Puedes votar, pero no puedes trabajar

Vijay Prashad

06/05/2012

“Un informe reciente de la ONU muestra que el 1% de las personas adultas que habitan el planeta posee el 40% de los activos globales y el 10% más rico posee un 85% del total mundial.”

En el mes de agosto de 1964, Malcom X pasó varias semanas en Egipto. Durante su estancia en El Cairo, escribió un ensayo en el diario Egypt Gazette titulado: “Racismo: el cáncer que está destruyendo los Estados Unidos”. En él, Malcom X sugirió: “La meta común de 22 millones de Afro-Americanos es el respeto y los DERECHOS HUMANOS… Nunca obtendremos derechos civiles en los Estados Unidos sin que antes se restituyan los DERECHOS HUMANOS”. Tal distinción resulta fundamental. Los derechos civiles se obtienen mediante la formación del estado. Son, en términos históricos, específicos del mundo moderno y surgieron bajo el programa del nuevo estado moderno, sólo gracias a las luchas de las gentes ordinarias, quienes quisieron trasladar los ideales de la reciente era moderna al terreno de la legalidad. Así se formaron los derechos civiles.

Los derechos humanos, sugiere Malcom, deben ser restituidos. Son innatos a nosotros, la esencia de nuestra especie, la forma mediante la cual, como actores sociales, queremos vernos a nosotros mismos, y la forma mediante la cual nuestros mejores instintos nos fuerzan a vernos unos a otros. Son innatos, pero no siempre promulgados, pues la historia del ser humano es tanto la lucha de las gentes ordinarias por la justicia (derechos civiles) como la marcha hacia la deshumanización. El balanceo bailarín entre los derechos humanos, nuestros derechos como personas dentro de la sociedad, y los derechos civiles, nuestros derechos como ciudadanos dentro de los estados, es una parte fundamental de la gramática de la política moderna. La creencia de que obtener derechos civiles arrancándoselos al estado es suficiente constituye la esencia del liberalismo moderno: una provisión legal para aproximarnos a la igualdad resultaría suficiente. Por ello el liberalismo celebra la ley de Derechos Civiles de los EEUU de 1964 como su máximo logro. Más allá, el liberalismo moderno cree que su objetivo es regatearle a la realidad, no transformarla en esencia.

Malcom X miró a través del liberalismo moderno y vio algo más allá. Por supuesto que los derechos civiles en el estado moderno son necesarios, pero no son suficientes. Se necesita algo más.

La mayor tragedia del movimiento que luchó por los derechos civiles en los Estados Unidos fue que obtuvo su victoria liberal justo en un momento en que la economía de los Estado Unidos y su sociedad estaban siendo violentamente transformadas. El proceso estructural de globalización y la política anti-estatal reaganista se combinaron para socavar las mismas instituciones cuya tarea principal había sido defender los derechos civiles de las minorías que acababan de obtener su derecho al voto. Tales estado debilitado y economía nacional convulsionados por el dominio de las finanzas no podrían garantizar los derechos civiles de sus ciudadanos. Esto es lo que vio Malcom y es el motivo por el que rápidamente se dio cuenta de que había que establecer una diferencia entre derechos civiles y derechos humanos.

También tiene su lógica que Malcom realizara estos comentarios en Egipto. Resulta una larga tradición en el pensamiento radical afroamericano el hecho de que en el curso de sus carreras, los políticos intelectuales hayan comenzado con la esperanza de lograr la justicia dentro del proyecto americano, y después, en el curso de la lucha, se den cuenta de que sin una perspectiva internacional este sueño resulta fútil. En eso radica la importancia del pan-africanismo; sin embargo resulta sólo una forma concreta de una afirmación más general: la importancia de una política internacionalista. Desde 1964 la doctrina liberal del multiculturalismo ha permitido al estado absorber un pequeño porcentaje de minorías en las cimas de las élites, mientras que al mismo tiempo la cuestión de los derechos humanos para la mayoría de las minorías languidece. Barack Obama y Susan Rice elaboraron un perfil sofisticado para el imperialismo contemporáneo, al mismo tiempo que el estado mejoraba su programa con el que devastar el mundo social de las naciones con pieles más oscuras.

Esta mezcla de globalización y reaganismo que socavó trágicamente las victorias de los derechos civiles es lo que constituye el neoliberalismo: beneficiarse de áreas de la vida social que hasta ahora habían sido comunales, vender activos públicos a precios de ganga a los especuladores privados, dejar que las finanzas dominen sobre la vida pública y permitir que las inmobiliarias y las aseguradoras produzcan burbujas que estallen a velocidad muy lenta primero y después de forma espectacular, como en 2008. Las consecuencias sociales del neoliberalismo han sido grotescas. El desempleo global ha llegado a niveles espeluznantes, proveyendo un futuro “alarmante” para el desempleo, según el informe World of Work Report 2012 de la Organización Internacional del Trabajo. Los jóvenes tienen hasta tres veces más probabilidades de padecer desempleo. Aproximadamente 6,4 millones de jóvenes se han dado por vencidos en la búsqueda de un trabajo.

Puedes votar, pero no puedes trabajar.

El alto desempleo llega en un contexto de colapso de las redes de ayuda al estado, de un tejido social debilitado y de precios de alimentos y combustibles criminalmente altos, que han aparecido como resultado de una cómoda especulación en estos mercados. Desde Roma, la Agencia de Alimentación y Cultura informa de que el hambre en el mundo alcanzará su máxima de 1.020 millones de personas. Desde 2008, los disturbios relacionados directamente con el sector alimentos han azotado África, Asia y Latinoamérica, llegando a las fronteras de Europa y Estados Unidos donde cada vez hay más protestas debido a la inflación. El índice de rebelión muestra que 57 de 106 países sufren un alto riesgo de albergar cada vez más rebeliones. El FMI ha reconocido que uno de los detonantes de la Revuelta Árabe de este año fue el aumento desproporcionado del precio del pan como resultado de la desaparición del “pan democrático”.

Puedes votar, pero no puedes comer.

Ya resulta bastante negativo tener que adaptarse al nivel más básico de vida, pero aún resulta peor si esta condición ni siquiera es la común entre la población. Los índices de iniquidad social alcanzan su récord en la era moderna. El los EEUU, el movimiento Occupy puso sobre la mesa el tema del 1%. Sabemos que este 1% controla cantidades obscenas de riqueza pública. Resulta escandaloso echar un vistazo a la situación de la riqueza a nivel global. Un informe reciente de la ONU muestra que el 1% de las personas adultas que habitan el planeta posee el 40% de los activos globales y el 10% más rico posee un 85% del total mundial.

Puedes votar, pero no tienes poder.

La disparidad y las carencias no encajan muy bien en el lugar común de las ideas de igualdad y justicia. Los poderosos lo saben muy bien. La forma en que reparten el presupuesto nacional demuestra sus valores. El presupuesto nacional de los EEUU se dedica a gastos militares y a policía, a cárceles más que a escuelas y a pistolas más que al pan. Dadas las consecuencias del neoliberalismo, es mucho más efectivo y lógico construir un aparato de seguridad para mantener a los pueblos dentro de los límites de sus devastadas ciudades o en abarrotadas prisiones de alta seguridad. No hay nada de irracional en el complejo industrial carcelario. Desde una perspectiva neoliberal es perfectamente razonable. El neoliberalismo siempre ha hecho sus adquisiciones con puño de hierro, casi nunca con guante de seda (sea el ejemplo Chile en 1973 o Nueva York en los tiempos de Guiliani).

Podías votar, pero ahora te hemos encerrado.

Sin embargo no se puede encerrar la Libertad.

Uno de los grandes triunfos de las pasadas dos décadas ha sido la gradual y ahora casi total desaparición de la legitimidad de la actual fase del capitalismo o, en otros términos, del neoliberalismo. La primera gran sacudida al neoliberalismo llegó en Sudamérica, comenzando con el Caracazo en 1989 y acabando en la Marea Rosa de las elecciones en que surgieron gobiernos de izquierdas. En los últimos dos años hemos visto protestas masivas en África y Asia, siendo la Primavera Árabe la más dramática, y luego los levantamientos en el sur de Europa apoyados por el experimento Occupy. Todo esto nos dice que el neoliberalismo es el Emperador desnudo. La ideología imperante de la clase dirigente está en bancarrota.

El neoliberalismo ha comenzado a verse deslegitimizado, pero ni él ni la lógica que lo gobierna, el capitalismo, ha sido despachada, al menos, por dos razones.

Primero, el neoliberalismo sigue ejerciendo el poder institucional a través de los bancos centrales y de las instituciones financieras multilaterales. La inflación es su meta, no el empleo. No hay espacio fiscal, ni espacio político, para que los estados o los políticos planteen otros sueños, otro imaginario. Si no mantienen su deuda y la inflación baja, serán sancionados por un aumento del precio de sus préstamos. La libertad para actuar está constreñida por los dinerócratas que tienen las llaves de sus cajas fuertes.

Segundo, una de las tendencias a largo plazo del sistema capitalista es seguir a aquellos que controlan el capital en la substitución de las máquinas por trabajo. El capitalismo es un sistema masivo de desplazamiento de trabajo. El problema con los trabajadores reales es que son inquietos y piden mucho, y además son caros. Las máquinas no piden nada y son baratas. Quizás las máquinas sean ecológicamente devastadoras, pero eso no resulta relevante para el capitalismo. Quizás también pudieran ser socialmente maravillosas, ya que tienen la capacidad de liberar tiempo para dedicar al ocio, pero eso sólo funcionaría si los frutos de la mecanización no estuvieran en poder exclusivo de unos pocos que controlan o poseen los bienes o la riqueza social.

Lo que sí sabemos es que se han acabado los tiempos del estado de seguridad neoliberal y de los gobiernos de lo posible. Aún si esos estados perduraran, su legitimidad se ha erosionado. Los tiempos de lo imposible se han presentado a sí mismos.

Necesitamos luchar por las reformas necesarias, pues son imperativas para la supervivencia de los pueblos. Pero las reformas por sí mismas no pueden proporcionar nada más que supervivencia. El sistema no es capaz de abrir los brazos y acogernos. El Amor es antitético al Beneficio y a la Propiedad. No hay ya nada que podamos regatear para hacer que este sistema mejore. Muchas personas han llegado a la idea de que son prescindibles para el sistema y así lo han dispuesto: se han entregado a la creación de economías alternativas, nuevas colectividades, formas experimentales de poner las relaciones sociales por encima del Dinero. Nuestro miedo, mi miedo, del futuro nos impide saludar a los tiempos de lo imposible. Si queremos restablecer nuestros derechos humanos, como dijo Malcom, el momento es ahora.

Vijay Prashad  es catedrático de Historia del Sur de Asia y director de Estudios Internacionales en el Trinity College de Cambridge, Harford, CT. Su último libro publicado, The Darker Nations: A People's History of the Third World, ganó el Premio Muzaffar Ahmad de 2009.

 Traducción para www.sinpermiso.info: Vicente Abella

 


Fuente:
www.counterpunch.org, 1 de mayo de 2012

Subscripción por correo electrónico
a nuestras novedades semanales:

El responsable de tratamiento de tus datos es Asociación SinPermiso y la finalidad del tratamiento es hacerte llegar nuestras novedades. Puedes ejercer tus derechos en materia de protección de datos contactando con nosotros*. Para más información consulta nuestra política al respecto (*ver pie de página).