Santa Claus es chino, o por qué China crece y EEUU decae

Lester Brown

26/12/2006

Sé que Santa Claus es chino porque cada día de Navidad por la mañana, después de abrir todos los regalos y de que todo se tranquilice, observo sistemáticamente dónde se han fabricado. Los resultados son casi siempre los mismos: aproximadamente el 70% proceden de China. Después de algunas investigaciones, parece que mi encuesta unifamiliar es representativa de todo el país.

Empecemos con los juguetes. Un 80% de los juguetes vendidos en Estados Unidos ―desde las muñecas Barbie hasta los videojuegos― se fabrican en China. Juguetes hablantes que hablan un inglés aprendido de los trabajadores chinos. Los bienes electrónicos ―desde el iPod de Apple hasta el Xbox de Microsoft― se fabrican en China. La ropa ―desde los últimos suéteres de cachemir hasta las prendas deportivas― es también probable que tenga la etiqueta made in China.
Hasta los árboles de Navidad pueden venir de China. Mientras que los verdaderos árboles de Navidad que crecen en cada estado de Estados Unidos son comercializados a escala local, muchas familias se juntan en torno a árboles de Navidad artificiales. Ocho de cada diez árboles artificiales de Navidad vendidos en Estados Unidos se fabrican en China. El año pasado los americanos se gastaron más de 130 millones de dólares en árboles de Navidad de plástico procedentes de China.
Este año los americanos gastarán más de mil millones de dólares en ornamentos navideños procedentes de China. Y quizás la mayor de las ironías sea que incluso los portales de Belén se fabriquen en China. El año pasado los americanos gastaron más de 29 millones de dólares en la compra de portales de Belén procedentes de Oriente. El éxito chino en la atracción de inversiones extranjeras de capital y en la movilización de esta enorme fuerza de trabajo ha convertido a ese país en el mayor taller del mundo.

Que las tarjetas de felicitación de Navidad norteamericanas se fabrican en China es una metáfora de un conjunto de hechos económicos que afectan a Estados Unidos mucho más profundos. Actualmente las Navidades se celebran tanto en Estados Unidos como en China, si bien con diferentes razones y con diferentes consecuencias económicas. Para los chinos, la bonanza manufacturera significa beneficios récord, ingresos crecientes y, en una sociedad en que la gente ahorra un 40% de sus ingresos, un salto brusco en el ahorro. En Estados Unidos, los gastos en tiendas de objetos navideños, encabezados por otro récord este año, contribuyen a aumentar la deuda de las tarjetas de crédito y a disparar el déficit comercial.

Bajo el espíritu navideño americano subyace una sociedad sobreendeudada que parece haber perdido su camino, atrapada en las arenas movedizas del consumismo. Como sociedad parecemos haber olvidado cómo ahorrar para que podamos invertir en un futuro mejor. En lugar de dejar a nuestros hijos un futuro económico prometedor, les estamos legando la mayor deuda contraída por generación alguna en la historia.
En el ámbito personal, las deudas por tarjetas de crédito no dejan de aumentar, y a escala estatal, tenemos el mayor déficit de la historia. A escala internacional, tenemos un déficit comercial que avanza mes a mes.
No se trata de que nuestras tarjetas de felicitación de Navidad se fabriquen en China, sino que lo más inquietante es más bien la perspectiva que ello ha dejado. Queremos consumir no importa qué. Queremos gastar ahora y dejar que lo paguen nuestros hijos. Es esta misma perspectiva la que introduce rebajas de impuestos mientras prosigue una onerosa guerra. El sacrificio económico ya no forma parte de nuestro vocabulario. Después del ataque japonés a Pearl Harbor, el presidente Roosevelt prohibió la venta de automóviles privados a fin de movilizar la capacidad manufacturera y las habilidades ingenieriles de la industria automovilística estadounidense para la construcción de tanques y aviones. En contraste, después del 11-S el presidente Bush nos exhortaba a ir de compras.
En Estados Unidos estamos tan absortos en el consumo que el ahorro personal prácticamente ha desparecido. Tenemos una media de cinco tarjetas de crédito por hombre, mujer o niño. De los 145 millones de titulares de tarjetas, sólo 55 liquidan sus deudas cada mes. Los 90 millones restantes no parecen poder ponerse al día y están pagando altos tipos de interés en sus saldos restantes. Millones de personas tienen deudas tan profundas que pueden permanecer endeudadas de por vida.
La deuda oficial nacional, el producto de años de déficits fiscales, suma actualmente 8,5 billones de dólares (64.000 dólares por contribuyente; véanse los datos en www.earthpolicy.org/Updates/2006/Update62_data.htm). Para el final de la administración Bush, en 2008, se prevé que esta cifra llegue a 9,4 billones. Estamos cavando un agujero negro fiscal y nos hundimos cada vez más profundamente en él.
Cada mes el Tesoro cubre el déficit fiscal mediante subasta de valores. Los dos compradores internacionales más destacados de valores del Tesoro estadounidense son Japón y China. En este papel, China se está convirtiendo también en nuestro banquero. Este país en vías de desarrollo, cuyos niveles de renta equivalen a una sexta parte de los de Estados Unidos, financia los excesos de una opulenta sociedad industrial. ¿Qué pasa con este cuadro?

En tiempos pasados, cuando nuestros déficit fiscales se cubrían ampliamente por prestamistas estadounidenses, los pagos de interés sobre la deuda se reinvertían en Estados Unidos. Actualmente vuelan al extranjero, a Japón, China y otros poseedores extranjeros de deuda americana.
Mientras que el déficit fiscal norteamericano, causado parcialmente por la guerra de Irak, se dispara hasta niveles estratosféricos, el país se enfrenta a un desafío fiscal sin precedentes como es la jubilación de la generación del baby boom, que aumenta los costes en seguridad social, Medicaid y Medicare. Ello, junto al crecimiento de los pagos de interés en nuestra deuda con China y otros países, supondrá una carga tributaria casi imposible de pagar para la próxima generación, cosa que jamás nos podrá perdonar.
El déficit comercial norteamericano está creciendo a saltos y casi se doblará; de 452 miles de millones de dólares en 2000 hasta unos 850 miles de millones estimados en 2006. Aumentan las importaciones de petróleo y el déficit comercial con China supone en más de la mitad de éste.

Los fracasos de la política nacional en aspectos como no apoyar adecuadamente el uso de tecnologías basadas en energía renovable han contribuido a aumentar el déficit comercial norteamericano. Por ejemplo, Estados Unidos debería ser un importante manufacturero y exportador de células solares y turbinas eólicas, pero ha caído detrás tanto de Europa como de Japón. La célula solar, inventada en los Laboratorios Bell en 1954, es tecnología americana. Pero los esfuerzos de Estados Unidos por desarrollar la energía solar fueron tan tenues y esporádicos que tanto Alemania como Japón siguieron adelante y desarrollaron robustas industrias de manufacturación y exportación de célula solar.
La situación es similar respecto de la eólica. A pesar de que la moderna industria eólica nació en California a principios de los ochenta, Estados Unidos fracasó a la hora de apoyar el desarrollo de recursos eólicos permitidos en los países europeos para hacerse cargo de esta industria.
Aunque las crecientes importaciones de petróleo están ampliando nuestro déficit comercial, consumimos petróleo alegremente, debilitando la economía y socavando nuestra independencia política.
Hemos perdido influencia en los mercados financieros mundiales simplemente por nuestra deuda creciente, gran parte de la cual la sostienen otros países. Si los líderes chinos se convencieran alguna vez de que el dólar ha llegado a un punto crítico continuamente descendiente y decidieran desprenderse de sus participaciones en dólares, el dólar podría desplomarse.
Al estar en deuda con otros países por petróleo y para financiar nuestra deuda, Estados Unidos está perdiendo rápidamente su liderazgo en el mundo. La cuestión a que nos enfrentamos no es simplemente si nuestras tarjetas de Navidad se fabrican en China, sino, más fundamentalmente, si podemos restaurar la disciplina y los valores que nos hicieron una gran nación, una nación admirada, respetada y emulada mundialmente. Esto no es algo que pueda repartir Santa Claus, ni siquiera el Santa Claus chino. Es algo que sólo nosotros podemos hacer.

Lester Brown es el fundador del prestigioso Worldwatch Institute

Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Escribano

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Fuente:
Earth Policy Institute, 18 diciembre 2006

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