Nacionalcatolicismo en Hollywood

Mike Davis

27/08/2005

La película más maligna de la historia habrá sido probablemente Jud Süss [El judío Süss], encargada por Goebbels en 1940 para fomentar el odio a los judíos en vísperas de la Solución Final. Mil años de antisemitismo europeo se condensaban en la imagen del violador Süss, con su asquerosa barba, su nariz de garfio y su voz gimoteante. El final de la película instigaba a la audiencia a regocijarse con el linchamiento de ese monstruo infrahumano.

Para cualquiera que haya visto alguna vez Jud Süss (como yo en el colegio), lo más llamativo de la película de Mel Gibson La Pasión de Cristo –más aún que su implacable, chirriantemente erotizada crueldad— es su fidelidad a las convenciones antisemitas del cine hitleriano.

En realidad, el sumo sacerdote Caifás y sus colegas son unas réplicas tan exactas y patentes de Süss, que hay que sospechar de un préstamo plagiario. Además, la Pasión es una de las películas más manipulatorias que se han hecho nunca. Tras dos horas de contemplar al populacho aullando de delicia ante el espectáculo del sufrimiento de Cristo, no hay que extrañarse de que muchos espectadores americanos devotos, lo mismo que sus predecesores alemanes, abandonaran las salas diciéndose para adentro: "Odio a estos judíos".

Los romanos, por otra parte, se muestran como nobles imperialistas. En contraste con el vil Caifás, Poncio Pilatos es presentado por Gibson como una figura simpática, rayana incluso en la santidad, trágicamente atrapada entre las órdenes que vienen de Roma (basta de levantamientos) y las implacables maquinaciones de los sumos sacerdotes. Como en Süss, además, hay un constante contraste de estereotipos físicos. Tipos mediterráneos –las dos Marías, Pilatos y su mujer, etc.— salen a la palestra con rasgos suavizados, sugiriendo espíritus sensibles.

Pero los semitas –Caifás, un rey Herodes rodeado de lujos, etc— son presentados como grosera y repulsivamente sensuales. En el actual contexto norteamericano, huelga decirlo, este antisemitismo de carga visual, adquiere también en el acto connotaciones antiárabes.

La insistencia de Gibson en servirse de lenguas originales –latín y arameo— ha impresionado a los espectadores ingenuos, haciéndoles creer que La Pasión bate alguna nueva marca de acribia histórica. De hecho, la historia (la poca realmente registrada de esos acontecimientos, aparte de la teología póstuma de los Evangelios) se ve grotescamente invertida.

Jesús, obvio es decirlo, es una figura manifiestamente enigmática. Los únicos "hechos" constatados de su vida –según atestiguan historiadores romanos y judíos— son que existió realmente y que fue ejecutado por los romanos. Pilatos, por su parte, dejó un registro ligeramente más amplio.

A diferencia de la pueril ficción de Gibson, el Pilatos histórico fue un procurador imperial común y corriente destacado en una provincia de tercera clase para mantener ocupadas a sus legiones con ejecuciones brutales de rebeldes judíos y samaritanos. Palestina, entonces como ahora, vivía bajo una bota de hierro , y la confusión entre oprimidos y opresores que se ofrece en La Pasión resulta moralmente odiosa.

Algunos críticos norteamericanos, sin embargo, han tratado defender La Pasión señalando que el real objeto de odio por parte de Gibson es el Vaticano, no los judíos. La verdad es que Gibson hizo su película para promover la visión religiosa del rábico grupúsculo católico tradicionalista  en el que él mismo creció.

El Jesús torturado en La Pasión, el actor de Seattle James Caviezel, es también un católico fundamentalista que se jacta de recibir visitas personales de la Virgen. Pero la "tradición" que con tanto celo defiende es precisamente la del fascismo católico antisemita del general Franco y del papa Pío XII.

Como los ideólogos de Franco y sus equivalentes fascistas croatas, Gibson está poseído de la misma mórbida obsesión vengativa por el dolor, la mutilación, la corrupción de la carne y la sempiterna tentación de Satanás (que no deja de merodear por el perímetro de su película).

En suma, La Pasión es la visión medieval de un pogromista, amplificada por los efectos especiales de Hollywood y el prestigio de una celebridad. Se ve protegida por una formidable muralla de aprobaciones entusiastas procedentes de la derecha religiosa norteamericana, así como por la tolerancia de los habituales fans de Gibson, que se niegan a aceptar que su héroe, hermosote y bonachón, es en realidad un grotesco reaccionario de esta calaña.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Fuente:
Socialist Worker, 10 abril 2004

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