La arquitectura como política e ideología: el Karl Marx Hof de Viena

Owen Hatherley

03/05/2015

El Karl Marx Hof (“Patio Karl Marx” podría traducirse) de Viena es un a raro ejemplo de una arquitectura que es a la vez instrumento político y símbolo ideológico, un edificio por el que lucharía el pueblo, a favor y en contra, con cañones.

Iniciado por la municipalidad de Viena en 1927 y acabado tres años más tarde, se convirtió en uno de los principales campos de batalla de la breve guerra civil austriaca de 1934. Su bombardeo, lo mismo que su construcción, se convirtió en un símbolo, esta vez no del socialismo municipal sino del fascismo y de la primera resistencia seria en su contra.   

Nada de este significado se le habría aplicado al Karl Marx Hof de no haber sido por el hecho de que el edificio ya parecía una fortaleza, un baluarte, un castillo de solidaridad, años antes de que se convirtiera en realidad en un lugar de resistencia bajo sitio. asediado. Es un bloque de apartamentos increíblemente alargado, de color rojo y mediana altura, puntuado por arcadas y ubicado justo al norte del centro de la ciudad, y   comprende escuelas, baños, una biblioteca y un centro de salud. Culmina en una gran plaza con esculturas, barrotes, torretas y la leyenda, en hermosas letras de molde: “Karl Marx Hof, construido por el Ayuntamiento de Viena”.  

Sencillamente, es la clase de edificio por el que uno podría imaginarse que la gente daría su vida. Y sin embargo, su arquitecto, Karl Ehn, no era un activo socialista. Siguió ocupándose de sus encargos tras el golpe fascista de 1934 y trabajó incluso para los nazis tras la anexión de Austria, cuatro años más tarde.

Pese a la desenvoltura del diseño, éste provenía de las instrucciones, no de las inclinaciones políticas o incluso arquitectónicas del diseñador. Por el contrario, procedía de la intersección de las necesidades de la ciudad de Viena de viviendas de gran densidad en los barrios del centro y del tipo de ideas arquitectónicas de la capital del imperio de los Habsburgo a principios del siglo XX.

Ehn había sido estudiante de Otto Wagner, un arquitecto imperial modernizador que fue pionero de un enfoque racionalista, austero que, si bien influyó sin duda en la arquitectura moderna, no llegó al rechazo de la ornamentación que preferían arquitectos y pensadores vieneses más jóvenes, como Adolf Loos u Otto Neurath.

El mejor edificio de Wagner, la Caja Postal de Ahorros de Viena, compendia esta tensión: por la sala del banco, de acero y cristal, y la estructura de acero, pertenece al movimiento moderno; por su simetría, escultura heroica y revestimiento de piedra, es neoclásico. Los alumnos de Wagner prosiguieron este estilo en los años 20 y 30, por contraposición a los arquitectos de Berlín o Frankfurt que en aquella época exploraban concepciones completamente nuevas del espacio arquitectónico.  

El gusto de la escuela de Wagner por la monumentalidad y la cuadrícula urbana tradicional fue una afortunada casualidad para el Ayuntamiento de Viena. Como la mayoría de las capitales tras la Primera Guerra Mundial, Viena se enfrentaba a una enorme crisis de vivienda, con hacinamiento, alquileres altos y desempleo masivo. A diferencia de casi todas las demás capitales, el gobierno municipal – abrumadoramente dominado por los “austro-marxistas”, bastante a la izquierda de los socialdemócratas  – no respondió con la suburbanización sino con la reconstrucción de los barrios céntricos.  

El gobierno municipal consideraba las ideas descentralizadoras de los radicales de la arquitectura tan caras como perjudiciales para los intereses de los trabajadores vieneses. Antes bien, querían mantenerlos en lugares de trabajo de alta densidad, en comunidades estrechamente unidas, sólo que con niveles de vida más elevados que los que habían tenido antes.

Como consecuencia de ello, la ciudad se embarcó en un enorme programa de construcción – levantó 64.000 pisos en menos de 10 años, que albergaban a cerca de un cuarto de millón de personas – subvencionado gracias a los elevados impuestos a los ricos y, sobre todo, a los caseros, que, por supuesto, se vieron absolutamente despojados por el programa y que se convirtieron más tarde en los principales partidarios del fascismo austriaco.

Con la municipalidad construyendo en los barrios del centro, los arquitectos de la “Viena roja” estaban perfectamente ubicados para darle el rostro adecuado, orgulloso, monumental, un poco melodramático. Cada uno de las docenas de Hofe (patios) que salpican el anillo de circunvalación   interior de Viena sigue el trazado histórico de las calles, y se niega a romper con la disposición tradicional respecto al peatón.

Pero la diferencia está dentro. Sus grandes arcadas no llevan, como en la vivienda del siglo XIX, a sub-apartamentos cada vez más lóbregos y miserables sino a espacios a modo de parques, llenos de edificios sociales, árboles y campos de juego. Los detalles decorativos, como esculturas, murales, azulejos de mayólica, se añadieron como forma de mantener empleados a los artesanos durante un periodo de enorme paro.

En lugar del rechazo total del siglo XIX que se estaba convirtiendo en norma en Berlín, Rotterdam, Paris o Moscú, se trataba de una adaptación de la pompa, centralización y planificación concentrada en las calles de la ciudad imperial para fines políticos muy diferentes. Aquí la pompa y la centralización eran un medio de homenajear no al emperador sino al proletariado.  

Estos edificios gritaban desde los tejados que los trabajadores vieneses y sus representantes electos estaban transformando la ciudad de acuerdo con sus intereses, y así lo hicieron en lugares en los que no se les podía evitar.  

Fuera de Viena, el Partido Social Cristiano, antisemita y nacionalista, dominaba Austria y consideraba estos edificios literalmente como fortalezas de un movimiento urbano hostil y ajeno; su imputación de que se habían construido con fines militares se puso a prueba en febrero de 1934, cuando una crisis constitucional condujo a enviar a los paramilitares derechistas y al ejército al Karl Marx Hof, Engelshof, Bebelhof, George Washington Hof y demás para aplastar la ciudad.

La ciudad se defendió luchando, pero se encontraba mal armada y escasamente preparada. El mismo Karl Marx Hof fue objeto de un fuerte bombardeado. Fueron cientos los muertos de este breve conflicto. 

Después del Anschluss, y acabada la guerra, la ciudad de Viena volvería a construir y dispone hoy del mayor programa de vivienda social – y el mejor, se podría decir - de cualquier capital de Europa. De manera que, en cierto sentido, terminaron por ganar.

Owen Hatherley, afilado crítico de arquitectura y urbanismo, es autor de Militant Modernism (Zero Books, 2009); A Guide to the New Ruins of Great Britain (Verso, Londres, 2010) y Uncommon (Zero Books, 2011) sobre el grupo "pop" británico Pulp.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente:
The Guardian, 27 de abril de 2015

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