Raza y desigualdad en Cuba. Dossier

Julio César Guanche

Reinier Borrego Moreno

et alii

05/11/2016

Este texto forma parte del dossier Raza y Desigualdad en Cuba, mediante el cual, la plataforma Cuba Posible da continuidad al esfuerzo constructivo para desarrollar un pensamiento y una praxis social comprometidos con este y otros problemas relevantes de la sociedad cubana. El dossier cuenta con seis contenidos: la introducción  (que repoducimos) y cinco textos integrados por respuestas a las preguntas formuladas en el dossier. Estos son los títulos con que aparecen en la página web de Cuba Posible: “Motivos para hablar sobre raza y desigualdad en Cuba hoy”, “Población negra y mestiza, sistema político y representación” (incluido aquí), “Por un desarrollo económico racialmente sostenible”, “Pensar la normalización Cuba-Estados Unidos en términos raciales”, “Una Cuba “a todo color” (incluido aquí).

Introducción

Julio Cesar Guanche y Reinier Borrego Moreno

Quienes han visto el clásico film Memorias del Subdesarrollo (1968), quizá recuerden la escena en la que un hombre negro sirve la mesa a un grupo de reconocidos intelectuales blancos mientras estos debaten sobre literatura, imperialismo, subdesarrollo, y otros problemas del mundo contemporáneo. Irónicamente, la entrada del empleado sucede en el preciso momento en el que Edmundo Desnoes reflexiona sobre el lugar del negro y los latinos “en esa nueva estafa con pretensiones de universalidad, el estilo de vida norteamericano, el gran sueño blanco de los Estados Unidos”. La captura de Titón representa el legado de una República “fallida”, pero es también una temprana y sutil denuncia al racismo dentro de una Revolución que partió el siglo XX cubano en sistemas ideológicamente opuestos.

Años más tarde, el lente no menos crítico de Sara Gómez volvería sobre los conflictos raciales en el entorno revolucionario en De cierta manera (1974). A diferencia de la cinta de Titón, en la producción de Sara Gómez el “negro”, en tanto figura social, adquiere un rol protagónico. Los conflictos de los personajes concebidos por la joven directora le sirven para, entre otras cosas, denunciar la reproducción de una “cultura de los márgenes” o de la pobreza, para decirlo en los términos del antropólogo Oscar Lewis, predominantemente mestiza, desde donde se generan toda una serie de comportamientos antisociales. Cito solo estos dos ejemplos bien conocidos de una vanguardia cinematográfica que ha sabido, mejor que otras esferas de la producción cultural, encarar los dilemas del proceso de subversión política abierto en 1959.[1]

Históricamente, la raza, más que otras variables, ha sido un factor determinante del bienestar y las oportunidades de nuestros ciudadanos. Como norma, los habitantes no blancos de la Isla han vivido en desventaja social. Sin dudas, el proyecto socialista desarrollado en la segunda mitad del siglo XX marcó, positivamente, un punto de inflexión en la historia de las relaciones raciales en nuestro país. No obstante, el binomio raza-desigualdad, muy arraigado en las estructuras económicas, sociales y políticas de nuestro continente, no ha dejado de ser una cuestión social, entendida esta fórmula como la tensión que se genera entre la igualdad jurídica —constitucionalmente reconocida— y la desigualdad manifiesta en la vida diaria.

Aunque en el proceso de transformación general del capitalismo iniciado en la década de 1960 se dictaron importantes medidas y crearon algunas bases para un sistema de mayor equidad y justicia, la cuestión racial requería la ejecución de políticas particulares capaces de socavar los mecanismos profundos que constreñían la movilidad e inclusión social de la población afrodescendiente. Pronto se transitó hacia posiciones triunfalistas y dogmáticas que negaron el debate sobre determinados problemas considerados “rezagos de la sociedad burguesa”, y que debían desaparecer en el proceso general de transición socialista. De ese modo, en la década de 1980 se declararon, desde el gobierno, resueltos varios problemas, entre ellos la cuestión racial y la pobreza. Fue así como en los años siguientes, “re/descubrimos” cierta “geografía de la miseria”, en la cual los sectores negro y mestizo, alrededor de un tercio de la población nacional si aceptamos las cifras publicadas en los censos de 1981, 2002 y 2012, ha estado sobre-representada. Tal fenómeno reviste un carácter invasor y sistémico, ya que afecta los más diversos aspectos de la vida nacional.

En la actualidad, los marcadores raciales no constituyen solo un legado histórico —de larga o mediana duración— ya que parecen reinventarse, adquiriendo nuevas formas determinadas por los tiempos que corren y por las expectativas que sobre el futuro de la Isla tiene la población. Los discursos contemporáneos referidos a esa realidad son numerosos. Baste solo hacer referencia, para seguir con las representaciones artísticas que tanto reflejan de la sensibilidad colectiva, al proyecto Queloides: Race and Racism in Cuban Contemporary Art, en el cual destacados artistas e intelectuales cubanos ponen al descubierto los estereotipos y cicatrices raciales evidentes en la carne y el espíritu mismo de la nación.[2]

El presente dossier sobre Raza y Desigualdad en Cuba versa sobre la complicidad entre pervivencias y reinvenciones, entre pasado y futuro. Esta primera edición es el resultado del trabajo coordinado por varios investigadores sociales —radicados dentro y fuera de Cuba— que desde diferentes perspectivas abordan la temática en cuestión. Por ello, agradecemos el interés y la participación de Joanna Castillo Wilson, Tomás Fernández Robaina, Pedro Alexander Cubas Hernández, Alejandro L. Fernández Calderón y Maikel Colón Pichardo, cuyas contribuciones consideramos de gran valor para seguir fomentando un análisis serio y un debate plural sobre un tema imprescindible para el proyecto de país que, en el umbral del siglo XXI, los cubanos y cubanas, nuevamente, estamos redefiniendo.

De este modo, damos continuidad al esfuerzo constructivo que realiza la plataforma Cuba Posible para desarrollar un pensamiento y una praxis social comprometidos con este y otros problemas relevantes de la sociedad cubana. Como se verá, las preguntas que articulan este dossier invitan a reflexionar sobre aspectos económicos, políticos, sociales y culturales en general, sobre cuyos contenidos volveremos en próximos trabajos, intentando sumar todas aquellas voces y experiencias útiles para monitorear el desempeño de las relaciones raciales en nuestro país.

En las circunstancias actuales de la Isla, ¿qué cambios harían posible un sistema político más participativo, en el que los intereses de los grupos sociales en desventaja (y de la población negra y mestiza en particular), estén mejor representados?

Alejandro L. Fernández: Lo primero que se necesita es una revisión a nuestro texto constitucional en materia de igualdad y equidad a tono con la situación de las desigualdades. Nuestra Constitución va quedando demasiado estrecha a la movilidad y ajustes socio-económicos de la sociedad cubana de los últimos 26 años. De las discusiones y las propuestas de las comisiones creadas deben aplicarse instrumentos más representativos e inclusivos, que se hallen respaldados jurídicamente a través de una Ley contra las Discriminaciones, acompañada de un conjunto de artículos que sancionen y legitimen el compromiso con los grupos en desventaja. Así se brindarían las bases legales para el empoderamiento y capacitación de los líderes y proyectos comunitarios, otorgándoles capacidad de decisión en su espacio de acción. Al respecto es aportadora la experiencia del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) para la cuestión de la diversidad sexual.

Aquí se incluye un segundo elemento: la necesaria y efectiva articulación de los actores políticos con otros agentes sociales, vertebrados a través de instituciones, gremios y proyectos, así como la participación de especialistas y estudiosos. De su interrelación deben generarse diálogos sistemáticos, donde den cuenta de los resultados de trabajo a un público más amplio que muchas veces queda al margen, sin acceso a la información, y que recibe pasiva y horizontalmente las conclusiones de los llamados expertos, sin cuestionar el impacto de las decisiones tomadas en su vida diaria. Al menos hay cierta labor directa en las comunidades, unida al periodismo de barrio en espacios como La Cofradía de la negritud, Alianza Unidad Racial, Afrocubanas, entre otros. ¿Pero cómo sucede este proceso en Camagüey y Holguín con una población blanca mayoritaria, no afectada directamente por el racismo por el color de la piel? ¿O viceversa en Santiago y Guantánamo donde la población negra es representativamente alta? ¿Cuándo se produjo por última vez un encuentro nacional y de conocimiento público con actores políticos de todas las provincias, donde se generaron análisis sobre el racismo y la desigualdad? En mi consideración, no existe una definida educación ciudadana para el cubano de a pie desde la variable raza-desigualdad que enriquezca la discusión en el espacio político. Por ende, se generan ciertos monólogos reducidos a un oficialismo no siempre atento a fomentar la formación y educación de conciencia racial. Además, en aras de la correcta retroalimentación, los espacios de discusión institucionalizados deben salir del posicionamiento de la alta política y abrirse sin reservas y sensibilidad al análisis, la crítica oportuna y la reflexión que permita la actuación ciudadana en el ejercicio de la representación social. También considero que el conocido sistema de cuotas de los años ochenta debe actualizarse y convertirse en un punto de partida para otras formas de representación política. Las comisiones, agentes y autoridades son necesariamente un frente de intercambio con comunes objetivos y estrategias.

Tomás F. Robaina: No creo que conceptualmente haya un sistema político más participativo que el nuestro, pero su práctica y operatividad evidencian limitaciones que imposibilitan, por el momento, que la mayoría de los pertenecientes a los grupos sociales más en desventaja, y por lo tanto menos representados, incluidos negros y mulatos, puedan acceder a trabajos bien remunerados, teniendo en cuenta la existencia de la doble moneda, el bajo nivel adquisitivo de la histórica moneda nacional, y la insuficiencia del salario que reciben nuestros trabajadores y profesionales para enfrentar los altos costos de los bienes que deben asumir mensualmente, razones que ocasionan el desvío de recursos financieros, materiales y el auge de la corrupción en diversos sectores de nuestra economía.

Joanna Castillo: Todos somos cubanos; es cierto, pero no todos vivimos de la misma manera, ni pensamos lo mismo de cómo vivimos. Es necesario este movimiento de reivindicación histórica, reconocimiento social, pero desde una mirada que hermane, no fragmente. Es necesario introducir agregos que se construyan sobre las bases de necesidades detectadas en estos grupos, no desde arriba, y que contribuyan a empoderar, a diseñar mayores y mejores posibilidades de desarrollo pleno para las capacidades, y diversifique el abanico de aspiraciones y oportunidades de los ciudadanos cubanos, negros y mulatos.

Maikel Colón: Hay mucho que cambiar, y mucho por hacer. Ahora, considero que uno de los puntos que hay que tener en cuenta es que todas las organizaciones e instituciones políticas, que pueden ser decisivas en un tema como este, tienen que estar más abiertas y receptivas, al conjunto de opiniones y puntos de vista. Tengamos presentes dos ejemplos concretos. Cuando salió a la luz el artículo del intelectual negro Roberto Zurbano en el prestigioso diario The New York Times, el cual se presentó a los lectores con un título bastante suspicaz: “For the Blacks in Cuba, The Revolution hasn’t Begun”, en una traducción bastante literal: “Para los negros en Cuba, la Revolución no ha comenzado”, el revuelo y la controversia que provocó, sobre todo entre algunos intelectuales que mantienen una filiación institucional, fue desmesurado. Tengamos presente que, al abordar raza y desigualdad en Cuba, en primer lugar, nadie tiene la verdad absoluta, y en consecuencia, intentar convertir un conjunto de opiniones, con la sapiencia y el recorrido de Zurbano sobre el tema, con algún tipo de complicidad ideológica en contra de la Revolución, es inadmisible. La desestructuración de las prácticas racistas dentro de la sociedad cubana, requiere de un compromiso abierto y objetivo con la realidad. Y si a estas alturas no somos consecuentes con ella, tomando en consideración, obviamente, los pasos de avance, será difícil palear algunos de los discursos racistas con los cuales convivimos cotidianamente.

El segundo ejemplo que pondremos en perspectiva está intrínsecamente relacionado con el primero. Hace ya varios años, que desde las altas esferas políticas del país se promulga un ambiente de cambios y transformaciones, y de un modo bastante limitado, se ha propiciado un debate social sobre raza y desigualdad con el conjunto de la sociedad. Uno de estos espacios se proyectó desde la Mesa Redonda. Todos conocemos, directa o indirectamente este espacio de la televisión cubana. Y para nuestra sorpresa, se han emitido dos programas en los que se intentó poner a debate algunas de sus cuestiones esenciales. El primer programa se emitió en enero de 2010: “Una batalla cubana contra el racismo”. Y casi cinco años después, en marzo de 2015, se emitió un segundo programa: “El racismo sobre la mesa”.

Ambos programas en muchos sentidos fueron bastante insuficientes, sin restarle el mérito de haber traído a debate, en un espacio de la televisión nacional, un tema tan peliagudo. Ahora, la insuficiencia estuvo marcada por tres cuestiones en concreto, desde mi punto de vista. En primer lugar, los tópicos abordados no fueron grandilocuentes, pues se enmarcó el asunto en traer a colación diferentes momentos de la historia de Cuba en la que se vivieron bochornosos capítulos de discriminación racial, capítulos que a partir de la Revolución no se han repetido, y aunque hay que tener en cuenta que no vivimos en un estado idílico en cuanto a las relaciones raciales, las prácticas racistas fueron aminoradas por las oportunidades que promovió el proceso que dio comienzo en 1959. Aquí ya se volvía a establecer esa barrera imaginaria, que deja sin efecto, las prácticas racistas cotidianas con las que continuamos lidiando. El segundo tópico, recae en los panelistas seleccionados para abordar el tema. Muchos de ellos, sin lugar a dudas, prestigiosos académicos e intelectuales. Sin embargo, en muchos de los casos, sin un recorrido consecuente, entre sus más significativas publicaciones, sobre los temas de raza y desigualdad en Cuba. No pretendo poner en duda los criterios que pueden aportar en este debate cada uno de los panelistas invitados. Ahora bien, no favorece en nada desarrollar una discusión con opiniones parcializadas. Estoy convencido de la existencia de suficientes referencias para convocar a muchos/as estudiosos/as que, a lo largo de los años, han desarrollado un arduo trabajo en el análisis de las experiencias más lacerantes de la discriminación racial en Cuba. Y como grandes especialistas sobre el tema, que son recurrentemente invitados a las universidades más prestigiosas del mundo, así como a foros internacionales donde se presentan las discusiones contemporáneas sobre el tema, tenemos el deber y la obligación de escucharlos, y si está en nuestras manos, que sean escuchados por el conjunto de la sociedad, estemos o no de acuerdo con sus opiniones y criterios.

A raíz de esta situación se desmarca el tercer elemento. Sin una intención clara y objetiva, nadie puso sobre la mesa, valga la redundancia con el nombre del programa, algunas de las articulaciones que se deberían desarrollar para combatir este mal. Nadie puso en cuestión el papel de los funcionarios políticos que presiden importantes instituciones y organizaciones, que pueden contribuir mucho en esta batalla. En tal sentido, con opiniones parcializadas, y ningún tipo de estrategia programática, será difícil promover un ambiente más participativo, restándole importancia al conjunto de opiniones, y no involucrando a cada uno de los actores que pueden incidir en esta lucha. Si continuamos intentando acoplar el discurso políticamente correcto a un tema tan complejo, las posibles soluciones permanecerán estancadas. Tengamos presente que las prácticas racistas conviven en los rincones más insospechados de nuestra sociedad. Y si se intenta construir un monopolio, respecto a una posición, queriendo aislar o invisibilizar todas las posturas que pueden ser proyectadas (bien en un discurso académico, en una película o documental, en una canción, o en una fotografía), le restaremos a la propia diversidad que caracteriza a esta temática, y no contribuiremos a la confrontación, y a la búsqueda de soluciones en un sentido amplio y participativo. 

Pedro A. Cubas: En el año 2008, cuando era estudiante de doctorado en la Universidad Federal da Bahia, me pidieron que dictase una conferencia sobre los significados del cambio en la presidencia de Cuba. No fue fácil preparar esa plática porque llevaba muchos meses fuera de mi país. Pero asumí el desafío de analizar a distancia la actualidad política insular y explicar cómo quedó representada la estructura del poder ejecutivo (Buró Político, Consejos de Estado y de Ministros) y de la instancia partidista (Comité Central del Partido Comunista de Cuba).

Mientras investigaba me encontré algo que no había visto o percibido anteriormente. Me refiero a una presencia mayor de hombres y mujeres de piel negra en esa estructura de alta política insular. Durante mi época en el servicio militar y después en la universidad siempre estuve interesado en los nombres de quienes tenían cargos importantes. La mayoría del sexo masculino era evidente y la minoría de negros era aplastante; pero en aquella época no sabía cómo interpretar eso. Después dejé de interesarme por ese detalle hasta que volví a retomarlo en el 2008 con más experiencia como persona y como profesional de las ciencias sociales.

En tales estructuras políticas, tanto ejecutiva como partidista (y también incluimos la legislativa), además de un reforzamiento del componente militar, hablé de un aumento de la presencia de hombres y mujeres de piel negra. Ojo, con respecto a los militares estoy hablando de lo que advertí a distancia en el año 2008 y no de la actualidad. No obstante, en el presente, la proporción de hombres negros y mujeres negras en el alto poder insular sigue siendo menor. Sabemos que el sistema político cubano se define desde el punto de vista democrático como participativo y no como representativo, si tenemos en cuenta que solo hay un partido político reconocido legalmente. Entonces, sería más interesante observar y reflexionar sobre la verdadera incidencia de la subjetividad negra en la toma de decisiones en la alta política insular, partiendo de la idea de que ya conocemos el estilo vertical de gobernar en nuestro país.

Si estamos pensando un cambio en el sistema político cubano para hacerlo más participativo no perdamos el tiempo de discutir si debe o no ser multipartidista. En mi opinión, el cambio cualitativo puede estar en una verdadera cultura de debate, que demuestre la pluralidad de criterios que verdaderamente existe en el país. No al estilo de la Mesa Redonda donde todos están de acuerdo con lo que uno y el otro dicen y así todo termina en más de lo mismo. Ese programa televisivo debería dar mayores muestras de seriedad en ese sentido de la cultura del debate para ganar más credibilidad. Cuba necesita de debates serios y dignos donde prime el respeto entre los participantes, sin importar la ideología que defienden. Debatir es intercambiar ideas y puntos de vista de todo tipo y sin agredirse unos a otros, como aconteció con Roberto Zurbano (aquello fue una cacería de brujas al estilo del Medioevo). Esa cultura política debe ser rescatada para el bien de todos los cubanos. Solo así, los intereses de los grupos sociales en desventaja socioeconómica, específicamente de la población negra, estarán mejor representados en las discusiones sobre la circunstancia nacional. No obstante, para lograr eso es necesario que haya personas dignas, que sepan canalizar esas aspiraciones de un grupo marginalizado y empobrecido. Durante la Primera y la Segunda República, hubo intelectuales negros que representaron y defendieron los intereses de sus conciudadanos desde la política, el activismo, el asociacionismo, la prensa y demás facetas de la vida social. Hoy necesitamos en Cuba negros y negras que tengan un mínimo de la capacidad de liderazgo de Carlota, Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez, Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias; el nivel de discusión política de Martín Morúa Delgado, Evaristo Estenoz, Lázaro Peña y Salvador García Agüero o el saber hacer de Mariana Grajales, María Cabrales, Gustavo Urrutia, Juan René Betancourt y Walterio Carbonell.

En esta época en la que tanto se habla de la(s) Cuba(s) posible(s), ¿cómo imaginan una nación “a todo color”? 

Pedro A. Cubas: ¡Esa utopía cubana no es de hoy, sino de siempre! Si tenemos en cuenta la historia de las ideas, principalmente de los sujetos racializados como negros y negras, encontraremos varias alegaciones al respecto. La primera que viene a mi mente es la expresión “color cubano” de Nicolás Guillén, que puede ser leída en el prólogo de su poemario “Sóngoro cosongo” (1931). Sin embargo, esa frase debe ser analizada en su contexto. Es decir, la época de un alto reconocimiento de los valores positivos del mestizaje tanto en Cuba como en otros países de América, como Brasil y México. La perspectiva era eminentemente cultural; pero no descartaba el factor físico y biológico, es decir, el mulatismo de su poesía aplaudido en aquella época (y todavía hoy) por un sector de la intelectualidad insular. Pero en aquella época ni se pensaba el mestizaje como un elemento de la colonialidad del poder/ser/saber que se apoyaba en el nacionalismo como escudo para contener y espada para agredir el legado puramente africano que seguía siendo visto como atraso y otras veces como algo exótico de forma eufemística en la lectura cultural de la intelectualidad. Y eso no ha cambiado hasta hoy.

Muchos años antes, la praxis de la Primera República ya pululaba entre la inclusión legal y la exclusión real de los sujetos negros. Pensadores como Rafael Serra reflexionaron sobre esa ciudadanía problemática y constantemente él establecía una comparación con su experiencia en Estados Unidos, en la cual Cuba quedaba mal parada. Evaristo Estenoz, con el Partido Independiente de Color, reclamó no solo una participación política más activa; sino también una presencia real de los negros en el alto poder insular. Estas y otras cosas fueron explicadas por los historiadores Aline Helg (Suiza) y Alejandro de la Fuente (Cuba). Los títulos de los libros de ambos autores expresan esa utopía de construir una nación a todo color: “Lo que nos corresponde” y “Una nación para todos” respectivamente. Además, otros intelectuales negros como Juan Gualberto Gómez, Martín Morúa Delgado, Gustavo Urrutia, supieron explicar que los negros estaban capacitados para compartir con los blancos la responsabilidad de construir una Cuba sustentada en la igualdad, la fraternidad y la armonía racial.

La utopía de construir una nación cubana a todo color ha sido presentada como un elemento de unión desde el siglo XIX en el contexto de las luchas anticolonialistas por la independencia de Cuba. Así lo pensaban Antonio Maceo y José Martí, en quien tanto creía Serra. Pero eso continúa siendo problemático hasta nuestros días, independientemente de lo hecho por la Revolución triunfante en 1959. Por eso, muchos nos preguntamos ¿será que existe una nación cubana a todo color? ¿Estamos construyendo realmente una nación cubana a todo color? ¿Qué significa una nación a todo color? Y, entonces, ¿cómo sería una Cuba a todo color?

Sería iluso aspirar a una perfección de nación, sobre todo cuando se quiere pensar a todo color. Hasta hoy, Cuba sigue siendo una nación que ve más por el lente del color blanco. Es decir, las estrategias de blanqueamiento, que tanto critica el discurso decolonial, no han perdido su fundamento porque se actualizan y reciclan a cada instante. Una nación proyectada a todo color no puede ser patrimonio exclusivo de una supremacía blanca —cuyo funcionamiento ya expliqué anteriormente— traducida en personas racistas, discriminadoras, chantajistas y llenas de prejuicios y fobias de todo tipo. Además, una nación para ser fuerte necesita producir riquezas a las cuales todos tengan el mismo derecho de acceso según su participación en ese proceso de construcción colectiva. Nuestro país necesita elevar su nivel de desarrollo socioeconómico con sus propias armas y posibilidades. No basta producir un capital humano, que después emigra en busca de mejoras que su país no le ofrece. Para producir riquezas también es necesaria una concepción actualizada de administración y una visión emprendedora a la altura de las circunstancias de hoy. En fin, con una ideología utópica sin basamentos reales no se puede construir una nación cubana más justa y equitativa que podamos definir cualitativamente como a todo color.

Joanna Castillo: En mi caso, la imagino como una sociedad que apostara por la descolonización mental y la emancipación de los sujetos negros, por construir nuevas imágenes en las que las representaciones de estos estuviesen exentas de exotizaciones y clichés. Una tierra sabia, que reconociese y no reprodujera las experiencias nocivas de la desvalorización racial. Una nación en la que una afiliación fenotípica no determinara las metas, las oportunidades, las aspiraciones y los sueños, ni las actitudes, comportamientos y juicios de unos sujetos a otros. Una Cuba donde el mestizaje fuera realmente una forma de releer la nación.

Tomas F. Robaina: Esa Cuba la imagino con un pueblo altamente democrático, concientizado con sus derechos sociales, políticos e ideológicos y empeñados no solo en solucionar los problemas contextuales a los que se enfrentan, sino en trasmitir a las generaciones coexistentes, y las futuras, todo el conocimiento requerido para que los prepare en la construcción de esa sociedad, que nunca será totalmente perfecta, lamentablemente, pero una sociedad donde se garantice la equidad y el respeto al otro.

Por tal razón, hay que incorporar a nuestros planes educacionales, la verdadera historia, silenciada por la mayoría de la historiografía cubana, e incentivar desde el hogar la lucha contra la envidia, el celo, la violencia, el resentimiento, la venganza, hay que controlar esos malos sentimientos, y cultivar el amor, el respeto. Y eso solo se logrará cuando todos veamos, y sintamos, probablemente de forma gradual al principio, que disfrutamos plenamente de nuestros derechos en todos los niveles. 

Maikel Colón: Lo primero que tenemos claro, es que esa Cuba posible tiene que ser edificada sobre la base de la igualdad y la inclusión. Por lo tanto, es inevitable desde cualquier ángulo que se proyecte, que la variable racial forme parte esencial de ese proceso, fundamentalmente en un plano de apertura que aborde de forma transparente y comprometida, cada una de las tensiones que todavía provoca, con todas sus facetas y grado de complejidad. Tenemos que ser capaces de fomentar en cualquier tipo de plataforma que se tenga a mano, un marco de representatividad racial coherente con la realidad. La agenda política de cambios y transformaciones que se proyectan, tiene que mostrar responsabilidad con este tópico de nuestra sociedad. No podemos darnos el lujo, ni la sociedad en su conjunto, ni las organizaciones e instituciones y cada uno de sus órganos, de continuar negando los efectos desgarradores que continúan produciendo las prácticas racistas al más puro estilo cubano.

En esta batalla, todos/as estamos involucrados, y en tal sentido, tenemos que ser consecuentes con la experiencia histórica vivida. A partir de ello, consentiremos en dar un toque de atención, por ejemplo, a los medios de comunicación, que de manera muy directa juegan un papel esencial. Nuestros guionistas, y muchos otros profesionales de los medios, tienen que estar a la altura, y proyectar personajes que representen a nuestra sociedad en toda su diversidad, bien en nuestras telenovelas, un video clip, una película, un documental o una serie dramatizada. El panorama se muestra arduo y laborioso, pero el primer punto de confrontación tiene que partir de un reconocimiento claro y preciso de los principales focos de discriminación racial en los espacios más insospechados de nuestra cotidianidad. Negándolo continuamente, no conseguiremos de ninguna manera posible resaltar los valores de una nueva Cuba, con todo el color que la caracteriza. 

Alejandro L. Fernández: Las propuestas alrededor de las “posibles Cubas” a todo color necesitan no ser solo imaginadas sino también tangibles a nuestras circunstancias actuales. Dada la realidad objetiva en que vivimos nos espera un extenso recorrido en la batalla por la disminución y erradicación de los prejuicios existentes, por lo que considero que tales actitudes también estarán dentro de los proyectos de nación. Teniendo en cuenta esta condición —de lo posible y lo real— me atrevería a formular la siguiente proyección: Esas “Cubas imaginadas” partirían del real reconocimiento y divulgación de la diversidad racial —semántica que hasta hoy denominamos mestizaje— término trillado que precisa cierta actualización.

El color cubano, en visión de Nicolás Guillén, tiene que revaluar los aportes sociales y culturales de la fragmentación de las disímiles combinaciones epidérmicas. Al mismo, el color de la piel no sería una condición primordial de nuestras relaciones humanas, conductas e imaginarios, porque existiría una adecuada educación y mentalidad respecto a la noción raza, desarropada del pasado esclavista colonial, republicano e incluso de nuestro presente, todos ellos escenarios tomados de referente para la construcción a todo color de una Cuba posible.

Igualmente, contaríamos con una definida voluntad política, siempre alerta del pasado histórico que cargamos, lleno del legado racista a nuestras espaldas. Su operatividad debe contar con una plataforma que promueva la educación ciudadana desde el color de la piel y sancione cada actitud racista, inconsciente o no, dentro del marco legal. Cualquiera que sea el camino del diseño, las relaciones interraciales entre negros, blancos y mestizos, cuentan hoy con una nueva oportunidad para la construcción de un mundo de nuevas generaciones que convivan en armonía, tolerancia y respeto.

es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
Aspirante a Investigador, Instituto Cubano de Investigación Cultural "Juan Marinello".
Participaron en las mesas de debate: Alejandro L. Fernández, Tomás F. Robaina, Joanna Castillo, Maikel Colón, Pedro A. Cubas.
Fuente:
https://cubaposible.com/raza-desigualdad-cuba/

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