Argentina: la palabra violencia

Martín Caparrós

18/05/2014

Sale primera en todas las encuestas. Si fuera un partido, ganaría elección tras elección –y, de hecho, muchos políticos la usan para intentarlo. En cualquier caso, define posiciones. A veces, por momentos, la inflación le corre cerca pero, en general, la inseguridad aparece como la preocupación principal de los argentinos.

Es, ya, un lugar común. Llevamos veinte años hablando sobre ella sin hacer nada importante. El gobierno argentino ha decidido que el Estado argentino no dé información sobre el asunto, así que no hay mediciones realmente fiables, pero todos ¿sabemos? que los crímenes aumentaron y siguen aumentando, que las calles de la Patria están más peligrosas.

Entonces la palabra: pocas palabras se pronuncian tanto; pocas dicen tanto sobre quienes la pronuncian. Alguien, alguna vez, tendrá que hacer un trabajo serio y rastrear el origen del poder de la palabra inseguridad, su aparición, su difusión, su transformación en un concepto decisivo. Muy en borrador, sospecho que se empezó a hablar de inseguridad cuando la palabra violencia tenía todavía un matiz político importante –la violencia de los enfretamientos setentistas– y que, por lo tanto, sonaba raro aplicar ese mismo concepto a algo que parecía tan distinto.

Pero la elección es –voluntaria, involuntaria– de lo más elocuente: llamamos inseguridad a lo que es, en última instancia y en primera, violencia. La inseguridad es el efecto de esa violencia sobre los ciudadanos. Inseguridad es la violencia mirada desde los inseguros o, mejor, desde los que estaban seguros y ya no lo están. Inseguridad es, en sí, una palabra de clase: una palabra dicha desde el miedo a sufrir la violencia de los que no respetan la ideología que dice que no hay que robar, no hay que matar. La violencia de los que no encuentran más solución que esa violencia para formar parte de una sociedad que no los necesita –y se lo hace saber todos los días.

Están afuera: los dejaron afuera. Y en su gran mayoría no quieren –no pueden siquiera pensar en la posibilidad de– intentar otro orden social: quieren funcionar según los parámetros de éste. Pero quieren tener las zapatillas que corresponde, la motito que corresponde, el look que corresponde, el prestigio que corresponde –y no tienen más modo que recurrir a esa violencia.

Eso no los exculpa; solo los explica. Pero si no tenemos en cuenta esa explicación seguiremos llorando en cada iglesia. Para no hacerlo, habría que empezar –creo– por usar las palabras apropiadas.

Se puede decir que el problema son los efectos del problema –o que el problema es el problema. Que el problema es la inseguridad que esos miles y miles de infelices expulsados producen en la gente de bien, o que es la violencia que los expulsados ejercen para intentar volver a entrar. Que esa violencia es la expresión más visible, más urgente, del fracaso del país que quisieron armar en los últimos 40 años, y que no tiene solución dentro de ese modelo. Que puede –y debe– haber cuidados paliativos, pero que no va a solucionarse mientras haya millones que se sientan afuera, desligados de cualquier compromiso con el resto.

Hablar de inseguridad es hablar de policías rejas armas alarmas seguridad privada linchamientos impotencias varias. Cuando empecemos a hablar de violencia –de violencia social– habremos empezado a hablar en serio.

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se licenció en historia en París, es uno de los grandes escritores latinoamericanos de nuestro tiempo, autor entre otras de la novela A quien corresponda (Anagrama).

 

 


Fuente:
http://blogs.elpais.com/pamplinas/
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