Qué hacer para que la globalización funcione

Joseph Stiglitz

01/10/2006

He escrito en repetidas ocasiones sobre los problemas de la globalización: un régimen de comercio global injusto que impide el desarrollo; un sistema financiero global inestable que resulta en crisis recurrentes, donde los países pobres se encuentran, una y otra vez, agobiados por una deuda insostenible; y un régimen de propiedad intelectual global que niega el acceso a drogas accesibles que salvan vidas, incluso cuando el sida está azotando al mundo en desarrollo.

También escribí sobre las anomalías de la globalización: el dinero debería fluir de los países ricos a los países pobres, pero, en los últimos años, lo ha estado haciendo en dirección contraria. Mientras que los ricos están en mejores condiciones de afrontar los riesgos de las fluctuaciones de la moneda y las tasas de interés, los pobres son los que soportan el impacto de esta volatilidad.

Es más, me he quejado tan airada y ruidosamente sobre los problemas de la globalización que muchos llegaron a la conclusión errónea de que pertenezco al movimiento antiglobalización. Sin embargo, creo que la globalización tiene un enorme potencial –siempre que se la maneje de manera apropiada.

Hace unos 70 años, durante la Gran Depresión, John Maynard Keynes formuló su teoría sobre el desempleo, que describía cómo la acción gubernamental puede ayudar a restablecer el empleo pleno. Mientras los conservadores lo difamaban, Keynes, en realidad, hizo más para salvar el sistema capitalista que todos los financistas pro-mercado juntos. Si se hubiera seguido el consejo de los conservadores, la Gran Depresión habría sido mucho peor y la exigencia de una alternativa para el capitalismo habría sido más fuerte.

Por la misma razón, a menos que reconozcamos y abordemos los problemas de la globalización, será difícil de sostener. La globalización no es inevitable: hubo derrotas en el pasado y puede volver a haberlas.

Los defensores de la globalización están en lo cierto cuando dicen que tiene el potencial de mejorar la calidad de vida de todos. Pero no fue lo que hizo. Las cuestiones planteadas por los trabajadores franceses jóvenes, que se preguntan cómo hará la globalización para mejorar sus vidas si implica aceptar salarios más bajos y una menor protección laboral, ya no pueden ignorarse. Tampoco se puede responder a esos interrogantes con la esperanza nostálgica de que todos algún día se beneficiarán. Como señaló Keynes, a la larga, todos estamos muertos.

La creciente desigualdad en los países industrializados avanzados fue una consecuencia largamente pronosticada pero rara vez divulgada de la globalización. La integración económica plena implica la igualación de los salarios no calificados en todas partes del mundo y, aunque ahora estamos cerca de alcanzar este “objetivo”, la presión descendente sobre los que están abajo es evidente.

En la medida que los cambios en la tecnología contribuyeron al casi estancamiento de los salarios reales para los trabajadores poco calificados en Estados Unidos y otras partes en los últimos treinta años, es poco lo que los ciudadanos pueden hacer. Pero pueden hacer algo sobre la globalización.

La teoría económica no dice que todos ganarán con la globalización, sino solamente que las ganancias netas serán positivas, y que los ganadores, por ende, podrán compensar a los perdedores y aún así salir beneficiados. Pero los conservadores sostuvieron que, para poder seguir siendo competitivo en un mundo global, se deben recortar los impuestos y se debe reducir el estado de bienestar. Esto fue lo que se hizo en Estados Unidos, donde los impuestos han sido menos progresivos y se otorgaron recortes impositivos a los ganadores –los que se benefician tanto con la globalización como con los cambios tecnológicos-. En consecuencia, Estados Unidos y otros que siguieron su ejemplo se están convirtiendo en países ricos con gente pobre.

Sin embargo, los países escandinavos demostraron que existe otra manera. Por supuesto, el gobierno, como el sector privado, debe bregar por la eficiencia. Pero las inversiones en educación e investigación, junto con una red de seguridad social fuerte, pueden conducir a una economía más productiva y competitiva, con más seguridad y mejores estándares de vida para todos. Una red de seguridad sólida y una economía cercana al empleo pleno ofrece un contexto propicio para que todos los protagonistas –trabajadores, inversores y empresarios- se comprometan en la toma de riesgos que las nuevas inversiones y firmas requieren.

El problema es que la globalización económica superó el ritmo de la globalización de la política y las mentalidades. Nos hemos vuelto más interdependientes, incrementando la necesidad de actuar en conjunto, pero no tenemos los marcos institucionales para hacerlo de manera efectiva y democrática.

Nunca fue mayor la necesidad de organizaciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, y rara vez la confianza en estas instituciones fue más baja. La única superpotencia del mundo, Estados Unidos, manifestó su desdén por las instituciones supranacionales y trabajó asiduamente para socavarlas. El fracaso amenazador de la Ronda de Desarrollo de las conversaciones de comercio y la prolongada demora en la exigencia por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de un cese del fuego en el Líbano son apenas los últimos ejemplos del desprecio de Estados Unidos por las iniciativas multilaterales.

Entender mejor los problemas de la globalización nos ayudará a formular remedios –algunos pequeños, otros grandes— destinados tanto a ofrecer alivio sintomático como a abordar las causas subyacentes. Existe un amplio espectro de políticas que pueden beneficiar a la gente tanto en los países en desarrollo como desarrollados, brindándole así a la globalización la legitimidad popular de la que actualmente carece.

En otras palabras, la globalización se puede cambiar y, de hecho, se va a cambiar. El interrogante es si el cambio será impuesto por una crisis o será el resultado de una deliberación y un debate cuidadosos y democráticos. El cambio impulsado por la crisis corre el riesgo de producir un coletazo contra la globalización, o una reformulación fortuita, planteando así el escenario de más problemas en el futuro. Por el contrario, tomar el control del proceso plantea la posibilidad de reformular la globalización, de modo que, al fin, cumpla con su potencial y su promesa: mejores estándares de vida para todos en el mundo.

Joseph E. Stiglitz, premio Nóbel de Economía, es profesor de Economía en la Universidad de Columbia y fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton y principal economista y vicepresidente senior del Banco Mundial. Su último libro es Making Globalization Work (Qué hacer para que la globalización funcione).

Traducción para project.syndicate: Claudia Martínez

Fuente:
Project Syndicate, septiembre 2006

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