Reino de España: nosotros y Syriza, a la que queremos tanto

Antoni Domènech

Daniel Raventós

G. Buster

08/03/2015

Si algo saltó a la vista en el debate del llamado estado de la nación de los pasados 23 y 24 de febrero (1 y 2) es que la gestión política de la crisis económica ha hundido en la opinión pública el crédito y la legitimidad del Gobierno Rajoy. A las puertas del largo ciclo electoral que se avecina, la encuesta del CIS revela que el Presidente del gobierno no solo perdió el debate, sino que fue peor valorado que todos sus contrincantes parlamentarios. Sus propuestas cosecharon el mayor rechazo. Por mucho que Rajoy pretenda lo contrario, la mayoría de los ciudadanos no solo no creen al Presidente del gobierno; es que consideran que les miente descaradamente por interés propio (y espurio). Pocas encuestas tan demoledoras como esta del CIS.

A pesar de que más del 70% de los encuestados opina que el debate parlamentario no abordó los temas que les preocupan y que se trató de un mero intercambio vanílocuo de reproches entre políticos (89,3%), el espectáculo ideológico ofrecido sí pareció revelar, además de la erosión del “sentido común” conservador, las crecientes dificultades para la teatralización del turnismo, de una alternancia de “narrativas” dentro del régimen del 78, sin desbordar su marco constitucional.

Resulta evidente que para el grueso de la crecientemente politizada opinión pública española, el debate político fuera de las Cortes españolas resulta ahora mucho más interesante y merecedor de seguimiento que los pugnaces y más o menos ingeniosos intercambios de golpes parlamentarios entre Rajoy y Sánchez-Castejón, tristes púgiles políticamente demediados. Mientras el debate del estado de la nación retransmitido en directo por el primer canal de la televisión pública (TVE1) ni siquiera conseguía un 2% de share de audiencia, una entrevista casi simultánea al dirigente del (aún) extraparlamentario Podemos, Pablo Iglesias, batía en la cadena privada TV5 todos los récords de audiencia con un share rayano en el 22,2% (y más de cuatro millones y cuarto de espectadores).

El debate sobre el estado de la nación: Rajoy en el país de los sacrificios maravillosos

Partiendo una vez más de la puerilmente falsaria perogrullada de que la economía de un estado miembro de la UE funciona como si fuera un hogar o una empresa privada (“no se puede gastar lo que no se tiene, ni vivir de prestado”), lo menos que cabe decir del discurso de Rajoy es que fue selectivo. En su presentación de los hechos, manipuló sin recato las cifras y se olvidó de todo cuanto le resultara inconveniente, a su buen placer, como si los datos de la situación no dependieran mas que de su voluntad.

Declamación milagrera: no hubo rescate, las políticas de austeridad crean empleo, se lucha denodadamente contra la corrupción, somos un ejemplo en la UE. ¡Ah! y a moro suicidado, gran lanzada: el proceso soberanista catalán se habría ahogado a golpe de recurso en el Tribunal Constitucional.

Pero –en todos los cuentos hay un pero— acecha el peligro. Un peligro que comienza como incredulidad y acaba en manipulación “populista”. Y que puede hacer zozobrar no solo la estabilidad política que exige la recuperación, sino al propio régimen. Y todo ello, por si fuera poco, en vano, inútilmente:  porque el supuesto naufragio de la negociación del gobierno de Syriza con el Eurogrupo ya habría demostrado, por si falta hacía, que no hay alternativa.

Como programa de futuro, más de lo mismo. Que debía resultar en nada menos que 3 millones de puestos de trabajo si, y solo si, siguiera gobernando Mariano Rajoy.

Desmontar esta patochada no era muy complicado. Bastaba con enfrentar el púlpito de plasma de Rajoy con la realidad cotidiana de la inmensa mayoría. A lo que se aplicaron con fruición, y  con mayor o menor elocuencia, todos los oradores de las distintas oposiciones parlamentarias. Con la excepción agradecida y habitual  del representante de Unión del Pueblo Navarro (UPN) y de la bobarrona excentricidad de Durán i Lleida, empeñado en disputarle el mérito imaginario a Rajoy por la vía de insinuar que, si no había habido petición de rescate, fue sólo gracias a la falta de apoyo de CiU al gobierno central, primero del PSOE y después del PP.

Los representantes del PSOE, Pedro Sánchez, y de IU, Alberto Garzón no se jugaban poco en esa crítica. Por lo pronto, la amenazada consolidación como candidatos a la presidencia del gobierno ante sus díscolas formaciones respectivas en crisis. A juzgar por la mencionada encuesta del CIS, superaron positivamente las expectativas.

Lo más llamativo del mensaje de Pedro Sánchez fue que, digámoslo así, hizo chirriar la propia lógica del régimen: de entrada, gobierno PP-PSOE, no. Lo que sacó de sus casillas a un Rajoy que, en el fondo, no se cree su propio cuento de la lechera y necesita mantener abierto el escenario de un gobierno de Gran Coalición a imagen de la Alemania de Merkel. La reiterada mención de Bárcenas, la invitación a “pensar juntos” de dónde había salido la fortuna de éste o la reafirmación de la propia honorabilidad llevaron a Rajoy no solo a cuestionar una vez más la credibilidad de Pedro Sánchez con el recuerdo del legado del gobierno Zapatero, sino a dictar en público la muerte política de su posible socio de gobierno.

Y definida claramente la disyuntiva “yo o el caos”, Rajoy dedicó con desgana el resto de la faena a un humor irónico, biográfico, que, como le recordó Alberto Garzón, puede ser simpático, pero no gracioso: la realidad se interpretaría a golpe de escaños, y el  PP tiene más que nadie, que por algo será. Toda una definición de la calidad democrática del régimen del 78.

Al terminar el debate oficial, pendían sobre Rajoy dos espadas de Damocles. La primera, la deuda externa. Los 136 millones de intereses diarios de una deuda que en 2007 era del 35%, en 2011 del 68% y en 2015 del 100% del PIB. La prioridad de los tres debates anteriores del estado de la nación había desaparecido del discurso de Rajoy, a pesar de violar el pueril principio de que “un país no se puede gastar lo que no tiene”. Esa espada de Damocles pende del BCE y de sus programas de compra de deuda y de flexibilización cuantitativa. A la España de la Segunda Restauración solo le queda mirar con preocupación e impotencia los boletines del BCE, como hacía la de la Primera Restauración con los partes meteorológicos (de los que dependían las cosechas).

La segunda espada de Damocles es Podemos, principal catalizador ahora mismo de la crisis política de la Monarquía, y particularmente de su sistema tradicional de partidos, el arco dinástico-parlamentario configurado en la Transición. A la pasada por la piedra de la realidad que fue su avalancha de cifras, la intervención extraparlamentaria de Pablo Iglesias el día 25 –su peculiar participación en el debate sobre el estado de la nación— sumó una exposición detallada de un modelo de país y un programa alternativo con la generosidad de los tiempos autoasignados. La inspiración más evidente de ese programa es Syriza y su experiencia de negociación en las dos últimas semanas con el Eurogrupo. Y lo aprendido comienza a notarse para bien.  Además,  Pablo Iglesias cuenta a su favor con el único contrargumento que parece respetar Mariano Rajoy: posibilidad de escaños, según las encuestas de opinión.

Cualquier interpretación del último debate sobre el estado de la nación de esta legislatura –que con los dos últimos años del PSOE se recordará seguramente como un auténtico “sexenio negro”— tiene que partir de las encuestas. Y éstas han confirmado los peores temores del bipartidismo dinástico desde los resultados de las pasadas elecciones europeas. La encuesta de enero del CIS, previa al debate y orientadora de las tácticas a seguir en el mismo, confirmaba que Podemos no solo era la primera fuerza en intención directa de voto, sino que, tras la oportuna “cocina”, aún superaba holgadamente como segunda fuerza al PSOE en las expectativas de voto. De ser la alternancia “turnista” (como se decía en la Primera Restauración), el PSOE de Pedro Sánchez pasaría verosímilmente a convertirse en un partido bisagra. Jaque y osado, Pablo Iglesias lo resume así: “tendrán que elegir entre votar al PP o a Podemos”.

El sistema de partidos políticos, punto débil del régimen del 78

En una situación de parálisis política, tras seis años de gestión procíclica y antisocial de la crisis económica y de desastrosa lidia política de la crisis “territorial”, con un gobierno del Reino sin margen de maniobra y totalmente dependiente de los avatares de un Eurogrupo –el que iba a presidir Guindos…— tocado ya por el aldabonazo de Syriza, podría parecer que la tendencia de los dos últimos años a la erosión de legitimidad del régimen de la II Restauración está abocada a una profundización inexorable. Pero no es exactamente así.

Si hace apenas un año la institución de la monarquía –clave de bóveda del régimen del 78— se hallaba en sus máximos niveles de descrédito y la potencia emergente del soberanismo catalán parecía incontenible, lo cierto es que las izquierdas políticas y sindicales españolas y catalanas dejaron pasar inanemente ese momento crítico. Se toleró de mejor o peor humor la abdicación del rey Juan Carlos y la entronización de Felipe VI sin que, por ejemplo –mero ejemplo—, IU aprovechara la circunstancia para, como se sugirió en su día desde estas páginas, romper su gobierno de coalición en Andalucía con el PSOE de Susana Díaz, principal (y agresiva) defensora en el PSOE de aprobar sin mayores escrúpulos democráticos el trámite parlamentario de la Ley sucesoria. Y luego del “pujolazo” (el 25 de julio de 2014) las izquierdas parlamentarias catalanas (ICV-EUiA, ERC y CUP), lejos de exigir inmediatamente la dimisión de Mas –“hijo político” de Pujol— y elecciones anticipadas, toleraron la continuidad de su gobierno agresivamente neoliberal y privatizador, a fin de no entorpecer un proceso soberanista que, menos de cuatro meses después, con un Mas asombrosamente enseñoreado de la situación tras el 9N, está “congelado” y, aparentemente, en vía muerta. La inmensa movilización de estos últimos años por la autodeterminación nacional no ha sido derrotada, pero sí desactivada. Y las desactivaciones de las grandes movilizaciones populares no son indefinidas: o se consolidan o son derrotadas.

El punto más débil ahora del régimen del 78 es su sistema de partidos, el bipartidismo dinástico. Para taponar ese boquete, dos escenarios resultan imaginables. O bien el gobierno de gran coalición PP-PSOE por el que llevan piando el Ibex 35 y toda la patulea del “capitalismo de amiguetes políticamente promiscuos” que ha visto este año crecer sus ganancias rentistas un 67%. O bien la rápida construcción de una nueva fórmula estasiológica consistente en un pacto del PP con Ciudadanos, el nada nuevo partido metamorfoseado ahora con gran alarde publicitario en adalid de una nueva política liberal-regeneracionista.

Los órganos de propaganda habituales –desde El País hasta Libertad Digital, pasando por El Mundo, ABC y Pedro Jota— se han puesto ya manos a la obra con el entusiasmo digno de la inflación de activos de la “burbuja inmobiliaria”: desinflar Podemos, inflar Ciudadanos. Sin dejar, por supuesto, caer la esperanza de una gran coalición bipartidista tradicional. Urge a ello la viva negociación del gobierno de Syriza con el Eurogrupo, porque se trata de reafirmar que las fórmulas de gobierno pueden variar y modificarse, pero las políticas neoliberales, no. Lo que explica no sólo el servil abroquelamiento de los gobiernos reaccionarios de España y Portugal –pendientes ya sobre todo de sus inminentes y poco halagüeñas citas electorales— en el Eurogrupo, sino la histeria anti-Syriza de los pseudoeconomistas tertulianos cercanos al PSOE y comprometidos con el endeudado grupo PRISA, o del economista, académicamente más sólido, vinculado a FEDEA y a la gran patronal, Luis Garicano, fichado por Albert Rivera para un ejercicio de transformismo a la altura de los tiempos.

Por distintas razones, casi todas dimanantes de la dinámica misma de vertiginosa descomposición del sistema de partidos español, la polarización social y el malestar político se han agudizado a punto tal, que cualquier fórmula de coalición (PSOE-PP, PP-Ciudadanos) actúa contra quien lo proponga. Y así seguirá siendo, mientras no se aclare definitivamente la correlación de fuerzas en las elecciones legislativas que deben cerrar el largo ciclo electoral que ahora se abre.

Izquierda, centro, derecha: algunas singularidades de la crisis del sistema de partidos en España

La vida política puede categorizarse de varias maneras, con distintas metáforas cognitivas. Como un “cuerpo”, con el rey o “soberano” en funciones de “cabeza” rectora, à la Hobbes, por ejemplo. O como un “espacio” de varias dimensiones. Desde la Revolución Francesa se impuso la metáfora espacial. Un espacio bidimensional que se movía en un solo eje: derecha-izquierda. Asombrosamente simple. ¿Simplista? Es tentador impugnar ese aparente simplismo apelando a la “complejidad” de la política y a la necesidad, casi dictada por el sentido común, de atender centralmente a otras dimensiones, incluso a “muchas otras” dimensiones: las identidades étnicas, las tradiciones religiosas o variamente “culturales”, el Zeitgeist o espíritu de la época, las idiosincrasias locales, el “pluralismo liberal” contemporáneo, etc. Es tan tentador, que una y otra vez se ha impugnado esa simplificación bidimensional clásica –que echa su raíz intelectual más honda en la economía política del republicanismo ilustrado moderno— desde muy distintas perspectivas académicas, o directamente políticas, entre otras las de los fascismos y nacionalismos de los años 20-30 del siglo XX.

Pero una cosa es el “sentido común” de periodistas, tertulianos y habituales estrellas académico-mediáticas que saben las cosas a medias, y otra muy distinta son los estudios métricos analíticamente serios, empíricamente fundados e históricamente informados. Y lo cierto es que el registro histórico y los buenas investigaciones empíricas han probado sorprendente y abundantemente tanto la solidez analítica de la métrica espacial bidimensional derecha-izquierda, [1] como su robustez y su persistencia a lo largo del tiempo y a través de países y “culturas” muy distintos en los dos últimos siglos. En sus celebérrimos estudios sobre la historia bicentenaria del Congreso norteamericano, Poole y Rosenthal, por ejemplo, mostraron que más del 80% de los votos de los congresistas en los debates registrados en más de dos siglos se explicaban atendiendo sólo a una métrica de distribución bidimensional de las preferencias políticas, [2]  y algo parecido mostró Hix para los debates de las últimas décadas en el Parlamento europeo. [3]

En toda Europa occidental, la dinámica de la gestión política austeritaria contracíclica de la crisis económica ha venido a acelerar la crisis –largamente larvada desde mediados de los 80— de los sistemas políticos de posguerra, normalmente levantados sobre el duopolio político de dos partidos de masas (Volksparteien) que competían electoralmente, desde el centroizquierda y desde el centroderecha, por el sufragio de un “centro” sociológicamente constituido por unas robustas “clases medias”, inveteradamente consideradas caladero principal de votos. Casi todo el mundo admite que la terrible erosión de esas clases medias por el tipo de capitalismo agresivamente “neoliberal” que en las tres últimas décadas se ha ido abriendo camino en Europa está en la base de la crisis de los sistemas políticos representativos duopólicos de postguerra, crisis particularmente lacerante para el centroizquierda (las viejas socialdemocracias). Mucho menos se repara en otros dos fenómenos conexos y preñados de consecuencias. Lo que, dicho sea de paso, resulta bastante llamativo, habida cuenta de que los dos fenómenos emergentes de la vida política española, Podemos y, en mucha menor medida, Ciudadanos se declaran a tal punto dispuestos a luchar por la “centralidad del tablero político”, que ambos buscan explícitamente difuminar su identidad: “ni de izquierdas ni de derechas” –aunque a nadie se le oculta que Ciudadanos es de “derecha”, mientras en la percepción de sus propios votantes potenciales Podemos es percibido como un partido a la izquierda, no ya del Movimiento 5 estrellas de Beppe Grillo, sino incluso de Syriza—:

La raíz y el opuesto sentido de “clase” del voto a Podemos y Ciudadanos abunda en lo mismo:

Los dos fenómenos insuficientemente atendidos en relación con la llamada “conquista del tablero central” son:

Primero: el centro ya no es lo que era. A raíz de la creciente polarización social, el espacio de centro ha encogido drásticamente. Así, por ejemplo, en un país de población tan poco “radical” como Austria (otrora paradigma del imperio del duopolio político que compite por el voto de centro) una encuesta reciente mostraba, para sorpresa de propios y extraños, que, de existir “un partido como Syriza”, podría tener cerca de un 25% de intención de voto. Y mostraba otra cosa todavía más interesante, el achique del “centro” en las últimas dos décadas: mientras en 1998 el 68% de los austriacos se consideraban de “centro” (con un 16% en la izquierda y un 12% en la derecha), en 2014 sólo un 41% se consideran en el “centro”, mientras que un 25% se ubican en la izquierda y un — ¡atención!— 22% en la derecha.

Segundo: los partidos políticos tampoco son ya lo que eran. Los partidos políticos, huelga decirlo, son instituciones históricas que evolucionan históricamente y responden a distintas circunstancias histórico-sociales.

Los partidos políticos con que se organizó el sistema duopólico europeo de posguerra tenían una naturaleza muy distinta de los partidos de entreguerras, y éstos, a su vez, una naturaleza harto diferente de la de los partidos políticos decimonónicos anteriores a la I Guerra Mundial, es decir, anteriores a la irrupción de la democracia parlamentaria con sufragio universal que llegó a casi toda Europa (incluida la Gran Bretaña) de la mano del movimiento obrero a partir de 1918 (sólo la III República francesa tenía ese tipo de régimen político desde 1871).

Los partidos conservadores y liberales decimonónicos eran –según la aguda formulación de Max Weber— partidos de honoratiores, partidos dirigidos por distinguidos caballeros capaces de organizar sus campañas (en un contexto de sufragio censitario) con cierto aparato clientelar en torno a sus egregias figuras. Partidos que, por un lado, eran –digámoslo con Gramsci—orgánicos en capas y estratos sociales de viso y partidos que, por el otro, estaban más o menos organizados, pero siempre de arriba a abajo.

Todo eso cambió con la irrupción, antes de la I Guerra Mundial, de los grandes y disciplinados partidos obreros socialistas de masas, organizados de abajo a arriba y autónomos frente la sociedad civil burguesa (con la que sólo había que relacionarse, en la soez y celebérrima fórmula de Rosa Luxemburgo, para “preñarla con la revolución”) y frente a los aparatos burocráticos de los estados monárquicos puramente constitucionales (que tenían que ser demolidos y substituidos por repúblicas democráticas).

Y volvió a cambiar después de la II Guerra Mundial, con la aparición de partidos duopólicos de masas incrustados en los Estados Sociales y Democráticos de derecho y crecientemente burocratizados, dotados, sí, de gran capilaridad y poder de mediación social local, [4] pero que se concebían a sí mismos como agencias electorales a la caza del voto de “centro”: el eslogan y la consigna oportuna substituyeron al discurso meditado y a la oratoria deslumbrante; el cuadro acomodaticio y obediente, que vive de serlo, al honrado militante obrero –o al viejo tipo del honoratioris burgués— que actuaba gratis et amore; el tecnócrata consecuencialista y el dirigente convenienciero, al político de convicciones; el spot mediático, al artículo de fondo o al libro largamente meditado. En fin, la engañosa publicidad de tipo comercial adaptada a las preferencias de un público inerme poco menos que tenido por bobo, a la propaganda política con ánimo ilustrador de la ciudadanía:

 “Hain’t we got all the fools in town on our side? And hain’t that a big enough majority in any town?”. [5]

Tal vez no se repara lo suficiente en que el hundimiento de los sistemas de duopolio político competitivo está trayendo consigo una nueva mutación en la evolución de la naturaleza de los partidos políticos europeos. En el terrible final de la I República italiana, Berlusconi combinó las técnicas organizativas –de arriba abajo, y con recursos propios— de los viejos partidos de honoratiores liberales y conservadores anteriores a la I Guerra Mundial con las técnicas publicitarias manipulatorias de los partidos duopólicos (socialdemócratas y cristianodemócratas) posteriores a la II Guerra Mundial. Creó un tipo nuevo. En esa misma estela, también en Italia, el fulminante Blitzkrieg mediático de Beppe Grillo, de orientación política tan distinto. Y el llamado “berlusconismo” de Renzi, siguiendo en Italia, tal vez explique su no menos fulminante Blitzkrieg contra el gobierno de su propio partido y su posterior éxito electoral, tras la decepción provocada por Grillo: el “centroizquierda” del PD es ahora, sobre todo, y por ahora, el “partido de Renzi”, un honoriator mediático que, a diferencia de los honoratiores burgueses o aristocráticos decimonónicos, va por libre, no es particularmente orgánico en ningún estrato social particular.

Es muy notable que Podemos, que en buena medida recogía las aspiraciones democráticas de base del movimiento del 15M, se presentara a las elecciones europeas del pasado 25 de mayo con un logo electoral –impreso en la papeleta de sufragio— que era la cara de Pablo Iglesias, y que éste –un brillante y eficaz tertuliano estrella en varias cadenas privadas de TV— decidiera presentarse tras negarse la dirección de IU (de la que él estaba cercano) a organizar unas elecciones primarias para decidir la lista de candidatos a las elecciones al Parlamento europeo.  Las elecciones primarias para elegir candidatos y cargos abiertas a la “sociedad civil” –el mantra del momento— vienen aquí muy al punto, porque se presentan como el remedio idóneo contra la osificación y el adocenamiento burocráticos de los partidos tradicionales y sus “aparatos” cansinamente adaptados (ya sea como partidos minoritarios) al juego de la competición duopólica de los viejos Volksparteien, aunque las termina ganando indefectiblemente –como en el actual Podemos, ya convertido en flamante partido al que millones de ciudadanos fían ahora mismo sus mejores esperanzas de cambio político-social radical— el honoratior con más peso mediático y/o los por él pública y mediáticamente ungidos. 

Podría alegarse que el modelo de partido de honoratiores mediáticos autocráticamente organizado de arriba a abajo de Podemos es sólo el resultado de la necesidad de organizar a toda prisa una maquinaria capaz de librar un Blitzkrieg en las próximas elecciones generales, así como de la discutible decisión de sus dirigentes de sacrificar todo, absolutamente todo, a ese objetivo: desde su presencia en las elecciones municipales o su participación en coaliciones electorales de unidad popular en las autonómicas, hasta la construcción democrática, con capilaridad social de abajo arriba, de su propio instrumento de lucha política. Pero las raíces de eso tienen que ser más profundas, si atendemos, no ya a ejemplos italianos, sino al contagio de este tipo de prácticas en los demás partidos de la crecientemente fragmentada y balcanizada izquierda política español. Basta pensar en los vodeviles del PSOE e IU en Madrid. Pedro Sánchez despidió autocráticamente de un día para otro, como a un criado, a Tomás Gómez, el candidato socialista reglamentariamente votado a la Comunidad de Madrid, para substituirlo por un independiente, un catedrático de metafísica, muy conocido por haber sido –sin quemarse en el cargo— ministro de educación de Zapatero. IU en Madrid organizó unas primarias con mucha bronca, que terminó ganando la mediática y articulada Tania Sánchez, y cuando los viejos señores del aparato de la IU madrileña le hicieron a Tania la vida imposible y se marchó de la organización para volar políticamente por su cuenta como honoratiorem, IU se apresuró a presentar como mascarón de proa electoral a otro catedrático prestigioso, esta vez de literatura, Luis García Montero. Ciudadanos se apunta también a las primarias mediáticamente mediadas, así como al fichaje de académicos respetables, como hizo Albert Rivera con los conocidos economistas liberales vinculados a la gran patronal española Luis Garicano y Manuel Conthe. Sólo el PP resiste con el viejo y antipático método del “dedazo” del jefe supremo, que designa a su antojo a miembros bien probados del aparato, como anteayer, en Madrid, a la incombustible Esperanza Aguirre y a la disciplinada Sra. Cifuentes

El gran perdedor en la reconfiguración del espacio de centroizquierda e izquierda es IU/ICV, especialmente en Madrid, Andalucía, Cataluña y Asturias. La probable transformación del PSOE en partido bisagra entre PP y Podemos ha vaciado de sentido su tradicional papel de presión por la izquierda para limitar los efectos antisociales del bipartidismo –señaladamente en el gobierno andaluz—,  y ahora tiene que elegir entre jugar tácticamente un papel similar con Podemos, apoyándose en su red de concejales y en un sector importante de CCOO, o enfrentarse abiertamente a ellos en una defensa sin demasiadas esperanzas del menguante capital político de sus siglas. Lleva las de perder, porque la disyuntiva dividirá a la organización: la precaria tregua alcanzada a nivel federal y en Madrid se romperá al conocerse los resultados de las elecciones andaluzas.

Las próximas elecciones autonómicas andaluzas despejarán varias dudas. La convocatoria de esas elecciones anticipadas por parte de Susana Díaz buscaba a la vez evitar la contaminación de unos malos resultados generales del PSOE y preparar el terreno para disputar la candidatura socialista a la presidencia del gobierno del Reino a Pedro Sánchez. Según las encuestas, ganaría holgadamente, pero lejos de la mayoría absoluta. No está claro que, para gobernar la autonomía, tenga que verse obligada a coaliciones estables, con PP o con Podemos (un escenario que bloquea implícitamente cualquier apoyo de IU). Es perfectamente imaginable que con un resultado cercano al 40%, que sería un gran éxito, pudiera gobernar en minoría y sin demasiados problemas. Pero el dato más interesante de las elecciones andaluzas lo ofrecerá el resultado de Podemos, al que las encuestas sitúan en tercera posición: un resultado modesto (por debajo del 15%, pongamos por caso) abriría probablemente serias dudas en sus dirigentes sobre su decisión –peligrosamente fundada en criterios electorales cortoplacistas— de concurrir a todas las elecciones autonómicas en solitario, son su propia “marca” (sic!), en vez de construir las candidaturas de unidad popular a que se han allanado para las elecciones municipales de Barcelona o Madrid, entre otras ciudades. 

La crisis del PSOE e IU/ICV convierten, desde luego, a Podemos en una opción real de voto útil entre el electorado de izquierda y centroizquierda. Pero por muchos motivos, Podemos está hoy por hoy muy lejos de constituir un equivalente español de lo que ha llegado a ser Syriza en Grecia.

Para empezar, Syriza no fue construido verticalmente como un partido de jóvenes honoratiores académico-mediáticos, sino que fue el resultado de un largo proceso de decantación de experiencias y deliberaciones políticas, sociales e intelectuales que, iniciado por el sector más inteligentemente desestalinizado del comunismo griego, terminó abarcando a cuatro generaciones de combatientes de izquierda, así como a un amplio espectro de persuasiones políticas, que van de la izquierda más cercana al excentroizquierda (incluidos muchos antiguos cuadros y parlamentarios del PASOK) hasta distintas tendencias de la extrema izquierda tradicional y de la nueva izquierda radical ecologista y feminista. En segundo lugar, Syriza es un partido con gran capilaridad social, activo en las fábricas, en los barrios, en las universidades y dotado de una singular capacidad para construir –al modo de la socialdemocracia y el anarquismo clásicos— una especie de contrasociedad civil que ha resultado de enorme eficacia, en condiciones de depresión extrema provocada por las políticas austeritarias, en punto a organizar la autodefensa del bienestar, la salud, la educación y la seguridad populares. En tercer lugar, Syriza es la fuerza política con mayor influencia e implantación sindical en un movimiento obrero de gran combatividad (30 huelgas generales en los últimos años). En cuarto lugar, y por terminar en algún sitio, Syriza tiene una notable experiencia de gobierno, la más importante, la de la gran Rena Dourou, la gobernadora del Ática (la mayor provincia griega, en donde vive cerca del 40% de la población). Pero también gobierna numerosos municipios: ni Dourou ni los alcaldes y concejales de Syriza han puesto nunca la excusa de la UE o del gobierno central griego para proceder a recortes y privatizaciones salvajes; al contrario, a diferencia del señor Mas en Cataluña, por ejemplo, han desobedecido sistemáticamente las órdenes del gobierno central griego, y han impulsado durante años, en la medida de sus posibilidades, políticas públicas locales o regionales de defensa del bienestar popular (arrostrando no pocos de ellos procesos judiciales por desobediencia).

No es fácil que algo equivalente a una fuerza como Syriza prospere rápidamente en el Reino de España. Tampoco es imposible. Hasta ahora, la intuición popular, ampliamente compartida, de la necesidad de unidad frente al saqueo neoliberal y al ataque a derechos fundamentales de la población trabajadora ha servido para canalizar hacia Podemos, por encima de IU y de otros aparatos de la izquierda transformadora, el flujo de descontento e imponer la hegemonía de su joven núcleo dirigente. Pero sin una verdadera táctica y un verdadero programa de unidad política y social popular, que vaya más allá del cálculo electoral convenienciero (que ha hecho “saltar” de las propuestas programáticas en las recientes elecciones europeas medidas tan audaces y bien fundamentadas como, por ejemplo, la renta básica universal, porque “pueden asustar a los electores”) y que necesariamente implicará negociaciones con un PSOE desjarretado y probablemente minorizado, con IU, con ICV y con las distintas izquierdas soberanistas en Cataluña, País Vasco y Galicia, no resulta imaginable la constitución de un frente lo suficientemente robusto, no ya para ganar las próximas elecciones generales, pero ni siquiera para, desde una sólida oposición, condicionar de manera determinante, en la calle y en el Congreso, la política del gobierno resultante de esas elecciones. Y a día de hoy, es lo más probable que el problema de la unidad de las izquierdas y la respuesta que a ese problema terminen ofreciendo Pablo Iglesias y sus compañeros se convierta en el factor más decisivo del crédito que Podemos merezca como destinatario del voto útil de las izquierdas. Como ocurrió en el caso de Syriza.

NOTAS

[1] Véase: Kenneth Benoit y Michael Laver, “The dimensionality of political space: Epistemological and methodological considerations”, European Union Politics, 2012, 13 (2), 194-218.

[2] Keith T. Poole y Howard Rosenthal, Congress: A Political-economic History of Roll Call Voting, Nueva York, Offord University Press, 1997. Eso en cuanto al voto; en cuanto al análisis del debate ideológico y la propaganda política, véase, de los mismos autores: Ideology and Congress, Edison, NJ, Transaction Publishers, 2006.

[3] Simon Hix, “Legislative behaviour and party competition in the European Parliament: an application of nominate to EU”, Jounal of Common Market Studies, 2011, 39 (4), 663-688.

[4] Uno de los mejores –y más hermosos— estudios científico-sociales de la democracia cristiana italiana de postguerra se centra precisamente en su papel como organizadora de la “mediación social” en el Mezzogiorno. Cfr. Gabriella Gribaudi, Mediatori. Antropologia del potere democristiano nel Mezzogiorno, Turín, Rosenberg&Sellier, 1991.  

[5] “¿No tenemos de nuestra parte a todos los necios del poblado? ¿Y no son ellos mayoría suficiente en cualquier poblado?”. Palabras del rey al duque en el capítulo 26 de la gran novela Huckelberry Finn del norteamericano Mark Twain.

Antoni Domènech es el Editor general de SinPermiso. Gustavo Buster y Daniel Raventós son miembros del Consejo de Redacción de SinPermiso.

Fuente:
www.sinpermiso.info, 6 marzo 2015
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