México y Trump. Dossier

Luis Hernández Navarro

Victor M. Toledo

Alejandro Nadal

15/02/2017

El fracaso de #VibraMéxico

Luis Hernández Navarro

Las movilizaciones convocadas por #VibraMéxico este 12 de febrero fueron un fracaso. En Ciudad de México marchó mucho menos gente de la que sus organizadores esperaban. En Puebla salieron a la calle apenas 300 personas, en Hidalgo 200, en Villahermosa 900 y en Oaxaca ninguna.

El tamaño del descalabro en el llamado a marchar en Ciudad de México puede verse en la cantidad de banderas nacionales y anti-Trump que los vendedores ambulantes no alcanzaron a vender. “Nos dijeron que íbamos a hacer nuestro agosto y, mire usted: ni para el gasto sacamos”, dijo una comerciante mostrando un montón de lábaros patrios en las manos.

La dimensión del golpe puede medirse también por la forma precipitada en que muchos de los convocantes abandonaron la movilización, sin esperar que siquiera se cantara el Himno Nacional a las dos de la tarde. Cubiertos por sus guaruras, muchos pusieron pies en polvorosa poco después de llegar al Ángel de la Independencia y dejarse tomar unas cuantas fotos.

Finalmente, la magnitud del varapalo recibido puede observarse al comparar las cifras de los asistentes a las marchas del domingo con las protestas contra el gasolinazo que se han efectuado en todo el país desde comienzos de 2017.

En síntesis, a pesar de contar con el patrocinio de Televisa y de varios medios electrónicos, naufragó la convocatoria a salir a las calles contra Trump, lanzada por un conjunto de intereses empresariales disfrazados de grupos ciudadanos, la derecha empresarial y directivos de instituciones universitarias.

¿Por qué, a pesar del enorme sentimiento anti-Trump (y antiestadounidense) que existe en todo el país, la población no acudió al llamado de #VibraMéxico? Por una razón muy sencilla: no tuvo confianza en los organizadores. Algunos, como Claudio X González, María Elena Morera o, la convocante a la marcha paralela Isabel Miranda de Wallace, son indigeribles para amplios sectores de la población. Y varios otros más son vistos como inventos del panismo reciclados por el PRI como interlocutores a modo (María Amparo Casar, en los hechos vocera de la convocatoria, fue coordinadora de asesores de Santiago Creel, secretario de Gobernación de Vicente Fox).

Entre los asistentes a la marcha en Ciudad de México hubo muy pocos jóvenes y muchos perros, a los que sus amos sacaron a pasear por Reforma, aprovechando la ocasión. Curiosa ironía (la de la juventud, no la de los canes): en una movilización a la que se adhirieron rectores de varios centros de educación superior, los estudiantes, muy activos en la solidaridad con Ayotzinapa, desertaron en su mayoría de #VibraMéxico. Hoy, rectores como Enrique Graue, de la UNAM, enfrentan un severo enojo de su comunidad, de pronósticos reservados.

A diferencia de la marcha contra inseguridad pública de 2004, convocada y articulada con éxito por los grandes medios de comunicación electrónicos, en esta ocasión, la mediocracia se ponchó abanicando. El fracaso de #VibraMéxico fue en parte producto de la derrota de la telecracia a manos de las redes sociales.

A 13 años de esa movilización, estas redes han desarrollado una capacidad de influencia en sectores clave de la población (muy especialmente en la juventud) que permite, en ciertas coyunturas, neutralizar y doblegar la ascendencia del establishment informativo. A su manera, el descalabro de este domingo fue un triunfo del movimiento #YoSoy132 y su consigna: nuestros sueños no caben en su pantalla.

Los convocantes a la marcha del domingo perdieron estrepitosamente la batalla en las redes sociales. Nunca pudieron enfrentar con eficacia tres poderosos y convincentes mensajes que se difundieron a través de ellas: 1) los organizadores de #VibraMéxico no son de confianza; 2) la convocatoria a la marcha busca diluir las protestas contra el gasolinazo, y 3) en los hechos, se trata de una iniciativa para respaldar a un presidente impopular.

La derecha intelectual, agrupada alrededor de las revistas Letras Libres y Nexos, sufrió también un severo descalabro con la fallida movilización. Su pretensión de presentarse como modernos líderes ciudadanos quedó sepultada. Nadie los peló.

Y es que su maniobra para cambiar el rumbo de navegación que habían seguido hasta ahora les resultó imposible. De mil maneras, sus intelectuales combatieron el nacionalismo mexicano (que es sustancialmente antiestadounidense) como si fuera una rémora del pasado. Desde hace décadas, han dicho que no hay más camino para México que la adhesión económica y diplomática a Estados Unidos, y que hay que abandonar a América Latina. Y hoy, que desde Washington se descarrila al país de esa vía, carecen de autoridad para convocar a la unidad nacional.

Pero, además, esa derecha intelectual, una y otra vez, ha lanzado los amargos dardos de su crítica a los movimientos sociales que han tomado las calles en nuestro país para luchar contra el autoritarismo estatal, los derechos humanos y la democracia. Alejados de la juventud universitaria, desde sus trincheras mediáticas (muchos son comentaristas en la pantalla chica) han orquestado infames campañas de estigmatización contra el campo popular. ¿Alguien esperaba que esos movimientos se subordinaran a su llamado? La forma en que en las redes sociales diversos ciberactivistas los tundieron, mostrando su doble moral, es de antología.

El fracaso de la movilización de #VibraMéxico muestra que la lucha contra Trump no puede ser encabezada por las élites que han uncido a México a la subordinación con Estados Unidos. Carecen de la autoridad para hacerlo los viudos del TLCAN. Esa lucha, que sólo será eficaz si es al mismo tiempo antimperialista (en el sentido más amplio de la palabra) y por la liberación nacional, únicamente puede ser conducida con éxito por el México de abajo que resiste al poder, el de aquí y el que vive y trabaja en Estados Unidos.

http://www.jornada.unam.mx/2017/02/14/opinion/016a2pol

 

Trump y Peña Nieto: odios diferentes; misma devastación

Víctor M. Toledo

México como nación y los mexicanos como ciudadanos del mundo hemos venido soportando, desde hace por lo menos tres décadas, una embestida cada vez más dramática que se ha dedicado a quebrar los fundamentos naturales, culturales e históricos del país, y la dignidad, identidad e integridad de sus habitantes. El mismo odio, vociferante e incontrolable, que expresa Trump contra los mexicanos, existe disfrazado y silencioso en la clase política que ha gobernado el país en las últimas décadas. Las acciones antimexicanas de Trump sólo vienen a sumarse a las políticas antinacionales aplicadas por los gobiernos neoliberales de México y sus partidos. Trump y Peña Nieto comparten un mismo proyecto contra México, que ha sido enormemente destructivo de los pilares, valores, historia y cultura de la nación, y depredador de sus regiones, recursos, paisajes y bienes. Se trata de la política de la rapiña, la acumulación desbocada de riqueza, la destrucción obscena de la naturaleza, y una fe ciega en la tecnología, el consumo, el individualismo y el mercado.

Lo que había mostrado la historia, que México lograba detener y resistir al imperio más poderoso (económica, tecnológica y militarmente) de que se tenga memoria, hay que aceptarlo, se ha estado esfumando en las últimas décadas, a tal punto que hoy existe ya el temor de la disolución real de la nación, pues los mexicanos vemos cómo el país se nos derrumba. En esta devastación han trabajado por igual las fuerzas formidables del capital corporativo y trasnacional y los gobiernos de Estados Unidos y de México, más allá de sus diferencias y matices. ¿La razón? Todos comparten una misma visión del mundo, un conjunto de valores similares (tecnocráticos, materialistas, consumistas, individualistas) y todos actúan movidos por los mismos intereses del Homo industrialis.

Así como la opinión pública se escandaliza con las mentiras y la paranoia de Trump, igualmente debe escandalizarse con la batería de mentiras que el actual gobierno de México (y los anteriores) han utilizado para ocultar toda una gama de fechorías, fraudes electorales, flujo ilegal de capitales, contubernios con los sectores criminales, venta de los bienes del país, actos deshonestos, y robos en despoblado de los erarios. Todo ello sin que sean investigados, juzgados y castigados.

La devastación nacional ha ocurrido porque las élites del país, los poderes fácticos, han apostado por un contubernio con Norteamérica (Estados Unidos y Canadá) y sus modos de “modernizar”, dando la espalda a la región a la que pertenece cultural y naturalmente el país: la América Latina. Su instrumento ha sido el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que aún defiende y pretende mantener el gobierno mexicano. El TLCAN propició, entre otras cosas: 1) la expulsión de 15.2 millones de mexicanos hacia Estados Unidos, el principal flujo migratorio del mundo; 2) el paso de un extractivismo básicamente petrolero hacia un extractivismo energético, minero e hidrológico más intenso y depredador. Todo enfocado a entregar los recursos naturales estratégicos a empresas petroleras y gasíferas de Estados Unidos, a empresas eléctricas y eólicas de España y a empresas mineras de Canadá, China e Inglaterra; 3) la agricultura tradicional y la soberanía alimentaria que existía antes de la firma del TLCAN fue suplantada por una reconstrucción deformada de una agricultura de exportación. México perdió la soberanía en la mayoría de sus áreas básicas: granos, leguminosas, hortalizas, frutas, carne, alimentos procesados, etc. Hoy el país importa 10 millones de toneladas de maíz (buena parte transgénico), a la vez que subordina la nueva producción agropecuaria a los gustos del mercado estadunidense: hortalizas, frutos rojos, aguacates, frutas tropicales, mariguana, amapola, etcétera; 4) el territorio mexicano fue reorganizado en favor de nuevos corredores industriales estratégicos construidos entre el este estadunidense y la cuenca del Pacífico, reaprovechando o impulsando importantes puertos industriales en la costa del Pacífico. En virtud de ello se construyó un sistema de movilidad terrestre y marino intermodal agresivo y desregulado, siempre planeado al servicio de las industrias just in time; 5) el comercio nacional, las grandes agencias comerciales estatales en el campo (Conasupo), y las pequeñas y medianas empresas productivas y comercializadoras familiares fueron destruidas y remplazadas por empresas altamente monopolizadas, sobre todo de carácter trasnacional; 6) a esto se sumó la destrucción del sistema financiero, mientras el mercado interno destruido fue suplantado por un mercado importador de todo tipo de insumos industriales, medios de subsistencia principalmente estadunidenses y un fomento del mercado exportador, y 7) finalmente en México terminó pagándose uno de los salarios más bajos del mundo en términos comparativos, aprovechando la sobreoferta laboral, así como el desempleo real, maquillado en el caso de los trabajadores intermitentes o informales (tres de cada cuatro) y con el flujo migratorio hacia Estados Unidos (10.64 millones).

Tras casi tres décadas de integración con Nor­teamérica, hoy el Estado mexicano tiene responsabilidad por violación a su obligación de garantizar el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos de los mexicanos, como los derechos a la vida, integridad física, propiedad colectiva de la tierra, libre expresión, salud, medioambiente sano, vivienda digna, protesta social, libre asociación, trabajo digno, autodeterminación, identidad, idioma, usos y costumbres propios, defensa del territorio, acceso a la justicia y derecho al consentimiento libre. Esto fue lo que concluyó el Tribunal Permanente de los Pueblos en noviembre de 2014, tras decenas de audiencias y numerosos testimonios orales y escritos que documentaron alrededor de 500 casos examinados durante tres años (ver: http://www.jornada.unam.mx/2014/ 11/18/opinion/018a1pol ).Resulta entonces una falacia, y hasta un absurdo, creer que las élites políticas y económicas en una supuesta “unidad nacional” y con Enrique Peña Nieto a la cabeza, serán capaces de enfrentar las agresiones del nuevo dirigente del imperio. La salvación de México pasa tanto por la remoción del actual régimen corrupto y antimexicano, como por la defensa digna de la soberanía nacional.

https://www.jornada.unam.mx/2017/02/14/opinion/017a2pol

 

El otro muro

Alejandro Nadal

Es un hecho incontrovertible que la mayoría de los mexicanos siente una gran lejanía frente a su gobierno y la mayoría de las instituciones del Estado. Son muchos años los que han pasado para forjar esta percepción del pueblo de México. Las injusticias, la impunidad y la corrupción, aunados a un persistente mal manejo de la economía mexicana han profundizado la desconfianza. Y el recelo no sólo se manifiesta frente a la esfera de la administración pública. El desgano ha terminado por invadir la vida cívica.

Hoy el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pretende construir una ofensiva muralla entre su país y el nuestro. La sociedad mexicana ha reaccionado de muchas maneras. Se han hecho llamados a la unidad nacional para mostrar al nuevo ocupante de la Casa Blanca el repudio generalizado a su absurda iniciativa. Pero la verdad de las cosas es que el primer muro que habría que echar por tierra es el que separa a los mexicanos de un gobierno que sólo representa los intereses de una minoría.

Uno de los mejores ejemplos de esta forma de actuar del gobierno está plasmado en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. En su momento, el gobierno en turno presentó al TLCAN como una herramienta que permitiría transitar a la estabilidad y a la prosperidad económica. Pero la realidad no tardó en desmentir esa fantasía y mostrar que el modelo económico que entronizaba dicho tratado no garantizaba ni el desarrollo económico ni la estabilidad. El primer llamado de atención vino con la crisis de diciembre de 1994, un estallido que se quiso presentar como una simple debacle cambiaria, pero que en realidad mostraba al mundo entero la bancarrota del modelo neoliberal que el TLCAN buscó consolidar. La crisis de diciembre 1994 fue resultado de una debacle macroeconómica que llevaba años gestándose y cuyos efectos todavía padecemos hoy.

A muchos les podría parecer exagerado decir que el TLCAN se negoció a espaldas del pueblo mexicano. Pero si uno examina el capítulo del sector agropecuario, en especial todo lo que concierne a la producción del sector maicero mexicano, los hechos son elocuentes. Bajo la presión social que reclamaba ser cuidadosos frente a la vulnerabilidad del sector maicero, el TLCAN introdujo un sistema de protección a los pequeños productores para permitirles ajustarse frente a la competencia de las importaciones de maíz producido con una fuerte dosis de subsidios. Ese plazo de protección debía durar 14 años y contemplaba aplicar un sistema de arancel cuota que iría gradualmente eliminándose. Este sistema consistía en una cuota libre de arancel (fijada inicialmente en 3 millones de toneladas) que iría reduciéndose 3 por ciento cada año y un fuerte arancel a las importaciones por arriba de esta cuota. Se suponía que en 1994 el arancel para esas importaciones sería superior al 200 por ciento ad valorem y que para el año 2008 se habría reducido a cero. Insisto, la transición al libre comercio de maíz debía durar 14 años.

Pero el gobierno mexicano no cobró el arancel previsto y la fase de transición para el sector maicero se desdibujó desde el primer año de vida del TLCAN. Las autoridades argumentaron que hacer efectivo el arancel haría aumentar el precio de la tortilla y desencadenaría presiones inflacionarias. De hecho, el precio de la tortilla se disparó de todos modos. El monto de los impuestos que el gobierno mexicano no cobró superó 2 mil millones de dólares (de 1994) y los productores mexicanos quedaron al descubierto desde el primer año de vigencia del TLCAN. Durante los años siguientes el apoyo real al campo a través de programas como Procampo se desplomó, mientras que las inversiones en infraestructura para la irrigación nunca llegaron. El resultado final: a lo largo de la vigencia del TLCAN se han perdido alrededor de 2 millones de empleos en el campo. Y habría que contabilizar también el efecto negativo sobre la biodiversidad del maíz mexicano, ya que son esos pequeños productores los que año con año cuidan y desarrollan la variabilidad genética de este grano básico.

Hoy que Trump habla de renegociar el TLCAN habría que aprovechar para rediseñar no sólo el capítulo agropecuario, sino toda la política económica para ese sector. Este esfuerzo debiera estar articulado con una política de conservación de empleos productivos en el campo con el fin de combatir la pobreza de manera sustentable. Cabe señalar que hoy los esquemas para apuntalar el campo podrían aumentar sensiblemente y aun así México estaría cumpliendo con las condiciones estipuladas en el seno de la Organización Mundial de Comercio.

La negociación del capítulo agropecuario siempre estuvo marcada por la controversia. Pero lo que ilustra el ejemplo anterior es una obstinada cerrazón por parte del gobierno y de grupos allegados al poder que se niegan a cuidar el interés colectivo. Mientras no se derribe este muro que separa al pueblo mexicano de sus gobernantes, es algo ilusorio el llamado a la unidad nacional frente al agresivo temperamento del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

http://www.jornada.unam.mx/2017/02/15/opinion/023a1eco

periodista, es coordinador de opinión y editorialista del diario mexicano La Jornada.
investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, se ha dedicado durante más de tres décadas a la exploración de los saberes y prácticas de los pueblos tradicionales e indígenas del mundo, y a la construcción teórica y metodo-lógica de una nueva área del conocimiento: la etnoecología.
Economista. Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente:
La Jornada
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