Reino de España: ¿Populismo de derechas?

Rodrigo Amírola

18/08/2018

Después de ocho largos años del Marianato, la sentencia del caso Gürtel del pasado 24 de mayo supuso un punto de inflexión en la legislatura, abrió una ventana de oportunidad para la oposición y un estado de shock en las derechas. El PSOE presentó una moción de censura, encabezada por Pedro Sánchez, y reunió con la colaboración activa de Unidos Podemos apoyos parlamentarios diversos – los nacionalistas catalanes y vascos – para echar al Partido Popular del Gobierno debido fundamentalmente a la corrupción y al bloqueo político agravado por la situación de Catalunya.

Las derechas entraban en crisis: de un lado, Ciudadanos, el socio más fiel del Gobierno y en auge por el conflicto catalán, se encontraba profundamente desconcertado y se mantuvo en un terreno intermedio. De otro, el Partido Popular pasaba a la oposición y se adentraba en un territorio desconocido tras la retirada de Rajoy: un Congreso con primarias y un extraño sistema de doble vuelta.

Finalmente, Pablo Casado, el candidato del aznarismo, se impuso de una manera clara – algo más de 15 puntos – a Soraya Sáenz de Santamaría, la todopoderosa vicepresidenta de Rajoy, apelando a las bases, enmendando la plana a la Operación diálogo con Catalunya y ofreciendo respuestas sencillas e ideológicas a una amplia coalición de desencantados con la gestión reciente de su Gobierno y la fractura en el ámbito de la derecha (Ciudadanos, Vox).

¿Quién es Pablo Casado?

Pablo Casado se ha convertido en el más joven de los líderes de los grandes partidos en España y también como el resto de ellos empezó a ser conocido por la sociedad española como portavoz de su partido en programas televisivos de gran audiencia como la Sexta Noche allá por/alrededor de 2015. Anteriormente había tenido una larga trayectoria política tanto dentro del partido – como jefe de las juventudes en Madrid – como en algunos de sus entornos – como director de gabinete del expresidente del Gobierno José María Aznar y como fundador del think tank prosionista Friends of Israel Initiative

Como es evidente, Casado no es un recién llegado a la política, pero sabe perfectamente que su mensaje se dirige a una sociedad que está cambiando a un ritmo acelerado y que es probablemente la última oportunidad de su partido para renovarse. Así se presentó a las primarias y ese es el mensaje que lleva repitiendo desde el primer día como presidente: él es la esperanza de futuro para una derecha renovada, porque conecta con el mejor pasado del país y de su formación (“Vuelve el Partido Popular”).  Su misión histórica es recomponer el Partido Alfa de las clases medias españolas en el actual contexto político, económico y social poscrisis. Para retomar el proyecto por excelencia del aznarismo, esto es, constituir un gran polo ideológico que incluya desde el centro hasta la extrema derecha, se encuentra con dos problemas inmediatos: el caso Máster y Albert Rivera, su gemelo aspirante a liderar la derecha española.

Por un lado, su flanco débil más inmediato es el caso Máster, ya que hay una investigación judicial en curso alrededor de su máster en Derecho Autonómico y Local en la Universidad Rey Juan Carlos, donde presuntamente habría toda una trama de corrupción construida para favorecer académicamente a cargos públicos y miembros del Partido Popular. Recordemos que Cristina Cifuentes, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, está implicada en un caso similar, que terminó con su dimisión y su retirada de la política.

Por otro lado, se encuentra Ciudadanos, una formación que se define a sí misma como liberal y europeísta, y su líder, Albert Rivera, que es el gran competidor de Casado por la hegemonía de la derecha. Como él, Casado nació con la Constitución del 78 ya promulgada, estudió Derecho antes de dar el salto a la política y representa idealmente a las nuevas clases medias urbanas. Los dos podrían ser “padres estrictos”: el paterfamilias es el jefe, la autoridad moral que sostiene y defiende a su núcleo familiar de un mundo competitivo, conflictivo y lleno de peligros. Además se da la casualidad de que tanto Casado como Rivera militaron en el Partido Popular antes de presidir sus respectivos partidos.

Desde esta perspectiva sociológica, hay que destacar una diferencia fundamental entre estos dos herederos gemelos del aznarismo: mientras Rivera procede de un barrio obrero de Barcelona, una de las grandes ciudades metropolitanas del Reino de España y testigo privilegiado del Procés, Casado nació en Palencia y aún vota en las Navas del Marqués, una pequeña localidad en plena España vacía, que simboliza un país en retroceso en el que el PP sigue obteniendo mayorías absolutas de otras épocas.

Por último, como Rivera, Casado tiene claro quiénes son los suyos y quienes son enemigos de España. La tarea de recuperar el lugar perdido en la derecha política con su adversario Ciudadanos ha pasado por una operación recurrente: poner el conflicto catalán en el centro de la agenda e insistir en el legado moral y simbólico de las víctimas de ETA para la democracia española, acusando al Gobierno socialista y sus socios de complicidad con la Anti-España.

La España de los balcones y las banderas: una agenda conservadora para 2020

En momentos de tensión e incertidumbre uno vuelve a las esencias, Pablo Casado supone el retorno del alma neoconservadora del partido – inspirada en Reagan y en Thatcher –, la vuelta a los principios y los valores de España y la superación de la inercial etapa gubernamental del Marianato. Frente a quienes entrevén un corte radical entre el proyecto esgrimido hasta ahora ante los militantes y el que se desarrollará ante el electorado, mi apuesta es que las ideas fundamentales, sus alianzas y su perspectiva de construcción de hegemonía en la derecha para asaltar el Gobierno se mantendrán.

Las turbulencias de la economía global y el resquebrajamiento de las reglas de juego mundiales procedentes de la revolución conservadora de los 70 están sacudiendo los sistemas políticos a uno y a otro lado del Atlántico. Fuerzas emergentes, que impugnan radicalmente el statu quo, alimentándose de las ansias antiestablishment de una parte importante de las poblaciones de los diferentes países, surgen por doquier a izquierda y derecha. Casado explicaba en una entrevista reciente con Federico Jiménez Losantos que si los partidos tradicionales de corte conservador no se renuevan, entonces aparecían nuevos liderazgos o movimientos exógenos capaces de representar a sus sectores sociales olvidados. Citaba elocuentemente dos casos tan dispares como el norteamericano con Trump alzándose con el triunfo en las primarias republicanas o el movimiento popular de Macron En Marche.

Tras la crisis financiera global y la crisis económica española, la nefasta gestión del bipartidismo y la clase política fueron los principales objetivos del malestar de una importante mayoría de la ciudadanía española, representada por el movimiento 15-M.

Éste, según Casado, se trató en el fondo de “una revolución capitalista”, impulsada por una nueva generación de jóvenes que querían vivir mejor, al menos, como lo habían hecho sus padres. Algunos han señalado la identidad de este planteamiento con las palabras que le dedicó Susana Díaz a los jóvenes indignados acerca del pisito de la playa, pero realizan una aproximación al fenómeno diametralmente opuesta. Mientras que la líder andaluza trataba de movilizar un cierto sentimiento de revancha de los más humildes contra una juvenil clase media frívola y ensimismada, Casado le da un barniz neoconservador a la protesta, tratando de apropiársela con las facilidades que otorga el tiempo y, en el fondo, de neutralizarla para llegar a la conclusión mil veces repetida de que “no hay alternativa” al sistema político y económico actual.

Pero su verdadera España aún estaba por manifestarse. Su oportunidad emergió con los puntos más críticos del Procés y de la crisis catalana: la España de los balcones y las banderas. Una suerte de 15-M de signo reaccionario desplegado en banderas constitucionales por todas las ciudades y rincones de España desde la privacidad del hogar. Toda esa gente, unida por los símbolos nacionales del país, estaba reaccionando contra un enemigo común (el independentismo catalán), pero por motivaciones y representaciones muy diferentes. Todo populismo de derechas en España se construye necesariamente contra un enemigo interior. Para afrontar el conflicto catalán Casado propone penalizar el debate político sobre Catalunya y utilizar el Derecho Penal del enemigo.

Pero el planteamiento de Casado también consiste en construir en positivo: transformar esa mayoría social, dispersa y fragmentada, salvo en un momento de crisis nacional, en una nueva mayoría moral. Como Reagan, Casado quiere apoyarse en esa mayoría moral de españoles que defienden ideas que no son ni de derechas, ni de izquierdas como la familia, los valores o la unidad de la patria, pero sabe que tiene que construirla con los sectores más conservadores de la sociedad.

Para lograrlo plantea una agenda conservadora contra las conquistas y los planteamientos más progresistas de la sociedad española. En primer lugar, ha lanzado una enmienda a la totalidad al movimiento feminista, al que denomina “ideología de género” y califica de “colectivismo social”, por tratar mediante la ingeniería social de “compartimentar a la sociedad en función del género” y olvidar a las personas. Desde su perspectiva neoconservadora, el feminismo es el movimiento vanguardista de la izquierda contemporánea, que quiere transformar la vida y las prácticas cotidianas, una vez que el comunismo ha sido derrotado históricamente y no es capaz ya de plantear una alternativa política, económica y social al capitalismo existente. Todos sus avances legislativos han de ser cortados de raíz para dar voz a esa mayoría moral, que cumple las leyes y no se manifiesta, y, por lo tanto, permanece oculta.

En segundo lugar, ha atacado la legislación vigente en materia de aborto y la perspectiva de reforma de la ley de la eutanasia en base a un doble movimiento: de un lado, se ha sumado al discurso en favor de la vida promovido por la Iglesia católica y, en particular, de sus sectores más reaccionarios y, de otro, ha apelado a la necesidad de recuperar los consensos anteriores (en realidad, inexistentes, ya que todo avance en estas materias costó enormes luchas y esfuerzos, y tuvo siempre en frente a la Iglesia y las fuerzas conservadoras) en defensa de la unidad.

En tercer lugar, ha tratado de neutralizar el movimiento de la memoria histórica, haciendo apelaciones de corte tradicional al consenso y la concordia, pero sobre todo insistiendo en la necesidad de resolver los problemas del presente y de mirar al futuro.

Su cuarto punto fundamental de la agenda es un clásico de la reaganomics “una revolución fiscal”, que consiste en bajar el tipo máximo de IRPF, el impuesto de sociedades y suprimir los impuestos de Patrimonio y de Sucesiones y Donaciones. En palabras de su autor intelectual, Daniel Lacalle, estos impuestos deben ser bajados o suprimidos porque “son inmorales”. La economía política y las necesidades económicas y sociales del país son sustituidas por ideología ultraliberal.

En quinto lugar, los neoconservadores cargan contra la inmigración, presentándose como políticamente incorrectos pero responsables, frente a una izquierda moralista y acrítica que quiere dar cabida a todos los africanos que puedan venir, incluso poniendo en riesgo el Estado de bienestar. En España este discurso fue cortocircuitado en buena medida con el 15-M, pero puede resucitar con fuerza y emparenta a Casado con los populismos de derechas más reaccionarios.

El centro no existe: un gobierno débil y la derechización de la sociedad

Los tres grandes partidos españoles han reaccionado aparentemente a la victoria de Casado con alivio. Según esta suerte de planteamiento común, la victoria de Soraya Sáenz de Santamaría, una rival experimentada y menos marcada ideológicamente, habría sido peor para sus intereses al pelear de forma más competitiva por el centro del tablero. Sin embargo, esta perspectiva es cortoplacista y trata de racionalizar un mero juego de espejismos que hace de la necesidad virtud.

La apuesta de Casado y de la facción populista del Partido Popular por tratar de construir una nueva mayoría moral que vaya más allá de la izquierda y de la derecha puede parecer en un primer momento perjudicial para sus intereses electorales en la imaginación de sociólogos electorales que vayan en busca del ansiado centro, pero lo cierto es que un rearme ideológico de la derecha conservadora y una movilización de sus sectores más duros que fomente una polarización con el débil Gobierno Sánchez puede estrechar el espacio político a Podemos, cuyas banderas agitan los socialistas con pasión, y fracturar a Ciudadanos entre su electorado más liberal y su votante desencantado procedente del Partido Popular.

Además, aquello imposible hoy como plantear una impugnación frontal y exitosa a los avances y conquistas del pujante movimiento feminista, puede revelarse rápidamente alcanzable ante un Gobierno inmerso en una campaña electoral permanente que pronto puede aparecer desorientado y con poca claridad y capacidad para articular un programa que dé vida, fuerza y energía a su base social.

En conclusión, Casado y su nuevo Partido Popular tienen un proyecto político. Ellos están aquí para quedarse, siempre y cuando, Casado no tenga problemas serios con la justicia española. Alguien podría pensar que sus ideas no son realizables en la España de hoy, pero no deberíamos subestimarlo. Especialmente si combatir eficazmente su contribución a la ola reaccionaria europea y global.

Amigo y colaborador de Sin Permiso, es licenciado en Filosofía por la UCM, cursó el posgrado de Análisis económico y político del capitalismo contemporáneo de la UB y fue coordinador de la Secretaría Política de Podemos hasta comienzos de 2017.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 18 de agosto 2018

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