La austeridad europea engendra una actitud keynesiana

Harold Meyerson

18/01/2015

Una nueva izquierda está surgiendo en Europa en este comienzo del nuevo año. Y pese a los temores que despierta entre la buena sociedad, esta nueva izquierda es menos marxista que— oh, horror — keynesiana.

El keynesianismo es una teoría económica compleja, pero su intuición central es suficientemente sencilla: si todas las instituciones dejan de gastar, decaerá la actividad económica. Por evidente que esto pueda resultar de por sí, esta intuición se le ha escapado a instituciones económicas globales como el Fondo Monetario Internacional, así como al poder económico hegemónico en Europa, Alemania, al enfrentarse a la depresión que ha arrasado el sur de Europa y, sobre todo, Grecia.

Al enfrentarse a la crisis económica que comenzó con la implosión de Wall Street en 2008, países como Grecia y España se vieron incapaces de apuntalar sus economías devaluando su moneda, lo que habría hecho más competitivos sus productos. No poseían moneda propia; disponían del euro, sobre el que no tenían control. La otra forma de haber fortalecido su economía, en un momento en el que bancos y empresas se tambaleaban y sin capacidad de invertir, habría consistido en seguir el rumbo keynesiano de hacer que sus gobiernos invirtieran aplicando un estímulo, como hizo nuestro gobierno al inicio de la presidencia de Barack Obama. Pero la Unión Europea, guiada por Alemania, bloqueó esa opción, amenazando con cortar crédito y préstamos al sur de Europa, a menos que esos gobiernos aplicaran importantes recortes de gasto. Amedrentados, es lo que hicieron los gobiernos de Grecia y España.

La “lógica” contrakeynesiana detrás de estos recortes se cifra en que, al inyectar más disciplina fiscal en sus sistemas, estos países mejorarían su competitividad y volverían a la prosperidad. La consecuencia de estos recortes, sin embargo, ha sido exactamente lo que los keynesianos predijeron: al consumirse el gasto tanto privado como público, las economías de estos países se derrumbaron. Y al seguir insistiendo Alemania en recortes aún más drásticos, sus economías continuaron desplomadas.

Grecia ha experimentado ya tres años con niveles de depresión como los de 1932, con una cifra entre el 25 y el 27% de sus trabajadores desempleados y un paro juvenil estancado en un 50% aparentemente perpetuo, llegando alguna vez al 61%. La situación de España no ha sido mucho mejor. Esto resultó una sorpresa para las instituciones que imponían el régimen de austeridad — el FMI había predicho que el desempleo griego llegaría a un máximo del 12 % —, pero, prefiriendo su teoría a la realidad, insistieron en que una mayor austeridad le daría la vuelta a la economía.

Los griegos dieron crédito a estas teorías durante algún tiempo, pero tres años de desesperación sin final a la vista han agotado su paciencia. Tanto en Grecia como en España, buena parte de la opinión pública se ha vuelto contra la política de austeridad y los partidos políticos convencionales que la han puesto en práctica. En ambos países, nuevos partidos de izquierda — Syriza en Grecia, Podemos en España — encabezan las encuestas. Con la disolución esta semana del parlamento griego y las próximas elecciones del 25 de enero, es del todo posible que Syriza llegue al poder con un programa basado en negociar la reducción de la deuda con los acreedores del país y recuperar algunos programas gubernamentales e inversión económica. Si la Unión Europea rechaza esas propuestas, es posible asimismo que Grecia descarte el euro como divisa.   

Las medidas políticas que la Unión Europea — es decir, Alemania — le ha impuesto al sur de Europa van contra todas las lecciones que nos enseña la Historia respecto a cómo contrarrestar una prolongada crisis económica. En la década de 1930, Franklin Roosevelt ideó el New Deal, no sólo para contrarrestar los efectos de la Depresión  sino para reforzar concretamente lo que era entonces la economía subdesarrollada del Sur y el Sudoeste norteamericanos. Sus remedios fueron aun más allá de esos exitosos programas de estímulo como la Works Progress Administration, que creó millones de empleos en Norteamérica construyendo infraestructuras públicas necesarias. Sus medidas políticas se confeccionaron para llevar la economía del Sur al siglo XX mediante programas como los de la Tennessee Valley Authority y la electrificación rural. No obstante el actual antiestatismo jeffersoniano del Sur, lo cierto es que fueron el New Deal y el gasto militar posterior, así como el salario mínimo y la legislación de derechos civiles, los que permitieron que la economía sureña se pusiera a la par del resto del país.    

Una comprensión parecida de la economía de la depresión y el subdesarrollo podría haber redundado en resultados económicos de mayor éxito en el sur europeo en los últimos años. La canciller alemana Angela Merkel podía haber aprendido asimismo una lección que le cae cerca: fue la política de austeridad aplicada por el canciller Heinrich Brüning a principios de los años 30 la que sumió a Alemania aun más hondamente en la depresión y abrió el camino a la toma del poder por los nazis. Digamos esto de la incomprensión alemana de la macroeconomía: es una constante.

Aunque también ha surgido un partido neonazi en Grecia (Amanecer Dorado), las encuestas muestran que los griegos favorecen a la Syriza neokeynesiana. Se trata de una respuesta eminentemente sensata a la insensata pauperización a la que les han sometido los alemanes.  

Harold Meyerson es un veterano periodista estadounidense, director ejecutivo de la revista The American Prospect y columnista de The Washington Post.

 

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

 

 

Fuente:
The Washington Post, 31 de diciembre de 2014

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