Se acabaron los tiempos de la diplomacia de celofán. Entrevista

José Vicente Rangel

09/10/2005

José Vicente Rangel es uno de los miembros del gobierno de Venezuela que cuenta con décadas de experiencia política cotidiana. Procedente del partido Movimiento al Socialismo, MAS  (socialista de izquierda) , pasó del periodismo a convertirse en uno de los más importantes y fiables compañeros de ruta del Presidente Hugo Chávez. Su pericia diplomática le llevó a los cargos de Ministro de Defensa y Ministro de Asuntos Exteriores, antes de ser nombrado Vicepresidente del Gobierno venezolano en Abril de 2002. Raul Zelik le entrevistó para el semanario alemán Freitag.

FREITAG: Su Presidente acaba de hablar en la Asamblea General de la ONU, exigiendo allí que la sede de la ONU deje sede ser Nueva York. No puede ser –dijo Hugo Chávez— que las Naciones Unidas permanezcan en un país que viola de continuo el derecho internacional. ¿Por qué, ahora que la situación interna de Venezuela se ha finalmente distendido, se arriesga Chávez a un choque con los EEUU?
JOSE VICENTE RANGEL: Era ya tiempo de decir las cosas como son. La diplomacia de celofán, que oculta las realidades tras fórmulas corteses, es anacrónica. Nosotros creemos, además, que los EEUU no están ahora necesariamente en situación de buscar el conflicto con un país que exige ser respetado. Porque finalmente lo que exige Venezuela es ésto: ser tratada con respeto.
        Por lo demás, Chávez ha distinguido muy claramente en los EEUU entre Gobierno y población. Eso no han dejado de percibirlo allí tampoco. No es tan sencillo aislar hoy a Venezuela como en el 2002: en ese tiempo, hemos desarrollado muchas relaciones internacionales, más que nunca en nuestra historia. Si hay alguien que esté hoy aislado en el mundo, son los EEUU, o al menos, la Administración Bush. Desde luego que muchos gobiernos hacen concesiones a la arrogancia del poder de Washington. Tienen miedo de los EEUU, y por eso no manifiestan lo que piensan. No es nuestro caso; nosotros no tenemos miedo al futuro.

¿Podría Vd. describirnos un poco más los objetivos de su política exterior?
Claro. Nostros queremos un mundo multipolar, sin las hegemonías que hoy existen. De aquí nuestra propuesta de una refundación y una democratización de la ONU. Las Naciones Unidas funcionan todavía según la lógica de un orden mundial como el que fue establecido tras la II Guerra Mundial. Pero la situación internacional actual es diferente. La OEA, la Organización de Estados Americanos, era hasta hace unos pocos años una especie de patio trasero de los EEUU. Washington podía imponer allí lo que le daba la gana. Hoy ya no es así. La OEA, en comparación con la ONU, se ha hecho más flexible. Un segundo motivo central de nuestra política exterior es la lucha contra la pobreza: el mayor problema del presente tiene que estar en el centro de toda política.

Venezuela ha promovido en los últimos años la fundación de consorcio petrolero latinoamericano a partir varias empresas estatales, y ha formado con "Petrocaribe" una federación petrolera en el Caribe. Varios Estados, además, reciben petróleo venezolano a precios ventajosos. ¿Cómo se conjugan todas estas medidas con la política exterior que Vd. acaba de esbozar?
Con esas medidas se concreta una política de integración. Durante décadas, en América Latina hubo sólo integración retórica, o en el mejor de los casos, formal. Se discutía sobre aranceles, más no. Hoy tiene la integración de América Latina y del Caribe una dimensión política. Venezuela es una potencia energética: disponemos de reservas considerables de petróleo y somos el sexto país del mundo en el gas. Y geoestratégicamente la situación nos es favorable. El petróleo venezolano está a cuatro días del mercado norteamericano; el saudí, a cuatro semanas. Todos los países hacen con sus ventajas comparativas lo que les parece políticamente más adecuado. La Argentina tiene una producción agraria enorme, Brasil puede poner sobre la balanza su industria, y nosotros nos servimos precisamente de nuestras reservas energéticas. Pero la gente se da cuenta de que a nosotros no nos importa solamente nuestro petróleo, sino que actuamos solidaria y seriamente en interés de una integración latinoamericana y caribeña.

Hugo Chávez, en una entrevista concedida al canal de televisión norteamericano ABC durante su viaje a Nueva York, ha hablado de un  "Plan Balboa", que apuntaría a una intervención norteamericana contra su país. ¿Cree Vd. que los EEUU, después de lo que ha pasado en Iraq, se arriesgarían a una segunda aventura militar?
Hay en este sentido dos lógicas. Una está contenida en su pregunta, y dice: Los EEUU ya tienen en Iraq bastantes dificultades, para meterse en otras, tal vez mayores. Pero, a menudo, el imperialismo no actúa de formas particularmente racionales. Si así fuera, no habría invadido Vietnam. Hay algo así como una lógica de la desesperación. Y el Gobierno Bush, como se aprecia cada día más claramente, está muy desesperado. Pocas cosas tan peligrosas como un gigante errático. Los EEUU estaban habituados hasta ahora a que todas las cosas desagradables pasaran fuera de su territorio. Ninguna de las dos guerras mundiales afectó al núcleo del territorio estadounidense. Por eso el 11 de Septiembre o ahora el huracán Katrina han sido experiencias decisivas. Se ha visto que también en el territorio norteamericano pueden tener lugar tragedias. O esas circunstancias les mueven a una reflexión autocrítica que les haga cambiar de política, o se impondrán las tentaciones aventureras. La racionalidad aconseja que los EEUU no ataquen a Venezuela, pero no es inimaginable una iniciativa irracional de intervención; tenemos que estar preparados. Parte de esa preparación consiste en hacer públicos los escenarios de una intervención.

El Estado  venezolano, como propietario de la red de gasolineras CITGO en los EEUU, ha anunciado que ofrecerá a las organizaciones comunitarias, a las escuelas y a los asilos de ancianos en las zonas pobres de los EEUU, diesel calefactor a precios ventajosos. ¿Qué se propone con eso?
Aquí se juntan tres objetivos más amplios. Queremos, en primer lugar, construir tres nuevas refinerías en los EEUU, pues el refinamiento del petróleo es el verdadero cuello de botella que hace ahora mismo que los precios se disparen. En segundo lugar, queremos ampliar la actual red de gasolineras hasta llegar a tener 14.000 estaciones. Y en tercer lugar, queremos dar impulso a un componente social, es decir, hacer algo que es completamente extraño a las empresas norteamericanas. Es posible sin mayores problemas ofrecer a las escuelas o a los hospitales de los barrios pobres diesel de calefacción y gasolina a precios ventajosos, sin que el Estado venezolano sufra pérdidas por ello.

Por su peso, el socio más importante en la integración latinoamericana que Vds. se proponen es Brasil. Pero el Presidente Lula no ha satisfecho las expectativas que Vds. habían puesto en él. Si el Partido del Trabajo perdiera en las próximas elecciones brasileñas, ¿empeorarían mucho las cosas para Venezuela?
El resultado de las elecciones en Brasil sigue abierto. Por otra parte, yo no creo que lo que ahora está ocurriendo en América Latina pueda explicarse muy bien por la existencia de éste o aquél gobierno. Se trata de procesos sociales, que ponen en cuestión el neoliberalismo. Los políticos que ignoren eso, serán dejados de lado. Piénsese en Presidentes como De la Rúa en Argentina, Lucio Gutiérrez en Ecuador o Sánchez de Losada en Bolivia. En este sentido, soy optimista.

A la oposición en su apenas se la ve ya. Más bien parece el Estado mismo el principal obstáculo del "Proceso Bolivariano". El aparato pone estorbos a la democratización y a la autoadministración a las que aspiran las comunidades. Su Gobierno, consciente de eso, ha instituido adrede las "Misiones" –los numerosos programas sociales— al margen de los ministerios. ¿No habría que destruir completamente el Estado y crear algo completamente nuevo, si se piensa en serio en la emancipación de los venezolanos?
Es la pura verdad. Yo suscribiría completamente sus observaciones críticas. Yo vivo dentro del monstruo, y sé de qué pie calza. Nosotros hemos heredado toda la burocracia anacrónica del puntofijismo –el anterior duopolio dominante de los partidos social- y cristiano-demócratas—, que sigue existiendo amparada en la ley. No podemos despedir sin más a los funcionarios. Hemos supendido a gente que sabíamos corrupta, y la Corte Suprema declaró ilegales esas supensiones. Y está bien así: esas decisiones muestran que estamos en un Estado de derecho.
        Las "Misiones" son un intento de sortear el muro de la burocracia, o de hacerlo más permeable al menos. Algo hemos logrado al respecto: crear estructuras económicas alternativas y una burocracia alternativa. Pero tenemos que vigilar que la nueva burocracia no vaya a resultar tan mala, o aun peor, que la de la vieja República. A fin de cuentas, el problema no tiene sólo que ver con el personal que procede de los viejos partidos tradicionales, sino con una cultura política. La corrupción es un Estado dentro del Estado, se reproduce continuamente. Un proceso difícil, pero también muy estimulante, porque la Revolución venezolana no es violenta, y respeta el Estado de Derecho.

¿No son los partidos gubernamentales de izquierda un problema mucho mayor aun que el de la burocracia? A pesar de la retórica revolucionaria, inspiran todo menos confianza. Hay una absurda lucha por cargos e influencias, y como en todas partes, mucha corrupción. O al menos eso es lo que cuentan las gentes que vienen de los movimientos urbanos, que se las tienen que ver con administraciones regidas por esos partidos de izquierda.
Es probable que haya algo de verdad en eso. No hay que olvidar que los "bolivarianos" son parte de esa población. No se trata de marcianos que han aterrizado para hacer una revolución. Yo creo que en las acusaciones de corrupción a veces se habla un poco a la ligera, pero sin duda se han dado entre la izquierda muchos casos. No se puede enfrentar el asunto con conceptos como el de ángel y demonio. O decir: de mi lado están los de las túnicas blancas; enfrente, los corruptos. Una proceso de transformación como el nuestro no es ningún fenómeno purista. También entre nosotros hay corrupción, y una perversa afición a los cargos.

¿No habría que quebrar completamente las estructuras del Estado y de la democracia, para poder cambiar algo? Finalmente, la democracia representativa misma es causante del problema.
Por eso queremos crear una democracia participativa en la que la población sea protagonista y ejerza un control directo sobre los presupuestos públicos. También aquí desempeña la cultura política un papel decisivo. Si la gente no es consciente políticamente, puede ser fácilmente manipulada. Se trata de lograr que una población que durante 50 años no quiso saber nada de política, se anime a tomar su propias decisiones.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

Fuente:
Freitag, 4 octubre 2005

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