El ascensor social funciona. Hacia abajo

Angelo d´Orsi

10/08/2014

Hablemos un poco de la clase obrera, contemos cómo vive, día a día, apañándose a duras penas. Hablemos, no de jóvenes sin empleo, la gran tra­ge­dia nacio­nal, sino de gente que trabajo tiene  — en qué condiciones… — y se esfuerza por man­te­nerlo, sujeta a chantajes, obligada a condiciones vejatorias, con salarios al mínimo; y que cuando  lo pierde, por el incesante cierre de talleres, empresas, sociedades, se esfuerza aún más por conseguir otro.

No quiero ofrecer estadísticas o visiones de conjunto sino contar una historia, un caso, como tantos, ejemplar, creo. Fami­lia pro­le­ta­ria, en la antigua capi­tal [Turín]: del Ducado de Saboya, del Reino de Italia, del automóvil, de la FIAT. El padre, obrero especializado en el departamento de proyectos de automóviles, ari­sto­cracia obrera en suma, que siempre se ha tomado el trabajo con respeto y hasta con amor; alguna que otra huelga, pero cada vez menos conforme pasan las décadas; una mujer con un trabajo no cualificado, dos hijos que estudian formación profesional.

El varón asiste al Instituto de Aparejadores, pero empieza a acudir a obras en su tiempo libre y en vacaciones, se ejercita en el trabajo y al terminar encuentra enseguida empleo. Trabaja duro en los años siguientes, llega a jefe de obra en la empresa que le ha contratado, forma una familia: compra una casita en las afueras, donde está la sede de su empresa: casa y trabajo. Como su padre, vive para el trabajo, le encanta, se esfuerza y no escatima horas extras.

El papá está orgulloso, ha hecho estudiar al primogénito, que ha subido en la escala social: pero hay más. Nuestro obrero especializado tiene una segunda hija, que hizo Contabilidad, se sacó su certificado, y quiere ir a toda costa a la universidad. El papá le dice que de acuerdo, pero no nos lo podemos permitir. Y ella se man­tiene trabajando a lo largo de todo el periodo de estudios. Y después de la licenciatura — que se saca en cuatro años, y bien — con­ti­núa, tendría aspi­raciones intel­ec­tuales, pero sabe que no puede permitírselo; con­serva la pasión per los libros, por el estu­dio, y rechaza la propuesta de seguir con una vida de estudios que le hace su director de tesis. Le resulta imposi­ble con­ci­liar esa dimen­sión, por más que quisiera seguirla, con la vida real.

Una vida real en la que ya ha pasado de los trabajitos en las ferias comerciales y como asistente de peluquería, con contratos a tiempo parcial en una empresa, con ren­ovaciones semestrales.

Es seria como todos los de la familia: ¿será la ética típica de la cultura piamontesa? Y los patronos le renuevan el contrato, hasta que la hacen fija: es una trabajadora que se deja explotar a fondo. Baja la cabeza y es buena: por­ eso, en un momento dado llega el contrato indefinido. El espejismo se vuelve realidad. Y esto le lleva a creer que puede, al igual que su hermano, com­prar un pequeño apartamento, con una hipoteca a treinta años.

Pero se cansa, se cansa demasiado, aumentan los gastos mes tras mes, los recibos, la comunidad, los productos de limpieza, y su compañero, que ha puesto en marcha un negocio en el momento equivocado, con la crisis galo­pante, no se esfuerza por ayudarla. Además, pide un crédito. Y las cuotas les hacen polvo a él y a ella, que mientras tanto vende sus joyas de oro, se salta la comida de mediodía y utiliza los cheques-restaurante de la empresa para hacer la compra el fin de semana. En casa los almuerzos se han reducido a patatas y, rara vez, proteínas, que proporcionan por lo general los padres en las comidas dominicales, cuando los dos “jóvenes” (ambos ya por encima de los 40) vuelven a la casa familiar; las mamás les proveen de comestibles, aceite, café. Una vida de privaciones. Y ella sabe que se debe considerar “afor­tu­nada” con sus 1.100 euros mensuales más o menos, aunque no consiga llegar a la cuarta semana y busque otros trabajos para ir apurando. Después de la oficina va a limpiar una casa particular un par de veces a la semana.

Entretanto, la crisis ha golpeado al hermano mayor: la empresa fue perdiendo mes tras mes los encargos que antes eran numerosos. Y hace un año y medio, cerró. Era una empresa pequeña pero boyante. Kaputt. El aparejador cuarentón acaba con los demás empleados en el paro: cuando se termina el paro, empieza a buscar. Primero empieza el recorrido de las obras, después manda su cur­rículum a las empresas de construcción: no recibe contestación. Cuando se la dan, suele ser desolada y desalentadora.

Hojea los anuncios de los periódicos, pero una semana tras otra va ampliando el radio de búsqueda. Busca cualquier cosa. Va a los mercados centrales a descargar fruta, cuando cae. Y sigue subiendo escaleras ajenas. Y llamando a puertas que siguen obstinadamente cerradas. Los padres comparten las angustias del hijo y las dificultades de la hija. Se ven impo­tentes. Y el padre piensa probablemente que su hijo, que era la prueba de la mejora de la situación familiar, ahora es testi­mo­nio de un fracaso, de una derrota. Pero llega por fin la buena noticia: quizás “cojan” al hijo, es decir, lo contraten. En una empresa metalúrgica. Como simple obrero manual. ­Pero tendrá un salario. Bajo, poco más de 900 euros por tratarse de un primer empleo, pero, con todo, un salario.

En fin, no será superfluo añadir que este puesto, si se viera confirmado de verdad, se ha conseguido gracias únicamente al hecho de que en la Oficina de Personal de la empresa hay alguien que es amigo de un amigo que es amigo de…En resumen, que para que te contraten como operario gener­al en una gran empresa del Norte hace falta recomendación.

Pero esto no es más que un detalle: seguimos estando en Ita­lia. Lo que cuenta es la fuerza simbólica de esta pequeña historia, una de tantas. Oímos hablar de “cam­bio de ritmo”, de movilidad, de reformas, de modernidad, de ascensor social, de la generación de Telémaco que releva a  la de Ulises (¡Renzi, qué idiotez!): pues bien, el ascensor, cuando funciona, va para abajo.

Angelo d’Orsi (1947), profesor de Historia de las Doctrinas Políticas en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Turín, especializado en temas como militarismo, pacifismo, nacionalismo y fascismo. Entre sus libros se cuentan Guernica, 1937. Le bombe, la barbarie, la menzogna (Donzelli; traducción castellana en RBA)), Il futurismo tra cultura e politica. Reazione o rivoluzione? (Salerno Editrice, 2009), 1989. Del come la storia è cambiata, ma in peggio (Ponte alle Grazie, 2009) y L’Italia delle idee. Il pensiero politico in un secolo e mezzo di storia (Bruno Mondadori, 2011). Además de ser uno de los máximos expertos en Gramsci, director de la Bibliografia gramsciana ragionata, fue fundador en 2009 de la revista Historia Magistra y es colaborador de la revista MicroMega.  

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente:
MicroMega, 10 julio 2014

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