Lafontaine, a favor de salir del euro: un pequeño golpe de efecto con peligrosas consecuencias

Stephan Hebel

26/05/2013

“Europa necesita una política social y económicamente compensatoria, con o sin euro. Análogamente, una política neoliberal orientada a una competitividad mediante el desmontaje social es posible con el euro y sin el euro. Quien sugiera que salir de la unión monetaria guarda alguna relación con la solución de los problemas más importantes, olvida la exigencia de justicia que debería distinguir de los otros a los partidos de izquierda. Y cae en el terreno abonado a los simplificadores populistas que querrían forzarnos a entrar en un necio debate sobre la permanencia o la salida. (…) “Este país necesita un Partido de la Izquierda que no se deje arrebatar las convicciones por las mayorías coyunturalmente existentes. Que luche por nuevas mayorías, sin giros ni piruetas que lo tornen irreconocible. Lo que no necesitamos es un partido que, a costa de Europa, se allane a las circunstancias dominantes sólo porque (hasta ahora) no ha conseguido vencerlas.”

Oskar Lafontaine se manifestó inopinadamente a favor de la salida del euro. Su capitulación ante la política dominante daña a su partido, el Partido de la Izquierda.

Oskar Lafontaine tiene muchos enemigos, pero al menos nadie le reprochará morderse la lengua y calibrar los efectos externos a la hora de soltar tesis provocadoras. Nadie puede creer que el antiguo presidente del Partido de la Izquierda (Linke) se ha limitado a excogitar en voz alta cuando desde la página principal de su grupo parlamentario del Sarre anunció: hay que salir del euro. A la vista de la catastrófica situación de la Europa meridional, según Lafontaine, “hay que abandonar la moneda única”.

Y pasó lo que tenía que pasar. Conmoción y réplicas de su partido federal y un par de comentarios críticos en la prensa, seguidos de unas palabras del presidente del partido, Bernd Riexinger, que buscaban limitar daños (“importante debate”). Pero ¿quién prestará atención a eso, salvo dos que tres adictos a la política en un rincón particularmente interesado de la opinión pública? Lafontaine no sería “Oskar”, si no supiera perfectamente lo que quedará de todo ello en el grueso del público: los que están hartos del euro no deben tomar la puerta de salida de la derecha, en donde espera la Alternativa para Alemania [AfD, por sus siglas en alemán]. Hay también –supuestamente— una salida a la izquierda.

Lo que la conmoción provocada eclipsó fueron los puntos asombrosamente débiles de la argumentación de Lafontaine. Si algo nos enseña su “Papel de discusión”, es esto: quien no tiene otra cosa mejor que oponer al páthos merkeliano de la permanencia en el euro (“si fracasa el euro, fracasa Europa”) que una hoja DIN-A4 emborronada con simples fantasías de apearse del euro, puede cosechar algún resultado entre algunos hastiados. Pero no aporta nada a la solución de la crisis.

La cercanía a Merkel

En el centro del debate se sitúa, también para Lafontaine, la consecuencia más importante de una unión monetaria: los países no tienen dracmas ni pesetas, no tienen marcos ni francos que se puedan devaluar o apreciar. Ya no existe el medio más importante para compensar sin sobreendeudarse los desiguales potenciales existentes dentro de las economías nacionales. La devaluación, por ejemplo, de la dracma habría encarecido las importaciones griegas y, con ello, robustecido la demanda de productos internos. Al revés, las mercancías griegas habrían resultado más baratas en el extranjero.

Esto era un modelo muy rodado, pero no, ciertamente, un modelo “de izquierda”. Lafontaine tiene suficientes conocimientos económicos para saberlo. En su hoja llega hablar él mismo de la única respuesta digna de un partido de izquierda: “una resuelta política salarial orientada la productividad”. Complementada, hay que añadir, con una resuelta política social y fiscal. Es decir, que de lo que se trata es de compensar las diferencias, no a través de diferentes monedas, sino a través de una acción común a favor de una Europa justa.

Esto es lo contrario de la Agenda-Schröder y su ulterior desarrollo al estilo Merkel. Una política consistente en presionar a la baja los costes laborales alemanes, y a su través, los precios de nuestras mercancías, con el resultado de incrementar todavía más los insanos excedentes de exportación de la economía alemana –a costa de la demanda interior y pagados precisamente con el dinero que (también) nuestros bancos prestan a la parte más pobre de Europa para que pueda comprar autos alemanes—.

No es que Lafontaine rechace ahora inopinadamente la alternativa. Pero hace algo que le cuadra a un luchador de la izquierda como le cuadraría a Angela Merkel el impuesto de patrimonio: capitula. Y entonces aterriza en la peligrosa vecindad, no sólo del derechista populismo antieuro, sino también de la política de la Canciller que combate.

La resignada capitulación puede apreciarse en el único argumento que puede ofrecer el dirigente del Sarre a favor de su giro antieuro: “Porque me parecía posible esa coordinación salarial, abogué en los 90 por la introducción del euro”, escribe. “Pero las instituciones de la coordinación… han sido socavadas por los gobernantes. La esperanza de que la introducción del euro obligaría a todas las partes a la racionalidad económica era falsa”. Y un poco después: “Una subida de los salarios reales, tan necesaria en Alemania, resulta imposible con las patronales alemanas y con ese seguidista bloque neoliberal de partidos compuesto por CDU/CSU [democracia cristiana], SPD [socialdemocracia], FDP [liberales] y Verdes”.

Dicho de otra manera: un dirigente de la izquierda rechaza la alternativa a la política dominante, porque no es realizable con los dominadores. Se despide de la “racionalidad económica”, porque no ha conseguido que prospere. Una cosa así sería más bien de esperar de los hiperrealistas de la socialdemocracia, no del más prominente miembro del Partido de la Izquierda en el Oeste.

Y luego la cercanía a Merkel. No la pretende, huelga decirlo; pero Lafontaine, en el furor del “Fuera del euro”, entra en una vía muerta.  Subestima un aspecto decisivo: también en un sistema con apreciaciones y devaluaciones es posible el enriquecimiento de los ricos y el empobrecimiento de los pobres. También una devaluación sin política social compensatoria haría a muchos griegos más pobres, porque encarecería todos los negocios relacionados con el exterior.

Europa necesita una política social y económicamente compensatoria, con o sin euro. Análogamente, una política neoliberal orientada a una competitividad mediante el desmontaje social es posible con el euro y sin el euro. Quien sugiera que salir de la unión monetaria guarda alguna relación con la solución de los problemas más importantes, olvida la exigencia de justicia que debería distinguir de los otros a los partidos de izquierda. Y cae en el terreno abonado a los simplificadores populistas que querrían forzarnos a entrar en un necio debate sobre la permanencia o la salida.

Guiños a los electores de la AfD

Este precio es demasiado alto por un pequeño golpe de efecto que, a lo sumo, puede arrebatar un par de electores a los populistas antieeuro de AfD. En su hojita volandera, Lafontaine no ha mencionado a ese partido, de modo que no se le puede imputar tal motivo táctico-electoral.

Mucho más clara al respecto ha sido Sarah Wagenknecht. El día antes del pronto de su compañero de vida, todavía se revolvía contra una salida del euro: “Sugerir que tenemos que salir del euro y que con eso quedarían resueltos nuestros problemas… tengo eso por falso”, dijo en el canal televisivo n-tv.

No se ven en la AfD, decía Wagenknecht, “perspectivas de una Alemania social o de una Europa social”; aspiran a una “redistribución hacia arriba” e ignoran los salarios paupérrimos y la miseria a que se han visto reducidos los ancianos. Pero no dejaba de alabar la nueva concurrencia: “Quien etiquete a los fundadores de la AfD como populistas, simplificará demasiado. En muchos puntos atinentes a la crítica del rescate del euro practicado hasta ahora llevan razón”.

Un intento por su cuenta, pero inequívoco, de mostrar a los potenciales electores de AfD en el campo del euroescepticismo la salida a la izquierda. No sin riesgos, huelga decirlo, pues demasiada presión aledaña también puede desdibujar el propio perfil y provocar reacciones indeseadas, como la del socialdemócrata Johannes Kahrs: “La izquierda periférica y la derecha periférica cierran el círculo”. Apenas una semana después de su entrevista televisiva, Wagenknecht buscaba –esta vez desde las páginas de Neues Deutschland— tranquilizar a la clientela de izquierda: “Es indudable que AfD es la fundación de un partido conservador derechista con un perfil marcadamente neoliberal”.

Ello es que, entretanto, en el domicilio de los Wagenknecht-Lafontaine se había aclarado la cuestión del euro. La izquierda, decía ahora Wagenknecht, “no puede eludir la cuestión de qué pasa si no puede seguir realizando sus programas de solución de la crisis”. Correcto. Sólo que: eso vale con euro o sin euro. Ignorarlo, resulta de un estupefaciente candor. O es peligroso populismo. Quien considera adecuado salir del euro, tiene que fundamentarlo con argumentos objetivos, algo no precisamente fácil para los internacionalistas y los amigos de la unidad pacífica de Europa. La capitulación no es una virtud en las filas de la izquierda.

Este país necesita un Partido de la Izquierda que no se deje arrebatar las convicciones por las mayorías coyunturalmente existentes. Que luche por nuevas mayorías, sin giros ni piruetas que lo tornen irreconocible. Lo que no necesitamos es un partido que, a costa de Europa, se allane a las circunstancias dominantes sólo porque (hasta ahora) no ha conseguido vencerlas.

Stephan Hebel es un analista político, columnista habitual del semanario alemán de izquierda Freitag.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

 

Fuente:
Freitag, 17 mayo 2013

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