La gran muralla del capital

Mike Davis

28/06/2005

Libre comercio significa un laberinto de puestos fronterizos fortificados. Cuando las multitudes delirantes derrumbaron el Muro de Berlín en 1989, muchos alucinaron que se avecinaba un milenio de libertad sin fronteras. Se suponía que la globalización inauguraría una era sin precedente de movilidad física y virtual-electrónica. En cambio, el capitalismo construyó la barrera al libre tránsito más enorme de la historia.

Esta "gran muralla del capital", que separa a unas cuantas docenas de países ricos de la mayoría de los pobres de la Tierra, deja en calidad de enana a la vieja cortina de hierro. Circunda la mitad de la Tierra, acordonando por lo menos 12 mil kilómetros de líneas fronterizas terrestres y, si las comparamos, esta nueva muralla es mucho más mortífera para los desesperados intrusos.

A diferencia de la Gran Muralla china, este nuevo muro es visible desde el espacio únicamente en partes. Pese a incluir bastiones tradicionales (la frontera entre México y Estados Unidos) y alambre de púas y campos minados (entre Grecia y Turquía), gran parte de la imposición de estas medidas migratorias globalizadas ocurre en el mar o en el aire. Es más, las fronteras son ahora digitales y no meramente geográficas.

Ahí tenemos la Fortaleza Europa, donde un sistema de datos integrados (que escalará la ya existente red Schengen, con sede en Estrasburgo, y tiene el siniestro acrónimo de Prosecur) será el fundamento de un sistema común de patrullaje fronterizo, a cargo de un cuerpo de guardias fronterizos (el European Border Guards Corps), recién autorizado. La Unión Europea gastó ya cientos de millones de euros en instrumentar la denominada cortina electrónica, que abarca las nuevas fronteras orientales, y un afinado sistema de vigilancia en los estrechos de la costa española (el Surveillance system for the straits) que, se supone, mantendrá a los migrantes de Africa en su continente, del lado de Gibraltar.

Hace poco, Tony Blair le pidió a sus colegas de la Unión Europea que extendieran las defensas fronterizas de la Europa blanca hasta el corazón del tercer mundo. Propuso "zonas de protección" en las áreas de conflicto clave en Africa y Asia, donde los potenciales refugiados puedan ser puestos en cuarentena, en condiciones de mugrosa mortandad, por años. Su modelo es Australia, donde el primer ministro de derecha, John Howard, declaró una guerra abierta contra los devastados refugiados kurdos, afganos y timorenses.

El año pasado, ante la ola de motines y huelgas de hambre que emprendieron los inmigrantes detenidos en agujeros infernales en pleno desierto, como Woomera, en el sur de Australia, Howard utilizó su armada para interceptar barcos en aguas internacionales e internar a los refugiados en campos de mayor pesadilla, como Nauru o la isla de Manus, cerca de Papúa, en Nueva Guinea, infestada de malaria.

De acuerdo con información de The Guardian, Blair ya perfila a la armada real para frenar a los contrabandistas de refugiados en el Mediterráneo y a la real fuerza aérea para que deporte a los migrantes a sus tierras natales.

Si la vigilancia fronteriza se corrió hacia afuera, se ejerce ahora también en los patios de todos. Los residentes del suroeste de Estados Unidos llevan un buen rato soportando los prolongados embotellamientos de tráfico en los puestos de revisión de la "segunda frontera", muy lejos de la línea real. Ahora las operaciones de detención y búsqueda se vuelven comunes en el interior de Estados Unidos. El resultado es que la frontera entre las nociones de vigilancia fronteriza y política interna, o entre política migratoria y "guerra al terrorismo", desaparece rápidamente. Los activistas que promueven una Europa "sin fronteras" llevan tiempo alertando sobre los sistemas de datos orwellianos que rastrean a los "extraños"(1) a la Unión Europea, pero que se usarán también contra los movimientos altermundistas.

De igual forma, en Estados Unidos los sindicatos y grupos de latinos ven con temor la enorme andanada de propuestas republicanas para entrenar a un millón de policías y sherifs locales como guardias migratorios.

Entre tanto, las víctimas humanas de este nuevo orden fronterizo mundial(2 )crecen inexorablemente. Según datos de grupos de derechos humanos, desde 1993 han muerto 4 mil inmigrantes y refugiados a las puertas de Europa -ahogados en el mar, durante estallidos de minas y asfixiados en vagones de carga. Tal vez miles más han perecido en ruta, por el Sahara. La organización American Friends Service Committee, que da seguimiento a las muertes en la frontera entre México y Estados Unidos, calcula que durante los pasados 10 años ha fallecido un número semejante de migrantes en las candentes arenas del suroeste estadunidense.

En un contexto de tanta inhumanidad, la reciente propuesta de la Casa Blanca -ofrecer estatus de trabajador huésped a indocumentados y otros- parece un gesto de compasión si se contrasta con la dureza de Europa o el casi fascismo de Australia.

De hecho, como afirman grupos en favor de los derechos de los migrantes, dicha iniciativa es una combinación de cinismo sublime e implacable cálculo político. La propuesta de Bush, que semeja al infame programa Braceros de principios de los 50, legalizaría una subcasta de empleados con salarios ínfimos, sin fijar mecanismo alguno para que los 5 o 7 millones de indocumentados adquieran residencia permanente o la ciudadanía estadunidense.

Contar con talacheros sin derecho a voto ni domicilio permanente es, por supuesto, parte de la utopía republicana. El plan de Bush le brindaría a Wal-Mart y a McDonald's un abasto casi infinito de mano de obra desprotegida y sin registro.

Le lanzaría también un salvavidas al neoliberalismo situado al sur de su frontera. Los 10 años de Tratado de Libre Comercio de América del Norte -aun sus primeros promotores lo reconocen ahora- resultó ser un chiste cruel, pues destruyó tantos empleos como los que crea. De hecho, la economía mexicana lleva cuatro años seguidos desmantelando puestos de trabajo. La propuesta de un nuevo programa tipo Bracero le ofrece al presidente Vicente Fox y a sus sucesores una válvula de escape crucial para la economía.

Le otorga a Bush un asunto con el cual cortejar a los latinos del suroeste con miras a las elecciones. Sin duda, Karl Rove (la eminencia gris del presidente) calcula que la propuesta sembrará un maravilloso desconcierto y conflictos entre los sindicatos y los latinos liberales.

Finalmente - es éste el real y siniestro serendipity(3)- la oferta de una legalidad temporal será una carnada irresistible que lanzará a los indocumentados a salir al descubierto, con lo que la dependencia de seguridad interna estadunidense (el Department of Homeland Security) podrá etiquetarlos y monitorearlos. Más que abrir una grieta en la "gran muralla", resana una hendidura y asegura un diseño más sistemático e invasivo de las políticas de la inequidad humana. 1 El término en inglés es alien, es decir ajeno, extraño, hostil, diferente, y se usa también para denotar a los extraterrestres.

2 Davies hace aquí un interesante juego de palabras entre border (frontera) y order (orden). Así, su frase en inglés dice: new world (b)order. Si hay algo cercano a un nuevo orden mundial, éste se expresa en el nuevo orden fronterizo mundial.

3 La suerte o el azar que permitieron un hallazgo.

Traducción: Ramón Vera Herrera

* Mike Davis es autor de City of quartz, dead cities: and other tales y Ecology of fear. Es coautor de Under the perfect sun; the San Diego tourists never see, entre otros libros. Una colección de algunos de sus ensayos traducidos al castellano se publicó en 1996 en Ediciones Sin Filtro con el título Quién mató a Los Angeles

Fuente:
La Jornada 12 junio 2004

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