Bruselas y Washington declaran la guerra informativa a Moscú

Àngel Ferrero

07/06/2015

La máquina de propaganda comunitaria comienza a calentar motores. El pasado 12 de mayo, el Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo aprobó con 53 votos a favor, 10 en contra y tres abstenciones el “plan de contigencia mediante soft power” contra lo que los gobiernos europeos llaman “propaganda rusa” y que incluye, entre otros, “una asistencia financiera más ambiciosa a la sociedad civil de Rusia”. Con esta decisión, el Parlamento Europeo daba su visto bueno al plan de acción que la Unión Europea encargó redactar en abril a la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini. Según informaba un cable de la agencia France-Press el pasado 2 de mayo, el modelo podría proporcionarlo el centro de prensa de la OTAN en Bruselas, donde un equipo de 20 personas se dedica a monitorear a los medios de comunicación rusos.

El canal de televisión alemán Deutsche Welle informaba el pasado 16 de mayo en su página web de los intentos de las repúblicas bálticas para poner en marcha una televisión propia en lengua rusa “no para ejercer de torpe contrapropaganda, sino para volver a la tradición de servicio público e información objetiva”. Excusatio non petita, accusatio manifesta. En Estonia, la directora del nuevo canal, que se llamará ETV+ y comenzará a emitir a partir de septiembre con contenidos propios y de la Deutsche Welle, será Darja Saar, hasta principios de este año directora ejecutiva de la Fundación Entrum, donde dirigía un programa dedicado a la emprendeduría. Según indica su propia página web, Entrum recibe financiación, entre otros, de los fondos estructurales de la UE y la Open Foundation de George Soros. Soros, que hizo su fortuna mediante la especulación de divisas, abrió las oficinas de estas fundaciones –entonces llamadas “institutos”– en los ochenta como medio para promover el libre mercado y alejarlas del socialismo tras la desintegración de la Unión Soviética.

Ya en abril, el gobierno lituano ordenó el cierre, por un espacio inicial de tres meses, de las emisiones de la cadena de televisión RTR Planeta –que forma parte de VGTRK, la red de la televisión pública rusa– alegando que el medio propagaba la violencia e instigaba la guerra. El cierre, que no tuvo ninguna trascendencia informativa en Europa, fue efectuado por la Comisión de Radio y Televisión de Lituania sin ninguna orden judicial, ya que, según las agencias de información que se hicieron eco del caso, no se trata de un procedimiento necesario en esta república báltica.

De una orilla a la otra del Atlántico

El European Endowment for Democracy (EED), una institución financiada con fondos comunitarios, presentó el 19 de mayo en la Cumbre de la Asociación Oriental de la Unión Europea en Riga un estudio titulado “Iniciativas de los medios en lengua rusa en la Asociación Oriental y más allᔠ(“Russian Language Media Initiatives in the Eastern Partnership and Beyond”). Este estudio, obra de 90 expertos, tiene como objetivo reforzar la estrategia comunicativa de los 28 en el espacio post-soviético dentro del plan diseñado por Mogherini. El informe definitivo se presentará el próximo 12 de junio al Comité ejecutivo del EED.

El mismo día que se presentaba en la capital letona el informe, el portal digital EUObserver, dedicado a la información sobre la UE, publicaba un artículo defendiendo el apoyo a la inversión del proyecto comunitario. Su autor era Jerzy Pomianowski, antiguo viceministro de Asuntos Exteriores de Polonia y actual director ejecutivo del EED. Esta organización fue creada en Bruselas en el año 2011 para apoyar a “la sociedad civil” en los países fronterizos de la UE. El modelo del EED, como su propio nombre indica, es la fundación National Endowment for Democracy (NED), creada en 1983 por el entonces presidente de EEUU, Ronald Reagan, con el fin de desestabilizar a los países socialistas financiando y ofreciendo instrucción a las fuerzas de oposición. La NED financió por ejemplo la campaña electoral de Violeta Chamorro contra los sandinistas en Nicaragua con 4 millones de dólares en el año 1990, y en 2004 aportó fondos a Súmate, una plataforma antichavista en Venezuela.

El arquitecto del EED es Radoslaw Sikorski, exministro de Asuntos Exteriores de Polonia en la administración del conservador Donald Tusk, el actual presidente del Consejo Europeo. Sikorski, que es conocido por sus posiciones atlantistas, trabajó del 2002 al 2005 para dos think tanks de esta ideología: el American Enterprise Institute y el New Atlantic Initiative, del que llegó a ser director ejecutivo. El New Atlantic Initiative tiene como uno de sus ejes la promoción de la colaboración transatlántica en materia de defensa –defendiendo la entrada de la OTAN en los países europeos que todavía no lo han hecho– y comercial, con la creación de un Tratado de Libre  Comercio (TLC) entre la UE y EEUU, embrión de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TIPP) que negocian actualmente Washington y Bruselas. Sikorski es también junto con el exministro de Asuntos Exteriores sueco, el también conservador Carl Bildt, uno de los padres de los tratados de Asociación Oriental de la Unión Europea, y también uno de los defensores de mantener y endurecer las sanciones contra Rusia.

Volvamos a Riga. Teniendo en cuenta la situación económica de la UE y la experiencia de proyectos comunitarios anteriores, los autores de este estudio han propuesto crear un 'hub' mediático regional de diferentes iniciativas, coordinadas entre sí, con la finalidad de establecer en el futuro una plataforma mediática. “Una de las cosas que hemos descubierto en la Asociación Oriental y más allá es que la gente no confía en los medios de comunicación, sean rusos, occidentales o de su propio país. Necesitamos reconstruir la confianza en el periodismo de calidad”, afirmó en Riga uno de los autores del informe, Peter Pomerantsev.

¿Quién es Peter Pomerantsev?

Pomerantsev es precisamente el protagonista de un reciente artículo de investigación de Mark Ames en Pando Daily. Peter Pomerantsev es el autor de Nothing Is True and Everything Is Possible (“Nada es verdad y todo es posible”), un libro reciente donde explica su experiencia como productor de televisión en la estructura de los medios de comunicación rusos. El libro de Pomerantsev fue presentado en Londres por Anne Applebaum –una columnista conocida por sus artículos anticomunistas, casada con Radoslaw Sikorski y antigua colaboradora del American Enterprise Institute– en el Legatum Institute, un think tank financiado por Christopher Chandler, un multimillonario especializado en operaciones de capital riesgo que hizo buena parte de su fortuna en la Rusia de Borís Yeltsin. Legatum Institute mantiene vínculos económicos con el Institute for Modern Russia (IMR) de Manhattan, financiado por el oligarca ruso Mijaíl Jodorkovsky. El IMR sufragó en otoño de 2014 un informe de Pomerantsev y el periodista de The Interpreter –un portal con información sobre Rusia también financiado por el IMR– Michael Weiss titulado “The Menace of Unreality: How the Kremlin Weaponizes Information, Culture and Money” (La amenaza de la irrealidad: cómo el Kremlin convierte en un arma la información, la cultura y el dinero), donde defienden la idea de que EEUU tiene que combatir activamente la influencia de los medios de comunicación rusos.

Antes de viajar a Riga, Pomerantsev testificó el 15 de abril ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU sobre la presunta amenaza que supone la “propaganda rusa”. Según The Nation, el presidente de este Comité, Ed Royce, pedirá dentro de poco la aprobación de una propuesta de ley para poder reformar y relanzar Voice of America (VOA), el ente radiotelevisivo del gobierno federal de EEUU, cuyo financiamiento decayó  terminada la guerra fría. Según Royce, esta ley “nos ayudará a combatir la propaganda de Putin”.

Precisamente ahora que tanto se habla de la influencia de los medios de comunicación rusos, conviene tener en cuenta algunos datos. El presupuesto de RT para 2015 es de 400 millones de dólares. En un reciente documento de la Broadcasting Board of Governors (BBG), una agencia del gobierno de EEUU que tiene como objetivo declarado “proporcionar información y noticias a la audiencia estratégica en el exterior”, ésta ha pedido que su presupuesto aumente hasta los 721,26 millones de dólares para el año fiscal 2015.

De la BBG forman parte Voice of America (VOA), the Office of Cuba Broadcasting (OCB) –más conocida como Radio Martí, dedicada a emitir propaganda anticastrista a la isla caribeña– y Radio Free Europe/Radio Libery (RFE/RL), Radio Free Asia (RFA) y Middle East Broadcasting Networks (MBN) para Oriente Medio, formalmente independientes, pero financiadas por EEUU con el objetivo de influir en la opinión de tres regiones estratégicas para sus intereses. Tanto RFE/RL como RFA fueron creadas durante la guerra fría por el gobierno de EEUU para emitir propaganda anticomunista en la URSS y Europa oriental y China respectivamente. La BBG, que en su informe define su misión como “decisiva” para “la seguridad nacional de EEUU”, no sólo ofrece información, sino también talleres de formación y asesoramiento a profesionales de la comunicación. En la quinta página de su informe, la BBG afirma que practica “periodismo objetivo”, pero “no como un fin en sí mismo, sino con un objetivo: respaldar los intereses de la seguridad nacional de EEUU”.

El nuevo macarthismo de EEUU

Según James Carden, autor del artículo de The Nation antes mencionado, la situación que actualmente se está desarrollando comienza a recordar peligrosamente al macarthismo. En su texto, Carden cita The Paranoid Style in American Politics (el estilo paranoico en la política estadounidense), un ensayo de Richard Hofstadter, según el cual para los macarthistas “el enemigo posee una fuente de poder especialmente efectiva; controla la prensa; tiene una financiación ilimitada; cuenta con un nuevo secreto para influir en la psicología” de la audiencia, características muy parecidas a la que los críticos atribuyen a los medios internacionales rusos.

Las comparaciones, no obstante, no terminan aquí. Pomerantsev y Weiss proponen que, aparte de los responsables de sección que ya ejercen una selección de los temas a tratar en los medios, exista la figura del “editor en desinformación”, encargada de separar “las noticias de aquello que no es apto para imprimirse”, una expresión que no definen en ningún momento de su informe. Pomerantsev y Weiss también han pedido que se cree un “sistema internacional para evaluar la desinformación”, que Carden equipara a las antiguas listas negras. Según Pomerantsev y Weiss, “los medios de comunicación que practiquen el engaño consciente tendrán que ser excluidos de la comunidad”, como también lo serían los expertos que aparezcan en los medios de comunicación rusos, quienes trabajen o colaboren con empresas rusas o simplemente atiendan foros de debate patrocinados por éstas. “La difusa frontera entre think tanks y lobbies ayuda al Kremlin a sacar adelante su agenda sin escrutinio”, escriben Pomerantsev y Weiss. Sin embargo, de las difusas fronteras entre think tanks y lobbies en la Europa de la UE y EEUU, de la que hemos visto un par de ejemplos, Pomerantsev y Weiss guardan un elocuente silencio.

Para el periodista de The Nation, el objetivo real de esta campaña no es combatir la “desinformación” rusa, sino estigmatizar, marginar e incluso excluir a quienes pretendan explicar la situación en Ucrania desde un ángulo diferente al de los grandes medios de comunicación, creando así una atmósfera que haga prácticamente imposible la crítica hacia la política exterior de EEUU y la UE, e intimidando y silenciando a los periodistas y académicos, especialmente a los más jóvenes, que se encuentran en los inicios de su carrera profesional. De hecho, la iniciativa que plantean Pomerantsev y Weiss ya fue antes propuesta por el editor de The Economist Edward Lucas en la última Conferencia de Seguridad de Múnich. Lucas pidió explícitamente “marginar” a los periodistas que colaboran con medios rusos, hasta el punto de no contratarlos. Según Lucas, colaborar con un medio ruso tendría que ser “el último peldaño en la trayectoria profesional” de un periodista. Según ha afirmado el corresponsal de un diario español a la Directa –que por no ver su trabajo afectado, prefiere guardar el anonimato– algunos medios europeos, especialmente alemanes, ya comienzan a aplicar las recomendaciones de Lucas y Pomerantsev y Weiss.

Otra finalidad de este programa neomacarthista, añade Carden, es oscurecer, desplazando el foco de atención hacia los medios de comunicación rusos, los problemas reales de Ucrania y el riesgo de una guerra a gran escala de Rusia con la UE, fruto de la política que Pomerantsev y Weiss entre otros han apoyado. El hecho de que ahora traten de silenciar, calumniar e incluso apartar de los medios de comunicación a los críticos de esta misma política hace que su proyecto sea aún más escandaloso, afirma Carden.

Un modelo comunicativo obsoleto e hipócrita

El modelo comunicativo que Washington y Bruselas proponen en su ofensiva informativa contra Moscú hace descansar su legitimidad en una teoría que se enseña en el primer año de estudio en todas las facultades de Comunicación occidentales y que se llama de la “aguja hipodérmica”. Según este modelo, los mensajes son “inyectados” por parte del gobierno en una audiencia que los asimila acríticamente. Se trata de un modelo que los teóricos de la comunicación consideran desde hace años obsoleto, en incurrir en el error –con connotaciones incluso clasistas –de que la audiencia está compuesta por un público incapaz de contrastar contenidos por sí misma y es totalmente receptiva a los mensajes que los medios le ofrecen. De aquí Pomerantsev, Weiss y otros derivan la necesidad no de financiar un sistema de enseñanza público que forme a ciudadanos críticos dentro de un marco de pluralidad informativa –¿qué sería más ejemplar en materia de democracia para el resto del mundo que esto?–, sino de construir una serie de estructuras estatales paternalistas que vigilan por el supuesto bienestar de sus ciudadanos, a quienes consideran inmaduros.

El modelo planteado es igualmente hipócrita, ya que ninguna de las condiciones que exigen a los medios de comunicación rusos le es aplicable. Peor aún, muchas de las críticas que vierten contra ellos no son únicamente aplicables a los propios medios occidentales, sino que son el resultado de un clima de opinión que han contribuido activamente a crear. Según Pomerantsev y Weiss en su informe, RT está creando una “Internacional antioccidental y antiautoritaria cada vez más popular” con elementos “de extrema izquierda y de extrema derecha”. Los autores no plantean que si estos expertos y analistas aparecen en RT –o en Telesur o HispanTV, otras cadenas de televisión que el establishment en Bruselas y Washington tiene ahora mismo en el punto de mira – es precisamente porque tienen bloqueado el acceso a los medios europeos y estadounidenses, ya sea por veto directo– una situación de la que pocos periodistas se atreven a reconocer públicamente su existencia – o la creación de un clima de opinión que presione a los editores de sección para que los consideren “políticamente incorrectos” y contrarios a los intereses de la audiencia. Es más, en materia de información sobre Rusia y China, los medios occidentales no han tenido históricamente demasiados escrúpulos a la hora de recurrir a disidentes con opiniones políticas que en Europa y EEUU se considerarían criticables. Como tampoco plantean los autores de estos informes que el éxito de estos nuevos medios internacionales descansa precisamente en la desconfianza y el desencanto del público occidental hacia sus medios de comunicación, la razón de la cual nunca se analiza, sino que prefiere imputarse a la efectividad de una pretendida propaganda rusa o venezolana, menospreciando la capacidad crítica del propio público occidental.

Por eso mismo, la alerta con la que Carden finaliza su artículo en The Nation merece ser reproducida en toda su integridad: “uno habría esperado que los periodistas, entre toda la gente, se opusieran a este proyecto en los términos más contundentes posibles. Que ninguno de ellos lo haya hecho es un mal presagio.”

Ángel Ferrero es miembro del comité de redacción de Sinpermiso

Fuente:
La Directa, 31 de mayo de 2015

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