Reino de España: La hora de los caimanes

Gregorio Morán

14/05/2016

Como lo de caimanes suena fuerte, también podría denominarse la hora de los monitos graciosos, porque hay de todo. Aquellos que están dispuestos a quebrarle la co­lumna al enemigo y los que ya se organizan para campanillearle la victoria. Por pri­mera vez en nuestra siempre angosta ­historia democrática, vamos a vivir y sufrir sensaciones nuevas. Nada demasiado ­trascendental, pero nuevo. Vayamos por partes.

Nadie puede perder. En otras elecciones cabía un plan B –que se dice ahora– de la derrota. En esta ocasión no. O ganas o te vas al carajo. ¿Alguien se imagina a un Rajoy derrotado? Desataría la caja de los truenos, y medio partido pasaría de estar al borde de la cárcel a entrar en ella; que es una diferencia notable. De ahí que sea el caballo ganador. Hay tantos intereses ligados a la perseverancia y al descaro de este registrador de la propiedad que ni siquiera sus enemigos cuentan con su derrota.

Porque no lo olvidemos, estas serán unas elecciones sin adversarios, sólo se admiten enemigos a cara de perro. Estas elecciones no son a primera sangre (término que se utilizaba hace muchos años, para designar un duelo zanjado a partir de que un contendiente tuviera un vahído o una raspadura). Esta vez no hay piedad.

¿Se imaginan a nuestro soldado Sánchez de vencedor? Quizá él mismo se lo crea, pero su propio partido ya afila las hachas para trocearle. Si gana, tendrá un partido reticente, porque el efecto Zapatero ha dejado muchas suspicacias entre esos muchos miles de funcionarios de la política que no tendrían donde caerse muertos y que no saben ni siquiera cuál es el asilo más cercano a su casa. Cuando todos imaginaban que al primer fracaso de este soldado Sánchez, tras tanto exhibicionismo, vendría un veterano sonriente, de mirada aguda y decir suelto, para poner las cosas en su sitio, resulta que el gran tapado de los sueños socialistas de antaño, Felipe González, les ha dado un corte de mangas a todos y cerró las ilusiones con una idea castiza. “Ya soy mayor, me queda poco para hacerme una fortuna, acompañarme de una dama con tronío y no tener que sentarme durante horas con unos gañanes que siempre te preguntan ‘qué hay de lo mío’. Soy un estadista, y eso exige nivel y desparpajo. Doy consejos ­gratis a la militancia, pero las mediaciones financieras, las cobro. ¿No habíamos ­quedado en que las leyes que hicieron nuestro éxito eran las del mercado? Me atengo estrictamente a la coherencia de mi trayectoria. Lo importante es ganar, lo ­demás se olvida”.

El Ciudadanos de Rivera nació para barrer la vida política, pero su destino acabó en bisagra. Abrir o cerrar puertas. A veces ocurre que la ambición no consuma las pretensiones. Si no mejora, muere. Y si se supera, hará de pareja de baile. No cabe que se achique después de haber conseguido la proeza, ¡porque proeza fue!, romper el aislamiento, el silencio, los insultos de la canalla arrebatada de patriotismo, los mismos chorizos que se quedaron con los fondos de Catalunya y que aún sobreviven con el agua al cuello. ¿O no se decía por aquí: C’s es la reacción disfrazada, mientras la reacción sin disfraz se quedaba con los fondos?

El enemigo que abatir es Podemos. Siempre se puede jugar con tres partidos políticos como si se tratara de tres en raya, pero la aparición de Podemos, o más exactamente la mezcla de ambición y éxito, ha echado por tierra los esquemas postransición. Que un diario como El País estuviera dando la matraca durante semanas sobre la importancia de Izquierda Unida, a la que no le dio bola nunca si no era para ningu­nearla a costa de sus dos diputados. “¡Ojo, muchachos, no caiga en la trampa de sumarse a Podemos, nuestras encuestas los resucitan!”. Una aportación más al periodismo de caimanes que nos invade. Para que no crean que exagero, repito el párrafo, cuya desvergüenza no tiene parangón desde los tiempos del PSOE felipista, la OTAN, los GAL y demás minucias sangrientas de nuestra pequeña historia:

“La alianza anunciada por Podemos e Izquierda Unida deja sin alternativa a todo un sector del electorado que hasta ahora disponía de la doble opción”. Los editoriales deberían firmarse, porque quien escribió esas frases debería asumirlas públicamente y no ampararse en el anonimato. Un canallita. O sea, que Izquierda Unida, que jamás mereció en ese diario de postín, arruinado hasta las orejas y en saldo internacional, se ha convertido en una opción política ¡ahora!

Lo que está ocurriendo con Podemos tiene más importancia, creo, en los entornos que en los centros. Están aterrorizados. Ellos que lo tenían todo previsto, ¡y comprado! Aparecen unos chavales –algunos talluditos–, que se saben la truca. Tuvieron años en la universidad para aprenderla. Tampoco era una ciencia complicada, aunque sí oculta. Quizá la transición, su singularidad, tuvo algo de ciencia oculta.

Sin ningún ánimo de augur. Podemos no puede ganar las elecciones pero es el único grupo político que las condiciona. Rompe el tres en raya. Tiene problemas para sobrevivir, pero hay uno que me parece decisivo. Mientras la cúpula está obsesionada por el poder –lógico, nadie crea un partido para que degenere en club de debate–, las bases, las difusas bases de Podemos, se encuentran más cómodas siendo una “radical oposición” que un “poder institucional”. Y esto es un problema de difícil solución, que exige en principio menos Gramsci y más Rosa Luxemburgo.

¿Cómo echas hacia adelante un partido con una dirigencia ambiciosa y talentuda, y una base reticente y quizá muy influida por aquel fenómeno que arrasó la izquierda española en octubre de 1982? La arrolladora victoria del PSOE, que iba a cambiar el país, y que cambió sobre todo el nivel de vida de sus líderes.

El encono anti-Podemos parte de la generación política crecida en las últimas décadas y que interpreta, con razón, que se puede producir una ruptura con los innumerables apaños, tan similares, de González, Aznar, Zapatero o Rajoy, el más preocupado, porque para un registrador de la propiedad, que además es líder de un partido conservador y corrupto hasta las cachas, sería como abrirle en canal. De ahí que el combate esté entre Rajoy y Podemos, y de ahí también que esta sea la hora de los caimanes. Gane un poco, o pierda un poco, el soldado Sánchez es un cadáver po­lítico; puede durar, cha­lanear, negociar… pero no es nadie, ni en su partido ni fuera de él.

Vamos a vivir la campaña electoral más sucia que conoció la no demasiado limpia democracia española posfranquista. Que un tipejo, de pasado dentro de toda sospecha, siempre al servicio de señores oscuros e intocables, apellidado Inda, catedrático de tertulias –propongo introducir este término porque está acorde con la universidad y las querencias de sus estudiantes– exhiba un documento, preparado por los servicios de información o asimilados, según el cual ­Pablo Iglesias ha cobrado cantidades no­tables en Venezuela –otros hicieron algo parecido con Irán– es algo que debería hacernos reaccionar. No reflexionar, que eso lo tenemos muy trabajado, sino denunciarlo directamente como basura periodística, bazofia; una ganga de larga tradición en el franquismo.

Parece como si los grandes manipuladores de los medios de comunicación hubieran decidido que Podemos no debería existir. Evito –por vergüenza ajena– los textos un tanto desequilibrados de Andoni Elorza, así le conocí cuando militaba en el PC de Euskadi, y al que sólo salvaba la dignidad de una esposa, historiadora admirable y combatiente, Marta Bizcarrondo. Creo que crucé en mi vida dos palabras con él y fue en un almuerzo con Santiago Carrillo, en el que se me ocurrió pensar lo difícil que tenía que ser llegar a catedrático teniendo tantos personajes a los que lamer y tan sólo una lengua.

Vamos a vivir la más sucia de las campañas. Llegó la hora de los caimanes.

Columnista habitual en el diario barcelonés La Vanguardia y amigo desde el principio del proyecto SinPermiso, fue un resistente político en el clandestino Partido Comunista de España bajo el franquismo. Periodista de investigación e insobornable crítico cultural, ha escrito libros imprescindibles para entender el proceso que llevó en España de la dictadura franquista a la Segunda Restauración borbónica. Su último libro: El cura y los mandarines (Madrid: Akal, 2014).
Fuente:
La Vanguardia, 14 de mayo 2016

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