Pedir la independencia es manifestar la voluntad irrenunciable de seguir siendo. Sobre la crisis económica y política, la historia, Cataluña, España. Entrevista

Josep Fontana

01/09/2013

El historiador Josep Fontana (Barcelona, ​​1931) conversa con el también historiador Pelai Pagès sobre su materia de estudio, el magisterio de Jaume Vicens Vives, las razones de la crisis económica y política global, el papel de la universidad, el independentismo creciente y las raíces históricas de la identidad catalana

Josep Fontana i Lázaro (Barcelona, ​​1931) es uno de los historiadores más prestigiosos de la historiografía catalana actual. Vinculado en sus orígenes a Ferran Soldevila, Jaume Vicens Vives y Pierre Vilar, ha desarrollado una larga trayectoria profesional, tanto en el terreno de la docencia -ha sido profesor de la Universidad de Barcelona, ​​la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universidad Pompeu Fabra-, además de haber impartido cursos y seminarios en muchos países de América Latina y de Europa, así como en el de la investigación, en la que ha escrito numerosos estudios sobre historia de Cataluña y de España, historiografía y teoría de la historia, que se han convertido en auténticos clásicos. Recientemente ha publicado Por el bien del Imperio (2011), una historia universal desde 1945 hasta ahora, y El futuro es un país extraño (2013), donde analiza la crisis actual y las perspectivas de futuro. De todo ello, hemos hablado extensamente, sin olvidar la coyuntura soberanista que hoy vive Cataluña.

-Realmente "el futuro es un país extraño", como titula el último libro.

-Esta frase lo que quiere decir es que la clase de futuro que habíamos interiorizado no ha acabado de funcionar. Hemos vivido una larga etapa en la que nos hemos formado con la idea de que el progreso era imbatible y que teníamos la historia de nuestro lado y que, por tanto, a pesar de todos los obstáculos que se pudieran producir, todo terminaría yendo en el buen sentido. Esto se ha revelado falaz, no sólo por cómo están yendo las cosas, sino porque revisando la historia hacia atrás te das cuenta que ninguna ganancia fue un efecto automático de fuerzas ocultas, sino el resultado de luchas concretas. Pero, además, estás viendo ahora que la proyección hacia un futuro inmediato, y tal vez no tan inmediato, es más bien regresiva. Y por lo tanto eso te plantea que necesitas revisar muchas cosas.

-¿A qué atribuiríamos esta situación?

-Mi interpretación a largo plazo es que hubo un cambio fundamental en la historia que depende del momento en que un conjunto de fuerzas ligadas en buena medida a la Ilustración desencadenaron un proceso revolucionario. Este proceso revolucionario es el que hace que, más o menos desde 1789, todo este mundo nuestro viva en una situación de esperanza de cambio, y que sus elementos dirigentes, por el contrario, lo hagan con un miedo constante de perder sus privilegios. Desde 1789 hasta 1980 siempre ha habido un fantasma que no les dejaba dormir tranquilos y que favorecía que los estados hicieran de árbitros para tratar de que se produjeran rupturas revolucionarias.

Primero eran los jacobinos, después fueron todos los que quieras: los masones y los anarquistas y los comunistas. Desde los años 1980 no hay una alternativa creíble, no hay miedo, y en el preciso momento en que no hay miedo cesan las concesiones y, por otra parte, los intermediarios de los acuerdos, que serían los gobiernos, están cada vez más vendidos a los intereses dominantes. Así comienza un proceso retrógrado que está entre las causas de la crisis, pero que no es la crisis. Lo que pasa es que la crisis sirve para alimentarlo y hacerlo más enérgico.

Cuando hablábamos de crisis pensábamos que era un proceso en el que, después de empeorar, se volvía a una situación como la anterior. Ahora no hay retorno, ahora hay una nueva etapa que tiene unas características muy claras. En Estados Unidos, por ejemplo, que están en pleno proceso de recuperación, la bolsa ha llegado a máximos históricos y está subiendo el precio de la vivienda. Pero hay una inversión insuficiente en actividades productivas y no hay una plena recuperación del empleo, sino un paro estructural de gente de 40 años hacia arriba, y también de los más jóvenes, que han sufrido un largo periodo en el paro y que no son llamados para desempeñar nuevos empleos, porque el empleador tiene la idea de que si han estado tanto tiempo en el paro algunos problemas deben tener. Se va constatando, además, un aumento considerable de los trabajadores a tiempo parcial. A la vez hay una disminución de los salarios que, combinada con la disminución de los servicios sociales, está creando una situación de aumento de la pobreza. En estos momentos en los Estados Unidos la definición tradicional de pobreza afecta a 50 millones de personas, una de cada seis, pero nuevos cálculos sobre la zona de frontera con la pobreza la elevan de 50 a 100 millones, es decir, que una tercera parte de la población estadounidense estaría en esta zona fronteriza.

Y estos rasgos están produciendo también en nuestra casa. La actividad económica es en buena medida una actividad en el terreno financiero, con muy poca inversión productiva y el paro está en unos niveles que no sabes qué tipo de recuperación sería necesario para poder reducirlo. Los salarios están bajando. La pobreza está aumentando. Hay una situación que parecía que había desaparecido desde el tiempo del fin de la Guerra Civil, con reaparición del hambre. Hay que ser consciente de ello. Si la gente piensa que la recuperación significa que volveremos a ir bien, que se olvide. Lo que se vislumbra es una situación nueva, que va en camino de reproducir una especie de recuperación como la de Estados Unidos.

-Además, ellos mismos han comparado la crisis actual con la crisis del 29, como una crisis estructural, a fondo. Me preocupan en estos momentos las alternativas a esta crisis. Cuando cayó la Unión Soviética, yo, que había sido siempre muy crítico con la deriva que estaba tomando el socialismo soviético, siempre había dicho que entonces era el momento de reinventar la utopía, en el sentido de que las fuerzas sociales que no comulgan con el capitalismo deberían tener el deber -una vez asumido el fracaso del modelo soviético- de buscar entre todos una alternativa a un capitalismo que cada día es más depredador y que está provocando las situaciones mencionadas. ¿Como vería esa necesidad?

 -Hay un libro de Neil Davidson sobre revoluciones burguesas y revolución social, que publicará mi amigo Gonzalo Pontón, que plantea un tipo de análisis similar, y sitúa la revolución soviética, y prácticamente la de China, como revoluciones burguesas. Sí, la utopía es totalmente necesaria, pero no es suficiente. En Estados Unidos economistas como Richard Wolff o Gar Alperovitz están convencidos de que el futuro es del cooperativismo. Para ellos lo ideal es Mondragón. Pero un modelo como Mondragón no puede cambiar las cosas. Si no tienes el poder, o no lo puedes neutralizar, no hay manera de que salgas adelante con una utopía. Mientras haya un gobierno en Madrid que puede determinar a través de la legislación las condiciones en que sobrevive Mondragón, es evidente que no se puede transformar mucho.

Vivimos en un mundo que está lleno de revueltas que tienen objetivos puntuales, que son muy meritorias y que se deben hacer: unos luchan contra los desahucios, otros contra las preferentes... Es evidente que con todo esto haces estorbo, pero no amenazas el sistema, que tiene suficiente capacidad para resistir. La utopía que le contraponemos debe ser muy ampliamente compartida porque fuerzas sociales muy diversas la identifiquen con sus problemas y con sus necesidades. Y eso es hoy muy difícil.

-Y el papel que pueden hacer en esta investigación o en esta construcción de alternativas de futuro, que eso es en definitiva la utopía, los partidos políticos tradicionales de izquierda, o los sindicatos... ¿cuál cree que debe ser?

-Estamos en unas condiciones en las que el juego del parlamentarismo está completamente condicionado. Es decir, los partidos que tienen la posibilidad de conseguir mayorías suficientes para influir seriamente en la legislación dependen, por un lado, de cara a las elecciones, de unos créditos bancarios que no se devuelven, pero que los condicionan. Y luego, para pagar sus gastos, los mismos partidos deben hacer pactos y concesiones a las empresas que les hacen donativos. Una deriva difícil de parar, porque lo que necesitarías para denunciarla es poder comprobar en cada contrato, no las condiciones pactadas públicamente, que son las que lo legitiman, sino las reales: los costes finales que se han tenido que pagar, gracias a la tolerancia de unas administraciones que compensan de esta manera los favores recibidos.

Que un partido de izquierda tenga la posibilidad de adquirir una cuota de poder suficiente a través del juego electoral, depende en buena medida de la cobertura que le den periódicos, radios y televisiones, que todos sabemos a quién tienen detrás como propietarios, y cuáles son los intereses que deben defender. En estas condiciones, no es posible que ningún partido de izquierda tenga posibilidades de obtener una suficiente fuerza electoral para que logre el poder necesario para cambiar radicalmente las cosas. Salvo que acabe derivando hacia la derecha, como lo ha hecho el PSOE, si lo comparas con lo que representaba en 1936, un partido que no tiene ni siquiera la voluntad de cambiar realmente las cosas.

-¿Y los sindicatos?

-Los sindicatos pueden tener toda la buena voluntad del mundo, pero han resultado muy debilitados. Cuando en los años 70 comenzó la lucha para revertir completamente el sistema, lo primero que hicieron tanto la señora Thatcher como el presidente Reagan fue atacar a los sindicatos e iniciar el proceso que les ha ido debilitando. Y lo lamentas. Porque por más que se les quiera menospreciar es evidente que los sindicatos, entre la gente que trabaja en ellos, hay gente de mucha valía.

-Un sociólogo madrileño ha escrito que una de las características de este inicio de milenio era ese carácter de sumisión global, de acatamiento a los poderes públicos en los que se encuentra la mayoría de la sociedad. De tal manera que parece que nos lo pueden vender completamente todo, y lo compramos, aunque no estamos de acuerdo. La perspectiva en este aspecto es negativa. Al menos hasta que no han empezado surgir estas respuestas sociales que de manera muy espontánea, muy esporádica, muy poco sistemática se ha desarrollado poco a poco. ¿Cómo lo ve?

-Estas respuestas plantean un interrogante: y después, ¿qué? Por ejemplo, es evidente que en Galicia el movimiento de los estafados por las preferentes es un movimiento con mucha vitalidad. La mayoría de los que forman parte, seguro que habían votado al PP. Ahora supongamos que vienen unas nuevas elecciones. ¿A quién votará esa gente? La mayoría volverá a votar al PP. Primero, porque seguramente votar al PSOE no es ningún remedio. Y segundo porque, en principio, haya pasado lo que haya pasado a sus ahorros, siguen temiendo que un cambio demasiado grande no haga que la sociedad se hunda. El problema, lo que ha cambiado todo desde el franquismo hasta ahora, es la inexistencia de una alternativa que los ciudadanos puedan identificar con sus diversos problemas. Esta alternativa, que en 1975 podía parecer que era el mero retorno a la democracia, ha sido un engaño. Y ahora deberíamos construir otra.

-Sí. La historia supongo que algo nos enseña en este aspecto. ¿O no?

-Las cosas que enseña son más bien las que deberían prevenirnos de engaños, los miserables engaños en que todos hemos caído más de cuatro veces, para hacernos un poco más sensatos y sobre todo más desconfiados. Esto sí que es algo que nos debería enseñar la historia. Una cosa que decís es cierto: la utopía es absolutamente necesaria. Pero después hay que convertirla en una conciencia que se pueda compartir ampliamente. Y en estos momentos el único principio que me parece que se puede compartir con unos y otros es que hay que resistir, que no es lícito resignarse al retroceso que se nos quiere imponer. En ningún terreno.

-En Cataluña, sin embargo, parece que el problema más importante no sea la crisis sino la cuestión soberanista.

 -Si uno analiza bien lo que había detrás de la manifestación del 11 de septiembre del año pasado, debe tener clara una cosa y es que el primer motor era la absoluta y justificada indignación ante la situación global, y la voluntad de una ruptura. Lo primero que había era el malestar profundo de una sociedad que ve como una oportunidad de autogobierno -y decir "autogobierno" no quiere decir que tendremos un gobierno muy diferente-, y una posibilidad de participación le son negados por la evolución que está siguiendo el PP.

-No me deja de parecer curioso el hecho de que, por ejemplo, los socialistas ahora vuelvan con el tema federalista, que era el tema con el que Rodríguez Zapatero empezó a gobernar cuando en 2004 accedió al poder. Y durante los siete años que estuvo gobernando no movió un dedo para avanzar hacia el federalismo. No deja de ser curioso que el socialismo ahora vuelva con el federalismo como la alternativa al soberanismo, al derecho a la autodeterminación, a la posible escisión, ¿verdad?

 -El año pasado se publicaron las memorias de un militar, responsable del CESED, el Centro de Inteligencia que hubo antes del CESID, que explicaba que hacia octubre de 1976 hubo una entrevista de Casinello con Felipe González y Guerra, para saber qué pensaban los socialistas. Y los militares quedaron satisfechos de la actitud de Felipe y el Guerra respecto del problema nacional. Cosas concretas que ahora recuerdo: el rechazo del concierto para Cataluña y la total negativa a tolerar un partido socialista catalán independiente del PSOE. Eso era en los tiempos en que la Platajunta ofrecía constitución federal y organismo de autogobierno inmediato para las nacionalidades.

-Y parece que haría un miedo terrible cualquier modificación de la Constitución, cualquier cambio...

-El problema no está en la Constitución, sino en la situación real. Deberías cambiar a la gente.

-Cuando daba una asignatura de historia de Cataluña y España contemporánea leía a mis estudiantes unos artículos que habían salido en la prensa española con motivo de la primera huelga general de Cataluña, en 1855, en pleno bienio progresista, y que publicaron Josep Benet y Casimir Martí en su libro sobre el bienio progresista, y debía  advertirles de que eran artículos publicados hace más de ciento cincuenta años, y que no los habían acabado de publicar ni La Razón, ni el ABC ni El Mundo, aunque el mensaje sobre Cataluña era el mismo, a pesar del tiempo pasado.

-Los estamentos políticos españoles, al menos hasta los años setenta del siglo XIX, eran absolutamente hostiles a la industrialización. Sostenían que lo bueno era la España agraria, donde la gente vivía con unas buenas costumbres, mientras que la industria generaba situaciones de corrupción: la gente aspiraba a más, se sublevaba. Por tanto, el miedo de la proliferación de la industrialización y, sobre todo, que esto se pudiera contagiar era considerable.

-Pero es curioso, porque la responsabilidad la daban siempre a los catalanes, a la manera de ser de los catalanes. Algunos artículos lo expresan claramente. Cabe mano dura, hay que volver a Felipe V y a incrementar la represión.

-Piensa que hay un texto de Evaristo San Miguel, héroe del liberalismo, que habla tranquilamente de "la incorporación de Cataluña a la corona de Castilla". Esto es lo que había pasado con Felipe V, una incorporación.

-También había un cartel de la campaña en contra del Estatuto de Autonomía de 1932, que literalmente pedía que se hiciera un boicot a los productos catalanes.

 -Esto se ha vuelto a hacer y todavía se hace.

-Dejemos de hablar del presente y del futuro y hablemos un poco de la trayectoria historiográfica. Josep Fontana en estos momentos es uno de los historiadores vivos más prestigiosos procedentes de la escuela de Vicens Vives, que es una escuela que, nos guste o no, marcó una pauta en la historiografía catalana. Desde entonces hasta hoy, hace ya más de cincuenta años que se murió Vicens, la trayectoria es larga. Y Josep Fontana es, de los alumnos que quedan vivos, el más prestigioso. Si no recuerdo mal, comenzó a trabajar en el siglo XIX, la crisis del Antiguo Régimen, esta etapa tan convulsa que va de las postrimerías del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, que fue una época de cambios y transformaciones…

-Y de cambios que podían haber sido y no fueron.

-También. Siempre pasa. La primera cuestión que me gustaría que me explicara es como ve desde la perspectiva actual la historiografía catalana y sobre todo como veis vuestra primera época, con Vicens, con todo aquel grupo de compañeros.

 -Ante todo, yo no empiezo a partir de la magisterio de Vicens. Mi dedicación a la historia arranca de Ferran Soldevila, de las clases de los Estudios Universitarios Catalanes, donde íbamos, a veces dos -el otro era el Enric Lluch, que murió hace poco- y a veces yo solo, en el comedor de su casa, en Sant Gervasi. O sea que este es el inicio. Entonces, en la universidad, el único que podía tener un efecto movilizador era Vicens. Y con Vicens mantengo una relación curiosa, porque es una relación constante de enfrentamiento. Porque él tiene claro que yo soy un izquierdista perdido, y que no puede hacer nada, pero no sé por qué me tiene confianza. En el momento en que yo lo encuentro, Vicens era una persona que tenía una cosa muy clara, que para mí también lo estaba: que el trabajo del historiador o valía para lo que él llamaba "servir al país" o no valía para nada. Por otra parte, era un hombre con muchos proyectos, con una gran capacidad de animar.

-¿Se ha mitificado a Vicens?

 -No sé en qué sentido. En el sentido que tenía una gran cantidad de proyectos nuevos e innovadores, esto es verdad. Y que tenía una gran capacidad de animar a la gente, eso es verdad también. Pero resulta que nunca tuvo poder para realizar estos proyectos. Por otra parte, murió pronto. No sé si esto lo ha mitificado. Pero es evidente que fue una fuerza que contribuyó a cambiar las cosas. Ahora, tenga en cuenta que cuando yo digo a Vicens que quiero hacer la tesis doctoral sobre cuestiones agrarias del siglo XIX, él es el primero que me dirige a Pierre Vilar. Vicens, de discípulos, en el sentido de seguidores, no quería, sino gente que fuera por su cuenta. En otros sentidos no coincidía con Vicens, políticamente por ejemplo, pero él lo aceptaba.

-Es curioso, sin embargo, que cuando se murió Tarradellas, que ya era presidente de la Generalitat en el exilio, consideró su muerte como una especie de catástrofe nacional.

-Aquí hubo mucha gente que especulaba sobre el futuro político de Vicens. Y esta gente se equivocaba, porque Vicens en este terreno era una persona que iba con el lirio en la mano, era de una inocencia primitiva. Le habrían tomado el pelo los unos y los otros, si ya no lo hicieron más de una vez. No creo que tuviera la malicia necesaria para sobrevivir en el mundo de la clase de política en la que se movía Tarradellas.

-Josep Fontana comienza a trabajar en el siglo XIX, ¿verdad?

 -De hecho hice mi tesina, con Vicens, sobre la segunda mitad del siglo XVII, pero lo dejé porque quería hacer otras cosas. Quería entender el proceso por el cual se produce el cambio social que lleva del Antiguo Régimen al liberalismo. Supongo que esto tiene que ver con el hecho de que estábamos viviendo en una sociedad que creíamos que también estaba abocada a un proceso de cambio. La falta de datos esenciales en el período que estudiaba, que era fundamentalmente el reinado de Fernando VII, me obligó a usar los datos de Hacienda, que eran los únicos completos y continuados. Pero nunca he sido ni un especialista en historia de la hacienda, ni un dedicado al estudio de Fernando VII. Siempre he mantenido el interés por temas muy diferentes, desde estas cosas que había empezado a hacer sobre la segunda mitad del siglo XVII, hasta otras del siglo XX. Siempre he mantenido el interés abierto y ahora me he metido en un tinglado aún más complicado, en el que me encuentras estudiando historia medieval a todo trapo.

-Ah, muy bien, explíquelo.

-Muchas veces me habían propuesto que hiciera una historia de Cataluña. Yo no me había puesto nunca a hacerla por un motivo muy sencillo, por mi conciencia que no tenía conocimientos suficientes para enfrentarme a todo lo que pasó antes de 1650. Pero he acabado enzarzándome en un proyecto que llevará el título de La identidad de los catalanes. Una interpretación histórica. Es un intento de explicar cómo ha surgido este sentido de identidad, que se ha mantenido con una consistencia y coherencia considerables hasta ahora. Y tenía que empezar por aclarar las cosas que Vilar y Manuel Sánchez han planteado sobre cómo y por qué aquí a mediados del siglo XIV existe ya un estado nacional de tipo moderno.

-El siglo XIV anuncia una Cataluña ya moderna…

-En el sentido de que ya existe un tipo de gobierno en que la monarquía tiene unos poderes muy limitados ante las Cortes y, sobre todo, no controla la hacienda. Algo que no aparecerá hasta el siglo XVII en Inglaterra y Holanda. Ramon de Abadal lo lamenta porque piensa que eso justamente impidió que aquí hubiera una monarquía absoluta fuerte. Sin darse cuenta de que lo que frustra el proyecto catalán es la debilidad demográfica y económica. Como es que lograron conquistar un imperio mediterráneo, ganando batallas a Francia, es casi inexplicable, porque no se correspondía con la pequeñez de los recursos disponibles. Todo ello se ha de explicar, sobre la base de lo que pasa en la sociedad catalana, más allá de las biografías de los reyes.

-Llegará hasta ahora.

 -Sí, claro.

-Me gustaría que me hablase un poco sobre cómo ve la situación de la historiografía catalana hoy. Todo lo que se está haciendo, cómo se hace, si se hace bien, si hay problemas.

 -Hemos tenido una etapa en la que ha habido una disponibilidad de recursos, que no se había producido antes, en la universidad sobre todo, lo que ha permitido potenciar la investigación, realizar un número considerable de tesis, llevar a cabo un buen número de publicaciones, y en este sentido creo que tenemos una historiografía potente. Seguramente no es una historiografía monolítica, sino que va en direcciones diversas, que tiene connotaciones diversas. Pero esto no deja de ser positivo. Lamentablemente es una situación que no se podrá sostener con el recorte de recursos que se ha producido, pero dejará una serie de avances, que quizás no han trascendido del nivel académico, que no han tenido oportunidad de cambiar las visiones tópicas y estables, pero que nos han legado innovaciones y conocimientos importantes. Yo creo que en estos años últimos ha habido una muy buena investigación, favorecida por el hecho de que en terrenos determinados, como por ejemplo el de la historia medieval, disponemos de una documentación de archivo excepcional. Cuando trascenderá eso al mundo académico y llegará a las versiones que recibe la gente, no lo sé.

-La investigación, por ahora, si bien hay otras instituciones que la hubieran podido propiciar, como es ahora el Instituto de Estudios Catalanes, pienso que se sigue haciendo básicamente a la universidad.

-Sí, eso es esencial. Lo que no ha habido seguramente, salvo cosas muy aisladas, es una conciencia de la necesidad de llevar a cabo un tipo de trabajo que podríamos llamar de fondo, la investigación de base que no puede hacer una persona, sino que se ha hacer desde arriba. Y lo poco que se ha hecho ha salido de la universidad.

-De todos modos, en estos momentos, al menos esa es mi percepción, la universidad está viviendo horas bajas, como todo el país, pero cuando sientes algún responsable político que te dice que en estos momentos la universidad no es una prioridad social, a mí me duele, porque pienso que la universidad debería ser una prioridad para el futuro.

-Eso es un error. La necesidad de un esfuerzo en el terreno de la educación es clara. También que, cuando esto se plantea en términos de la utilidad de la educación de cara al crecimiento, lo más importante no es la universidad sino la calidad de la enseñanza media que se da a una parte considerable de la población. Quizá lo que no ha sido nunca claramente planteado es que hay que maximizar el resultado que se obtiene de los recursos invertidos en la universidad. No está muy claro qué es lo que debe hacer la universidad, ahora que ya no es una herramienta para la formación de las élites. En el terreno de las humanidades, por ejemplo, ha fracasado en una tarea tan esencial como enseñar a expresarse, a escribir. Un grupo de gente de mi entorno aprendimos a escribir, no en la universidad, sino trabajando, haciendo una enciclopedia, haciendo el Larousse de Planeta, durante unos años. Aprendiendo que tenías 14 líneas para hacer una biografía y que tenías que esforzarte en elegir lo que era importante y a expresarlo con claridad. No hubo nadie en la universidad que nos enseñara esto.

-¿Debemos entonces replantearnos la función de la Universidad?

-Hay que aclarar para qué sirve la formación que estamos dando. Y es que hay muchas disciplinas en las que la gente sale de la universidad con una gran cantidad de conocimientos que no son aplicables al trabajo que debe hacer. Creo que la universidad necesitará en algún momento una revisión de su función.

-El exceso de universidades ¿es un problema?

-Aquí hay un problema que forma parte de esta cuestión. Pienso que es lícito dar un nivel de enseñanza superior al de la formación secundaria a una gran cantidad de gente, a la mayor cantidad de gente posible. Pero no hay que confundir esto con dar una enseñanza especializada. Una cosa es generalizar un nivel de enseñanza superior polivalente, lo más polivalente posible. Y otra reservar caminos estrechos y reducidos para acceder a terrenos de especialización que deberían reservarse a los más cualificados para la tarea a la que se dirigen.

-¿Cree que la historia desaparecerá de la enseñanza?

 -No puede desaparecer, por una razón elemental. Cuando en Francia la eliminaron, en una época en que era moda la enseñanza de las ciencias sociales, descubrieron con terror que los estudiantes no se sabían la letra de la Marsellesa. Esto provocó un cambio radical del señor Chevènement y decidieron que necesitaban dosis de patriotismo histórico. En este sentido no desaparecerá de la enseñanza. Pero si quieres vivir como historiador fuera de la enseñanza, en un mundo que tiene una cierta demanda de historia, lo primero que necesitas es conseguir comunicarte con un público amplio, como siempre lo han hecho los grandes historiadores. En nuestro mundo universitario se escribía para la tribu, porque sabías que si gusta a la tribu tendrías patrones que te apoyarían.

-Sí, sí. Tengo la percepción de que la relación que tiene el historiador con la sociedad se da más cuando vas a hacer una conferencia en un barrio, que a través de la labor historiográfica propiamente dicha, ¿no?

-Sí, claro.

-O sea que la historia aún continúa teniendo una función en nuestra sociedad.

-Cualquier reflexión sobre la sociedad debe hacerse necesariamente a partir de un pasado. Porque cualquier cosa que puedas analizar es ya pasada. Por tanto, un cierto conocimiento ordenado de este pasado es necesario. Por ejemplo, cuando ahora reflexionamos sobre la crisis, es imposible ir muy lejos si no partes de un análisis a más largo plazo, que exige, además, poner en juego otros elementos que los estrictamente económicos.

-Josep Fontana es de los pocos historiadores catalanes que ha hecho historia universal. Cuando la tradición aquí es hacer historia de Cataluña o, a lo sumo, historia de España.

-Esto es culpa de un provincianismo que era típico de la cultura tradicional española. Vicens me explicaba que era típico en un congreso internacional encontrarse los historiadores españoles reunidos entre ellos, al margen del resto de gente. Pero el problema consiste en el hecho de que tú no puedes estudiar el rinconcito en el que vives sin conocer las corrientes que lo rodean. Necesitas conocer lo que pasa fuera y necesitas, por ello, enterarte de lo que hacen los historiadores de otros lugares e intercambiar opiniones con ellos.

-Historia universal. Aquí comparamos muy poco los fenómenos históricos. Este mes de octubre asistí, en Belgrado, a un encuentro para hablar de la memoria histórica de nuestra guerra y compartía mesa con representantes de los diversos países que habían formado parte de la antigua Yugoslavia, que venían a hablar de lo mismo refiriéndose, eso sí, a la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo ve toda la problemática referida a la memoria histórica?

-A partir de 1939 hubo en España una ruptura que hacía que todo lo que se refería a la Segunda República y a la Guerra Civil fuera prohibido. Más que eso. El general Franco llegó a decir, en un momento determinado, en un discurso en Baracaldo, que "hubiéramos querido borrar de la historia al siglo XIX". Toda la historia del liberalismo era pecado. Pero en concreto la República y la Guerra Civil eran un agujero negro. Era una etapa que no había que estudiar. Hubo un momento en que la recuperación se convirtió en una necesidad sentida desde la propia sociedad. Sobre todo la de los crímenes del franquismo. Pero queda el agujero negro más importante, que es el de la Segunda República. No se está haciendo el mismo esfuerzo para intentar recuperar su historia porque el pacto de la Transición supuso que los partidos de izquierda que hacerlo tampoco quisieran recuperar su propio pasado. El PSOE de Guerra y Felipe González había renunciado completamente al PSOE de la Segunda República. El PCE, por otra parte, es no tenía historia prácticamente o la que tenía era mejor olvidarla. Y pienso que seguimos teniendo una necesidad de recuperar lo que podía haber sido y no pudo ser el proyecto de la Segunda República. Sin embargo no se puede entender por qué la Segunda República despertó a escala universal tanto entusiasmo como para hacer venir aquí tanta gente a luchar por defenderla. No venían a hacer la revolución socialista, sino a defender un modelo de democracia avanzada que todavía no se ha realizado en ninguna parte.

-Además, todavía yo lo he constatado no hace demasiado tiempo. A nivel local, en Cataluña, entre los pueblos y comarcas la Guerra Civil aún provoca debates, aún escuece. La sociedad catalana aún está afectada.

-Por eso te digo. ¿Qué había antes? Antes había escuelas nuevas, bibliotecas en los pueblos, los movimientos cooperativistas en el campo, etc. Cosas que tenían una profunda significación. El trauma de la guerra es el que ha dejado las heridas más grandes y ha dirigido la memoria histórica hacia aquí. La memoria histórica ha ido a desenterrar cadáveres.

-La memoria histórica no es necesariamente lo mismo que la historia...

-No. Es otra cuestión. Pero en este sentido aún queda mucho trabajo por hacer.Sobre todo queda el trabajo de recuperar lo que fueun proyecto ilusionante, como el que en 1937 exponía BoschGimpera en su discurso en la Universidad de Valencia.

-En todo este proceso tengo la impresión de que hay, por parte de los catalanes, una enorme voluntad de continuar existiendo.

-Si me pidieras quete dijera un lema perdurable en la historia de la identidad catalana te diría que es lo que recoge la letra de la Santa Espina: "somos y seremos". Vilar lo ha dicho muchas veces, señalando la tendencia habitual de los catalanesa manifestarse como ellos mismos. Cuando los miembros de uno de los batallones de la milicia nacional que participaron en el intento de derribar la muralla de la Ciudadela hacia 1840 se quiso justificar diciendo: "La hemos derribadoporque somos libres, porque somos catalanes". Cualquier intento de colaborar en la construcciónde una España plural y democrática, de la guerra de Sucesión al pacto autonómico de la Transición, ha acabado topando con la dificultad de preservar lapropia identidad antela intolerancia ajena. Por ello, en momentos de malestar, de irritación y de desconfianza tiene plena lógica que la gente salga a la calle gritando "independencia". Que no es otra cosa que manifestar, una vez más, esta voluntad irrenunciable de seguir siendo, que al final ha llevado a que tantos proyectos políticos de convivencia hayan acabado saliendo mal.

Josep Fontana,  miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es catedrático emérito de Historia y  dirige el Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens i Vives de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Maestro indiscutible de varias generaciones de historiadores y científicos sociales, investigador de prestigio internacional e introductor en el mundo editorial hispánico, entre muchas otras cosas, de la gran tradición historiográfica marxista británica contemporánea, Fontana fue una de las más emblemáticas figuras de la resistencia democrática al franquismo y es un historiador militante e incansablemente comprometido con la causa de la democracia y del socialismo.

Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Raventós

Fuente:
El Temps, núm. 1.519, 23 de julio de 2013

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