La mala fe de la política energética de Bush

Joseph Stiglitz

15/05/2006

En una de las sesiones más surrealistas del Foro Económico Mundial de Davos de este año, los expertos de la industria del petróleo explicaron cómo el derretimiento de la capa de hielo polar –que está ocurriendo más rápido de lo que nadie hubiera previsto- representa no sólo un problema, sino también una oportunidad: ahora puede que facilite el acceso a vastas cantidades de petróleo.

De manera similar, estos expertos conceden que el hecho de que Estados Unidos no haya firmado la Convención del Mar, el tratado internacional que determina quién tiene acceso al petróleo de ultramar y otros derechos minerales marítimos, presenta un riesgo de conflicto internacional. Pero también señalan el lado ventajoso: la industria del petróleo, en su incesante búsqueda de más reservas, no necesita rogar al Congreso para que le dé el derecho a expoliar Alaska.

El Presidente George W. Bush tiene una extraña habilidad de no ver el mensaje mayor. Por años, se ha hecho cada vez más evidente que su política energética está bastante errada. Siguiendo los dictados de la industria del petróleo, incluso miembros de su propio partido se refirieron a una ley energética anterior como una que “no dejó a ningún lobbista insatisfecho”. Al tiempo que alaba las virtudes del libre mercado, Bush no ha hecho más que dar enormes prebendas a la industria energética, incluso en tiempos que el país enfrenta altísimos déficits.

Hay una falla del mercado en lo que se refiere a la energía, pero la intervención del gobierno debería ir precisamente en dirección opuesta a la que propone la administración Bush. El hecho de que los estadounidenses no paguen todo el precio de la contaminación resultante de su derrochador uso de la energía -especialmente las enormes cantidades de gases que causan el efecto invernadero- significa que ésta se encuentra subvaluada, lo que a su vez sostiene un consumo excesivo.

El gobierno debe estimular la conservación, e intervenir en el sistema de precios -a través de impuestos a la energía- es una manera eficiente de hacerlo. Sin embargo, en lugar de estimular la conservación, Bush ha impulsado una política de “drenar a los Estados Unidos primero”, dejado a EE.UU. más dependiente del petróleo externo en el futuro. No importa que la alta demanda haga aumentar los precios del petróleo, creando una lluvia de dinero para muchos de los actores del Oriente Medio que no son precisamente amigos de EE.UU.

Hoy, a más de cuatro años de los ataques terroristas de septiembre de 2001, Bush parece haber despertado finalmente a la realidad de la creciente dependencia de EE.UU.; con el gran aumento de los precios del petróleo, le será difícil no notar las consecuencias. No obstante, casi con toda seguridad las vacilantes medidas de su administración empeorarán las cosas en el futuro inmediato. Bush todavía se niega a hacer cualquier cosa en lo referente a la conservación, y ha apoyado con muy poco dinero su constante cantinela de que la tecnología es lo que nos ha de salvar.

Entonces, ¿qué se puede pensar de su reciente declaración de un compromiso para hacer que EE.UU. sea un 75% menos dependiente del petróleo del Oriente Medio dentro de 25 años? Para los inversionistas, el mensaje es claro: no invertir más en el desarrollo de reservas en el Oriente Medio, que es por lejos la fuente más barata de petróleo mundial.

Sin embargo, sin nuevas inversiones para el desarrollo de reservas en el Oriente Medio, el crecimiento debocado del consumo de energía en los Estados Unidos, China y el resto del mundo implica que el ritmo de la demanda superará el de la oferta. Por si eso no fuera suficiente, la amenaza de Bush de aplicar sanciones contra Irán plantea el riesgo de que ocurran interrupciones en el suministro de uno de los mayores productores del mundo.

En momentos que la producción petrolera del mundo se acerca a su plena capacidad y los precios son ya más del doble de su nivel anterior a la Guerra de Irak, el futuro deja entrever precios y utilidades aún mayores para la industria del petróleo, la única ganadora clara de la política de Bush en el Oriente Medio.

Está claro que no se debería acusar a Bush de, por lo menos y finalmente, haber reconocido que existe un problema. Pero, como siempre, una mirada más detallada a lo que propone sugiere otro truco de manos por parte de su administración. Además de negarse a reconocer la importancia del calentamiento global, estimular la conservación o dedicar fondos suficientes a investigación para hacer una diferencia real, la grandilocuente promesa de Bush de lograr una reducción de la dependencia del petróleo del Oriente Medio significa menos de lo que parece. Puesto que sólo el 20% del petróleo utilizado en EE.UU. proviene del Oriente Medio, su meta se podría lograr con un modesto cambio de adquisición de este recurso desde otras fuentes.

Sin embargo -uno podría pensar- sin duda que la administración Bush se da cuenta de que el petróleo se comercia en un mercado mundial. Incluso si EE.UU. fuera 100% independiente del petróleo del Oriente Medio, una reducción en el suministro procedente de esta región tendría efectos devastadores sobre el precio mundial y la economía estadounidense.

Como ocurre muy a menudo con la administración Bush, la explicación de la política oficial no resulta muy halagüeña. ¿Está Bush jugando a hacer política al azuzar el sentimiento anti-árabe y anti-iraní en EE.UU.? ¿O es sólo otro ejemplo más de incompetencia y desorden? Por lo que hemos visto en los últimos cinco años, la respuesta correcta probablemente contiene más que algo de mala fe y pura ineptitud.

Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía, es profesor de economía en la Universidad de Columbia y fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton y economista en jefe y vicepresidente senior del Banco Mundial.

Traducido por David Meléndez Tormen

Fuente:
Project Syndicate, marzo 2006

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