The World Transformed: todas las esperanzas puestas en Momentum y Corbyn

Julio Martínez-Cava

29/09/2018

Los pasados días 22-25 de septiembre tuvo lugar el congreso The World Transformed, un evento que se realiza cada año desde 2016 y que está organizado por las bases de Momentum –el movimiento político de masas que tiene como objetivo la democratización y renovación del Partido Laborista y que consiguió poner a Jeremy Corbyn al frente de este. El objetivo es, en palabras de uno de sus organizadores: “crear un espacio en el que las ideas se puedan intercambiar de forma libre y se puedan desarrollar colectivamente”. Para ello reúne a cientos de activistas, pensadores, artistas, diputados y concejales y otras personas de interés. Desde 2017 se hace coincidir con el Congreso del Partido Laborista, tratando de mostrar que no se trata de una distracción para entretener a las bases mientras las “cosas serias” se deciden en el “verdadero” Congreso, sino que los activistas de Momentum están buscando entrar y desbordar la anquilosada maquinaria de un partido esclerotizado tras años de New Labour blairita. La fama y el nivel de muchos ponentes atestigua el envite: asistieron los periodistas Paul Mason, Ann Petiffor y Owen Jones, el geógrafo marxista David Harvey, el equipo del Jacobin Ronan Burthensaw y Baskar Shunkara, el cineasta Ken Loach, las investigadoras Faiza Shaheen, Cate Blakeley y Martin O’Neill, así como los economistas Costas Lapavitsas de Grecia y el canadiense Leo Panitch. Los diputados corbynistas de peso no faltaron, y las charlas de John McDonell,Ed Miliband o Jon Lansman abarrotaron las salas. La esperada intervención de Jeremy Corbyn atrajo tanta gente que muchos se quedaron fuera de la sala.

En este artículo trataré de exponer algunas de las líneas fundamentales de la estrategia corbynista, especialemente de lo que podríamos la nueva economía política del Labour.

 

Superar el Pacto de Posguerra es la única vía para recuperar el Estado de Bienestar

“Quiero que vayamos incluso más allá de la reforma radical del gobierno de C. Atlee. La situación exige nada menos que esto. Deshacer sencillamente el daño hecho por David Cameron y George Osborne será una enorme tarea. Pero deberíamos apuntar a algo más que esto”. Estas fueron las palabras que pronunció John McDonell, el número dos de Corbyn y actual Ministro de Economía en la Sombra, en mayo de 2016. Dos años después, tras las elecciones generales convocadas por el Partido Tory, en las que Corbyn no consiguió ganar pero salió muy reforzado (acercándose bastante a la victoria), el mensaje no sólo no ha cambiado, sino que se ha vuelto más radical: “yo trabajo para superar el capitalismo, para realizar cambios radicales que transformen nuestra economía”, dijo McDonell en una entrevista en la BBC. La dinámica seguida por el Labour parece ser la contraria a la de algunos partidos de nueva izquierda del continente, en los que el tacticismo electoralista los ha conducido a perder credibilidad y generar la impresión de cambiar de posiciones constantemente sin una estrategia clara.

La reflexión que late de fondo en los asesores del corbynismo corre por caminos muy diferentes. Parece decirnos que, en plena crisis económica y política, roto el Pacto de posguerra por arriba, tiene poco sentido reclamar una vuelta al viejo y empleocentrista Estado de Bienestar sin que existan las condiciones políticas que lo sustentaban. La gente de Corbyn parece querer transmitir un mensaje: si la socialdemocracia (el New Labour en su caso) ha rendido tanto terreno al capital que todo lo que le queda por ofrecer son viejas recetas de un pasado que no volverá (como recuperar tipos impositivos anteriores a la crisis), o nuevas políticas públicas de rentas condicionadas para pobres –con su demostrada dosis de vigilancia, estigmatización y disciplina– entonces es probable que el socialismo tenga una oportunidad. Si el pacto está roto, no tiene sentido mendigar las migajas a los de arriba, porque ya tienen tanto poder que no van a repartir más que miseria y disciplina. Hace falta atacar a la fuente de su poder. ¿Cómo hacerlo? En lo que sigue repasaré tres de los hitos centrales de la estrategia de Momentum.

 

Primero las ideas. La nueva línea del Tribune

Se han vertido ríos de tinta sobre cómo el proyecto neoliberal (y sus complejas relaciones con los neoconservadores) apareció décadas antes de su triunfo final como políticas públicas. Se ha explicado cómo desarrolló y articuló las ideas que años más tarde inspirarían las políticas que las élites emplearían para romper el pacto de posguerra “por arriba” (véase, por ejemplo, aquí y aquí). Si la izquierda transformadora quiere reorganizar enteramente las sociedades de abajo a arriba, se requiere un esfuerzo intelectual semejante. En una de las conferencias del TWT el filósofo y asesor del Labour Martin O’Neill afirmó: “tenemos que pensar en el largo plazo, cómo vamos a conseguir que dentro de 40 años sean los Tories quienes estén sentados en un evento como este pensando cómo van a cambiar nuestra nueva economía política”.

La organización de múltiples charlas y conferencias (incluido el TWT), el uso masivo de las redes sociales por los jóvenes de Momentum o el proyecto mediático de Novara forman parte de este esfuerzo intelectual y de educación política. Pero The World Transformed aprovechó la asistencia de miles de activistas para dar un paso más y presentar el relanzamiento del Tribune.

El Tribune es la revista socialista más antigua del Reino Unido, que tradicionalmente ha recogido las opiniones del ala izquierdista del Labour. Se fundó en 1937 como respuesta al auge del fascismo (igual que la Marx Memorial Library). Nació precisamente como una plataforma de apoyo a los republicanos españoles cuando la postura oficial del Labour fue su desastroso neutralismo. Desde sus orígenes abrió las puertas a intervenciones anti-imperialistas como las de J. Nehru pidiendo la independencia de la India. En 1984 apoyó al NUM en la huelga de mineros contra Tatcher cuando el Labour empezó a darle la espalda, y en 2003 tuvo una posición muy crítica contra la  participación de Inglaterra en la invasión de Irak (recordemos que fue Tony Blair, líder del Labour, el que acordó con Bush y Aznar la invasión del país). En la historia de sus principales editores se encuentran épicos diputados de izquierdas como Aneurin Bevan o Michael Foot. Por diversas razones el periódico suspendió su publicación en papel en enero de 2018, pareciendo por un momento que el proyecto llegaba a su fin. El auge del corbynismo –con apoyo de los editorialistas del estadounidense Jacobin Magazine y su seductora línea gráfica– ha permitido reflotar el histórico periódico socialista.

El editorial del primer número del Tribune relaunched proporciona algunas pistas de hacia dónde apunta los tiros el laborismo de Corbyn. Ronan Burthensaw, jefe redactor, ha recordado cómo la vieja confusión de la clase trabajadora con el sector manufacturero-industrial llevó a muchos políticos e intelectuales a pensar que los partidos de clase no tendrían ya una base social a la que dirigirse, estando obligados a dispersar sus demandas para convertirse en partidos catch-all. El proyecto de clases medias de Toni Blair y el New Labour aprovecharía esta tendencia para reformar el partido volviéndolo más rígido y opaco. Owen Jones ha sido una de las principales voces en denunciar cómo estas reformas organizativas y esta tendencia mesocrática del Labour supuso un cambio en el origen social de los diputados: si antes había una proporcion sustancial provenientes de la clase trabajadora, la gran mayoría de los diputados blairitas provenían de las capas altas de la sociedad (Oxford, Cambridge, etc.) y eran más proclives a la moderación programática. Pero Burthensaw muestra con datos oficiales cómo la mayoría de la población británica está compuesta personas obligadas a pasar por los mercados laborales para sobrevivir, personas asalariadas que no controlan las condiciones de sus trabajos. El capitalismo, dice Burthensaw, sigue siendo el sistema social dominante a nivel mundial, sostenido por la explotación de los que trabajan por los que poseen el poder para mantener esa explotación. En la medida en que el capitalismo siga siendo capitalismo, se nos dice, cualquier proyecto de izquierdas debe partir de esas líneas divisorias que son tan determinantes de la experiencia de la mayoría de la gente. La famosa class politics ha vuelto a la primera fila de la política británica, reviviendo la mejor tradición de izquierdas del laborismo.

 

Más allá del Welfare State. La política económica del corbynismo

Pero la pugna por imaginar y diseñar las bases de una nueva sociedad está mucho más avanzada que simplemente poner las infraestructuras necesarias para el debate y su divulgación. Si hay una idea fuerza que articula el proyecto económico-político de Corbyn  es la idea de llevar la democracia a cada rincón de la vida social, empezando por el lugar del trabajo, pero yendo más allá. Es la idea del control democrático.

La intervención de J. McDonell en el Congreso del Partido Laborista fue uno de los momentos más comentados. McDonell comenzó diciendo que debía celebrarse un centenario: los 100 años que habían pasado desde que el Partido Laborista adoptase la famosa Cláusula IV, que suponía su primer compromiso explícito con el socialismo. “Esta cláusula es tan válida hoy como lo era hace 100 años”, dijo McDonell. ¿De qué cláusula estaba hablando y por qué era importante recuperarla 100 años después?

La historia de la cláusula es interesante porque recoge algunos de los principales hitos en la historia del Labour. Escrita en 1918 por Sidney Webb (una fabiana gradualista) y por Arthur Henderson (ministro sin cartera del gobierno de guerra dominado por los conservadores), estaba pensada como un “caramelo” que pudiera permitir que el Labour fuese un partido comprometido con el socialismo pero no un partido revolucionario. La famosa cláusula decía así: “To secure for the workers by hand or by brain the full fruits of their industry and the most equitable distribution thereof that may be possible upon the basis of the common ownership of the means of productiondistribution and exchange, and the best obtainable system of popular administration and control of each industry or service”. Se comprometía no a la democracia económica como tal, sino “al mejor sistema posible de administración y control popular”. Esa ambigüedad pasaría factura, y diversos gobiernos laboristas (McDonald, Atlee) hicieron una interpretación de la cláusula que evitaba la participación popular y mantenía el poder de gestión concentrado en los directivos.

Tradicionalmente, cuando se cuentan los orígenes del Estado de Bienestar, se suele mencionar el momento de posguerra, el gobierno laborista de Clement Atlee, la creación del NHS (sistema de salud pública británico), etc. Pocas veces se recuerda que de entre las diferentes posibilidades, triunfó un modelo de nacionalización diseñado por Herbert Morrison, que tenía fuertes componentes tecnocráticos. Se nacionalizó la propiedad, pero se excluyó la gestión democrática de los recién creados servicios públicos. El cineaste Ken Loach ha sabido poner imágenes y sonido a ese proceso en The Spirit of 1945, denunciando el carácter tecnócrata sin menospreciar el entusiasmo popular que hizo posible el pacto de posguerra.

En 1959 Hugh Gaitskell, el líder del Labour por entonces, intentó eliminar la cláusula IV (en sintonía con el giro anti-socialista del SPD alemán en Bad Godesberg ese mismo año), pero encontró una oposición feroz en las filas de su partido que no sólo le impidió eliminarla sino que obligó a que se aprobase que la cláusula apareciera mencionada en todas las tarjetas de los miembros del partido. Pero su espíritu no consiguió mantenerse. La izquierda del Labour luchó contra esto, viendo incumplido el sueño de la plena democratización. El épico diputado de izquierdas Tony Benn hizo campaña al calor de los años 70 por la plena democratización, defendiendo que las corporaciones públicas debían transformarse en “expresiones de nuestros objetivos socialistas”, por lo que las instituciones “deben estar al servicio del pueblo y no convertirse en fuente de dominación”. El impulso duró hasta finales de 1974, de la mano de un proyecto de democratización del partido que no consiguió ver la luz. Después de las dos elecciones generales de 1974, la derecha del Labour recuperó el control del partido y abortó la tentativa democratizadora. Como ha señalado Owen Jones, esta derrota interna del Labour sería determinante porque sólo un año después Margaret Tatcher se hizo con el poder en el Partido Tory, y sus ideas neoliberales tenían regalado el terreno para atacar la “burocratización” de los servicios públicos que el Labour no había querido remediar[1]. Veinte años después, Tony Blair se vio lo suficientemente fuerte como para modificar la cláusula IV con el objetivo de “conquistar a las clases medias” del país y consiguió triunfar allí donde Gaitskell había fracasado. La nueva cláusula era una versión muy descafeinada de la anterior. Como dijo la campaña de izquierdas que defendió la versión original: “Hay pocas cosas en la nueva cláusula propuesta por Blair que los Liberal-Demócratas o los Tories no puedan suscribir”.

Por eso Momentum y el equipo de Corbyn apuntan a superar el modelo de Morrison, y por dar un contenido más democrático a la Cláusula IV cuyo espíritu puede reivindicarse pero cuya letra se queda corta. Oigamos de nuevo a McDonell:  

“En 2018 proponemos un programa de democratización más profundo que se haya visto nunca. Y empieza en el lugar del trabajo. Es innegable ahora que el equilibrio de poder en el trabajo se ha vuelto contra el trabajador. El resultado son jornadas laborales más largas, menos productividad, menos salario y la inseguridad de los contratos de cero horas (…) el poder real proviene de tener una voz colectiva en el trabajo. Las grandes empresas juegan un papel enorme en nuestras vidas, sin embargo las decisiones sobre cómo gobernarlas están en manos de una minúscula élite. Los empleados que crean la riqueza no tienen poder en la toma de decisiones que afecta a su futuro”

 

El equipo de Corbyn lo tiene claro: las dinámicas mundiales de acumulación de capital han generado una concentración tan grande de poder que está en riesgo la capacidad de las autoridades públicas para determinar qué es bueno para la sociedad y qué no. Si la fuente de ese poder está en la estructura productiva y en la desigual distribución de los derechos de propiedad, las políticas del corbynismo han apuntado todos sus cañones a los orígenes de esa concentración de poder (rompiendo así con una dinámica generalizada entre los partidos de izquierda que pone el énfasis en la redistribución a posteriori de un producto generado a través de esos derechos de propiedad repartidos de forma desigual).

¿Pero qué se propone concretamente? McDonell aprovechó su intervención ante las cámaras para exponer su medida estrella: los “Wage Earner Funds”. Las empresas con más de 250 trabajadores tendrán que destinar un 10% de sus beneficios anuales a estos fondos, que se usarían para dar acciones a los empleados. Cerca de 11 millones de asalariados se podrían beneficiar de la medida. Cada empleado tendría derecho a compartir los dividendos de la empresa que incrementarían los salarios anuales en torno a 560 euros, el sobrante iría a la financiación de servicios públicos. Al mismo tiempo, se reservaría un tercio de los puestos de los consejos de administración para los trabajadores, garantizando que su voz sea escuchada con carácter vinculante. Se iría ampliando gradualmente, es decir, se iría socializando paulatinamente la propiedad empresarial. Como dijo un periodista de The Guardian: “el Labour acaba de declarar una guerra de clases”.

No se trata de una idea nueva, aunque sí de una idea frecuentemente olvidada. En 1976 el partido socialdemócrata sueco dirigido por el mítico Olof Palme intentó llevar a cabo un plan parecido (e incluso más ambicioso) diseñado por el economista Rudolf Meidner. La propuesta no triunfó por diversas razones, entre las cuales jugaron un papel determinante la intensa lucha de clases y la campaña mediática feroz desatadas por la derecha, pero también las reticencias del propio Palme que acabó descafeinando el plan y arruinándolo. 38 años después, el contexto es muy diferente. Por un lado, se parte del desierto neoliberal después de años de recortes, privatizaciones y políticas de austeridad, con un sindicalismo muy debilitado. Por el otro, la posible gestión del Brexit en manos del Labour permitiría explorar vías fuera de la Unión Europea que dentro de ella serían imposibles. Mucha incertidumbre rodea la propuesta y su viabilidad, pero esto no ha sido óbice para que McDonell y su equipo hayan dejado de proponer y defender la propuesta.  

Sin embargo, el Plan Meidner 2.0. no aparece como una medida aislada. Forma parte de un paquete de medidas todavía en elaboración pero que vio la luz con el “Manifesto For the Many, not the Few (considerado por los líderes corbynistas como el punto de partida – y no de llegada – de sus planteamientos) y que ha tenido mayor desarrollo en el Informe “Alternatives Models of Ownership” (una discusión en podcast en Novara aquí).

Entre esas medidas, el Labour ha propuesto nacionalizar el agua, la electricidad, el gas, el servicio postal y los ferrocarriles. La novedad, digamos, lo que lleva la idea más allá de las nacionalizaciones de Morrison, es el énfasis en la idea de control popular. Propiedad municipal, cooperativa o común, con consejos compuestos por trabajadores y consumidores y fideicomisos para el suelo, etc. son algunas de las fórmulas con las que se está trabajando en el Labour para conseguir plantear una nacionalización que tenga una gestión descentralizada y democrática (supervisados por un nuevo Departamento del Tesoro específicamente dedicado al asunto).

Las propuestas del Labour corren de la mano con el signo de los tiempos. De acuerdo a una encuesta realizada por un Think-tank de derechas, un 83% de la población británica apoya nacionalizar el agua, cerca de un 75% apoya revertir las privatizaciones de la electricidad, el gas y los ferrocarriles y cerca de un 50% quería nacionalizar la banca. Otra encuesta señala que un 80% estaría a favor de subir los salarios mínimos y un 74% apoyaría la imposición de límites a los precios del alquiler.

No obstante, en tiempos de capitalismo financiarizado, el gran desafío del Labour está en cómo contrarrestar el poder de las grandes finanzas, capaces de lanzar ataques especulativos que hundan un país (nadie olvida el ejemplo de Grecia). Varias sesiones de TWT trataron el tema y no podemos extendernos ahora en él. Baste con señalar que las propuestas iban encaminadas no sólo a imponer grandes regulaciones al sector financiero, sino de avanzar hacia una “socialización de las finanzas”. De nuevo, planes dirigidos a la raíz de un poder desigualmente repartido. La investigadora de la financiarización Grace Blakeley resumió el espíritu de estos planes en la siguiente frase: “el Labour tiene que hacer con los bancos lo mismo que Tatcher hizo con los sindicatos”.

A pesar de la incertidumbre general sobre qué pasará en los próximos meses con el Brexit, y las razonables dudas que cualquier activista puede tener sobre hasta dónde se querrá llegar una vez en el poder, lo cierto es que Corbyn y su equipo han conseguido abrir una discusión pública sobre políticas económicas y modelos de sociedad. Una discusión, en suma, sobre diferentes modelos de propiedad, entendiendo por propiedad el control duradero sobre los recursos materiales que sirve de base a la libertad y que puede tener diversas formas jurídicas –contrarrestando así la tendencia (neo) liberal e interesada a considerar la propiedad como algo absoluto, exclusivo y excluyente (ver el artículo de J. Mundó aquí).

 

¿Quién permanecerá de pie cuando lleguen los momentos difíciles?

Uno de los momentos más interesantes del TWT ha sido la mezcla del ambiente general de firmeza y convicción que se respiraba con la voluntad sincera de discutir los problemas que puede encontrarse Corbyn una vez llegue al poder. La experiencia reciente del New Labour ha servido de acicate para que los miles de activistas jóvenes que componen Momentum no estén satisfechos simplemente con ganar unas elecciones. Es por eso que el debate sobre la democracia interna del Labour forma parte del día a día de los activistas en Momentum. A fin de cuentas, Momentum no es, en palabras de su creador Jon Lansman, un partido político más, sino “un movimiento político creado para democratizar un partido socialdemócrata neoliberalizado y convertirlo en un partido transformador”. Podemos dividir ese impulso organizativo en dos frentes, que buscan articular lo que serían las “bases sociales activas” de un posible gobierno laborista: los activistas y el partido, y el sindicalismo.

 

Momentum y la democracia interna

John Lansman, el creador de Momentum, ofreció una charla sobre problemas organizativos que puede tener ciertas resonancias fuera de Inglaterra: “McDonell nos ha transmitido la idea de la democracia como algo fundamental al decirnos que el Labour no debe tratar a sus votantes como meros votantes, como una máquina de guerra electoral, debe tratarlos como agentes activos en la historia”. Para Lansman, un veterano curtido en las filas izquierdistas del partido que contribuyó a los planes por democratizar el partido en 1974, existe una conexión muy fuerte entre conseguir un funcionamiento democrático en el Labour y democratizar el Estado (recordemos, una espina dorsal de su política económica). Es por eso que se insiste constantemente en que las batallas por venir del Labour se librarán “in and against the State”.

El marxista canadiense Leo Panitch ofreció algunas claves en este debate. Repasó la historia de los partidos obreros de masas en el siglo XX, recordó el desafío planteado por R. Michels a todos los demócratas, y conminó a evitar a toda costa que se pudiera producir esa situación recogida en un famoso chiste que dice: “hay más en común entre dos parlamentarios, siendo uno socialista, que entre dos socialistas, siendo uno parlamentario”. Panitch rescató algunas reflexiones de Luxemburgo sobre la democracia interna en los partidos, recordando que la clase alta no necesita la democracia porque ya tiene sus escuelas de élite para aprender a gobernar, pero que para la clase trabajadora la democracia interna es un ejercicio indispensable porque es la única manera que tiene de aprender a organizar la sociedad. Si la sombra de Parlamientary Socialism de Miliband aparecía en muchas de las charlas, Panitch fue tajante: “tenemos que preveer los problemas que vendrán. Cuando hasta los mayores defensores de la democracia interna acaben cooptados por la dinámica parlamentaria. Tenemos que desarrollar las capacidades de la gente para que tengan la suficiente seguridad en sí mismos como para tomar la iniciativa cuando el Labour en el gobierno no tenga iniciativa”[2].

 

El proyecto de renovación del sindicalismo británico

Si el Labour quiere voltear la balanza hacia el lado del trabajo, una pieza fundamental de su plan pasa por dar una respuesta a un mundo sindical debilitado y hasta ahora incapaz de responder con éxito a los desafíos de los nuevos tiempos. No se trata de un planteamiento que apareciera ahora: los sindicatos ya habían avanzado el terreno. Desde hace tiempo diversas conversaciones y reuniones se fueron manteniendo para dar lugar al Manifesto for Labour Law, un documento elaborado por varios juristas sindicales que plantea tanto la recuperación del poder sindical perdido (negociación colectiva, derechos sindicales y laborales, etc.) como una serie de políticas dirigidas a crear un nuevo tipo de sindicalismo adaptado a las transformaciones del capitalismo contemporáneo. De forma significativa, la sesión dedicada a los desafíos para el sindicalismo contó con la presencia de una trabajadora sindicada del mundo de la hostelería, de un trabajador del mundo del trabajo de cuidados, de un sindicalista del mundo de la comunicación y, finalmente, de un sindicalista de trabajadores industriales (que aunque no tengan el peso que tenían antes, siguen siendo centenares de miles de trabajadores).

El desafío no es precisamente menor. Los datos de afiliación sindical no son esperanzadores. En 1984 la mitad de los trabajadores británicos estaban sindicados (13 millones en 1979), en 1995 esta cifra sólo alcanzaba a un tercio, y en la actualidad sólo hay 6,2 millones de afiliados, un 23,2% del total (más del 50% del sector público está sindicado, mientras que poco más de un 13% del sector privado lo está). Durante de la guerra tatcheriana contra los sindicatos –cuya crudeza e impotencia aparece recogida en la fantástica novela GB84 de David Place– las leyes sindicales se reformaron para debilitar y obstaculizar la organización del trabajo. La derrota fue tal que parecía que no levantarían cabeza. Pero como afirmó en TWT Richard Leonard, líder del Labour en Escocia, los sindicatos fueron golpeados y estrangulados financieramente, pero no desaparecieron, ni dejaron de luchar contra los excesos de los insaciables procesos de acumulación de capital.

Los líderes corbynistas no olvidan que el Labour fue fundado por los sindicatos para representar políticamente los intereses de las mayorías trabajadoras. El líder de la CWU (el principal sindicato de trabajadores de la comunicación) Dave Ward, ha hecho una llamada por dejar las viejas rencillas sindicales atrás, proponiendo una unidad de acción no meramente retórica u ocasional, sino continua y programática. Consciente de los cambios en los mercados laborales, Ward constata que los contratos de cero horas (zero-hour), los falsos autónomos y los contratos temporales son ahora mismo el pilar de un mercado laboral de bajos costes. Hace falta un nuevo sindicalismo, dice Ward, que proteja los derechos laborales tanto en los trabajos a tiempo completo como en los trabajos a tiempo parcial y en los trabajos temporales. Ward apunta hacia un sindicalismo que juega con formas de implicar a la comunidad en la que viven los trabajadores, promoviendo más reuniones en lugares públicos, evitando los mítines y haciendo más eventos donde la gente pueda participar. Un sindicalismo más atento y activo a las redes sociales (su propia figura es conocida por su uso innovador de las redes en el mundo sindical). El nuevo sindicalismo, dice Wave, “serán las raíces más profundas del gobierno de Corbyn”[3].

 

Para acabar… ¿es compatible la democracia con el capitalismo actual?

John McDonell quiso acabar su intervención insistiendo especialmente en su línea rupturista:

 “Otros Ministros de Economía en la Sombra venían a los Congresos del Labour a advertir que bajásemos las expectativas porque la situación de la economía que heredásemos debería bastar para no hacernos falsas ilusiones. Pero este Ministro en la Sombra es diferente. Yo digo: cuanto más desastrosa sea la situación que heredemos, más radicales tenemos que ser”.

Desde mayo de 2015 el Partido Laborista vio incrementado el número de sus miembros de 190.000 personas a más de 600.000 convirtiéndose así en el mayor partido político en Europa. El movimiento democrático de Momentum tiene ante sí una oportunidad histórica. Los tories se encuentran divididos por el Brexit, y las clásicas peleas internas que agotan las energías de la militancia en los partidos aquí sirven, por alguna extraña razón, de estímulo a los nuevos activistas del Labour. Jóvenes ilusionados que concentran sus ataques sobre el osificado bloque de diputados laboristas de derechas que se opusieron a Corbyn y que han intentado deshacerse de él en repetidas ocasiones. Hay un ambiente épico que se mantiene desde hace tres años y no se sabe cuánto durará.

Para recuperar el control sobre sus vidas, para evitar la asfixia de la autoridad despótica de los jefes en el trabajo, para liberarse de la necesidad compulsiva de pasar por mercados laborales infernales como único medio para sobrevivir, en suma, para poner en práctica una democracia que llegue a cada rincón de la vida social, el “nuevo socialismo” ha entrado con fuerza en el mundo anglosajón. Nuevos medios para difundir y discutir ideas y propuestas, una economía política socialista a la altura del siglo XXI y un compromiso con la democracia interna. Se dice pronto. En el país que vio nacer el capitalismo y el primer movimiento obrero, se extienden los debates sobre el socialismo en mitad de una euforia colectiva. Esas energías no se pueden desaprovechar.  Para el resto del mundo, lanzan un mensaje de esperanza. ¿Serán las izquierdas europeas capaces de recoger el mensaje?

Con el espectro de la extrema derecha extendiendo su sombra por una Europa descompuesta y en crisis, hoy parecen más actuales que nunca las viejas palabras del diputado izquierdista Aneurin Bevan, editor del Tribune y un referente clásico del socialismo democrático, que en 1944 escribió: “Los tres elementos están ahora presentes: democracia, propiedad y pobreza. No hay descanso entre ellos; más bien una lucha incesante que fermenta. Aquí está la matriz de los problemas de la sociedad moderna ... La sabiduría de Thomas Rainborough nos habla a través de tres siglos: «O la pobreza hace uso de la democracia para destruir el poder de la propiedad o la propiedad que teme a la pobreza destruirá la democracia»”.



[1] O. Jones “Clause IV at 100”, Tribune, nov-dic 2018.

[2] Puede encontrarse parte de su reflexión en un artículo publicado recientemente y traducido para Sin Permiso http://www.sinpermiso.info/textos/el-partido-de-la-revolucion.

[3] Wave, D. “The Challenge Facing Our Unions”, Tribune, nov-dic 2018.

 

es miembro del comité de redacción de Sin Permiso.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 30-9-18

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