Brasil: Peregrinaciones del austericidio

Luiz Gonzaga Belluzzo

Pedro Paulo Zahluth Bastos

05/04/2015

Estamos frente a la imposición de una solución única y religiosamente canónica para el control de la economía brasileña.

En sus peregrinaciones por los escarpados caminos del conocimiento, especialistas abrigados en los pináculos de las finanzas entraron en el callejón sin salida de la “ingenuidad perversa” al afirmar que los debates sobre la política fiscal son eminentemente técnicos.

Nos enfrentamos a la imposición de una única solución y religiosamente canónica, para la desaceleración cíclica de la economía brasileña: reconstruir la “credibilidad” del gobierno mediante la capitulación a los dictados de la “austeridad fiscal y monetaria”. En la comedia montada en el escenario de la Economía Política de los Mercados, los personajes se entregan al ilusionismo. En la farsa montada en los ambientes obscuros de las finanzas, descontroladas y manipuladoras, el chantaje se presenta al público distinguido adornado con túnicas de confianza y transparencia. En el teatro de la vida, vivida por hombres y mujeres de carne y hueso, las medidas adoptadas por el ministro de Hacienda, Joaquim Levy, recuerdan un proverbio popular que aquí reproducidos en su versión para salones: “el látigo es el que cambia, los lomos son siempre los mismos”.

La política macroeconómica, recuerda Alan Blinder, ex miembro de la Junta de la Reserva Federal, es un arte. El arte de la coordinación entre la gestión monetaria y la administración de las finanzas públicas, anclado en el debate ilustrado con los actores sociales. El propósito no puede ser otro entonces que el de garantizar la estabilidad entre el crecimiento del empleo y de la renta a través de la modulación anticíclica de los gastos, el control de la inflación y la evolución de la deuda pública.

Hoy, a pesar del rotundo fracaso de las reglas que guiaron las políticas macroeconómicas del período anterior a la crisis financiera, los fanáticos del trípode no se despegan de sus creencias. Posteriormente al desastre, las experiencias fracasadas de la llamada “austeridad expansionista y tecnocrática” no se cansan de exhibir las escaras que laceran Europa y la llevaron al borde de la deflación y, peor, al desempleo catastrófico. Hasta el FMI del ortodoxo Olivier Blanchard considera hoy que la austeridad de la señora Ángela Merkel llevó a Europa al estancamiento y al riesgo de deflación, experiencia padecida por la economía japonesa, sometida al garrote deflacionario a lo largo de las dos últimas décadas.

La aversión de la Reserva Federal a la austeridad mantuvo a flote la economía de Estados Unidos, incluso frente a los gestos austericidas de los rednecks republicanos, mundialmente reconocidos por su sofisticación cultural típica de los agrupamientos del Pleistoceno inferior. Aun así, los Estados Unidos se tambalean en una trayectoria marcada por un nuevo y arriesgado ciclo de inflación de activos, crecimiento por debajo del potencial, escoltado por un cruel estancamiento del ingreso medio de las familias asalariadas. ( ¿Será que el presidente de la FED, Janet Yellen, va a subir la tasa de interés?).

La peor manera de llegar a la condición Europea es imitar su giro hacia la austeridad en medio de una economía estancada. La desaceleración no comenzó ahora, sino al final de 2010. Fue provocada por la saturación gradual del mercado de bienes durables y por la maduración de nuevas capacidades, exactamente cuando: 1. Recibimos la avalancha de importaciones inducidas por la apreciación del tipo de cambio y por la crisis global. 2. El Tesoro y el Banco Central comenzaron un fuerte giro hacia la austeridad.

Aliada a la inacción frente al episodio Petrobras & contratistas, la austeridad no sólo deprimirá inversiones inducidas por la demanda corriente, sino que va a desfavorecer a las inversiones autónomas, incluso aquellas del Presal y las proyectadas en la infraestructura, mediante concesiones, en las áreas de la energía renovable, puertos, ferrocarriles y movilidad urbana. Al decidir el gasto en la producción actual y la financiación para la creación de nuevas capacidades (ensanchamiento de la oferta con las ganancias de productividad), los empresario evalúan la demanda futura. En este momento, hay pocas razones para postular una revitalización del espíritu empresarial. No hay confianza.

Para agregar insulto a la injuria, las políticas macroeconómicas de los últimos 20 años nos legaron el descalabro industrial, un monstruo gestado en las entrañas del tipo de cambio apreciado y de las finanzas públicas destrozadas por el rentismo cebado por la tasa de interés de los prestamistas. Eso para no hablar de la vergonzosa regresividad del sistema tributario, agravado por las escapadas a Suiza y por las “pirámides” del malvado Madoff.

Casi al unísono, quienes hablan en nombre de los mercados financieros repiten la defensa de los intereses más altos y una mayor asignación de impuestos para el pago de la deuda pública, en lugar de devolverlos en forma de transferencias sociales, servicios e inversión pública. En el cuadro recesivo brasileño, el gasto fiscal declinante y los interesas reales elevados deben aumentar la carga de la deuda pública bruta en la renta nacional. En un escenario de desaceleración del gasto privado, sería recomendable un ajuste más pragmático y prudente, combinado con el planeamiento  anticíclico de las inversiones, incluso para evitar el colapso de la recaudación tributaria. 

La reciente devaluación es bienvenida, pues recupera un poco la sobrevaloración acumulada. Esperamos que no sea tragada por una aceleración de la inflación. Incluso con ganancias reales, los efectos de la devaluación dependen de la virtuosa combinación entre la capacidad de respuesta de la estructura industrial, debilitada por 20 años de laboriosa depredación y el crecimiento más rápido del comercio mundial. Si el cambio no es nuevamente utilizado de forma torpe, como instrumento de combate a la inflación (así fue con Henrique Meirelles y sus compadres), hay esperanza: sus efectos pueden difundirse de forma benéfica en el tejido industrial y mejorar la remuneración de los exportadores de productos primarios (commodities) que sufren los efectos de los precios en baja. Oremos.

Rousseff afirmó que es posible realizar un ajuste fiscal pragmático sin afectar la demanda por consumo y la inversión, al contrario de los que claman (¡desempleo ya!), los ideólogos de la austeridad. Veremos pronto si eso es posible. Esperamos que tenga razón, pero tememos lo contrario.

Luiz Gonzaga Belluzzo es economista, profesor del Instituto de Economía da Unicamp. Pedro Paulo Zahluth Bastos es economista, profesor del Instituto de Economía da Unicamp y miembro de la Asociación Brasileña de Investigadores en Historia Económica.

 

Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos A. Suárez

 

Fuente:
Carta Capital, 20 de marzo de 2015

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