Pobre Chile es tu cielo azulado

Manuel Cabieses

11/12/2005

“los factores que ayudan a la oligarquía política no cambiarán mientras no exista un movimiento social, político y cultural alternativo que convoque a la mayoría”

 

La pobreza de Chile no es sólo aquella que se manifiesta en una vergonzosa desigualdad. La pobreza del pobrerío, que hoy admiten todos los sectores políticos, incluyendo la derecha más extrema -debido al clima electoral que hace llover promesas-, es una pobreza bien identificada con estadísticas irrefutables. Es un escándalo como dice la Iglesia Católica, que aparte de fomentar la caridad, no mueve un dedo para cambiar esa situación. Esa pobreza la denuncian hasta empingorotados empresarios, como un ex presidente de la Sociedad de Fomento Fabril cuya sinceridad le ha costado un tratamiento de réprobo por su clase. Unos y otros rivalizan en una tardía preocupación por desactivar la bomba del descontento social.
Esas opiniones, aunque motivadas en la captura de votos -por lo tanto demagógicas- tienen sin embargo el mérito de haber puesto el tema de la desigualdad en los medios de comunicación, que habitualmente se niegan a considerarlo. El modelo está siendo sometido a la crítica de sus propios sostenedores y beneficiarios. Bajo la influencia mediática, los candidatos sacan de la manga promesas de todo tipo para humanizar lo que es intrínsecamente inhumano y perverso.
¿Cómo no valorar que el Partido Demócrata Cristiano plantee "corregir" el modelo? Es un gesto que le enajena simpatías en el área conservadora de su electorado. El PDC ha ido mucho más allá de lo que se atreven el Partido Socialista o el PPD, a los cuales gratuitamente se asigna el rol de "ala progresista" de la Concertación. Ambos hacen esfuerzos por calmar los impulsos del PDC, para no dañar las posibilidades de atraer votos del centro político. Por eso se piensa incorporar al comando presidencial -en una eventual segunda vuelta- a lo más granado del neoliberalismo concertacionista, como si ese sector no estuviese ya suficientemente representado.
La crítica al modelo que manifiesta el PDC, aunque en su práctica de gobierno haya hecho algo distinto, no es sorprendente. Tanto el Partido Demócrata Cristiano como el Radical Social Demócrata, son los únicos en la Concertación que mantienen cierto apego a sus principios doctrinarios. Por eso valoran el rol del Estado y las políticas públicas mucho más que el Partido Socialista -que ha abrazado la defensa del liberalismo-, o que el PPD, una mazamorra electoralista sin programa ni ideología. Los ministros y altos funcionarios de esos partidos rivalizan en prestar eficientes servicios al neoliberalismo.
Los arrebatos de "sensibilidad social" de la derecha, por su parte, no pueden tomarse en serio. Ha descubierto la desigualdad como tema electoral capaz de redituar más utilidades que la seguridad ciudadana. Pero sin quererlo, la derecha ha contribuido también a aumentar las críticas al modelo.
Si hay segunda vuelta, la derecha aumentará sus ofertas para pescar a río revuelto. Se trata de un juego muy peligroso porque sus promesas -sobre todo las de Piñera- pueden encandilar a un vasto sector cuyos problemas necesitan urgente solución y cuya válvula de escape es el consumismo.
Las referencias políticas e ideológicas de la población han sufrido fuerte erosión bajo los últimos gobiernos. A la indefensión de la conciencia popular se suman las incapacidades de una Izquierda desarticulada en lo social, y en incipiente proceso de reconstrucción orgánica. Esto explica por qué más del 80 por ciento del electorado, alrededor de siete millones de ciudadanos, vota por partidos de centro y derecha. Y por qué más de dos millones de ciudadanos no están inscritos en los registros electorales.
Así llegamos a la "otra pobreza", la resultante y a la vez causante de la desigualdad e injusticia social que padece Chile. La "pobreza política" ha impedido levantar una alternativa al modelo, o al menos frenar el ritmo creciente de explotación de seres humanos y recursos naturales. Esa pobreza política, que es también ideológica y cultural, mantiene a las clases dominadas en la sumisión e imitando los "valores" de la clase dominante. Este tipo de pobreza desde luego no encontrará paliativos electorales. Al contrario, a las dos grandes fuerzas políticas consolidadas les interesa mantener al pueblo sometido a esta virtual interdicción de sus derechos. Sin embargo, de esta pobreza para crear nuevas formas de acción política que organicen y pongan en marcha al descontento, no se puede culpar sólo al modelo y a los partidos que se reparten las cuotas de poder.
Esta pobreza es fruto de nuestras propias incapacidades. Es pueril echarle la culpa al modelo, al binominalismo y a la Constitución antidemocrática. Nosotros somos los responsables de las incapacidades, sectarismos y errores que han impedido levantar una alternativa. De modo invariable, los esfuerzos por superar el estancamiento político desembocan en una fórmula de conmovedora ingenuidad. Consiste en "competir" en el terreno electoral como si ya hubiésemos hecho la tarea de construir una sólida base social y política que permita disputar el poder.
Y así vamos de elección en elección -que desde ahora serán más frecuentes- repitiendo casi los mismos resultados, porque los factores que ayudan a la oligarquía política no cambiarán mientras no exista un movimiento social, político y cultural alternativo que convoque a la mayoría.
Albert Einstein escribió: "Locos son aquellos que haciendo siempre lo mismo pretenden obtener resultados diferentes". Nuestro problema no es de demencia -aunque a veces lo parezca- sino de coraje e imaginación política. Coraje para asumir la realidad e imaginación para quebrar la rutina que impide construir algo nuevo. El movimiento social, político y cultural que producirá el cambio no surgirá desde la superestructura. Tiene que nacer de la lucha y unidad de las organizaciones sociales y políticas. Sólo esa cuna popular y pluralista permitirá dotar al proyecto de formas y contenidos nuevos para ganar la voluntad de la mayoría. Un proyecto que será socialista porque busca construir la igualdad y la justicia social.
Levantar un proyecto socialista para Chile será un proceso largo y difícil. Venimos de sufrir una derrota muy profunda que hasta hoy no se asimila en nuestros análisis. Sin embargo, soplan vientos favorables en América Latina. El mortal peligro del desenfreno capitalista se percibe cada vez con mayor claridad en el mundo. Sin embargo, no se trata de poner de acuerdo a grupos políticos y sociales para suscribir un programa (cuestión por lo demás harto difícil como demuestra la experiencia). El tema es sembrar propuestas que pongan en movimiento una corriente de opinión en el seno del pueblo que se convierta en el proyecto socialista de este siglo. Una estrategia de largo aliento que debe acometerse con alegría y convicción, sin perder más tiempo en lamentos y mucho menos en echar la culpa de nuestra cojera al empedrado.

Manuel Cabieses es cofundador y actual director del veterano quincenario chileno de izquierda Punto Final

Fuente:
Punto Final, 25 noviembre 2005

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