La manera inglesa de contar la historia

José Luis Fiori

11/09/2006

 

Los ingleses, a veces, designan y relatan los acontecimientos de su propia historia de forma absolutamente insólita. Véase, por ejemplo, el caso de la “Gloriosa Revolución”, de 1689: según la historia oficial británica, el día 5 de noviembre de 1688, el comandante holandés, Guillermo de Orange, desembarcó en Torbay, en Devonshire, Inglaterra, al frente de una flota de 500 navíos y un ejército de 20 mil soldados, preparados durante mucho tiempo para invadir y conquistar Inglaterra y derrotar a las tropas de su Rey James II, aliado de Luis XIV  de Francia, el enemigo número uno de Holanda. Después del desembarco holandés en Torbay, todo  pasó de forma muy rápida: Las tropas inglesas fueron derrotadas o desertaron, y el rey James II  huyó a Francia. Dos meses después de la invasión, el día 6 de febrero de 1689, el parlamento inglés declaró el trono desierto, y proclamó  a Guillermo de Orange y a su mujer Mary, Rey y Reina de Inglaterra. Pues bien, esta historia recibió el nombre de “gloriosa revolución”, a pesar de que todas las evidencias indiquen que lo que ocurrió de hecho fue una invasión y una derrota de Inglaterra, tal vez una  “gloriosa invasión”, pero nunca una “revolución”. Es verdad que Mary de Orange era hija de James II, y que a pesar de eso, algún tiempo antes de la invasión holandesa, un grupo de siete miembros de la aristocracia inglesa había enviado una carta a Guillermo de Orange solicitando la ayuda de Holanda contra su propio gobierno. Pero la invasión ya estaba preparada. Asimismo, lo correcto sería hablar entonces de un “golpe de estado”, o aun de una “gloriosa traición”, porque en la hora de la lucha, los “siete nobles” ya habían huido de Inglaterra. Ahora bien, no hay duda  que después de todo esto los 13 años del gobierno de Guillermo de Orange representaron un verdadero salto cualitativo para el mundo financiero de Inglaterra, que se fundió prácticamente con las finanzas holandesas dando un renovado impulso a la Compañía inglesa de las Indias Orientales y reorganizando completamente el sistema de administración de la deuda pública del gobierno inglés, a través de la creación del Banco de Inglaterra, en 1694. Todo eso quizá aumente el mérito histórico de los holandeses, pero no llega a trasformar una invasión exitosa en una revolución gloriosa.

Existió, mientras tanto, otro caso de “inversión de la historia” inglesa que tuvo consecuencias  mucho más importantes en todo el mundo. Fue la guerra civil que culminó con la revolución republicana de Oliver Cromwell, y que derribó a la monarquía y decapitó al rey Carlos I, en 1648. Dos años después de su muerte, restaurada la monarquía en 1660, el cuerpo de Cromwell fue desenterrado, sus restos fueron descuartizados y su cabeza quedó expuesta en Westminster, lo que habla por sí solo de la importancia atribuida a Cromwell por la corona inglesa. Al fin de cuentas, Oliver Cromwell fue el único “plebeyo” que osó desafiar, derrotar y decapitar a un rey de Inglaterra. Lo cierto es que la importancia de Comwell trasciende los hechos inmediatos, porque su revolución y su gobierno cambiaron definitivamente la historia económica y política de Inglaterra y del mundo. Por lo pronto, fue Oliver Cromwell quien consolidó las bases fiscales y administrativas del Estado moderno inglés, y al mismo tiempo nacionalizó sus fuerzas armadas, creando un ejército profesional de 30 mil hombres y una marina que vino a ser el principal instrumento  del poder político inglés a través del mundo. Por otro lado, fue Cromwell quien dio forma y fuerza  al mercantilismo ingles, al decretar  en 1651 la legislación que cerró los puertos y monopolizó el comercio, dejándolo en manos de los navegantes ingleses. Poniendo por obra una política mercantilista que se mantuvo vigente en Inglaterra durante los dos siglos siguientes, hasta por lo menos la abolición en 1846 de las Corn Laws, que protegían la agricultura de la isla. Además del mercantilismo, Cromwell también oficializó  la política de expansión colonial de Inglaterra, asumiendo inmediatamente su liderazgo. Primero, atacó y sometió a Irlanda y Escocia, y luego, enseguida, comenzó las guerras con España y con Holanda por el control del mar del Norte y el Caribe. Y fue con la guerra contra España que la Inglaterra de Cronwell conquistó su primera colonia, Jamaica, en 1655. A partir de entonces, Inglaterra hizo aproximadamente 90 guerras, y nunca más interrumpió la expansión de su territorio económico y colonial, hasta el siglo XX, cuando el imperio Británico alcanzó su máxima extensión, después de la primera guerra mundial.

Desde todos los puntos de vista, por tanto, el gobierno de Oliver Cromwell fue el más grande impulsor del mercantilismo y del expansionismo colonial e imperial de Inglaterra. Y después de Cromwell, Inglaterra no prescindió de su mercantilismo sino hasta la primera mitad del siglo XIX, cuando ya había hecho su revolución industrial, lideraba la economía mundial y el proceso de división internacional del trabajo. Cuando ya había derrotado a Bonaparte y las pretensiones imperiales de Francia, imponiendo su hegemonía política en Europa y en el resto del mundo, e impuesto su hegemonía naval en todos los océanos y mares de la tierra, incluida la América Latina que había conquistado su independencia bajo el patrocinio Británico.

Pues bien; aquí, de nuevo, los ingleses acostumbran a contar la historia al revés. Hablan de una gran “Revolución Liberal”, y los historiadores económicos, en particular, hablan  de un “modelo liberal inglés” de desarrollo capitalista, diferente de los “modelos proteccionistas”  de Francia, de Alemania, de los Estados Unidos, etc. Cuando de verdad los hechos no deja lugar a dudas: La historia inglesa  que comienza con la Revolución de Cromwell es la historia del mayor éxito del mercantilismo y del expansionismo europeo en materia de acumulación de poder y riqueza  de un Estado y de una economía nacionales. En el gobierno de Cromwell fueron tomadas las primeras decisiones estratégicas que llevaron a Inglaterra a la revolución industrial y a la construcción del imperio Británico, dos pilares del “milagro capitalista” inglés. Tal vez por eso el imperio Británico jamás cedió el monopolio del poder de contar su propia historia, según sus propios intereses.

José Luis Fiori, profesor de ciencia política en la Universidad del Estado de Río de Janeiro, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.

Traducción para www.sinpermiso.info: Alexandre Carrodeguas

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Fuente:
www.sinpermiso.info, 10 septiembre 2006

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