Harold Meyerson
08/09/2013
De todas las conmemoraciones de la Marcha sobre Washington, la que mejor captará su espíritu no es en absoluto una conmemoración. El jueves [29 de agosto], un día después del 50 aniversario de la gran marcha, los trabajadores del sector de comida rápida y el comercio minorista de hasta 35 ciudades llevarán a cabo una jornada de huelga en demanda de un aumento salarial.
Por desgracia, la conexión entre la manifestación que hizo época en 1963 y la huelga de comida rápida de 2013 no podía ser más directa.
La marcha de hace 50 años era, al fin y al cabo, una marcha "Por el empleo y la libertad" y se centraba tanto en lo económico como en lo jurídico y social. Aun más directamente, una de las exigencias recalcadas por los líderes y organizadores de la marcha consistía en aumentar el salario mínimo federal entonces de 1,15 dólares la hora a 2 dólares. De acuerdo con Sylvia Allegretto y Steven Pitts, del Economic Policy Institute, eso equivale hoy en día a 13.39 dólares (esta semana, los trabajadores de comida rápida piden un salario de 15 dólares la hora).
Quienes intentan "conservadurizar" la marcha en la memoria moderna pasan por encima o descuidan por complete su consistente énfasis en lo económico así como en el igualitarismo social. A. Philip Randolph, dirigente sindical y socialista democrático de toda la vida que concibió y presidio la marcha, lo dejó claro en el discurso con el que se inició el acto: "Sí, queremos que el alojamiento público se abra a todos los ciudadanos", declaró, "pero esos alojamientos significan poco para quienes no pueden permitirse utilizarlos. Sí, queremos una Ley de Prácticas Laborales Justas [para prohibir la discriminación racial en la contratación], pero ¿qué bien hará si la automatización orientada al beneficio destruye los puestos de trabajo de millones de trabajadores, negros y blancos?" (los temores de Randolph acerca de las implicaciones económicas de las manufacturas mecanizadas, que hoy suenan sombríamente proféticos, los compartía mucha gente de su círculo, incluyendo a activistas y economistas socialdemócratas como Michael Harrington y Leon Keyserling).
Como dejan claro dos excelentes libros acerca de la marcha y los hombres y mujeres que la hicieron posible, The March on Washington, de William P. Jones y A Freedom Budget for All Americans, de Paul Le Blanc y Michael D. Yates, la marcha se concibió inicialmente a finales de 1962 primordialmente para sacar a la luz el creciente desempleo, subempleo y discriminación laboral que acosaban a los afroamericanos en las ciudades del Norte. Sólo cuando se desató el infierno en Birmingham (Alabama) en la primavera de 1963 con Bull Connor [infame responsable de seguridad de la ciudad célebre por su sádico racismo] lanzando perros de presa contra los escolares negros que se manifestaban por un acceso igualitario al alojamiento público se amplió el centro de atención de la marcha a las demandas de derechos civiles con las que se las vincula en la memoria popular.
De los más de 200.000 norteamericanos que llegaron al Mall [zona monumental de Washington] hace 50 años, decenas de miles eran activistas de organizaciones que se adherían e incorporaban un lazo indisoluble entre los derechos civiles y económicos. Ese vínculo no solo lo adoptaron las iglesias negras y la NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color]. Los trabajadores de United Auto Workers [sindicato del automóvil], de la confección y el textil, los sindicatos de los Packinghouse Workers [industrias cárnicas] y los todavía bisoños de profesores y funcionarios públicos llevaron a sus miembros a Washington en cientos de autobuses y trenes fletados para la ocasión. Escucharon discursos que no sólo declaraban que los negros deberían tener derecho al voto y a sentarse en la parte delantera del autobús sino también a pedir programas de empleo público para reducir el desempleo y un aumento del salario mínimo para hacer disminuir la incidencia del trabajo de miseria.
Harold Meyerson es un veterano periodista estadounidense, director ejecutivo de la revista The American Prospect y columnista de The Washington Post.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón