La revolución cultural china, 40 años después

Edoarda Masi

28/05/2006

Han pasado cuarenta años desde el inicio de la revolución cultural en China, o mejor dicho, desde que el movimiento se le escapó de las manos a la burocracia, tras el dazibao de la joven Nie Yuanzi el 25 de mayo de 1966: por breve tiempo, porque en el curso de 1968 (febrero o diciembre, según las distintas interpretaciones) estaba virtualmente concluida. Exponer en las líneas esenciales las vicisitudes de aquel movimiento, sus contenidos, los motivos de su excepcional importancia en la historia mundial, las razones de su derrota y, al propio tiempo, su actualidad, resulta imposible. De hecho, el público al que estas líneas van dirigidas ha sufrido treinta años de lavado de cerebro, más que nunca intenso y destructor en la última década, a propósito no tanto o no sólo de las cuestiones chinas, cuanto del conocimiento y de la interpretación de la historia de los dos últimos siglos, de los orígenes y del desarrollo del movimiento obrero internacional, de los ataques violentos e ininterrumpidos a los países socialistas (que contribuyeron a la deformación irremediable de su carácter); por no hablar de los contenidos del pensamiento socialista en sus diversas corrientes, del marxismo crítico y antiestalinista, de la larga lucha de los pueblos asiáticos y africanos, en la segunda postguerra, para formar un frente del “tercer mundo” desvinculado de los dos bloques de las potencias (destruido al precio de un millón de muertos en Indonesia entre 1965 y 1966, por obra de los servicios secretos de EEUU).

Yerra quien se lamenta de la ausencia de valores en la sociedad actual, que, en realidad, hace suyo el beneficio como valor dominante y universal: como Dios, indiscutible y omnipotente. No sólo el conocimiento del pensamiento socialista ha sido prohibido, sino que se ha disgregado el contexto mismo de los valores burgueses con que todos se llenan hoy la boca: democracia, tolerancia, libertad... como las “mentiras vivientes” de que escribió Sastre en el 62, lanzadas desde las ciudades europeas a África, a Asia: “¡Partenón! ¡Fraternidad!”, resuenan vacías hasta en el centro de las metrópolis. Cumplen la misma función que los “variopintos vínculos” de la sociedad feudal de que habló el Manifiesto del partido comunista. Las ha expulsado, devorando a la misma burguesía, un patrón anónimo, indiscutible y omnipotente como Dios, llamado “mercado”, por no usar el término “capital”, que sería más correcto.

El patrón anónimo se enseñorea hoy del mundo, siembra degradación, dolor y destrucción también en los países que habían intentado la vía socialista; también en China, luego de que, con la muerte de Chu Enlai y de Mao Zedong, se puso fin a las largas luchas con que antes, durante y después de la revolución cultural se hubiera tratado de bloquear su penetración. Se había llegado, por parte de los revolucionarios chinos, a reconocer el dominio efectivo del capital también en la Unión Soviética estaliniana y brezneviana (las mismas conclusiones a las que, por otra vía, ha llegado Istvàn Mészàros); y a atacar a cuantos, dentro del PCCh, trataban de seguir esa senda: los que hoy están en el poder. Como ha sido ya repetidamente demostrado, la degradación y la destrucción, el ensanchamiento desapoderado del hiato que separa a pobres y ricos, la estratificación social cada vez más rígida, la pérdida de toda ciudadanía real por parte de los pobres –la inmensa mayoría— no son fenómenos marginales, defectos a los que pueda ponerse remedio, ni residuos de un pasado de “atraso” que haya que superar, sino los resultados del mecanismo universal en acción y la condición misma de su existencia. A toda velocidad, avanzan de la periferia hacia el centro de las metrópolis: quien no sea totalmente ciego, lo experimenta a diario. Cuanto más se agrava la desdicha de una vida sin objetivos, del trabajo idiota, del trabajo con peligro de muerte y del desempleo, de la ausencia de humanidad, de la solidaridad reducida a beneficencia, también en las felices metrópolis, en donde el enemigo a combatir ha perdido también las connotaciones culturales positivas de la burguesía; tanto más resulta indispensable para este último que la masa de los infelices esté obnubilada: que quede aniquilada la noción misma de una alternativa posible, y la historia de quienes murieron por ella, millones en el curso de los dos últimos siglos. Las figuras más grandes de las revoluciones burguesas y socialistas y de los movimientos anticolonialistas vienen pintadas como si de locos o criminales se tratara (Robespierre, Lenin, Mao), o de soñadores (Gandhi, Ho Chi Min), con el añadido, si hay suerte, de algún chisme barato sobre su vida sexual. No solo, pero se llega a atribuir a los dirigentes revolucionarios la responsabilidad de los desastres de las políticas actuales contra las cuales lucharon. Lo que importa es eliminar la posibilidad de que se llegue a creer en alguna cosa, que se descubra que existen verdades más verdaderas acerca de los “vínculos variopintos”, la ficción de creer en los cuales –sólo la ficción— resulta, por convención y conformismo, obligada.
Cómo entonces contar ahora que los jóvenes chinos en rebeldía ya en aquellos años habían planteado estos problemas, que habían tratado de dar un paso más, hacia una dimensión comunista de las relaciones humanas (económicas y sociales); que habían planteado con gran libertad las cuestiones de la relación entre dirigentes y dirigidos, entre partido y pueblo, entre estado e individuo; entre cultos e incultos; entre las exigencias de la producción y las del bienestar inmediato de quien trabaja. En las grandes ciudades industriales y en su Hinterland, experimentando formas audaces de organización “horizontal”, de gestión descentralizada del territorio, de empresas mixtas agroindustriales; en algunas comunas y municipios, realizando formas inéditas de gestión “desde abajo”. El punto de llegada de más de un siglo de movimientos de los trabajadores, y también el momento que signó por ahora su derrota (harto más que la caída del muro de Berlín, relevante para la política de las potencias: el socialismo de la URSS y sus satélites estaba en coma desde hacía mucho tiempo).

Todo ideología, te dirán los apologetas del presente, los cínicos del “mercado”. La sola cosa posible, hoy por hoy, es aconsejar a algún esforzado voluntarioso investigar en los viejos documentos, comenzar a estudiarlos de nuevo; también para ver si, a la postre, no pudieran ser de alguna utilidad aquí y ahora.

Edoarda Masi,  bibliotecaria en Florencia, Roma y Milán, es docente de literatura china en el Instituto Universitario Oriental de Nápoles. Residió en China en 1957-58, como estudiante en la Universidad de Beijing, y en 1976-77, vinculada a la embajada italiana en Beijing y como docente en el Instituto Universitario de Lenguas Extranjeras en Shangai. Formó parte de la redacción las revistas Quaderni rossi y Quaderni piacentini.

Traducción para www.sinpermiso.info: Leonor Març

Si le ha interesado este artículo, recuerde que sinpermiso electrónico se ofrece semanalmente de forma gratuita y considere la posibilidad de contribuir al desarrollo de este proyecto político-cultural con una DONACIÓN

Fuente:
Il Manifesto, 25 mayo 2006
Temática: 

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).