Me despierto ligero del último sueño

Henning Mankell (1948-2015)

Antonio Dipollina

10/10/2015

Cuando mi padre era juez en Sveg, en los años cincuenta, tenía audiencia una vez al mes en Svenstavik. Antes de empezar a ir al colegio, yo le acompañaba con frecuencia. Viajábamos en autocar. Encima de la sala del tribunal había una habitación para nosotros. Yo tenía cinco o seis años, de modo que era en 1953 o 1954.

Una vez mi padre condenó a un hombre acusado de un homicidio culpable sucedido en el mismo Svenstavik. Era un leñador que había matado a un comerciante muy mal visto porque no quería conceder crédito a los pobres taladores del lugar. Nadie parecía lamentar su ausencia. Pero un homicidio era siempre y con todo un homicidio, aunque el leñador fuera pobre y quizás hasta necesitado. Mi padre le asignó la pena más leve prevista en el código penal. Las personas que están a nuestro alrededor, en el curso de la vida, son innumerables. A muchas apenas las advertimos para olvidarlas inmediatamente después. Con otras, el contacto visual lleva algún tipo de implicación emocional. Y con algunas de ellas hablamos. Luego está la familia, los amigos, la gente que se frecuenta. Todas las personas queridas. Algunas se pierden de vista, el afecto se entibia, las decepciones llevan a interrumpir la relación, a veces los los amigos se convierten en enemigos.

Pero en su mayor parte son sólo personas con las cuales uno se encuentra viviendo por pura coincidencia. Miliones de seres humanos que hacen una breve visita a la Tierra asl mismo tiempo que nosotros.

Desde que tengo cáncer, sueño a menudo con recorrer caminos por los que se entrecruzan muchas personas. A veces es difícil abrirse camino. Con un vals improvisado, el sueño me lleva hasta el gentío en un teatro, un bar o a bordo de un avión. Estoy buscando a alguien. Alguien que me conoce y que a su vez me busca.  

El sueño termina ahí. Me despierto casi siempre con una sensación de gran ligereza. Nada hay que dé miedo en todas estas personas que me rodean y me han rodeado en el curso de la vida. Desencadenan en mí la curiosidad de descubrir quiénes eran en realidad.  ¡A cuántos de ellos habría querido conocer! Como la mujer en el duomo de Santo Stefano, los bailarines de tango en Buenos Aires o la muchacha que se había encontrado con sus padres en el punto de recogida en Mozambique. Y el leñador y el comerciante que había matado hace sesenta años en el Norrland. Todos estos desconocidos están conmigo. Durante breves instantes han formado parte de mi vida. Con todos ellos comparto la que ha sido mi existencia. .

Nuestra verdadera familia es infinita. Aunque no sepamos siquiera a quién hemos encontrado durante un instante de una brevedad vertiginosa.

 

Cuando Mankell hizo salir de escena a Wallander


Antonio Dipollina


El último acto para nosotros, público fiel, serán los últimos, y de verdad últimos, episodios por llegar del Wallander televisivo: suntuoso, con el sello de la BBC, con Kenneth Branagh como protagonista. Acaso la adaptación más alta de las últimas décadas en este género. Luego, verdadero telón, con la cortina que había empezado a bajar ese feísimo día en que Henning Mankell anunció su enfermedad y con tonos que hacían comprenderlo todo. Hacer comprender sus intenciones era por lo demás siempre un deber: llevaba encima con los años el singular -  amén de difundidísimo entre sus colegas -  síndrome del personaje perfecto, creado sobre el papel y adorado por millones y millones dispersos por el planeta. Desde fuera nos da siempre por pensar que alguien en condiciones de crear una cosa semejante debería cultivarla como una planta rara y producir cada vez más frutos y no pedirle nada más a la vida, casi celosos de saber que nuestro autor piensa cada tanto también en otra cosa: por el contrario, Mankell después de todos aquellos libros de ventas millonarias, se encontró sufriendo banalmente el personaje al que permanecía encadenado.

Las demás novelas (aparte de El profesor de baile) no movían a las masas. Él cogía y partía para el amado Mozambique, o bien se iba en primera persona a apoyar las causas más ingratas del mundo, como la Flotilla de la Libertad antiisraelí. Para quien se quedaba en casa pegado a los libros de Wallander la única posibilidad era releerlos, o repasar en video la saga con Branagh como protagonista (existe también la larguísima serie de  telefilmes breves "tomados de novelas de", pero eran productos de consumo, a lo Derrick, y no podían ni pueden bastar). El síndrome, empero, era duro y él era feroz, si lo recuerdan, hace pocos años, en el Salón del Libro de Turín, impecable y profesional, pero de pésimo humor. Sobre todo en las decisiones drásticas: cuando ya no pudo verdaderamente más con Wallander, eligió una salida de escena mortal. O sea, no hacer morir al personaje  -  de eso todos son capaces -  sino condenarlo al Alzheimer y sobre esto costruirnos la última novela (luego apareció un precedente inédito, y ya se sabe cómo son estas cosas, pero esta decisión sigue siendo fortísima e inquietante). Wallander era el detective perfecto, encarnando una mezcla imposible de ignorar entre tonos tardo-maigretianos y brumas de Suecia, una montaña de debiilidades encerradas en un envoltorio de hierro humano. Él, Mankell, cuando se produjo definitivamente la explosión de la novela negra escandinava gracias a Stieg Larsson, tenía el aire de preguntarse qué había sucedido hasta aquel momento, en cambio, entre él y millones de seguidores: mientras en Ystad, Scania, Suecia meridionalísima, se hacían de oro llevando a los turistas a los lugares de Wallander, Mariagatan, 8, la dirección de casa.

célebre escritor sueco y maestro de la novela negra escandinava contemporánea, conocido sobre todo por su serie del inspector Kut Wallander, y comprometido militante anti-imperialista, falleció el pasado 5 de octubre.
periodista, crítico de televisión (Premio Flaiano) y escritor, colabora en el diario italiano La Repubblica.
Fuente:
La Repubblica, 6 de octubre de 2015
Traducción:
Lucas Antón

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).