Palabras de Marie-Monique Robin al recibir la Legión de Honor de la República Francesa

Marie-Monique Robin

16/06/2013

“Aceptar la medalla republicana era también una manera de afirmar públicamente la necesidad de llamados de alerta y de actuar como aguafiestas sobre el pensamiento y la acción para, en Francia y en todo el mundo, denunciar las falsedades admitidas como verdades y desenmascarar los conflictos de interés y los arbitrajes en favor de los poderosos.”

Palabras de Marie-Monique Robin al recibir la Legión de Honor de la República Francesa:

Gracias, Dominique, por haber aceptado acompañarme en esta improbable entrega de la legión de honor. Digo improbable porque quedé muy sorprendida al descubrir a inicios de enero en el Boletín Oficial que Delphine Batho, ministra de ecología, de desarrollo sustentable y de energía, me había propuesto para ser nombrada caballero de la legión de honor. Debo reconocer que mi primera reacción fue rechazar esta insigna de la República instituida por Napoleón. Muchos amigos cercanos, pero también los representantes de ARTE y de Editions La Découverte, con quienes trabajo desde hace años, me recomendaron aceptar, destacando que recibir la medalla era una manera de honrar a todos aquellos cuyos casos ilustré en "28 años de servicio", para retomar la expresión utilizada en el decreto presidencial: los niños víctimas del tráfico de órganos, los agricultores suicidados por la agroindustria, Paul Jacquin, el profesor muerto por el rumor, y Paul François, el campesino enfermo de Monsanto; los desaparecidos de la Argentina, las mujeres maltratadas, los chicos de la calle de Bogotá, las víctimas de la contaminación industrial en Perú, y todos aquellos y aquellas que trabajan en los cuatro rincones del mundo para que al fin triunfen las cosechas del futuro. 

Aceptar la medalla republicana era también una manera de afirmar públicamente la necesidad de llamados de alerta y de actuar como aguafiestas sobre el pensamiento y la acción para, en Francia y en todo el mundo, denunciar las falsedades admitidas como verdades y desenmascarar los conflictos de interés y los arbitrajes en favor de los poderosos. Era reivindicar alto y fuerte la misión de la prensa -digo bien "misión"- ya que se olvida demasiado seguido que constituye el cuarto poder y que en virtud de ello, al igual que los tres primeros poderes, debe actuar para el interés general. Aceptar la insignia de la República era reconocer que tenemos necesidad más que nunca de periodistas comprometidos, capaces de confrontar los lobbys y los intereses privados para "poner la pluma en la herida", como decía Albert Londres, el padre del periodismo de investigación, cuya obra me inspira día tras día.

Hoy las heridas en las que los periodistas pueden y deben llevar sus plumas y sus cámaras son múltiples, como son múltiples las facetas de la "crisis" en la que el mundo parece irremediablemente hundirse. Quiero hablar de la crisis del clima, que ya está largamente en obra, como lo pude constatar en Malawi o en México. Es necesario reconocer que las emisiones de CO2 nunca han aumentado tan rápido como en el curso de la última década: 3% por año de media, tres veces más que la década precedente. Estamos en el trayecto del peor de los escenarios imaginados por el GIEC, el grupo interministerial sobre la evolución del clima. En un futuro cada vez más próximo, el calentamiento climático afectará de manera duradera la producción alimentaria, mientras que el número de los refugiados climáticos no cesará de aumentar.

Quiero hablar también de la crisis energética, de la extinción anunciada de las energías fósiles, pero también de minerales y de tierras raras, sin las que la producción de la mayor parte de nuestros equipamientos y bienes de consumo colapsará; quiero hablar de la crisis de la biodiversidad –los expertos anuncian la sexta extinción de las especies-, pero también de la crisis alimentaria –cerca de mil millones de personas sufren hambre-, de la crisis sanitaria –los millones de enfermos y de muertos debidos a la contaminación química-, de la crisis financiera, económica y social, que entraña una aumento del desempleo, de la pobreza y de las desigualdades siempre más dramáticas. Todos estos descalabros mayores, que todo indica que se van a acelerar, provocando daños humanos y materiales considerables, son el resultado de un sistema económico capitalista fundado sobre la búsqueda ilimitada de ganancias. Esta verdadera trituradora reposa sobre un modelo de desarrollo que resulta hoy mortífero y suicida para el planeta y la humanidad que lo habita: el del crecimiento ilimitado medido por el producto interno bruto, el famoso PBI. Como escribió Dominique Méda en un libro pionero titulado Más allá del PBI, Por otra medida de la riqueza, “el crecimiento se ha vuelto el vellocino de oro moderno, la fórmula mágica que permite ahorrar discusión y razonamiento”. No hay un día en que no se oiga, en efecto, a los hombres y mujeres políticos que dirigen nuestro país, a la cabeza el presidente de la República Francesa François Hollande y su primer ministro Jean-Marc Ayrault, invocar el “retorno del crecimiento” para resolver la “crisis”. Sin embargo, voces cada vez más numerosas se elevan para decir que el “crecimiento” no es la solución sino justamente el problema, y que es urgente cambiar de paradigma, bajo pena de ser confrontados, en un porvenir cercano, a un “caos inmanejable”, como lo describen los expertos del centro de prospección de la armada alemana en una informe que se ha filtrado. “Cambiar de paradigma” quiere decir rever a fondo nuestra lógica económica pero también nuestro modo de vida. Para ello, es necesario lanzar un vasto debate democrático en todos los pueblos y ciudades de Francia, que permita lanzar una señal fuerte a aquellos y aquellas a quienes hemos elegido y que demasiado a menudo no ven más lejos que el final de su mandato y que tienen una gran falta de valentía política. La indispensable transición hacia una sociedad post-crecimiento, la única que permitirá hacer frente a los numerosos desafíos que nos esperan, no podrá hacerse sin el compromiso de todos los ciudadanos y ciudadanas, capaces de plantearse -¡al fin!- buenas preguntas:

- ¿qué es la riqueza?

- ¿de qué desarrollo tenemos necesidad?

- ¿qué sociedad queremos y debemos construir, con qué valores, con cuáles reglas de juego para que nuestros hijos y nietos puedan seguir viviendo sobre el planeta azul?

Una cosa es segura: no tenemos tiempo para esperar. Estamos en el cruce de los caminos: seamos capaces de anticipar, diseñando juntos otro modelo de desarrollo; continuemos en la misma (falsa) ruta -“business as usual”- y, como me ha dicho Olivier de Scutter, el relator especial de las Naciones Unidas por el derecho a la alimentación, tendremos que sufrir las perturbaciones violentas que nos reserve el porvenir.

En estos momentos cruciales, tenemos necesidad de símbolos y de exploradores que catalicen las energías y muestren el camino. Tenemos necesidad de laboratorios y de experiencias que animen la reflexión, liberen la creatividad y nos ayuden a desembarazarnos de maneras de pensar y de prejuicios. Tenemos necesidad de hombres y mujeres que digan ¡basta! ¿qué estamos haciendo, 

Si propuse a Dominique entregarme la legión de honor en Notre Dame des Landes es porque la lucha que se desarrolla acá después de numerosos años representa precisamente el combate del que tenemos necesidad. No entraré en detalles técnicos de un dossier mal presentado, para concentrarme en los símbolos que encarna la resistencia al proyecto del aeropuerto. Porque, como ya lo he dicho, tenemos necesidad de símbolos.
El primer símbolo es que se trata de un proyecto de equipamiento que data de los años ’60. Los famosos “treinta gloriosos” cuando se pensaba que podríamos tomar indefinidamente los recursos del planeta sin tener que rendir cuentas jamás. La época en que la máquina de fabricar PBI marchaba a pleno, a toda costa… Esta época está terminada, y queremos proyectos que se correspondan con las exigencias de nuestros tiempos, los de la pérdida de recursos y del crecimiento de las desigualdades.

El segundo símbolo es que se trata de un proyecto de aeropuerto. Pero nosotros tenemos suficientes aeropuertos y, contrariamente a lo que los promotores del proyecto pretenden, la aviación civil no tiene bellos días por delante. Cuando el precio de las energías fósiles alcance el más alto nivel, no podremos ya tomar un avión como lo hacemos hoy ¡Hacer creer a los franceses que el tráfico va a continuar aumentando de manera continua es un mensaje irresponsable!

El tercer símbolo es que este proyecto va a destruir 2000 hectáreas de tierras agrícolas, en una zona húmeda que comprende una gran biodiversidad. Si hay un dominio donde nos debemos con toda urgencia rever, es el de la producción agrícola. Nuestros ministros de agricultura se complacen en repetir que “Francia es un gran país agrícola”. Es cierto, exportamos millones de toneladas de trigo de mala calidad, a bajo precio, gracias al juego perverso de las subvenciones, o toneladas de pollos de baja gama, que condenan a la quiebra a los campesinos africanos. Pero la agricultura francesa es un coloso con pies de arcilla, ya que es deficitaria en numerosos producciones, como la de las proteínas vegetales ¡Para alimentar las gallinas, las vacas y los cerdos de nuestros criaderos industriales, dependemos de soja transgénica argentina y de petróleo necesario para su transporte hacia los puertos bretones! De un modo general, la agricultura industrial depende de energías fósiles, indispensables para la fabricación de pesticidas y de fertilizantes químicos. Indispensables también para el aprovisionamiento de las ciudades, en las que la soberanía alimentaria está estimada en dos días. Si queremos ser autónomos desde el punto de vista alimentario y desarrollar una agricultura capaz de resistir los efectos del cambio climático, tenemos que proteger con urgencia nuestras tierras agrícolas, cesando de hormigonarlas y arrancándolas de las manos de los especuladores. Una vez que el proyecto del aeropuerto sea definitivamente enterrado, ¿por qué no hacer de Notre Dame des Landes la vanguardia de otro modelo agrícola, fundado sobre la agro-ecología, la venta de cercanías y los circuitos cortos?

Esperando esto, y para finalizar, quiero agradecer a todos aquellos y aquellas que día a día hacen resistencia a este proyecto en suma tan anticuado. Gracias a Sylvain y Brigitte Fresneau que nos acogieron hoy; gracias a Marcel y Sylvie Thébault, a los campesinos comprometidos en e COPAIN 44, el colectivo de las organizaciones profesionales agrícolas indignadas por el proyecto del aeropuerto, o en la ADECA, la asociación de agricultores afectados por el aeropuerto, gracias a la ACIPA, la asociación ciudadana intercomunal de poblaciones afectadas por el proyecto de aeropuerto en Notre Dame des Landes, gracias a los campesinos que han venido con sus tractores para proteger la granja de Bellevue de la destrucción; gracias a todos los miembros de los comités de apoyo que se han creado en toda Francia. Gracias a todos los zadistas (personas que se oponen a la construcción del aeropuerto de Notre Dame des Landes), frente a quienes me saco el sombrero, ya que imagino que no fue fácil pasar el invierno bajo esas condiciones tan crudas y precarias. Su presencia ilegal es legítima y estoy segura que la historia les dará la razón. Saludo su perseverancia y su devoción por una causa que debería inspirarnos para construir la sociedad post-crecimiento que necesitamos. Agradezco, finalmente, a Delphine Batho, que haciéndome un regalo emponzoñado me ha permitido reafirmar los valores que debería encarnar la insignia que acabo de recibir: ¡el compromiso por el bien común y el interés general!"

Marie-Monique Robin es una periodista de investigación, directora y escritora francesa nacida en 1960. Tiene en su haber el premio Prix Albert-Londres en 1995 y el premio noruego Rachel Carson en 2009, y acaba de recibir la Legión de Honor de la República Francesa.

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo González Bertomeu

Fuente:
www.sinpermiso.info, 15 junio 2013

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