Rendirse ante las empresas privadas de asistencia sanitaria

Barbara Ehrenreich

14/10/2007

Doble la cerviz y levante banderas blancas. Después de vencer al Tercer Reich, al imperio japonés, a la URRS, a Manuel Noriega y a Saddam Hussein, Estados Unidos ha encontrado un enemigo con el que no se atreve a luchar: la industria privada de sanidad estadounidense.

Con la valerosa excepción de Dennos Kucinic, todos los candidatos demócratas han presentado los planes de "reforma" sanitaria al estilo apaciguador de Chamberlain. Edwards y Obama proponen planes de seguro medico universal que de ninguna manera aflojarían el lazo estrangulador de Aetna, Unicare, MetLife [grandes empresas privadas de asistencia sanitaria. N.T.] y de los demás malvados. Clinton –¿por qué no nos habrá sorprendido?— ha ido incluso más lejos, al tomar prestada la idea republicana de alimentar a las compañías privadas de seguros haciendo obligatorio el consumo de sus productos. ¿Seré arrestada, si me resisto a pagar 10.000 dólares al año por una política privada cargada de pagos extras y deducibles que matan?

No solamente los candidatos demócratas han capitulado. El zumbido de rendición está en todas partes. Lo escuché de un notable politólogo de la izquierda liberal en un panel en agosto: no podemos saltarnos un sistema individual de pago, por decirlo así, porque podría ser muy perjudicial, dado el tamaño de la industria de las compañías privadas de seguros. Lo escuché también ayer de una mujer de Chicago que lidera una agencia sin ánimo de lucro de atención a los pobres: ¿Cómo podemos caminar hacia un sistema de tipo canadiense, cuando la industria privada ha llegado a ser tan "grande"?

Sí, es grande. Leighton Ku, del Centro para un Presupuesto y Prioridades Políticas, me dio la cifra de 776.000 millones en gastos de las compañías de seguros sanitarias privadas para este año. Es también un gran empleador, pagando según el economista Paul Krugman a dos-tres millones de personas cuya tarea es únicamente rechazar las reclamaciones.

Esto genera a su vez más empleo en despachos de médicos para pelear contra las compañías de seguros. El Dr. Atul Gawande, un médico en prácticas, escribió en The New Yorker  que "un despacho que vaya bien puede bajar el rechazo de las aseguradoras del 30 al 15 por ciento. Es así como un médico hace dinero. Es una guerra con la compañía aseguradora, en cada paso del camino". Y esto es otra cosa que su prima de seguro debe pagar: la "guerra" constante en curso entre los médicos y las aseguradoras. Nota: la industria de las compañías privadas de seguro sanitario no es grande porque busque sin cesar nuevos clientes. A diferencia de otras industrias, ésta crece rechazando clientes. No importa lo raído que usted vaya, Cartier, Lexus o Nordstrom le aceptará alegremente el dinero. No Aetna. Si usted tiene antecedentes penales —perdone, antecedentes de poca salud— no querrá saber nada de sus asuntos. Las compañías de seguros sanitarios privadas solamente son para gente que no han estado nunca enfermos. De hecho, ¿por qué llamarlo "seguro", que normalmente se refiere a la noción de riesgo compartido? Simplemente se trata de extorsión.

Piensen en el daño. Se estima que 18.000 estadounidenses mueren cada año porque no pueden permitirse o no tienen derecho a la aseguradora sanitaria. Lo que equivale a la carnicería del 11 de septiembre de 2001 multiplicada por tres, y cada año. Para no mencionar a toda la gente que está clavada en puestos de trabajo que detestan porque no se atreven a perder su seguro vigente.

Saddam Hussein nunca asesinó a 18.000 estadounidenses o nada parecido; ni lo hizo la URRS. Hacemos frente a estos "enemigos" con enormes bravatas patrióticas, gigantescos gastos militares, y, en el caso de Saddam, con intervención armada. Así que ¿por qué los Estados Unidos se cagan en los pantalones y se encogen de miedo cuando se trata de confrontarse con la industria de las aseguradoras privadas?

Tengo un plan. Primero, localice las mayores compañías. No se necesita gran inteligencia para ello, con Google debería bastar. Segundo, estime su potencia armada. No hay duda de que hay legiones de guardas de seguridad destinados a proteger las oficinas centrales de las compañías para hacer frente a los airados clientes, pero éstos deberían ser tratables con unas pocas brigadas. Después, considere un ataque aéreo seguido de un asalto de infantería.

¿Y qué ocurriría con los dos o tres millones de empleados en esta industria aseguradora cuyo única actividad es rechazar las reclamaciones? Bien, tengo también un plan para ellos, se llama desempleo. ¿Qué país en su sano pagaría a millones de personas para que nieguen a otra gente el cuidado sanitario?

Sin embargo, no soy una miserable. Si nosotros tuviéramos la clase de seguro sanitario universal, individual, que Kucinich está defendiendo, los trabajadores del seguro privado de sanidad continuarían estando cubiertos incluso después de haber perdido su trabajo. En el caso de los ejecutivos del seguro privado de sanidad, hay que facilitarles un programa de formación y reciclado, quizás como asistentes domiciliarios de salud.

Amigos ciudadanos, ¿dónde está el inveterado espíritu machista que nos ha sostenido en innumerables conflictos con enemigos reales o imaginados? En el caso del cuidado sanitario, tenemos identificado al enemigo, y ha llegado el momento de aplastarlo.

Barbara Ehrenreich es una periodista norteamericana que goza de gran reputación como investigadora de las clases sociales en EEUU. Esta actividad investigadora le ha ocupado toda su vida desde que se infiltró disfrazada de sí misma en la clase obrera que recibe salarios de miseria en su ya clásico Nickel and Dimed [Por cuatro chavos], un informe exhaustivo de las enormes dificultades por las que pasan muchos estadounidenses que tienen que trabajar muy duro para salir adelante. Luego, años más tarde, repitió la operación centrándose en la clase media, pero esta vez, para su sorpresa, no acabó trabajando de incógnito entre trabajadores, sino que básicamente tuvo que tratar con desempleados sumidos en la desesperación de haberse visto apeados del mundo empresarial. El resultado de esta reciente incursión es otro libro, más reciente, Bait and Switch. The (Futile) Pursuit of the American Dream. [Gato por liebre. La (fútil) búsqueda del sueño americano]. Actualmente dedica mucho tiempo a viajar por todo el país con el propósito de contar sus experiencias a distintos públicos que comparten sus mismas vivencias. Escribe a menudo en su blog (http://Ehrenreich.blogs.com/barbaras_blog/), está muy implicada en poner en marcha una nueva organización dedicada a articular a los desempleados de clase media.

Traducción para www.sinpermiso.info: Julie Wark y Daniel Raventos

Fuente:
The Nation, 21 septiembre 2007

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