Nación y novela

Terry Eagleton

21/05/2006

 

Terry Eagleton reseña el libro de Patrick Parrinder Nation and Novel: The English Novel from Its Origins to the Present Day, Oxford, 2006, 512 págs., £25

Como forma literaria, a la novela le resultan más fascinantes los delincuentes, los huérfanos, los vagabundos, las putas y los excéntricos que los caballeros, los semidioses o los aristócratas. Es el más realista de los géneros: los vericuetos de la vida cotidiana le son harto más estimulantes que lo heroico o lo sobrenatural. Para un lector del siglo XVIII, educado en la elevada espiritualidad dietética de la elegía y el bucolismo pastoril, debió resultar estupefaciente dar en la prosa mellada de un Daniel Defoe, con su artero populismo callejero y su complacencia en los lugares comunes. Hay en la novela un insaciable apetito de realidad, propio de la clase media.

Como sugiere su nombre, derivado de “nuevo”, la novela es el producto del mundo moderno secularizado. Escéptica de absolutos, avisada frente a las convenciones, es el género literario en el que puedes hacer sobre poco más o menos lo que te venga en gana. Puedes explorar intimidades emocionales, registrar la decadencia de toda una civilización, o –si resulta que eres Marcel Proust— combinar las dos cosas. A diferencia de la tragedia antigua o de la mascarada cortesana, la novela es una forma “informal”, sin vínculos oficiales con el estado o el soberano. De hecho, es menos un género en sí misma, que un género que no deja de practicar el canibalismo con otros géneros. Promiscua mezcla de drama, poesía, tragedia, épica, narrativa y romance, es la más híbrida de las formas canónicas. Patrick Parrinder sostiene en su absorbente libro que las novelas realistas no dejan de reciclar viejos romances: los bandoleros de la temprana novela inglesa son memoria racial de Robin Hood, mientras que el tema de Dick Whittington reaparece tardíamente en Dombey e hijo y en las Grandes esperanzas de Dickens.

El surgimiento de la novela va de la mano de la aparición del estado-nación moderno. Cuando rompe por vez primera en la Inglaterra del sigo XVIII, la novela es entre otras cosas un ejercicio de construcción nacional. Contribuye a moldear una sensibilidad nacional compartida, no menos que a sostener un espejo, o admirativo o satírico, de la misma. Las novelas, apunta Parrinder, se consumen en privado, a diferencia del teatro clásico o de la narrativa oral; pero dependen también de la presencia de una más o menos grande comunidad de hombres y mujeres que hablan la misma lengua y comparten aproximadamente los mismos supuestos culturales. Esas comunidades son generalmente conocidas como naciones, y las ficciones desempeñan un papel capital en la imagen colectiva que tienen de sí mismas. Porque las novelas son henchidas piezas de escritura, tienen espacio bastante para vagar de un extremo a otro de la escala social, desplazándose del submundo de Fagin a los suburbios de Brownlow. Ningún otro arte literario puede emular su mixtura de alcance social y sutilidad psicológica.

En el siglo XVIII, como muestra Nation and Novel, la aparición de la novela va uncida a la forja de un nuevo tipo de identidad nacional protestante, con la consolidación en Inglaterra del poder imperial que siguió a los levantamientos revolucionarios de la era de la Guerra Civil y de la Restauración. No es por azar que Defoe escribiera un escabroso poema intitulado "The True-Born Englishman" [El verdadero inglés], ni que produjera lo que Parrinder considera un estudio del carácter nacional en la figura del reciamente individualista Robinson Crusoe. Henry Fielding escribió la lírica original de "The Roast Beef of Old England" [El Roast-Beef de la Vieja Inglaterra], mientras que las novelas de Samuel Richardson pueden leerse, entre otras cosas, como alegorías políticas whig.

Estaba reservado a un forastero, Sir Walter Scott, el lanzar algunas de las más profundas reflexiones sobre la nacionalidad y el carácter nacional. El arte de Dickens, un autor que Parrinder lee, simultáneamente, como un republicano instintivo y como un pequeño inglés, fue elogiado por George Gissing como el espíritu de la raza inglesa hecho carne. The Way We Live Today [El modo en que ahora vivimos] de Trollope, que retrata una nación inglesa a merced de  pícaros y especuladores extranjeros (probablemente judíos), ejemplifica ese espíritu del modo más agriamente xenofóbico.

Cuando la era Victoriana dio paso a un mundo de migraciones masivas, de nuevos estados-nación y al colapso de los imperios, la identidad nacional se convirtió cada vez más en un tópico literario autoconsciente. Como señala Parrinder, la idea misma de identidad nacional, que es cosa distinta del carácter nacional, refleja cierta ansiedad. El carácter nacional, supuestamente, es un conjunto objetivo de rasgos (en el caso inglés: sentido común, moderación, idiosincrasia, filisteísmo, reserva emocional y cosas por el estilo), mientras que la identidad suele ser lo que andamos buscando. “¿Qué somos?” es, para una nación, cuestión harto menos perturbadora que la que lleva a preguntarse una y otra vez: “¿Quiénes somos?”.

Para Virginia Wolf, “ingleses” había dejado ser una respuesta plausible a aquella pregunta. “Como mujer”, escribió, haciéndose eco de Kart Marx, “yo no tengo país... mi país es el mundo entero”. Inglaterra, observó VS Pritchett, parasitaba de la vida por doquier, pero se negaba a reconocer ese hecho. Las naciones superlativamente parroquianas, entonces como ahora, son precisamente las naciones que tienen su aparato militar desplegado por todos los continentes. Este libro concluye, así pues, con un repaso de la gradual globalización de la novela en lengua inglesa, a medida que el imperio retrocede.

Nation and Novel combina un formidable acopio de materiales con un enfoque notablemente homogéneo. Es una investigación erudita y juiciosa, a la que acaso falta un toque de imaginación sagaz.  No es un libro al que uno acudiría en busca de alabeos mentales o de lecturas osadamente originales. Parrinder no es, desde luego, el crítico más propenso a suministrar munición, y cuando vuela más raso, se le puede pillar en pleno inventario chabacano de tramas. Como la mayoría de críticos académicos actuales, apenas presta atención a las sutilezas intrincadas de la forma literaria, un arte que parece haber pasado, como los techos de paja y las danzas de zapateado. Con impecable corrección, presenta a la identidad nacional como algo provisional y diverso, sin preguntarse realmente si no ha llegado ya la hora de arrancarle el velo al tal concepto. James y Conrad reciben, curiosamente, cierta dosis de atención, lo mismo que la novela asombrosamente vanguardista de DH Lawrence Women in Love.

Sin embargo, el libro rebosa de pasajes agudamente perceptivos: sobre los salteadores dieciochescos de caminos, el Libro de Job, Disraeli como novelista político, Jane Austin como empedernida materialista, la política del matrimonio, la Danza de la música con el tiempo de Anthony Powell como alegoría artúrica. Su prosa lúcida y juiciosa lo convierte en el texto perfecto para los estudiantes, y el hecho de que la anglicidad esté ahora un poco menos de moda en los Departamentos de filología inglesa que los sesgos de género y el piercing no tiene por qué perjudicarle en absoluto.

Terry Eagleton es profesor de literatura y crítica literaria en la Universidad de Manchester. Uno de sus últimos libros es: The English Novel: An Introduction, publicado en Oxford por la Casa editora Blackwell.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

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Fuente:
The Guardian, 29 abril 2006

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