Una res publica libre del capital

Riccardo Petrella

03/09/2006

“Las recetas del capital: mercantilización de toda forma de vida, liberalización total de los mercados, privatización de la propiedad común. Desmantelado el welfare europeo, el Estado se retiró del campo de la economía y el valor de cambio ha atropellado al valor de uso”. Ricardo Petrella está escribiendo una serie de 5 artículos, titulados genéricamente: Bienes comunes: una propuesta al gobierno de Prodi. Reproducimos a continuación la primera entrega, publicada en Il Manifesto el pasado 29 de agosto.

En un sentido estrictamente literal, con res publica se indica el Estado, el gobierno, y también el conjunto de los bienes comunes que son propiedad de todos los ciudadanos. En un sentido más general, se entiende con res publica una sociedad fundada sobre el Estado de derecho y los principios de ciudadanía, de libertad y de igualdad, tendiente a promover la justicia social, la fraternidad y a paz.
Durante todo el siglo XIX y buena parte del siglo XX, la res publica se jugó – en conjunción con la cuestión de la autodeterminación de los pueblos y del reconocimiento del ciudadano – en torno a la solución de las relaciones entre capital y trabajo. De un lado, los poseedores del capital privado, propietarios de la tierra, de las materias primas y, sobre todo, de las “máquinas”, y que pretendían ser los propietarios de los frutos del trabajo humano, es decir de la productividad, por lo que reivindicaban ser el sujeto principal de las decisiones en materia de producción y de distribución de la riqueza disponible y producida. Del otro lado, los trabajadores, “braceros” y/o “mano de obra”, poseedores únicamente de su fuerza de trabajo (los brazos, las manos...), que reivindicaban también ellos, legítimamente, ser propietarios de la riqueza y por esto, sujetos partícipes de las decisiones, gracias también a un Estado que debería haber sido garante de los derechos de todos los ciudadanos y agente del interés general. En realidad, el Estado estuvo más frecuentemente del lado de los propietarios de capital.

El Estado de bienestar

Después de alrededor de cien años de luchas sociales, el Estado de bienestar europeo, especialmente en la versión escandinava y alemana (mucho menos en la norteamericana), representó la victoria del trabajo sobre el capital, explicitada, entre otras cosas, después de la segunda guerra mundial, por la política de los réditos. Esta estuvo fundada sobre una concertación tripartita – empresas, sindicatos y Estado – sobre el reparto de los incrementos de la productividad. Así, la productividad fue transformada en una “res” común, la colectividad propietaria y responsable. En las relaciones de fuerza entre trabajo y capital, el Estado de bienestar constituyó la forma de sociedad que el trabajo alcanzó a imponer al capital como límite a la pretensión del capital privado de gobernar la sociedad y el devenir de las comunidades humanas. Sin embargo, el welfare no dio vida, en ningún lugar, a un sistema no-capitalista, anti-capitalista, o post-capitalista.
En los últimos treinta años, el capital ha llegado a hacer cumplir en nuestras sociedades una inversión estructural de la tendencia, logrando desmantelar el Estado de bienestar. El capital privado se ha transformado en el único sujeto propietario de la productividad. El trabajo ha perdido su fuerte subjetividad económica, social y política frente al capital. Reducido a la categoría de “recurso humano”, el trabajo es nuevamente considerado una mercancía, un “producto”, cuyo mercado está cada vez más desregulado y liberalizado. El trabajo, precario, flexible, aleatorio, forma cada vez menos parte del campo de los derechos.
Por su parte, en estos años, el Estado no ha hecho otra cosa más que retirarse del campo de la economía y de las decisiones en materia de asignación de los recursos productivos, dejando al capital privado, en nombre del imperativo de la competitividad mundial de las empresas nacionales, la tarea “política” de la reglamentación financiera, tecnológica y comercial de la riqueza. Habiendo tomado el control del Estado y “vuelto a situar en su puesto instrumental” el trabajo, los poseedores del capital privado han llevado al campo de la vida su estrategia de conquista y la pretensión de tener derecho a la propiedad y al gobierno de la sociedad. En este nuevo siglo, la partida de la res publica se juega – en estrecho vínculo con la cuestión del reforzamiento o, al contrario, del debilitamiento de las dinámicas imperiales mundiales norteamericanas y de la militarización del mundo – sobre la solución de las relaciones entre capital y vida.
En este momento, el capital está triunfando gracias principalmente a tres dinámicas operantes en todo el mundo: la mercantilización de toda forma de vida, la liberalización de todos los mercados, la privatización del poder de propiedad sobre la vida. Los procesos de mercantilización de la vida son favorecidos por la tesis según la cual nada tiene valor sin intercambio. Sin relaciones de compra/venta que fijen el precio de los bienes y servicios intercambiados. La gran mayoría de los bienes y servicios públicos (el agua, la salud, la educación, el albergue, el transporte, el ambiente...) ha sido reducida a mercancía en base a dos argumentos (muy discutibles), convertidos en “ley” por los grupos dominantes. El primero consiste en sostener que también estos bienes y servicios pueden ser objeto de demandas individuales (una persona utiliza X metros cúbicos de agua, “consume” X cantidad de medicinas, utiliza X horas de transportes públicos...) y, por lo tanto, objeto de rivalidad entre vendedores y compradores y fuente de utilidad individual. Serían, entonces, bienes económicos privados, frente a los cuales sólo los mecanismos de mercado consentirían optimizar su producción y uso. El segundo argumento dice que el acceso a los bienes y servicios comunes implica necesariamente un costo económico  que no puede ser cubierto más que por un precio en función del consumo.
Los soldados mercenarios

Ni siquiera el ejército está escapando a la mercantilización. Millares de militares de las fuerzas occidentales en Irak son soldados mercenarios “vendidos” a los Estados Unidos y al Reino Unido por sociedades privadas especializadas en actividades de guerra. Lo mismo sucede en el campo del saber. Hasta hace poco la Iglesia católica “vendía” las indulgencias, hoy, los nuevos dioses del mercado venden el conocimiento.
Una vez llegada la mercantilización, es particularmente difícil frenar o querer impedir la desregulación y la liberación de los mercados. Decenas de instituciones nacionales e internacionales con fuertes poderes de intervención y de presión han sido creadas para promover aquello que es considerado por los turiferarios de la liberalización “la misión civilizadora de la libertad de los mercados” y de la construcción del gran mercado libre mundial.
Hablo, sobre todo, del GATT (General Agreement on Trade and Tarif), convertido en el WTO (World Trade Organisation) en 1995, y que desde hace 10 años está tratando de imponer al mundo la pretendida ineluctabilidad de la liberalización de los servicios. Pienso también en el OCSE, el gran laboratorio ideológico económico de los países occidentales, y en las muchas zonas de libre cambio promovidas en todas las regiones del mundo y para las que la Unión Europea, con su mercado interno único, representa el modelo a seguir. No por nada uno de los más grandes debates políticos y culturales de los últimos años sobre la integración europea ha estado centrado en la norma Bolkenstein, que tiende, si bien en una versión “dulcificada”, a la liberalización de todos los servicios de relevancia económica. ¡Con los tiempos que corren, los servicios considerados de escasa relevancia económica son muy pocos!

Tercera dinámica, la privatización. Fuertemente ayudado, también en esto, por el Estado, el capital ha alcanzado a apropiarse de la propiedad de todo lo que hasta poco tiempo atrás era considerado “propiedad común, pública”, o si se quiere, bien “sagrado”. Desde las semillas de arroz de la India, “liberadas” de las reglas estatales y de la propiedad colectiva de los poblados o de las cooperativas, al agua, también ella tratada como “bien libre”, pasando por las las plantas y los microorganismos base de la farmacopea mundial. Los algoritmos, sin los cuales ningún software existiría, la energía eólica, la energía solar, la educación... cualquier expresión de vida puede/debe volverse objeto de apropiación privada y de capitalización financiera.
El instrumento principal utilizado por el capital privado, que legaliza aquello que, al contrario, se debería definir como un verdadero robo o acto de piratería, es el derecho de propiedad intelectual, que se concreta en la obtención de una patente. La patente garantiza a su propietario el derecho exclusivo de uso del bien o servicio patentado por un período de 18 a 25 años, con posibilidad de renovación. Las principales propietarias de patentes del mundo son las grandes empresas multinacionales privadas occidentales, especialmente las estadounidenses.
Así, el capital biótico del planeta está en vías de ser patentado en su totalidad. Desde 1994, el Congreso de los Estados Unidos autorizó la posibilidad de patentar los genes humanos, seguido en esto en 1998 por el Consejo de la Unión Europea por miedo a que la industria biotecnológica europea perdiera competitividad y mercados frente a la estadounidense.
A la luz de lo que precede, el principal desafío global y planetario actual consiste en liberar la vida de la apropiación y del control por parte del capital privado, afirmando el primado de los derechos de la vida y a la vida sobre los intereses de los propietarios del capital financiero de las grandes empresas globales. 
Este desafío puede ser asumido y llevado a buen término partiendo de la reafirmación de la esencialidad y de la indispensabilidad de los bienes comunes, a nivel local y a nivel mundial. La salvaguarda y la promoción de los bienes comunes representan la condición fundamental de partida, necesaria e indispensable, para la lucha contra las nuevas pretensiones del capital privado. Considerar el agua, el aire, la tierra, la energía solar, el conocimiento, la salud, la educación, la seguridad colectiva, la paz, la protección civil... como bienes comunes significa reconocer, en la historia de la condición humana, la centralidad del otro como bien común esencial e insustituible a la propia existencia. El otro en la doble realidad de “otro” como ser humano, y “otro” como “naturaleza”, la “madre de la vida”.

El dominio del capital
Para el capital privado el otro está para ser desechado o para ser explotado. Su visión del mundo, de la alteridad, es una visión antagonista y utilitarista. En clave antagonista, el otro es sobre todo un enemigo, un contendiente en la lucha, con vencedores y vencidos, por la supervivencia, la potencia, la riqueza. En clave utilitarista, la naturaleza, el ingeniero informático de Bangalore o el ahorrista de Recife, son vistos como un instrumento, un “recurso” que sirve siempre y cuando pueda ser utilizado para la optimización de la creación de valor para el capital. No hay posibilidad ninguna de solidaridad económica con el otro, sino, como máximo, sólo una convergencia temporánea de intereses.
La visión antagonista y utilitarista del otro está en el origen de todas las guerras por los recursos, a partir de las guerras económicas, comerciales y, hoy, tecnológicas. Por esta razón el capitalismo es incapaz de paz, de solidaridad, de justicia social, de compartir. Aquellos que piensan que no hay historia posible por fuera del capitalismo, están convencidos que jamás será posible construir una sociedad fundada en la paz, la solidaridad, la justicia social.
El reconocimiento de la existencia de bienes comunes está, por el contrario, en la base de una visión cooperativa y solidaria de la sociedad y del mundo. Si se le impide al capital apoderarse del poder de control de la vida, se contribuirá también a un reequilibrio de fondo en las relaciones entre trabajo y capital.

Ricardo Petrella es un distinguido economista y publicista italiano que escribe regularmente el cotidiano comunista Il Manifesto

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo González-Bertomeu

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Fuente:
Il Manifesto, 29 agosto 2006

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