la Dictadura. La adhesión a la causa republicana de significados monárquicos como Alcalá Zamora, Miguel Maura, Sanchez Guerra, hijo, y, con un matiz especial, Ossorio y Gallardo, dio vigor al republicanismo. Desprestigiada la Monarquía, la República pasó a ser una esperanza política. En 1923 en España apenas había republicanos. En 1930 apenas había monárquicos. (...)

Se asistía al final de un largo proceso histórico cuyo acelerador era más el peso de un régimen muerto que la esperanza incierta del que iba a sustituirle.

Así, el 14 de abril de 1931 se proclamó la República porque la Monarquía se había desplomado, dejando de existir".— Joaquín Maurín, Introducción de 1965 a la reedición por Ruedo Ibérico de su clásico Revolución y Contrarrevolución en España

"El grito republicano de Barcelona provocó la sublevación general. Pero lo que en Madrid, en las esferas oficiales y en las zonas conspirativas de lo que fue luego el Gobierno provisional, determinó el paso definitivo, no era tanto la proclamación de la República como el que se tratara específicamente de la República catalana. Esto engendró el pánico. La conjunción de los movimientos separatistas y republicano producía una explosión formidable. Por otra parte, la República catalana naciente se apoyaba en las masas trabajadoras. Y esto hacía presagiar una posible transformación fulminante del movimiento revolucionario. El carácter de la revolución era, pues, de mal augurio para toda la burguesía. Precisaba obrar con la mayor rapidez."-- Joaquín Maurín, Cap. V de la Revolución Española

Fuente:
www.sinpermiso.indo, 14 de abril de 2013

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