Isaac (Deutscher) e Isaías (Berlin): el castigo secreto de un hereje de la Guerra Fría

Tariq Alí

23/06/2013

Tariq Ali comenta el último libro de David Caute, Isaac and Isaiah: The Covert Punishment of a Cold War Heretic.

Durante décadas, David Caute ha escrito tanto historia de las ideas como novelas. Siempre he preferido sus novelas, en particular El camarada Jacob, un relato benévolo de Gerrard Winstanley y los Diggers durante la revolución inglesa (el tutor de Historia de Caute en Oxford fue Christopher Hill). En su nuevo libro ha convertido una nota a pie de página de la Guerra Fría en un volumen completo, pero ha prestado un valioso servicio al hacerlo. La obra es un retrato de Isaiah Berlin, con el que el autor compartía cátedra en el All Souls College de Oxford, donde tuvieron conversaciones de alto nivel. Una de las conversaciones menos elevadas se refirió a Isaac Deutscher, y dejó a Caute intranquilo.

Berlín, el filósofo político liberal, y Deutscher, el historiador marxista, habían ambos solicitado asilo y habían obtenido refugio y residencia en Gran Bretaña en las primeras décadas del siglo pasado. Eso era lo único que tenían en común. Sus trayectorias intelectual se movían en direcciones opuestas. Berlín escapaba de la Revolución rusa, Deutscher huía de los ejércitos del Tercer Reich, a punto de ocupar Polonia. Ambos eran judíos: el primero sionista, pero contrarió a Chaim Weizmann al rechazar todas sus peticiones de que se trasladase a Tel Aviv y se convirtiese en uno de sus asesores, y el segundo se definía a sí mismo con la famosa fórmula de un "judío no judío", pero a pesar de sus discusiones con David Ben-Gurion fue favorable a Israel, hasta la guerra de 1967. La mayoría de los familiares de Deutscher habían perecido en los campos. Los que habían sobrevivido vivían en Israel. Murió en 1967, a los 60 años, y su última entrevista en la New Left Review se convirtió en una advertencia profética a Israel, en la que comparó su intransigencia a la de la vieja Prusia: "Justificar o tolerar las guerras de Israel contra los árabes es hacer un flaco servicio a Israel y dañar de hecho sus intereses a largo plazo ... Los alemanes han resumido su amarga experiencia en una frase: Man kann sich totseigen (“se puede morir de éxito”).

Berlin se convirtió en una figura influyente en la vida pública británica y estadounidense. Sus ​​clases matutinas en Oxford sobre Marx, llenas a rebosar, eran estimulantes. Era un narrador ingenioso, inteligente y no dudaba en responder a las preguntas hostiles. Su forma de hablar era afectada, una parodia del inglés de clase alta, repleta de tartamudeos y risas inconexas. Incluso su fiel biógrafo, Michael Ignatieff, se vio obligado a destacar la desbordante anglofilia del personaje. Berlin era un fanático liberal, un acérrimo partidario del Imperio, que trasladó sin esfuerzo sus lealtades de Gran Bretaña a los EE.UU. cuando llegó el momento. Era feliz cuanto más cerca estuviera del poder, un cortesano por instinto, a menos que fuera ignorado o insultado. Durante la década de los 70 fue invitado a Irán, entonces bajo el Shah, cuando los disidentes eran ahorcados desnudos o electrocutados sobre bastidores por la odiada policía secreta. Aceptó la invitación. Sus honorarios nunca fueron revelados, pero el tema de su charla, "El surgimiento del pluralismo cultural", irritó a la emperatriz Farah Pahlavi. A mitad de conferencia, la emperatriz hizo una señal a uno de sus ayudantes para que lo interrumpiera y pusiera fin a su tortura. Berlin más tarde confesó a un amigo que fue como si hubiera sido "picado por varias avispas". Pero ¿por qué había ido?

Se ha escrito mucho sobre Berlin. Su biografía, que Ignatieff publicó en1998, fue objeto de una salvaje crítica de Christopher Hitchens, en uno de los mejores ensayos que llegó a escribir, sacando a la luz todo lo que Ignatieff había dejado en la sombra. Lo incluía la justificación de la masacre, en 1965, de más de un millón de comunistas y otros izquierdistas en Indonesia, así como la apología de los horrores de la guerra de Vietnam, un conflicto planificado y llevado a cabo por los tecnócratas liberales del Partido Demócrata a los que Berlín adoraba. Deutscher no ha encontrado aún su biógrafo. Profundamente hostil al imperialismo norteamericano, nunca fue acrítico con la Unión Soviética y, como consecuencia, fue a menudo difamado por la prensa estalinista. Sentía una aversión visceral contra los antiguos marxistas que supuestamente veían la luz y se convertían en peones de la Guerra Fría, subvencionados por la CIA a través del Congreso para la Libertad Cultural (la revista Encounter era una de sus particulares bichas negras). Obligado a vivir como periodista independiente para The Economist y The Observer, Deutscher a veces buscó atajos para cumplir una fecha de cierre, pero su prosa fue siempre meticulosa. Su biografía en tres volúmenes de Trotsky está muy bien escrita.

Deutscher tenía que escribir continuamente para ganar dinero y por eso buscaba la estabilidad de un puesto académico. Se le ofreció uno en la Universidad de Sussex, pero como escribí en su día en Black Dwarf, Berlin le vetó, aunque, según Caute, negó persistentemente la acusación. La excavación de Caute  en los archivos no deja duda alguna de que Berlín mintió. Cuando el rector de Sussex le consultó sobre Deutscher, Berlín dejó caer la guillotina sin dudarlo: "El candidato del que habla es el único hombre cuya presencia en la misma comunidad académica a la que pertenezco me resultaría moralmente intolerable". Pero quería ayudar: no se opondría a Eric Hobsbawm o C. Wright Mills. Fin de la historia. ¿Por qué reaccionó tan brutalmente? No se trataba solo de una cuestión política. Caute sugiere, plausiblemente, que el motivo de tanta bilis era personal. Detrás de la máscara, y a pesar de las protestas autoflagelantes de humildad, Berlín era tan inseguro como vanidoso. Su primer libro, La inevitabilidad histórica, fue criticado negativamente por Deutscher en el Observer. La ofensa no sería nunca perdonada.

El relato de Caute de la anterior venganza de Berlin contra Hannah Arendt resulta revelador. Junto con Einstein y otros intelectuales judíos prominentes, Arendt había criticado a Israel por alentar a los nacionalistas "protofascistas" que habían llevado a cabo masacres en Deir Yassin y otros lugares. Berlin fue siempre un sionista leal desde lejos; Arendt, todo lo contrario. Además, a Arendt nunca le impresionó la inteligencia de este caballero, y es probable que así lo dejase claro en alguna reunión privada. Al ser consultado por Faber & Faber sobre si debía publicar La condición humana, al libro de Arendt sobre teoría política, Berlin respondió: "No  puedo recomendar a ningún editor comprar los derechos del libro para el Reino Unido: Tengo dos objeciones: no se venderá y no es bueno". El libro nunca se publicó en el Reino Unido. Más tarde, cuando su libro Eichmann en Jerusalén provocó una tormenta en los círculos literarios de Estados Unidos, Berlín encargó a su amigo John Sparrow (el director de All Souls) que lo despedazara en el TLS (en el que todas las críticas eran en ese momento anónimas). Arendt y Mary McCarthy hicieron un trabajo de detectives y descubrieron la identidad del crítico. McCarthy escribió más tarde que "Hannah estaba convencida de que varios pasajes no podían ser obra de un gentil."

En palabras de Caute, Berlin consideraba a Deutscher "mentiroso, deshonesto, un charlatán arrogante y un enemigo de Israel". Los lectores del libro juzgarán por sí propios quién era de verdad el charlatán.

Tariq Ali es miembro del consejo editorial de SIN PERMISO. Uno de sus últimos libros publicados es The Duel: Pakistan on the Flight Path of American Power[hay traducción castellana en Alianza Editorial, Madrid, 2008: Pakistán en el punto de mira de Estados Unidos: el duelo].

 

Traducción para www.sinpermiso.info: G. Buster

 

Fuente:
The Guardian, 20 junio 2013

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