Mayo 1917. La conquista de la tierra

Miguel Salas

19/05/2017

El Decreto sobre la tierra publicado en Izvestia

Todos los viejos vallados y límites caerán,

la tierra no tendrá cercos;

 la tierra será libre y libre el trabajo.

(Canción campesina rusa)

El gran literato ruso Alexander Pushkin escribió en La hija del capitán: “El gobierno había creído con demasiada facilidad en el falso arrepentimiento de los astutos rebeldes, los cuales, llenos de rencor, esperaban una ocasión propicia para reanudar la insurrección”. Si a la expresión “astutos rebeldes” le añadimos “campesinos”, tendremos una mejor aproximación a la historia rusa y a sus innumerables levantamientos campesinos, que tan a menudo aparece en la literatura rusa, desde Lermontov (Vadim), Belinski (Dimitri Kalinin), Gogol (Almas muertas), Tolstoi (Hadji Murat, La semilla milagrosa) a Chejov (Los campesinos). Según Friedrich Heer en su libro Europa, madre de revoluciones, de 1826 a 1861 están registradas 1.184 sublevaciones campesinas; de 1861 a 1917, 1.200. ¡Son 26 por año durante casi un siglo! No es de extrañar que una de las cuestiones centrales de la revolución fuera el problema agrario.

El atraso ruso y el mantenimiento del régimen zarista estaban muy ligados al régimen de propiedad de la tierra y al sometimiento de los campesinos. Hasta 1861 existió en Rusia el régimen de servidumbre. Los campesinos fueron liberados de ese yugo feudal (tenían que ofrecer tres días de trabajo a la semana al propietario), pero quienes más se aprovecharon fueron los nobles y burgueses, que compraron las mejores tierras comunales. Cuarenta años después, las tierras en manos del campesinado se habían reducido en un 36%. Esta distribución no se había hecho gratis; los campesinos tuvieron que pagar el rescate de su liberación y el Estado les gravó con derechos de arrendamiento. A principios del siglo XX, los campesinos tenían que pagar como impuesto directo al Estado 1,56 rublos por cada deciatina (medida rusa que equivale a 1,09 hectáreas), mientras que los grandes propietarios sólo pagaban 0,23 rublos. Lo que podía haber permitido un cierto desarrollo capitalista del campo, con la creación de una burguesía y una pequeña burguesía ligada a la producción agrícola, con la mejora de las condiciones de producción y la elevación del nivel de vida de los campesinos se convirtió en una nueva losa.

En la primera década del siglo XX había en la Rusia europea unos 305 millones de hectáreas de tierra cultivable, seis veces la extensión de España. El zar era el mayor latifundista, poseía más de 5 millones de Ha., una extensión como la suma de Catalunya y la Comunidad Valenciana. Casi 3 millones de Ha. eran propiedad de la Iglesia, como toda Galicia. Más de 76 millones de Ha. estaban en manos de 30.000 grandes hacendados. La misma extensión que poseían unos 10 millones de campesinos. Los grandes propietarios podían disponer como media de unas 2.500 Ha. Para las familias campesinas esa media era de 7,6. Parecen suficientes razones para una revolución en el campo.

El problema agrario siempre estuvo en el centro de la lucha política y social. A mediados del siglo XIX los fundadores del marxismo, Marx y Engels, se ocuparon del problema: “Está claro que la propiedad comunal en Rusia se halla ya muy lejos de la época de su prosperidad y, por cuanto vemos, marcha hacia la descomposición. Sin embargo, no se puede negar la posibilidad de elevar esta forma social a otra superior, si se conserva hasta que las condiciones maduren para ello y si es capaz de desarrollarse de modo que los campesinos no laboren la tierra por separado, sino colectivamente. Entonces, este paso a una forma superior se realizaría sin que los campesinos rusos pasasen por la fase intermedia de propiedad burguesa sobre sus parcelas. Pero ello únicamente podría ocurrir si en la Europa Occidental estallase, antes de que esta propiedad comunal se descompusiera por entero, una revolución proletaria victoriosa que ofreciese al campesino ruso las condiciones necesarias para este paso y, concretamente, los medios materiales que necesitaría para realizar en todo su sistema de agricultura la revolución necesariamente a ello vinculada” (Acerca de la cuestión social en Rusia. F. Engels. Abril de 1875). Muchos años después la historia acercaría la predicción a la realidad.

Tras la derrota de la revolución de 1905, el zarismo aprobó la llamada reforma Stolypin, un intento de crear una clase social de propietarios agrícolas que diera una base social y política al zarismo, repartiendo terrenos comunales, o sea, volviendo a “expropiar” a los campesinos y sus bienes comunales. La posición política de los nobles era contraria a cualquier apertura que implicara la más mínima pérdida de sus privilegios. En palabras del conde Saltikov, representante en 1906 en la I Duma (Parlamento): “¡Ni una pulgada de nuestras tierras, ni un grano de arena de nuestros campos, ni una brizna de hierba de nuestros prados, ni una rama de nuestros bosques!”.

El resultado de la reforma Stolypin fue más bien modesto. Efectivamente, surgió una débil clase social burguesa, los kulaks, pero al mismo tiempo produjo una mayor proletarización de los campesinos, expulsados de sus pocas tierras, arrebatados sus derechos sobre la propiedad comunal. Unos tuvieron que emigrar a las ciudades, y la mayoría malvivieron y subsistieron. La guerra vino a cambiarlo todo. Diez millones de campesinos fueron movilizados. Dos millones de caballos fueron dedicados a tareas militares. La revolución de febrero hizo saltar todo por los aires, también en el campo.

La tierra para el que la trabaja

En la distribución de la propiedad de la tierra, en España había zonas con minifundios y pequeños propietarios, pero la situación de la gran propiedad era comparable a la de Rusia. La mitad de la provincia de Sevilla (unas 738.000 hectáreas) pertenecía a 900 propietarios, algunos de ellos con extensiones de entre 25.000 y 30.000 Ha. En un estudio en 17 municipios de la misma provincia se contabilizaron 118.000 Ha. sin cultivar. En el término municipal de Jerez, 23 individuos poseían 47.730 Ha. En la provincia de Córdoba, 664 propietarios poseían un promedio de 992 Ha. cada uno y 176 un promedio de 2.246. Parecidas cifras podían decirse de provincias como Ciudad Real, Toledo, Cádiz o Zaragoza. Refiriéndose a la Salamanca de esa época se puede leer en el diario La Publicidad: “La propiedad rústica se encuentra en poder, casi toda ella, de absentistas, que viven en la Corte y pertenecen a las casas más linajudas y viejas de la nobleza española”. Se refería a los duques de Alba, Sotomayor, Medinaceli, marqués de Cerralbo, etc., de lo más granado de la nobleza de la época.

En el año 1917 el campo español no hubo agitación social, pero los años entre 1918 y 1921 fueron los de mayor movilización (el historiador Juan Díaz del Moral lo llamó el trienio bolchevista), con huelgas generales en el campo, ocupaciones de fincas y ayuntamientos y un enorme crecimiento de la influencia sindical entre los campesinos pobres. En 1919, la Regional andaluza de la CNT contaba con más de 100.000 afiliados. Entre mediados de 1918 y 1919 se afiliaron más de 20.000 trabajadores agrícolas. La exigencia de “la tierra para el que la trabaja” representó el deseo que la revolución rusa puso en práctica: la abolición de la gran propiedad latifundista y el reparto de la tierra. Las movilizaciones lograron aumentos salariales, la eliminación del destajo y el reconocimiento de los sindicatos, pero no lograron confluir con la clase trabajadora de las ciudades, y la represión y el estado de sitio que impuso el gobierno acabaron con ellas. Fue con la Segunda República cuando renació el movimiento campesino.

Llega Trotsky

Los acontecimientos siguen su curso. Tras la crisis de abril se formó el primer gobierno de coalición, que nombró a diez ministros representantes de los partidos burgueses y a seis de los socialistas moderados. Nicolás Sujánov, que vivió los acontecimientos y no era nada partidario de los bolcheviques, escribió: “La alianza formal de la mayoría pequeño-burguesa del soviet con la alta burguesía quedaba sellada”. El 4 de mayo, León Trotsky, que había presidido el soviet en la revolución de 1905, llegó a Petrogrado. El “democrático” gobierno de su Majestad del Imperio Británico lo había tenido prisionero durante un mes en la ciudad canadiense de Halifax. Como era habitual, una muchedumbre lo recibió con banderas y cánticos. Al día siguiente se presentó ante el soviet, que le incorporó como miembro sin derecho a voto. Ese mismo día el soviet votaba sobre la formación de un gobierno de coalición entre mencheviques y socialrevolucionarios y los partidos burgueses.

Trotsky tomó la palabra: “No puedo ocultar que disiento mucho de lo que está sucediendo aquí. Considero que esta participación en el gobierno es peligrosa. [...] Debemos recordar tres mandamientos: desconfiar de la burguesía, supervisar a nuestros propios dirigentes y depender de nuestra propia fuerza revolucionaria [...] Creo que nuestro próximo paso será poner todo el poder en manos de los soviets”. Desde ese momento, se convirtió en uno de los portavoces de las propuestas bolcheviques. En la votación, éstos no lograron reunir contra la coalición más que cien votos de los más de 500 presentes. Había que seguir trabajando pacientemente.

Ya desde el inicio de la guerra la posición de Trotsky fue coincidiendo con la de Lenin. El proceso revolucionario les acercó aún más, y en las siguientes semanas Trotsky y sus partidarios se integraron en el partido bolchevique, dejando atrás antiguas divergencias y duros debates políticos. Hasta que se impuso la degeneración estalinista sus nombres estuvieron ligados al triunfo de la revolución. La incorporación de probados dirigentes políticos, organizadores y propagandistas, junto con lo mejor y más avanzado de la clase trabajadora reforzó enormemente al partido que iba ganando la confianza de la clase trabajadora y avanzando en su representación en los soviets.

Congreso campesino

Ya hemos analizado que la insurrección de febrero fue básicamente una acción de la clase trabajadora y los soldados. Los campesinos tardaron en reaccionar. Tras la derrota de la revolución de 1905, tuvieron que soportar una represión muy generalizada;, además, una parte importante de los jóvenes estaban en el ejército. La prudencia campesina apostó por esperar acontecimientos. Sin embargo, a finales de marzo la agitación empezó a recorrer el campo, las ocupaciones de fincas y las medidas contra los nobles y terratenientes se extendieron y, con altibajos, ya no pararían hasta el triunfo de la revolución en octubre. Estadísticas oficiales reconocieron que en el mes de mayo en 152 casos se apoderaron a la fuerza de fincas; 112 en junio, 387 en julio, 440 en agosto, 958 en septiembre. El número de propiedades en las que se extendieron los conflictos agrarios se elevó en septiembre un 30% en relación con agosto; en octubre, en un 43% en relación con septiembre. A septiembre y las tres primeras semanas de octubre corresponde más de un tercio de todos los conflictos agrarios registrados desde marzo. Hacia el otoño, el territorio de los levantamientos campesinos se extiende por casi todo el país. De los 624 distritos que componían la antigua Rusia, el movimiento se produjo en 482, o sea, el 77%; y, si se hace la excepción de regiones que tenían condiciones agrarias especiales (la región del norte, la Transcaucasia, la región de las estepas y Siberia), la insurrección campesina alcanzó a 439, o sea el 91%.

El 4 de mayo se reunió en Petrogrado el Primer Congreso Campesino de toda Rusia. La formación de soviets en el campo estaba en sus inicios. Las delegaciones eran una mezcla variada de los diferentes sectores que convivían en la sociedad agrícola, desde el mediano y pequeño propietario hasta el obrero agrícola; pero, de una u otra forma, al Congreso llegaron las exigencias campesinas. El Congreso tomó una posición unánime y radical frente a la gran propiedad agrícola: “Todas las tierras pasarán a ser de dominio público, sin indemnización, para ser explotadas y trabajadas de un modo igualitario”. No todo el mundo la interpretó de la misma manera, pero fue el reconocimiento de lo que la mayoría campesina demandaba. Las decisiones de las asambleas campesinas eran tomadas como leyes. “Los campesinos locales -se quejaba el comisario de Nizhny Novgorod- tienen como una idea fija que todas las leyes civiles han perdido su fuerza y que todas las relaciones legales deben ahora ser reguladas por las organizaciones campesinas”. Así empezaron a generalizarse las ocupaciones de tierras. La asamblea provincial de Kazán resolvió el 13 de mayo transferir toda la tierra al control de los comités campesinos. Días después, la asamblea campesina de Samara hizo lo mismo. En la provincia de Kaluga, uno de los comités agrarios quitó a un convento la mitad de la siega de un prado; cuando el prior del convento expuso sus quejas al comité del distrito, éste tomó el acuerdo siguiente: apoderarse del prado entero.

La indignación en el campo iba creciendo. En muchos lugares, los grandes propietarios parcelaban y/o vendían sus propiedades, casi siempre de manera ficticia o a través de testaferros, para evitar ser expropiados. Los medianos propietarios compraban propiedades con la convicción de que las nuevas leyes no les afectarían. Los campesinos exigieron la prohibición de las transacciones de tierras. El gobierno y el partido de los socialrevolucionarios, muy mayoritario en el campo, les decían que debían tener paciencia. Según el historiador E.H. Carr: “El gobierno provisional defendía un “acuerdo voluntario con los propietarios” y retrasarlo todo a la asamblea constituyente, y amenazaba con castigos “si tomaban la ley en sus propias manos”. (La revolución bolchevique. Tomo II)

Pero los hechos eran testarudos. Una resolución del soviet de Akkerman es un ejemplo de lo que ocurrió por todo el país: “Ante la existencia en el distrito de una enorme área de tierra sin cultivar, que no ha sido arrendada debido al elevado arriendo, el soviet ha recomendado a todos los comités de aldea y de distrito requisar para su cultivo, por medio de comisarios, todas las tierras no cultivadas de propiedad privada, si es imposible llegar a un acuerdo voluntario”.

En el Congreso Campesino tomó la palabra Lenin: “Votamos -dijo- por la entrega inmediata de la tierra a los campesinos, con un grado máximo de organización. Somos adversarios irreconciliables de las expropiaciones anárquicas. ¿Por qué no estamos conformes con esperar hasta la Asamblea constituyente? Para nosotros, lo importante es la iniciativa revolucionaria, de la que la ley debe ser el resultado. Si esperáis a que se escriba la ley y os cruzáis de brazos, sin desplegar la menor energía revolucionaria, no tendréis ni ley ni tierra”.

Alianza obrero-campesina

Resolver el problema agrario era una de las tareas básicas de la revolución. En su Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky lo expresa así: “Si la cuestión agraria, herencia de barbarie de la vieja historia rusa, hubiera sido o hubiera podido ser resuelta por la burguesía, el proletariado ruso no habría podido subir al poder, en modo alguno, en el año 1917. Para que naciera el Estado soviético, fue necesario que coincidiesen, se coordinasen y compenetrasen recíprocamente dos factores de naturaleza histórica completamente distinta: la guerra campesina, movimiento característico de los albores del desarrollo burgués, y el alzamiento proletario, el movimiento que señala el ocaso de la sociedad burguesa. Fruto de esta unión fue el año 1917”.

Se trataba de acabar con todos los vestigios de la servidumbre y del poder de los nobles y terratenientes, que significaba, en primera instancia, la posibilidad de un desarrollo de las relaciones capitalistas en el campo. Sin embargo, la débil burguesía rusa llegó tarde y se encontró con un potente movimiento obrero que podía ofrecer a los campesinos una salida diferente.  

Por eso, los bolcheviques propusieron la confiscación de las tierras de los terratenientes y su entrega a los campesinos de manera organizada, sin que hubiera daño a los bienes y tomando medidas para incrementar la producción; alertando de que la reforma agraria sólo sería exitosa si se democratizaba completamente el Estado y se caminaba hacia el poder de los soviets de obreros, soldados y campesinos. En una Carta Abierta al Congreso Campesino se explicaba: “para que toda la tierra pase a manos de los trabajadores, es esencial establecer una estrecha alianza entre los obreros de la ciudad y los campesinos pobres. Sin esta alianza no se puede vencer a los capitalistas. [...] La tierra no se come, y sin dinero, sin capital, no pueden comprarse instrumentos de labranza, ni ganado, ni semillas. Los campesinos no deben confiar en los capitalistas... sino solo en los obreros de las ciudades”. Los bolcheviques no tenían mucha presencia entre los campesinos, pero, a diferencia de otras tendencias políticas, no había divorcio entre lo que decían y lo que hacían (probablemente, ahora les llamarían “populistas”) y por eso su influencia creció rápidamente en las zonas agrícolas y en las aldeas.

[Algunos de los debates sobre el problema del campo los aborda Antoni Domenech en su artículo: http://www.sinpermiso.info/textos/el-experimento-bolchevique-la-democracia-y-los-criticos-marxistas-de-su-tiempo-0 especialmente a partir de la nota 48]

En la práctica, esa alianza se fue forjando de maneras bien diversas. En ciertas fábricas, ya controladas por los trabajadores, se recogían los restos metálicos para fabricar útiles y herramientas que se ofrecían a los campesinos. Los soldados que volvían a las aldeas, heridos o con permiso, contaban lo que pasaba en las trincheras y en las ciudades, y cómo la clase trabajadora intervenían en el proceso revolucionario. Los campesinos acudían a Petrogrado o Moscú a plantear sus reivindicaciones, y del gobierno sólo recibían largas o buenas palabras, mientras que los soviets de obreros y soldados les escuchaban y ofrecían ayuda práctica. Con el paso de los meses, y de los acontecimientos políticos, esos lazos se fueron estrechando y generaron la confianza política necesaria.

Por primera vez en la historia, el campesino iba a encontrar a su director y guía en el obrero. En esto es en lo que la revolución rusa se distingue fundamentalmente de cuantas la precedieron.

La revolución cumplió su palabra. Uno de los primeros decretos aprobados cuando los soviets conquistaron el poder en octubre fue el Decreto sobre la tierra:

1.- Queda abolida en el acto sin ninguna indemnización la gran propiedad agraria.

2.- Las fincas de los terratenientes, así como todas las tierras de la Corona, de los monasterios y de la Iglesia, con todo su ganado de labor y aperos de labranza, edificios y todas las dependencias, pasan a disposición de los comités agrarios comarcales y de los Soviets de distrito de diputados campesinos hasta que se reúna la Asamblea Constituyente.

3.- Cualquier deterioro de los bienes confiscados, que desde este momento pertenecen a todo el pueblo, será considerado un grave delito, punible por el tribunal revolucionario. Los Soviets de distrito adoptarán todas las medidas necesarias para asegurar el orden más riguroso en la confiscación de las fincas de los terratenientes, para determinar exactamente los terrenos confiscables y su extensión, para inventariar con detalle todos los bienes confiscados y para proteger con el mayor rigor revolucionario todas las explotaciones agrícolas edificios, aperos, ganado, reservas de víveres, etc., que pasan al pueblo.

En el siglo XXI

La situación en el campo ha cambiado mucho en estos cien años, y, sin pretender profundizar en un tema tan importante como éste, podemos plantear algunos elementos. La transformación de la producción agrícola, la mecanización, los grandes avances técnicos y químicos, la explotación intensiva y la mejora de los cultivos han modificado las relaciones sociales en el campo. En su conjunto, el capitalismo ha evolucionado concentrando cada vez más la propiedad, convirtiéndose en más monopolista y extendiéndose por todo el globo; lo que llamamos globalización. El campo también se ha visto afectado por esas tendencias generales, la propiedad se ha ido concentrando, por un lado, en manos de los grandes terratenientes y, por el otro, en las grandes empresas que han invertido en la compra de tierras para explotarlas con los más avanzados métodos de producción capitalistas. Eso ha significado la expulsión de millones de campesinos de sus tierras y la proletarización de quienes se han quedado.

El hambre de tierra no se ha resuelto. La lucha de los campesinos en muchas zonas del globo sigue siendo por el reparto de la tierra, por disponer de medios para gestionar su vida. Recordemos el levantamiento zapatista de principios del siglo XX, o las luchas del MST en Brasil, o en países asiáticos como India, Indonesia, o las exigencias del Sindicato de Obreros del Campo de Andalucía.  

La modernización del campo y el gran aumento de productividad no han evitado que el hambre siga presente en muchas zonas del globo. El beneficio capitalista siempre se antepone a las necesidades de la humanidad. En la organización capitalista de la producción agrícola se imponen precios de miseria a los agricultores a cambio de comprarles toda la producción, lo que traslada toda la presión económica a los obreros agrícolas, con unos sueldos ridículos y unas jornadas de trabajo inacabables. Y ni siquiera eso supone un descenso generalizado de los precios agrícolas para el consumo.

La concentración capitalista no sólo se expresa en la propiedad de la tierra, también lo hace en la propiedad de las semillas y en la limitación de la diversidad; de este modo las variedades más rústicas y mejor adaptadas a las condiciones climáticas de cada zona, acaban de facto relegadas al olvido (¡cuando no desaparecen!) en beneficio de otras más productivas y con patente privada que no están adaptadas, lo que implica a su vez un mayor consumo de fertilizantes y pesticidas. Se cierra así el círculo para algunas de estas empresas del sector agroquímico, como Monsanto, que controla e impone determinadas variedades a nivel mundial.

Además, el sistema capitalista agrícola tiende cada vez más a producir cultivos industriales, sustituyendo cultivos que durante siglos se han cultivado en cada área, limitando la biodiversidad por la tendencia a producir unos pocos cultivos.

La soberanía alimentaria solo puede garantizarse si la investigación y los medios de producción y distribución agrarios, empezando por la producción de semillas y acabando por el consumo de proximidad, están en manos de la mayoría y obedecen a sus intereses.

De hecho, a pesar de los cambios en el campo, siguen sin resolverse las contradicciones entre la gran propiedad capitalista de la tierra, las exigencias de tierra para los campesinos y la necesidad de producir la cantidad de alimentos suficientes en condiciones ecológicas adecuadas y a precios asequibles. Resolver tales contradicciones está ligado a la ruptura con el sistema capitalista. Habrá que continuar lo que empezaron las masas obreras y campesinas en la Rusia de 1917, teniendo en cuenta los cambios producidos y las diferentes circunstancias históricas.

Sindicalista. Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 19 de mayo 2017

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