La revolución Wikileaks

Maximilian Forte

19/12/2010

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Estado. Secretismo. Seguridad. Censura. Gran hermano. Tribunales. Policía. Corporaciones. Bancos. Espionaje. Traición. Asesinato. Infoguerra. Campo de batalla. Tropas. Terroristas. Criminales. Hackers. Activistas. Peligro. Arresto. Prisión. Venganza. Represalia. Desafío. Subversión. Justicia. Libertad. Derechos. El pueblo.

Éstas son las palabras claves de un conflicto con un potencial revolucionario. Muchas de ellas podrían ser las palabras clave de cualquier conflicto. Algunas de estas palabras resultan ser las más recurrentes que uno se encuentra cuando sigue la batalla entre el movimiento de Wikileaks y el estado.

Éste es un conflicto con objetivos anunciados públicamente, con una confrontación real donde se ponen en juego las estrategias de cada uno y el poder se tambalea. Todo esto puede resultar obvio, pero conviene recordar que éste es un proceso político, y que en consecuencia debería ser analizado como tal, para ayudar a prevenir que algunos lo introduzcan en el cajón de alguna ciencia oscura de discurso especializado del tipo "ciberactivismo", "política digital" o incluso "infoguerra". (Nada preocupante, aunque la industria del "activismo en los medios sociales y digitales" que se ha desarrollado con el patrocinio del Departamento de estado, con todos su gurús y charlas para la TED, asegurarán que esta desviación del debate tenga lugar de una manera efectiva y algunos se convencerán de que todo esto va solamente "sobre Internet" y no sobre "el mundo real".) Pero esta guerra no es sólo una guerra por la información. Esta guerra es una guerra por lo que la gente está dispuesta a aceptar en su relación con un estado que ha estado expandiendo su poder incesablemente a nuestra costa. Es una guerra a largo plazo. El telón de acero no cayó en 1989: se corrió para cubrir el mundo entero. En otros términos, si lo prefieren, estamos continuando y, esperanzadoramente se ha señalado ya una conclusión, lo que Immanuel Wallerstein y otros han denominado la Revolución mundial de 1968 (y algunos de los actores de entonces están presentes y luchando de nuevo; gracias Daniel Ellsberg [responsable de las filtraciones de los papeles del Pentágono, N.T.]). En un marco temporal más amplio se podría incluso decir que estamos luchando contra el hecho de que los nazis no fueron derrotados por completo tras la Segunda Guerra Mundial, en tanto que sus políticas se convirtieron en el molde en el que nuestras política imperialistas toman forma (ya sea en forma de un estado propagandístico creciente, el uso aceptado de la tortura y la experimentación científica en prisioneros, el uso de armas contra la población civil y la vigilancia estatal masiva). Si la gente se sigue llamando "nazi" tan frecuentemente es precisamente porque los nazis tuvieron éxito. Y si vamos más allá en el tiempo, estamos combatiendo los efectos de la expansión del estado moderno y sus consecuencias agresivas en las relaciones sociales. Éste es un enfrentamiento aún por resolver entre el poder centralizado, una relativa novedad en la historia de la humanidad, y formas sociales más igualitarias que las que han dominado la historia de la humanidad durante milenios. Ahora el estado desea reducirnos a todos nosotros a una población infantil, vulnerable y dependiente: un grupo de niñitos que se chupan el dedo, asienten con la cabeza y hacen burbujitas con la boca preocupados por la "seguridad", pidiendo a papá estado que nos "proteja".

Es un conflicto, desde luego, pero el terreno político en el que se está llevando a cabo cambia constantemente de forma, ensanchándose para que uno de los contrincantes se sienta más seguro. No es un "juego", como al antropólogo F.G. Bailey le gustaba decir, con normas convenidas y jueces establecidos y objetivos y premios determinados de antemano. Éste es un conflicto en el que las normas del juego (diplomacia, secretos de estado) y el juego mismo (imperio) están siendo directamente desafiados con la intención de que estos juegos jamás vuelvan a ser llevados a la práctica con personas.

Ahora tenemos que hablar ya de un movimiento Wikileaks, y es un movimiento que está siendo el objetivo del estado imperialista norteamericano (concretamente: de sus empleados, partidarios y financiadores), que comprende al menos a medio millón de personas en todo el mundo, procedentes de todos los ámbitos de la vida social. Así como algunos hubieron de admitir los ataques DDOS (distributed denial of service) en su vocabulario, ahora tienen que admitir DPOS (distributed provision of service). En el último recuento, los mirrors de Wikileaks establecidos por sus seguidores alcanzaban casi los 1.700. El arresto y encarcelamiento de Julian Assange ha dado un soplo de vida que ha hecho al movimiento visible como movimiento: la comunicación de Wikileaks con el público vía Twitter no sólo ha continuado, sino que ahora existen varias cuentas individuales para Wikileaks; el número de cables publicados se ha incrementado y aparentemente a un mayor volumen y velocidad; sitios que habían bloqueado, censurado o roto sus acuerdos con Wikileaks han sido atacados y bloqueados (incluyendo PayPal, MasterCard, Visa, Swiss Post y otros) gracias a la Operation Avenge Assange dirigida por Anonymous (también conectados a la Operación Payback y a la Operación Leakspin, en curso); y más de 500.000 personas han demostrado su apoyo a Wikileaks (tú también puedes hacerlo firmando aquí). El papel de Julian Assange ha sido muy importante, pero cuando ha sido apartado temporalmente el movimiento no se  ha detenido. El movimiento ha florecido. La estrategia del estado de intentar silenciarlo ha mostrado al mundo que lo que dijo era cierto: él es un pararrayos, no la organización.

Esto es un conflicto. Wikileaks es un movimiento. ¿Pero qué transformación podemos esperar? ¿Será esa transformación revolucionaria? Que hemos alcanzado una encrucijada es claro: nunca más la relación entre la ciudadanía, el poder estatal y los medios de comunicación será la misma. Es fácil suscribir a Julian Assange cuando afirma que "la gepolítica se dividirá entre lo que ocurrió antes y después del cablegate"; y a Carne Ross, un diplomático británico que ha escrito que "la historia se fechará a partir de ahora como pre o post-wikileaks".

Algunas cosas no podrán ya seguir igual. Para el estado, la clasificación de la información y la confianza adquirida en su carácter secreto se ha transformado abruptamente: no puede renunciar a la documentación, y la documentación separada de aquellos a quienes se ha encargado la aplicación de la política carece de valor; la palabra oral no sirve para las hinchadas burocracias centralizadas, especialmente en el vasto aparato de seguridad nacional estadounidense; la participación continuada en una guerra en la que se llevan a cabo atrocidades luego mantenidas en secreto conduce a aquellos con consciencia a filtrar la información. O EE.UU. deja de utilizar las embajadas como nidos de espías y hace que sus declaraciones públicas estén de acuerdo con sus acciones reales o se arriesga a que continúen las filtraciones y se produzca un daño irreparable en los recursos de su "poder blando". El monopolio de la información por parte del estado ha quedado irreparablemente dañado.

La relación entre los estados y los medios de comunicación también se modificará dramáticamente. En la medida en que Wikileaks ha entrado en nuestras vidas cotidianas a través de una ventana que se dejó abierta, se ha perdido por completo la raison d'être de los reporteros incrustados en unidades militares y la obligación de los periodistas de ser extremadamente cautelosos sólo para conseguir su admisión en lo que no es sino un ejército financiado públicamente. Treinta años de un control crecientemente restrictivo sobre la información militar y diplomática y la intimidación de los medios corporativos ha alcanzado su clímax y ahora entramos en la fase de su declive. A partir de ahora o los medios de comunicación informan honesta y enteramente sobre todo lo que saben sobre lo que el estado está llevando a cabo en nombre de los ciudadanos o serán apartados de un manotazo como irrelevantes, como incompetentes o como algo peor: como extensiones privadas del estado. Del mismo modo, con el acceso directo a los documentos filtrados los periodistas no necesitan permanecer ya encadenados a relaciones de dependencia con el estado, que por su naturaleza equivalen prácticamente a un chantaje en toda regla. El periodismo crítico y de investigación de cualquier país ya no tiene ninguna razón para no existir. Los periodistas que fracasen a la hora de informar de lo que podría y debería avergonzar profundamente al estado ahora tendrán que dar explicaciones y disculparse por sus errores. La campaña de EE.UU. contra Wikileaks blandiendo la ley de espionaje de 1917 o alguna variante tendrá inevitablemente que ser aplicada a los medios de comunicación mayoritarios, teniendo en cuenta que Wikileaks ha actuado como parte de un consorcio con conocidos medios de comunicación, ninguno de los cuales filtró los documentos (fue alguien desde dentro del sistema de seguridad nacional estadounidense quien lo hizo), y todo ellos están igualmente publicando los documentos. Rechazar el periodismo de Wikileaks como lo ha hecho el portavoz del Departamento de estado, simplemente sobre la base de que Assange es un agente político con una agenda política y que tiene un punto de vista político no resuelve el problema, sino todo lo contrario: lo mismo puede decirse y ha sido dicho, con una enorme abundancia de pruebas, de todo lo que procede desde Fox News hasta la BBC y Al Jazeera. Quizás el Departamento de estado no reconozca como "medios de noticias" nada que no sea en última instancia poseído por un contratista de defensa y un fabricante de armas, como son el caso de la NBC, CBS y Le Figaro.

La economía política de Internet, terreno de juego en todo momento para la lucha, se está acercando al límite donde la propiedad privada y la censura estatal son cuestionadas por completo. China e Irán son exhibidas como ejemplo, pero ver a las gentes del Departamento de estado pregonando sobre la "libertad de Internet" y "la sociedad civil 2.0" no los expone sino como cínicos y como herramientas de manipulación geopolíticas confirmadas: y ello para cualquiera que lo esté viendo, no sólo para un grupo selecto de críticos. Todos nosotros hemos visto algo más que las filtraciones. Hemos visto una batería de corporaciones privadas actuando como armas del estado, imponiendo sus interpretaciones ilegales de lo que es legal y siguiendo al estado en la aplicación de duras medidas extralegales. Hay ciertamente un choque de los horizontes de lo que es posible y aceptable. La lucha por un Internet popular ha entrado en una nueva fase. Es un escenario completamente nuevo. Es como si estuviéramos usando una nueva red. 

Ha habido confrontación, conflicto y un desafío abierto. Aquellos que son reacios a hablar en términos de "revolución" pueden hablar de Wikileaks al menos como "rebelión". Tanto Julian Assange como los partidarios de Wikileaks están siendo clasificados de "terroristas" por prominentes portavoces y políticos de derechas. Incluso las voces más "moderadas" nos han llamado criminales. Hay llamadas abiertas al asesinato. Nosotros somos sus insurgentes. Por muchos intereses diferentes e incluso opuestos, todo esto se pondrá aún más feo: prepárense para lo peor. 

Como rebelión, algunas realidades se hacen visibles de golpe, realidades que muchos de nosotros sabíamos que existían, pero que otros rechazaban ver. La verdadera "guerra contra el terrorismo" es de hecho un programa de contrainsurgencia mundial dirigido contra todos nosotros, no sólo contra diez tíos metidos en alguna cueva. Vivimos en un régimen de ocupación mundial, en el que la guerra psicológica, las violaciones de los derechos humanos y los poderes cada vez más dictatoriales del estado están dirigidos contra los ciudadanos y no sólo contra "enemigos combatientes" extranjeros. Esto es lo que Wikileaks ha revelado, y ésta es una revelación verdaderamente revolucionaria porque ya no podemos volver de ningún modo al mismo tipo de relaciones dependientes y sumisas con el estado. Mucha gente que apoya Wikileaks, ha recibido por primera vez en su vida amenazas de muerte, y de sus conciudadanos, expresadas con una rabia y un odio anteriormente reservado solamente para los yihadistas (o eso creían algunos). La verdadera guerra estuvo siempre tanto en nuestro territorio como fuera de él, sino más.

Si por revolución algunos esperaban la caída de todo un sistema político y económico, el derrocamiento de gobiernos y la creación de un nuevo orden socialista, entonces es probable que rechacen la idea de que Wikileaks es una revolución. Pero por otra parte, vivimos en un período de incertidumbre en el que muchos resultados no pueden aún siquiera entreverse y Wikileaks puede demostrarse como un catalizador crítico en la reconfiguración de nuestra comprensión de la política mundial, que no no se define por una lucha existencial contra algún Otro, sino que es un combate contra nosotros efectuado por estados que temen a sus propios ciudadanos más que a ninguna otra cosa en el mundo. Wikileaks puede entenderse ciertamente como una revolución, pero en términos mucho más cercanos, relacionados con la política y la economía de la información y de la comunicación, las relaciones de los ciudadanos con el estado y las relaciones entre estados y las aspiraciones democráticas. Que no es poco.

Maximilian Forte es profesor de antropología en la Universidad de Concordia (Montreal, Canadá) donde imparte cursos de antropología política, activismo político e Internet y nuevo imperialismo. También es columnista de Al Jazeera (árabe) y escribe regularmente en Zero Anthropology (http://zeroanthropology.net).

Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero

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Fuente:
Counterpunch, 14 de diciembre de 2010

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