Eduardo Chibás y el reformismo populista en Cuba (I)

Julio César Guanche

20/04/2014

Buena parte de los estudios cubanos, al estudiar la figura de Eduardo Chibás (1907-1951), lo han presentado in extremis: «el adalid de Cuba», según el título clásico de Luis Conte Agüero, versión laudatoria reeditada después en la historiografía revolucionaria, o como un demagogo populista, afectado por un ego compulsivo e irrefrenable.

A lo largo de su trayectoria política, Chibás mostró, ciertamente, bastante coherencia a la hora de defender la tríada de la plataforma política del reformismo social cubano, fuese en su versión del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), en el que militó varios años, o del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), que el mismo Chibás fundó en 1947. Esa tríada estaba integrada por acepciones específicas del antimperialismo, el nacionalismo y el socialismo, nucleadas en torno a un ideario que, de inicio, no resulta peyorativo calificar de “populista”.

El antimperialismo había sido el pregón de la Revolución de 1930 al denunciar el estatus colonial al que había reducido a Cuba la dependencia a los Estados Unidos, con el “sacrificio de los intereses más vitales de la sociedad cubana”. El núcleo de este antimperialismo se encontraba en el derecho a la autodeterminación de las naciones, a la conquista de la independencia política nacional y a su liberación económica, quiere decir, a “nacionalizar” sus riquezas, en el sentido de “cubanizarlas”, o sea, que fuesen cubanos sus propietarios.

El populismo latinoamericano de los 1940 entendió la industrialización como sinónimo genérico de desarrollo económico. La industrialización debía significar en los hechos diversificación económica, pero esta equivalía a confrontar el control de la inversión extranjera sobre la economía nacional, si quería dominar sectores rígidamente sometidos a la dependencia exterior, propiciada a lo largo del modelo de “crecimiento hacia afuera”, favorecedor de las oligarquías exportadoras. El nacionalismo populista fue el corolario ideológico de esta necesidad, que reelaboró contenidos de varias fuentes y defendió la existencia de la burguesía nacional.

El populismo confió a un Estado crecido en funciones y medios la resolución de los conflictos provenientes de la sobreexplotación del trabajo, típica del subdesarrollo, y de la puja de los intereses “nacionales” contra el latifundismo exportador criollo y contra la propiedad foránea de las riquezas. Por ello, consideraría al Estado capaz de regular las consecuencias “injustas” provenientes del libre desenvolvimiento de las relaciones capitalistas de producción y de servir de garantía para “nacionalizar” la economía y para “desarrollarla”.

Según Chibás, su nacionalismo se reconocía como “nacionalismo revolucionario”. Hacia 1940, ese nacionalismo buscaba incluir en el espacio nacional a los trabajadores, a los negros, reconocía la igualdad civil de la mujer casada, suprimía las diferencias entre los hijos, condenaba la discriminación racial, y se pronunciaba sobre problemas de la juventud estudiantil, desde la enseñanza primaria hasta la universitaria.

En materia laboral, abogaba por considerar el trabajo como un derecho inalienable del individuo, garantizar un salario mínimo, retribuir igual salario por igual trabajo; prohibir los descuentos no autorizados y el pago en vales, fichas y mercancías —característica común en las economías subdesarrolladas de la época—; reconocer el derecho de los trabajadores a la huelga y el de los patronos al paro y establecer la participación preponderante en el trabajo del cubano por nacimiento.

El “socialismo” que defendía el populismo era sinónimo genérico de capitalismo de Estado, con perfil regulador de la economía y garante de la justicia social. La propuesta de Chibás es, en más de un sentido, afín a lo que se hará firme después en el lenguaje político con el concepto de Estado social de derecho. Se trata de la confluencia del pensamiento democrático y del republicanismo social en una especie de socialdemocracia en clave cubana. Rooselvelt había asegurado en la fecha: “el hombre necesitado no es un hombre libre”. Chibás comparte este ideario cuando vincula la política y la economía como dos esferas que deben interactuar recíprocamente para garantizar, con el fomento de la justicia social, el ejercicio de la libertad política.

Chibás encontraba la legitimidad del Estado en su utilidad social. De ahí surgirán promesas propias de la estrategia populista: intervención gubernativa en el mercado, funcionamiento de un sistema institucional con plena separación de poderes, canalización de la oposición en una vía institucional multipartidista, meritocracia, elites políticas, sufragio universal, régimen de mayorías, sistema representativo de gobierno, burocracia técnica y justicia social.

El credo populista seguía así el canon de la democracia política considerada entonces como liberal, pero buscaba completarla con un corrimiento hacia el parlamentarismo, la democracia social y la participación económica.

Esa prédica combinatoria de democracia, desarrollo económico nacional y justicia social caló muy hondo en la sociedad cubana. Cuando Chibás presentó en 1947, a través del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), la lucha contra la corrupción como el antídoto a los males de la puesta en práctica de la democracia liberal, definía al mismo tiempo el horizonte a alcanzar, sus desviaciones ciertas y, según él, todos sus remedios. Proponía, nada menos, que el paquete político más atractivo de toda la República cubana hasta entonces.

Con todo, la articulación entre distribución de ingresos, empleo, consumo y producción, no guardaba en Cuba una configuración que permitiera la expansión populista. Como en otros procesos homólogos en América latina, Cuba compartió algunos de los rasgos que contribuirían al agotamiento de esa experiencia, como la concentración de la economía en un solo producto y en un país, la lenta evolución de la productividad global y el favorecimiento privilegiado a los sectores de trabajadores mejor organizados. La debilidad de la economía, y de la institucionalidad política, que debió sustentar ese proyecto propició la recuperación de la lógica del “Estado botín”, vía la corrupción.

Aún así, su legado sería muy influyente por varias vías. Entre otras, para los 1950, muchas de las más destacadas figuras de la nueva izquierda revolucionaria cubana habían pertenecido a las filas de la “Ortodoxia” chibasista, como Fidel Castro.

Julio César Guanche es un jurista y filósofo político cubano, miembro del consejo editorial de SinPermiso, muy representativo de una nueva y brillante generación de intelectuales cubanos partidarios de una visión republicano-democrática del socialismo.

Fuente:
http://www.telegrafo.com.ec/cultura1/item/el-reformismo-populista-en-cuba-eduardo-chibas-i.html

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