Sobre Grecia y la UE

James K. Galbraith

21/06/2015


Por qué las exigencias de los acreedores no harán otra cosa que prolongar la crisis de Grecia

Hemos traducido dos artículos de James K. Galbraith que son imprescindibles para la comprensión de lo que está pasando actualmente entre la UE y Grecia. El autor, además de un economista de más que reconocido prestigio, es un gran conocedor de las interioridades de las negociaciones. SP

Volviendo el pasado martes de Berlín, el ministro griego de Economía, Yanis Varoufakis, me hizo notar que el uso actual de la palabra "reforma" tiene sus orígenes en el periodo intermedio de la Unión Soviética, sobre todo con Jruschov, cuando los especialistas académicos trataban de introducir elementos de descentralización y procesos de mercado en un sistema de planificación esclerótico. En aquellos años, cuando la lucha norteamericana se centraba en los derechos y algunos jóvenes europeos todavía soñaban con la revolución, "reforma" no se utilizaba mucho en Occidente. Hoy, en un curioso giro de convergencia, se ha convertido en consigna de la clase dominante.

La palabra, reforma, se ha convertido en algo central en el tira y afloja entre Grecia y sus acreedores. Acaso fuera posible una nueva reducción de la deuda, pero sólo si los griegos se avienen a "reformas". Pero ¿qué reformas y con qué fin? La prensa ha zarandeado en general el término, reforma, en el contexto griego, como si hubiera amplio acuerdo sobre su significado. 

Las reformas concretas hoy exigidas por los acreedores de Grecia son una medida peculiar. Y tienen como objeto reducir el Estado; en este sentido van "orientadas al mercado". Pero son lo más alejado que hay de promover la descentralización y la diversidad. Por el contrario, trabajan para destruir instituciones locales e imponer un modelo de política único en toda Europa, en el que Grecia no andaría a la cola sino que estaría a la vanguardia. En este otro sentido, las propuestas son totalitarias y, aunque el padre filosófico sea Friedrich von Hayek, el antecesor político es, por decirlo toscamente, Stalin.

La versión de la moderna Europa del estalinismo de mercado, en la medida en que afecta a Grecia, tiene tres puntas principales. La primera se refiere a las pensiones, la segunda, a los mercados laborales, y la tercera, las privatizaciones. Y luego hay una cuestión dominante, la de los impuestos, la austeridad y la sostenibilidad de la deuda, a la que podemos volver luego.   

Con respecto a las pensiones, los acreedores exigen que se recorte este año cerca de un 1% del PIB en pensiones, en un país en el que la mitad de las pensiones está en cantidades por debajo de la línea de pobreza. Esa petición específica supondría recortar cerca de 120 euros de pensiones que se encuentran en una escala de 350 euros o menos al mes. El gobierno responde que, si bien el sistema de pensiones precisa de reformas – la pronta  edad de jubilación actual resulta insostenible –, esas reformas sólo pueden hacerse gradualmente y acompañadas de la introducción de un programa eficaz de seguridad en el empleo.   

En el mercado de trabajo, los acreedores ya han impuesto la casi completa eliminación de la negociación colectiva y la reducción del salario mínimo. El gobierno señala que sus efectos consisten en hacer informal el mercado laboral, de modo que el trabajo no deje constancia y no hayan de pagarse pensiones contributivas, lo que a su vez socava el sistema de pensiones. La propuesta griega consiste en diseñar un nuevo sistema de negociación colectiva que cumpla las normas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Respecto a la privatización, los acreedores han exigido la venta de aeropuertos, puertos de mar y servicios públicos eléctricos, entre otros activos, y que todo esto se haga rápidamente. En esto las objeciones griegas no se refieren a la gestión privada o extranjera de ciertos activos sino que se oponen a malbaratarlas o deshacerse de ellas sin condiciones o sin conservar participaciones. Así, por ejemplo, en la privatización en marcha del Puerto del Pireo para la empresa china Cosco, el gobierno ha insistido en un plan de inversiones y en los derechos laborales (para completar el giro lingüístico postmoderno, aquí un gobierno de izquierdas de un país capitalista impone derechos sindicales a una empresa multinacional de un país comunista).

Pasando a los impuestos, los acreedores han exigido un gravoso incremento en el impuesto del valor añadido (IVA), que tiene ya una tarifa máxima del 23 %. Entre otras cosas, el gravamen recaería en las medicinas (y por tanto en los ancianos) y en las tarifas especiales de las que se benefician las islas griegas (cerca del 10% de la población del país), en las que se concentra el turismo y donde los costes son en cualquier caso más elevados. El gobierno señala que los incrementos fiscales sobre el turismo dañan su competitividad y que el resultado conjunto del aumento del gravamen fiscal consistirá en reducir la actividad y empeorar el problema de la deuda. Lo que se necesita, por el contrario, es ejecutar la recaudación de impuestos; reducir la evasión del IVA podría permitir, bastante fácilmente, rebajar las tasas del mismo.

Lo que se echa a faltar en las exigencias de los acreedores es, bueno, la reforma. Los recortes en las pensiones e incrementos del IVA no son reformas; no añaden nada a la actividad económica o a la competitividad. La privatización a precios de saldo puede llevar a depredadores monopolios privados, como sabe cualquier que viva en América Latina o en Tejas. La desregulación del mercado laboral tiene la categoría de experimento poco ético, la imposición del sufrimiento como terapia, algo que confirman los registros internos del FMI por lo menos desde 2010.  Nadie puede sugerir que los recortes salariales van a poner a Grecia en disposición de competir eficazmente por los puestos de trabajos en bienes comercializables con Alemania o Asia. En cambio, lo que sucederá es que se marchará cualquiera que tenga habilidades competitivas.

La reforma de verdad en cualquier sentido es un proceso que exige tiempo, paciencia, planificación y dinero. Reformas son la reforma de las pensiones y la seguridad social, derechos laborales modernos, privatizaciones sensatas y una eficaz recaudación de impuestos. Otro tanto sucede con las medidas relativas a la administración pública, al sistema judicial, la aplicación de impuestos, la integridad estadística y otras cuestiones, sobre las que hay acuerdo en principio y que los griegos pondrían de inmediato en práctica si los acreedores se lo permitieran; salvo que por razones derivadas de la negociación, no lo hacen. Lo mismo pasaría con un programa de inversiones que pusiera de relieve los servicios avanzados que Grecia bien puede proporcionar de manera adecuada, entre ellos la atención a los ancianos, la educación superior, la investigación y las artes. Esto exige reconocer que Grecia no puede tener éxito si es igual que los demás países; tiene que ser diferente: un país de tiendecitas, hoteles pequeños y playas abiertas. Una reestructuración de la deuda devolvería a Grecia a los mercados (y sí, sería factible, y los griegos tienen una propuesta para llevarla a cabo), supondría, para cualquier estimación razonable, una reforma.  

El propósito a la vista del programa de acreedores no es por tanto la reforma. Se trata de redoblar la recaudación de la deuda frente al desastre. Los recortes de pensiones, los recortes salariales y el aumento de impuestos y las ventas a precio de ganga se ofrecen con el pensamiento mágico de que la economía se recuperará pese al gravamen de impuestos más altos, un poder adquisitivo más reducido y la repatriación al exterior de los beneficios de la privatización. La magia lleva ensayándose ya cinco años, sin éxito alguno en el caso griego. Esa es la razón por la que, en vez de recuperarse según lo predicho tras el rescate de 2010, Grecia ha sufrido una pérdida del 25% de su renta sin que haya un final en perspectiva. Y por esa razón es por lo que el gravamen de la deuda ha pasado de cerca del 100% al 180%, estimado en términos de valor nominal. Pero reconocer este fracaso, en el caso de Grecia, supondría socavar el conjunto del proyecto político europeo y la autoridad de quienes lo dirigen.

Así es que las conversaciones griegas siguen en un callejón sin salida. En realidad, no es exactamente un callejón sin salida, puesto que los griegos se encuentran bajo una presión extrema. O bien ceden a la postura de los acreedores o pueden encontrarse con los bancos cerrados y obligados a salir del euro, lo que tendría consecuencias enormemente perturbadoras, al menos a corto plazo. Esto lo saben los acreedores. De modo que siguen poniendo a los griegos contra la pared, sin cambiar jamás de postura, al tiempo que se quejan de que el campo griego no trabaja con bastante rigor.. Y a medida que los griegos van cediendo terreno, palmo a palmo, los acreedores simplemente presionan más y más.  

Es la fea dinámica de la negociación bajo coacción, entre una parte fuerte y otra débil, complicada en este caso por el hecho de que el lado de los acreedores no dispone de un liderazgo unificado, y por tanto nadie – a menos que Angela Merkel dé finalmente un paso adelante para encarnar ese papel – puede hacer concesiones razonables y obligar del todo a un acuerdo aceptable. De manera que se van cerrando las opciones. O bien  acabará concediendo demasiado el gobierno griego, perderá sus apoyos y se derrumbará, en cuyo caso, si el resultado final consiste en otra quiebra o en Alba Dorada, la democracia estará muerta en Europa. O bien, al final, los griegos se verán obligados a tomar el destino en sus manos – con un enorme riesgo y coste – y a esperar ayuda de donde quiera que pueda llegar.

 

Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón

 

Social Europe Journal, 15 de junio de 2015

Mala fe

Los lectores de la prensa financiera pueden ser perdonados si piensan que las negociaciones entre Grecia y Europa tienen en una de las partes a un irresponsable –el nuevo gobierno de Grecia- y otra parte responsable -un frente común de gobiernos e instituciones acreedoras- con un objetivo de altas miras en políticas racionales y en el interés común de Europa.

La visión desde Atenas es diferente. El 11 de junio, asistí a la audición de la comisión del parlamento investigadora de la deuda griega. Phillipe Legrain, antiguo asesor del entonces presidente de la UE José Manuel Barroso, testificó. Legrain es un tecnócrata, un economista, muy reservado. Habló en tono comedido.

El crimen original en los asuntos griegos, dijo Legrain, fue cometido en mayo de 2010, cuando fue evidente que el país era insolvente. En ese momento, el personal del FMI estaba convencido que la deuda griega debía ser reestructurada y que una quita de deuda no era solo necesaria sino también justa, dada que la temeridad de los prestamistas siempre acaba igualando la temeridad de los prestamistas, y que los prestamistas son compensados, en parte, por el riesgo.

No hubo reestructuración. En lugar de eso, un trío de franceses –en el FMI, el Banco Central Europeo y el Elysée, y apoyados por Angela Merkel- decidieron pretender que el problema de Grecia era meramente temporal, que había una mayor crisis financiera de la que protegerse, y que el mayor rescate de la historia debía dirigirse no a salvar a Grecia, sino en aliviar la exposición de la banca francesa y alemana ante todos los estados de Europa, con los contribuyentes alemanas aportando la mayor parte.

¿Por qué el FMI entró en escena, concediendo su mayor préstamos de la historia (32 veces el de Grecia) ante las reservas de su personal y las objeciones de muchos de sus miembros no europeos? Porque el director del fondo en aquel entonces, Dominique Strauss-Kahn, quería convertirse en presidente de Francia.

Al mismo tiempo, el Banco Central Europeo bajo el mandato de Jean-Claude Trichet compró 27 billones de euros en bonos griegos, subiendo así su precio. ¿Por qué hizo esto Trichet? Para apoyar a los prestamistas originales, una vez más, los bancos franceses en su mayor parte.

De este modo, los poderes europeos fueron capaces de evitar imponer pérdidas a los grandes bancos. Y mediante su acción, Trichet bloqueó al BCE en una negativa a aceptar pérdidas de los bonos griegos mientras estiraba, si no rompía, el mandato legal del BCE.

Como principio básico de las finanzas: no puedes conceder nuevos préstamos a alguien quebrado. Lo que debes hacer, cuando te enfrentas a la insolvencia, es una reestructuración de la deuda. El personal y los miembros de la junta del FMI que entendieron esto al momento fueron revocados. En cambio, los líderes de Europa se aunaron entorno a una enorme mentira: la pretensión de que la deuda griega puede ser mantenida. En 2010, los representantes del FMI, Francia, Alemania y Holanda prometieron (en tal pretensión) que sus bancos mantendrían la deuda griega. En realidad, vendieron todo lo que pudieron.

De vuelta en 2010, el gobierno griego pudo haber reestructurado su propia deuda, bajo la ley griega, pero falló en su intento. Cuando sí hubo reestructuración en 2012, fue en los términos de los acreedores, que fue por lo que los fondos de las pensiones griegas perdieron un 60% de su valor. Y esto, por supuesto, es un motivo de peso por el cual las pensiones griegas están en un terrible problema hoy en día.

En 2010 Grecia tuvo que tragarse un programa de austeridad que era –como Paul Thomson de la ejecutiva del FMI- "dura, difícil y dolorosa". Aunque el programa instaba a un "ajuste fiscal" sin precedentes del 16% del PIB, también predijo que Grecia sufriría una caída del PIB del orden de tan solo el 5%, siendo seguido de una recuperación que comenzaría en 2013. Mientras el ratio entre la deuda y el PIB crecería hasta el 150% en 2013 y disminuiría después. La realidad fue que la caída del PIB griego fue cinco veces mayor y el ratio entre la deuda y el PIB está hoy por encima del 180%. Y no ha habido recuperación de ningún modo.

Más adelante en la audiencia, Legrain fue preguntado sobre su visión sobre los economistas detrás de estas predicciones y los responsables que las expresaron. En este punto, su testimonio vaciló. ¿Fue incompetente? ¿Entró en pánico? ¿Ideología? Los testigos no estaban seguros. Quizás, asertó, algunos de ellos, "en su estupidez", pensaron que iba a funcionar. En cualquier evento, tal y como él testificó, "nadie ha sufrido por sus errores".

No. el Señor Thomson continua insistiendo en hacer caso al FMI –aunque ahora acepta la necesidad de una quita de deuda- y continua demandando el mismo paquete de recortes deflacionarios que en lenguaje oficial se suaviza como "reformas". Entre estas hay severas reducciones de las pensiones más bajas que paga Grecia, que recortaría un tercio de los pagos que son ya de solo 12 euros al día.

Mientras, de acuerdo con una información en el Frankfurter Allgemeine Zeitung del 14 de Junio, la Comisión Europea estaba dispuesta a ceder en el recorte de las pensiones a cambio de recortes en el presupuesto militar griego. ¿Quién torpedeó esto? De acuerdo con la misma fuente fue el FMI. Si esa institución cree que será fácil presionar al gobierno griego matando de hambre a sus pobres ancianos, realmente no han estado prestando atención. O, más probablemente, dada la ahora clara división y desorden entre los acreedores, el FMI ha decidido que no quiere ningún acuerdo- y por tanto más negociaciones serán estériles.

Y como insiste el FMI que Grecia debe cumplir cada una de las condiciones, las cosas son bastante diferentes justo un poco más hacia el norte y el este. Para Ucrania, de acuerdo con una declaración de Lagarde el 12 de Junio, como informó Zero Hedge, el FMI "puede prestar a Ucrania incluso si Ucrania determina que no puede pagar su deuda". Hasta aquí por la sostenibilidad de la deuda –por el principio fundamental de que tú no puedes conceder nuevos préstamos a alguien quebrado.

Los comprensivos lectores americanos se han acostumbrado a ver a Alemania, a los alemanes, su canciller Angela Merkel y su ministro de finanzas Wolfgang Schäuble como los villanos de este drama. Han subestimado el papel medio escondido de los Rasputins de Paris. Y también del Svengali de Frankfurt, Mario Draghi, quien como he escrito redobla las amenazas al sistema bancario griego. Estas son las amenazas que pueden, en los próximos días, dar rienda suelta a la avalancha que Draghi una vez prometió que haría lo que fuera necesario para prevenir.

James K. Galbraith es profesor de gobierno y relaciones empresariales en la Escuela Lyndon B. Johnson de Asuntos Públicos de la Universidad de Texas. Presidente de la Association for Evolutionary Economics, su último libro publicado es "Inequality and Instability" , una soberbia investigación empírica y teórica sobre el capitalismo de nuestros días. Está actualmente terminando de escribir un libro intitulado The End of Normal (El final de la normalidad).

 

Traducción para www.sinpermiso.info : Ayoze Alfageme

 

Fuente:
http://www.socialeurope.eu/2015/06/bad-faith-why-real-debt-relief-is-not-on-the-table-for-greece/
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