Sobre lo que Jordi Évole no se atreve a bromear: la Transición española a través de sus ficciones.

Ernesto Castro

02/03/2014

Es cierto que la función política de una buena ficción estética consiste en ampliar el campo de lo pensable, dos pasos por detrás del sentido común y uno por delante de la historia, haciendo explícitos nuestros prejuicios inarticulados para que el trabajo empírico posterior se encargue de ilustrarlos o refutarlos. Podemos corregir los pronósticos que contienen películas como Regreso al futuro (Steven Spielberg, 1985) y a la vez abrazar las sospechas acerca del estancamiento tecnológico del neoliberalismo: «Me prometisteis colonias en Marte. A cambio, tengo Facebook», titulaba la revista de tecnología del MIT; la figura de un 2012 donde Martin McFluy puede montar un patinete flotante sobre las aguas permite cerrar las bocas de quienes brindan sin tregua por Internet y la llamada tercera revolución industrial. [1]

Pero también hay ficciones que encubren la realidad maquillando o embelleciendo ciertos aspectos de la verdad oficial, quitándoles a los alienados su parcela legítima de sospecha —que seas un paranoico no implica que no te estén persiguiendo; Kurt Cobain dixit— cuando no deformando lo evidente hasta volverlo irreconocible. Los sicilianos utilizaron durante décadas las novelas sobre la Mafia para negar su existencia, alegando que era una licencia poética de Leonardo Sciascia o un invento de los comunistas para desacreditar a la Democracia Cristiana (palabras textuales del arzobispo de Palermo). Joe Colombo, cabeza de familia mafiosa en Nueva York, pudo huir de la policía fundando la Liga Italoamericana de los Derechos Civiles, entre cuyos fines estaba denunciar el estereotipo holliwoodiense del gangster pizzero (una realidad empírica durante la época dorada de la heroína siciliana que finalizó con el Pizza Connection Trial) y presionar a la productora de El Padrino para que ‘Cosa Nostra’ no apareciera mencionada explícitamente en la gran pantalla.

Michael Corleone quizá forma parte de una estirpe distinta, junto a Cristo o el joven Werther, la de los personajes imaginarios que generan cambios históricos, pues la trilogía de Francis Ford Coppola se ha hallado en (casi) todas las redadas antimafia llevadas a cabo desde el estreno,[2] pero mucho me temo que Operación Palace, el camelo de Jordi Évole sobre el 23-F vendiéndolo como una película de Garci donde todos los partidos estaban compinchados para salvar la legitimidad monárquico-constitucional, pertenece a la segunda categoría de ficción políticamente útil o eficaz, siendo este programa de televisión —por tanto— cómplice ignaro de la Restauración Borbónica Setentayochesca.

La recepción de Operación Palace puede dividirse en tres apartados:

(i) los que critican la declinante profesionalidad periodística de Salvados, el programa de Jordi Évole, tal vez olvidando que este caballero inició sus andanzas mediáticas como boicoteador espontáneo de pacotilla en el late night show de Buenafuente, que la etiqueta del Follonero no se la quita nadie y que la Sexta forma parte de Atresmedia Corporación, unida en matrimonio a la verdad hasta que el share de espectadores los separe, y cuyo affaire adúltero con los humoristas de izquierdas (Gran Wyoming y compañía: herederos de la derrota política socialista convertida en complaciente chascarrillo de bar) será una relación duradera pero nunca seria;

(ii) los que prometen, con tremendos calambres filosóficos, monografías sobre Hans Christian Andersen u Orson Welles cuando todos sabemos cual es la diferencia entre generar psicosis colectiva y advertir el final de un chiste por Twitter («Hay que ver el finaaaaal», dijo el bromista ante las primeras expresiones de incredulidad), como si no hubiera distinción entre señalar la desnudez del emperador y travestirle como alguien que tolera la disidencia simbólica o el humor, cuando ahí están los números secuestrados de El Jueves y los chavales en comisaría por bromear con el fuego y la efigie de su Majestad en el mismo juego;

(iii) los que piensan que una gracia dicha muchas veces deviene en realidad empírica, pues la gente empieza a avistar OVNIs tras haber visto Mars Attacks! (Tim Burton, 1993) y está bien que la filosofía de la sospecha salga del guetto de la extrema izquierda, aunque sea primero como farsa y después como tragedia (histórica y matizada), pero antes veamos quienes participaron gustosamente en la inocentada dotándola de verosimilitud (¿qué pintaba en este cambalache presuntamente antimonárquico Luis María Anson, defensor de los borbones en el exilio, presidente de la agencia EFE durante la Transición, director del ABC hasta 1997 y fundador entonces de La Razón?), no vaya a ser que la sociedad borbónica (y sus oficiosos enemigos) se estén riendo de nosotros, no en nuestra compañía.

Dado este clima de opinión, reírse en público de Beatriz Talegón, secretaria general de cierta organización socialdemócrata, por tragarse hasta el fondo la novatada mediática y añadir que lo había leído antes en sitios serios, no solo refleja un sentimiento de superioridad algo chusco y paleto teniendo en cuenta el número de tuits borrados a toro pasado y la propia verosimilitud del mockumentary; Twitter es un lugar donde los cobardes y los resentidos hacen mofa de los errados pero audaces, un deporte bastante popular en este Reino, como cuando un país de analfabetos funcionales en lengua inglesa señaló con el dedo a Ana Botella, que en lo del relaxing cup sí nos representa: en boca abierta seguro que entran moscas. Total, que Beatriz Talegón será una bocazas y ojalá esta vejación en mitad de la plaza del pueblo sirva como aviso para futuros consumidores apresurados de información: todo es falso hasta que se demuestre lo contrario. Pero hay que reconocer que, aun siendo el chivo expiatorio del nerviosismo y la impaciencia que tenemos los derrotados de la historia de España de que nos den la razón en clave de conspiración institucional sobre la Historia Reciente de España, esta flor del cerezo tuitero tenía bien apuntada la bibliografía.

Tanto monta que Soberanos e intervenidos de Joan Garcés, el volumen citado —e injuriado— en el momento del batacazo talegónico, no mencione complot interno alguno entre los partidos españoles, más que nada porque el autor fue serio (ahí tiene razón nuestra secretaria general) y trabajó con las fuentes de archivo disponibles en Washington, ya que su objetivo inicial era escribir sobre el golpe de Estado contra Salvador Allende, rastreando el grado de implicación de los servicios secretos yanquis, y fue entonces cuando destapó el marrón sobre la injerencia de Estados Unidos en España y Portugal.  Soberanos e intervenidos, por resumirlo en un eslogan que quepa en Twitter, es una versión mejorada de wikileaks, solo que ceñido a los sucesos en América Latina y la Península Ibérica, donde el principal interlocutor son los agentes contables en ultramar del imperio haciendo entrar en razón (de Estado) a las distintas facciones políticas hispanas —una a una— mientras margina a los ‘irrazonables’ y domestica a los adversarios en el contexto de la Guerra Fría. Ojalá nuestros políticos fueran lo suficiente originales como para convertir nuestro destino como país en una película con denominación de origen y nominación a los Goya incluida.

Más que de complot, estamos hablando de sesiones intensivas de tirititero.

Lo que Operación Palace no cuenta (y tampoco ficcionaliza) es que da igual si la Casa Real o los partidos del Régimen tuvieron noticia previa o participaron activamente en el pronunciamiento, porque los militares les consideraron cómplices y corderos, distinguidos colaboradores de las Fuerzas Armadas, y del mismo modo que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, si no estás al tanto del atraco a la democracia llamado Transición Española, que cuenta contigo como convidado de piedra de semejante transformación gatopardiana, es tú problema no hacer nada para desmentirlo (y también nuestro por asistir pasivos al evento). El marrón, como constata el cuarto capítulo de Soberanos e intervenidos, salpica por todas partes. Especialmente sobre la bancada del PSOE: según dijo ante el Juez Instructor, a Tejero le indican dos días antes del passage a l’acte

«que todo va a salir bien, que los socialistas no van a dar la menor guerra, ya que si oyen una frase similar a “el elefante blanco está aquí” o “ha llegado”, aceptarán lo que proponga el que lo dice. Los socialistas del Congreso son más bien socialdemócratas y ven también la necesidad de un golpe de timón.»

Lo que Beatriz Talegón no tuitea es que Tejero y Milans se salieron un poquito del papel, como actores del reparto que improvisan a la tremenda sacando los tanques a la calle y disparando sobre el techo del Congreso, soñando con gobiernos pretorianos, cuando todos estaban por la labor de mantener una Carta Magna que concedía (y concede) la unidad estatal al silencio de los cuarteles; los golpistas españoles crean un precedente de victoria en la derrota que se repetirá en la transición de Rusia hacia el capitalismo, generar una crisis ficticia que habrán de resolver los comisarios oficiales del pueblo, pero contra toda broma y falso documental, no necesitaron guionización pues tenían al general Armada como apuntador y sus diálogos de sordos estaban escritos según una conjunción atlántico-socialista que tiene su origen varios años atrás y que parece apuntar en una dirección clarísima:  en 1978 se supo que los integrantes de la Operación Galaxia preveían hacerse con el presidente del Gobierno, a la sazón el antiyanqui Adolfo Suarez, [3] buscando propiciar un gobierno de salvación nacional mediante el recurso al artículo octavo de la Constitución; en febrero de 1980, un semanario ultraderechista madrileño, El Heraldo Español, titulaba “El plan De Gaulle... al revés”, advirtiendo que Armada presidiría un gobierno de coalición auspiciado por Felipe González; en julio de ese mismo año, Suárez comenta ante la prensa peruana «que conocía la iniciativa del PSOE de situar a un militar al frente del Ejecutivo»; el 6 de noviembre, contraviniendo las sugerencias de Willy Brandt y la resolución del Comité Federal contra un gobierno coaligado, un diputado socialista por Madrid anuncia que «es lógico pensar que en España puede haber Gobierno de coalición [con González] hasta el año 2000»; un día después, El País anuncia que dentro de la cúpula del PSOE «existe la sensación de que el estamento militar —pese a su demostrada disciplina— no soportará mucho tiempo la actual escalada terrorista sin que se produzca algún tipo de intervención en los asuntos de la vida pública, que incluso podría justificarse constitucionalmente». Y hasta aquí puedo leer.

En suma, sobre lo que Jordi Évole no se atreve a bromear es la línea de puntos que los investigadores del futuro habrán de trazar entre la mentalidad atlántica de los gobiernos del PSOE, cuyas incursiones paramilitares merecen especial atención, y los extraños sucesos que tuvieron ocasión durante la primavera de 1981, coincidiendo con las primeras elecciones francesas con presencia de los comunistas en el bando electoralmente vencedor; hechos sobre los cuales solamente ofrecemos un aperitivo documental, dada la falta de transparencia de nuestros gobiernos, teniendo siempre en cuenta que —en el caso de la Transición Española— la alternativa entonces no fue democracia o dictadura sino, en mitad de la Guerra Fría, militarismo atlántico o solo peninsular.

NOTAS: [1] Los expertos debaten sobre los motivos de la deceleración tecnológica que sufrimos desde mediados del siglo pasado, cuando se pusieron las bases de las principales aplicaciones prácticas que han desarrollado las empresas desde entonces, parasitándolas ciertamente; así que unos culpan la escasa iniciativa del Estado en materia de investigación y desarrollo, mientras otros confían en los parabienes de la competencia privada; pero lo que parece meridiano, en términos agregados, es que la incidencia del mundo digital en la economía, por muchos efectos culturales que tenga, no puede compararse a la Segunda Revolución Industrial —la más crucial desde el Neolítico— en materias como aumentar la productividad del trabajo o la calidad (y la extensión) de la vida humana. (Cf. Robert J. Gordon, “Is U.S. Economic Growth Over? Faltering Innovation Confronts the Six Headwinds”, National Bureau of Economic Research, Cambridge, Mass, Working Paper 18315.) [2] Una cinta que nunca aparece en las redadas sobre las tapaderas de los mafiosos es Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990) aunque —según dicen— retrata con mayor precisión el mundo del hampa; pero los criminales también son humanos, y prefieren evadirse viendo un retrato idealizado y complaciente de si mismos, presuntos caballeros de familia y valores, en lugar de volver sobre la cruda realidad de su existencia, más próxima a un Joe Pesci matando por diversión o a un Ray Liotta adúltero y puesto hasta arriba de droga. (Cf. Iñigo Domínguez, Crónicas de la mafia, Libros del KO, Madrid, 2014.) [3] El sucesor de Adolfo Suarez en UCD, Leopoldo Calvo Sotelo, no tiene dudas sobre el sentido del relevo: «Para mí estaba claro desde 1977 que había que incorporar a España en la Comunidad Europea y la Alianza Atlántica. ¿Lo veía tan claro Adolfo Suárez? Probablemente no. […] volvía insensiblemente a las coordinadas árabes e hispanoamericanas de la política internacional, y descuidaba la transición exterior. En cuanto a Alianza, apuntaba en Suárez un cierto antiamericanismo. Corregir y precisar ese rumbo fue uno de mis primeros propósitos.»

Ernesto Castro es un filósofo madrileño que colabora habitualmente con SinPermiso en asuntos de crítica político-cultural.

Fuente:
www.sinpermiso.info, 1 marzo 2014

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