Zelig en Cataluña: del tranformismo político al baile de disfraces

Antoni Domènech

G. Buster

Daniel Raventós

27/07/2015

El espectáculo ofrecido ahora mismo por los políticos españoles tal vez no tenga parangón en el resto de Europa. Nuestra vida política se ha convertido en un baile de disfraces. Nadie quiere aparentar lo que es. Muchos no quieren ser lo que aparentan. Y bastantes en Cataluña, ¡qué diablos!, no quisieran ya ser ni lo que aparentaron, ni lo que aparentan ni lo que temen seguir siendo.  

En apenas cuatro años, los sórdidos adalides de aquellas políticas procíclicas de "austeridad expansiva" que iban a sacar a Europa mágicamente de la crisis deprimiendo salarios, yugulando el gasto público, desmantelando derechos sociales, privatizando servicios públicos esenciales, deprimiendo la demanda efectiva agregada y, en general, haciendo todo lo contrario de lo que la macroeconomía seria ha venido enseñando desde los años 30, reconocen tácita pero paladinamente el estrepitoso fracaso de sus fórmulas milagreras. Los éxitos electorales de las candidaturas de la nueva izquierda radical emergente en capitales tan destacadas y emblemáticas como Barcelona, Madrid, Valencia, Zaragoza, Santiago, La Coruña, El Ferrol, Cádiz o Zamora vinieron a certificar el pasado 24 de mayo su naufragio en el cada vez más agitado mar de la opinión popular. Y parecen augurar cosas harto más espantables todavía para las próximas citas electorales: las catalanas del 27 de septiembre y las generales previstas para fines de noviembre.

A la fuerza ahorcan. Todos se hallan ahora en trance de descubrir lo "social". Lo ha hecho, ¡qué caramba!, el mismísimo Rajoy. Lo ha hecho, ¡cómo no!, Pedro Sánchez, aquel joven y oscuro diputado que en agosto de 2011 abogó por y votó con entusiasmo digno de meritorio la reforma express de la Constitución de 1978 para satisfacer a los acreedores extranjeros y blindar bipartidistamente caiga quien caiga el pago de la deuda española en perjuicio del gasto social.

Pero quien seguramente se lleva la palma es Artur Mas, el presidente de la Generalitat catalana, que en poco más de cuatro años ha pasado de enérgico defensor de políticas extremistamente neoliberales en el arranque de su autonómico Govern dels millors sostenido por el PP catalán (en 2010) y de votar entusiásticamente  con el PP en las Cortes de Madrid los primeros presupuestos extremistamente austeritarios del gobierno Rajoy (en 2012), a realizar un espectacular ejercicio de autopresentación como independentista forzado por el asfixiante acoso fiscal a que esa misma política presupuestaria de Madrid sometía a su govern. Ahora se reinventa como campeón de la justicia social, casi como un hombre del centroizquierda; algo así como el Salmond catalán.  

Auparse inopinadamente a la ola popular independentista que irrumpió con fuerza en septiembre de 2011 no le permitió a Mas contener el desgaste provocado por sus políticas austeritarias. Lejos de ganar la mayoría absoluta ambicionada, no hizo sino perder muchos escaños en las elecciones autonómicas anticipadas de noviembre de 2012, lo que puso a su gobierno en situación de extrema precariedad. Quedó parlamentariamente a merced de una ERC (el viejo centroizquierda de larga tradición independentista) que no buscaba otra cosa que el sorpasso electoral. Los distintos escándalos de corrupción que fueron salpicando a su partido (con sede embargada), coronados por el mayúsculo escándalo del "pujolazo" –la autoinculpación de su padre político y fundador del partido— hace ahora un año pusieron definitivamente a CDC a los pies de los caballos. Sólo el indudable talento para el medro y el regate en corto de Mas y la estupefaciente impericia del entero y variado arco de la oposición parlamentaria (incluida ERC) permitieron que su gobierno sobreviviera al "pujolazo" y a la consiguiente muerte técnica de su partido.

Menos de cuatro meses después, Mas era el amo de la política catalana. Entre doloridas llantinas de una ERC noqueada de tanto boxear con sombras y emocionados abrazos de una eufórica CUP (la extrema izquierda independentista), el éxito del pseudoreferéndum de autodeterminación celebrado el 9 de noviembre lo consagró como líder indiscutible del independentismo catalán. ¡Ah! Pero un líder sin partido.

En un nuevo alarde de capacidad de maniobra en seco, diseñó entonces un itinerario –una "hoja de ruta"— para la independencia de Cataluña que pasaba por unas nuevas elecciones autonómicas, la clave plebiscitaria de las cuales consistía en presentar una lista única que reuniera a todas las fuerzas independentistas, desde la extrema izquierda a la derecha neoliberal apabullantemente hegemónica en los medios públicos y privados (subvencionados) de Cataluña, la Llista del President: una suerte de propuesta de Union Sacrée de la nación catalana. Exceptuando tal vez –sólo tal vez— a sus numerosos y bien pagados palmeros mediáticos, resultó evidente para todo el mundo, empezando por los atribulados dirigentes de ERC, que con esa nueva maniobra Mas pretendía matar varios pájaros de un tiro. Eludía presentarse con su maltrecho y desacreditado partido. Evitaba tener que dar cuentas al electorado de su inmisericorde gestión austeritaria de la crisis en el último lustro. Y afianzaba todavía más la obvia e ininterrumpida hegemonía política e ideológico-mediática de la derecha catalanista sobre un Procés soberanista de innegable base social democrática y de masas.

(Una derecha, dicho sea de paso, cuyos intelectuales públicos, salvo en la reivindicación –cuando menos de boquilla— del derecho democrático del pueblo catalán a la autodeterminación, en nada significativo se distinguen muchas veces de los de la derecha españolista más primitivamente venenosa. Tan brutalmente pro-sionista es Pilar Rahola como Hermann Tertsch. Tan necia y grasientamente demófobos son un Francesc Abad o un Bernat de Deu como Arcadi Espada o don Alfonso Ussia. Tan fanática, grosera y superficialmente "neoliberal" es el ultramediático Xavier Sala i Martín como el ultramediático Daniel Lacalle. Tan grotesca y subvencionadamente manipulador es el "historiador" Jordi Bilbeny como el "historiador" César Vidal. Ni es distinto el pazguato europeísmo austeritario del eurodiputado Ramon Tremosa del de los eurodiputados de Ciudadanos y UPyD, compañeros suyos en el grupo parlamentario liberal de Bruselas.)

La victoria de Ada Colau y su sólido equipo de Barcelona en Comú y la pérdida del gobierno municipal de la capital en las elecciones locales del pasado 24 de mayo fue un auténtico shock para Mas y su entorno. También para una ERC que cosechó resultados peor que modestos y que vio desvanecerse así definitivamente sus ya desmayados sueños de sorpasso. Astutamente, Mas aprovechó el doloroso revés electoral para lanzar un definitivo crochet de izquierda y tumbar en la lona a una dirección de ERC que venía resistiéndose cual gato panza arriba desde hacía meses a la trampa mortal de la Llista del President. Este fue, sobre poco más o menos, el tenor del nuevo discurso de Mas tras el rebencazo municipal:

La situación se habría polarizado falsamente. Contra lo sostenido por una nueva izquierda radical dudosamente soberanista, Mas y su Govern no serían encallecidos neoliberales, sino genuinos partidarios de un país nuevo y más justo socialmente. Lo hecho hasta hora, terrible, sí, ¡qué me va usted a contar!, pero siempre obligados por el estrangulamiento financiero malignamente administrado desde el gobierno reaccionario de Madrid. Si los del "espacio Sí-se-Puede" habían conseguido unirse y triunfar en las municipales, si con toda seguridad repetirían candidatura de unidad en las elecciones autonómicas anticipadas del 27S, entonces ¿por qué no habríamos de hacerlo nosotros, no menos afines, como soberanistas pura raza, en el anhelo de plena liberación nacional que en las ansias sinceras de justicia social y bienestar popular? De no lograr comparecer en una lista única, esas elecciones jamás podrían considerarse plebiscitarias, y el independentismo entraría en vía definitivamente muerta. Quien pusiera obstáculos a esa unidad, sería el principal responsable del suicidio nacional. Por lo demás, ni siquiera habría que hablar ya de una Lista del President; bastaría una "Lista con el President", y acaso ni siquiera encabezada ya por el President.

Mas proponía, y dejaba que las manidas "organizaciones de la sociedad civil" (la ANC y Omnium Cultural) dispusieran. Un órdago irresistible. Sólo una CUP suficientemente escaldaba por las visibles secuelas que le dejó su incauto comportamiento del pasado 9 de noviembre –y temerosa de abandonar buena parte de su potencial electorado al "espacio del Sí-se-Puede"—, resistió. No es improbable que en poco tiempo pase a ser la fuerza principal, y con diferencia, de un independentismo dignísimo… y definitivamente minoritario.

Sea de todo ello lo que fuere, lo cierto es que en la escena política catalana empezaba el desarrollo de un colosal baile de disfraces. Mas se disfrazaba de ERC, por así decirlo. ERC se disfrazaba, a su vez, de verdadero heredero de aquel viejo y glorioso PSUC de la resistencia antifranquista que, a diferencia de sus herederos por línea directa (ICV o EUiA) sí habría entendido cabalmente la "cuestión catalana". ¿Qué mejor, entonces, que esconder al President, el verdadero candidato a la presidencia de la Generalitat, como número 4, detrás de tres nombres pretendidamente muy "civiles"? Una, Carme Forcadell –la expresidenta de la ANC—, vinculada desde siempre a ERC. Y dos de pasado y tradición psuqueros: la veterana resistente antifranquista y expresidenta de Omnium cultural, Muriel Casals y, nada menos que como cabeza de lista, el exeurodiputado de ICV Raul Romeva, un auténtico profesional de la política sin otro oficio ni beneficio conocido hasta la fecha que el de haberse bañado tan a gustito desde nene en las viejas aguas de la marrullería política que tan antipática resulta al espíritu de los nuevos tiempos.

Lo más divertido de este baile de disfraces es que alcanza también a los herederos más o menos directos –y en cualquier caso, no bastardos— del viejo PSUC ahora interesadamente loado por casi todos. Pero los copistas legítimos suelen andar más avisados que los fraudulentos. Diríase que las direcciones de ICV y de EUiA han comprendido inteligentemente y a tiempo el signo de los tiempos y el espíritu rector o inspirador de las recientes victorias de las candidaturas de unidad popular forjadas desde abajo, desde la calle y las luchas sociales, en los –digámoslo con Mas— nuevos "espacios del Sí-se-Puede". Por lo pronto se libraron del eurodiputado Romeva hace un año. Y no han puesto ahora mayor objeción a dar varios pasos atrás y colocar de número uno a un genuino agente de la "sociedad civil", un veterano activista muy conocido y reconocido en la calle y entre los movimientos sociales: Lluis Rabell, presidente de la legendariamente combativa Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona. Se vio con la estupenda y casi desconocida Manuela Carmena, se ha visto, en sentido exactamente inverso, con la monja/vedette Forcades: que sea casi un desconocido mediáticamente podría ser incluso más una ventaja que un inconveniente para el solvente Rabell, habida cuenta de la creciente antipatía despertada entre la población por unos medios de comunicación considerados por los expertos como los menos fiables de Europa para su propia opinión pública.  Augurémosle todos los éxitos, que no ha podido empezar mejor:  "El 27-S habrá que elegir entre la amnesia y hacer limpieza".

El caso es que Rabell, además de un decidido partidario del derecho de autodeterminación de todos los pueblos de España –votó, como Ada Colau, Sí-Si el pasado 9N—, fue un viejo militante trotskista que nunca se ha alejado demasiado del mundo cultural de la Fundación Andreu Nin. Así que cuando todos quieren disfrazarse de PSUC –incluida la bisoña dirección de Podemos en Cataluña—, parecería que los nietos y biznietos del PSUC de verdad, más avisados y ya abiertamente críticos con el suicida papel de ala izquierda del arco dinástico jugado en la Transición por sus cofoïstes padres, se lo piensan mejor y les da, tal vez en buena hora, por disfrazarse de POUM.

Todo en el baile de disfraces catalán, ¿¡qué le vamos a hacer!?, recuerda más al Zelig de Woody Allen que al transformismo político en el sentido de Gramsci. Pero aires cómicos aparte, la cosa parece un índice claro del acelerado deslizamiento hacia la izquierda de la llamada "centralidad política" en Cataluña. Que, como tuvo ocasión de comprobar en directo en su reciente visita a Barcelona el propio Felipe VI, sigue siendo la más persistente, dolorosa e incómoda piedra rupturista alojada en el gastado zapato de la Segunda Restauración borbónica.

Antoni Domènech es el Editor general de SinPermiso. Gustavo Buster y Daniel Raventós son miembros del Comité de Redacción de SinPermiso.

Fuente:
www.sinpermiso.info, 26 julio 2015

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