Una “Gripezinha” puede ser fatal para Jair Bolsonaro

Matthew Richmond

05/04/2020

El frágil sistema de salud y las ciudades densamente pobladas de Brasil amenazan en convertir el brote de COVID-19 en un colapso social a gran escala. Mientras tanto, la subestimación del presidente Jair Bolsonaro hacia la pandemia, describiéndola como “una gripezinha”, está alimentando el desacuerdo incluso entre sus aliados, amenazando con precipitar la caída del líder de extrema-derecha.

Marzo del 2020 podría ser recordado como el mes en el que la corriente finalmente se volvió en contra del presidente de extrema-derecha de Brasil, Jair Bolsonaro. En las últimas semanas se han visto ruidosos “panelaços” (cacerolazos) en contra de Bolsonaro en las principales ciudades del país. La última vez que los ecos de las cacerolas se escucharon regularmente fue en el 2016, cuando se dirigían en contra de la presidenta Dilma Rousseff del Partido de los Trabajadores (PT). Rousseff fue destituida del cargo ese agosto, después de que tanto el Congreso como el Senado de Brasil, convencidos de tener el apoyo de la opinión pública, votaran la destitución bajo dudosos cargos de manipulación de cuentas públicas. Su sucesor, el presidente interino Michel Temer, también fue objeto de panelaços y escasamente llegó hasta el final del mandato presidencial de Rousseff.

Sin embargo, esas protestas pueden no ser muy útiles como indicadores científicos de la opinión pública, y puede que simplemente representen la radicalización de segmentos de la población, concentrados en ciertas áreas. Las limitadas encuestas realizadas desde que la pandemia del coronavirus llegó a Brasil son ambiguas. El 19 de marzo, la pequeña encuestadora Atlas Político encontró que un 64 por ciento rechazaba el manejo de la pandemia por parte de Bolsonaro, y que un 45 por ciento favorecía su destitución, en exacto empate con los que se oponían a esta. No obstante, 26 por ciento aún consideraba que su gobierno era “bueno” u “óptimo” y 33 por ciento “regular”, comparado con 41 por ciento considerándolo como “malo” o “pésimo”. Esto mostraba que no hubo casi ningún cambio en comparación con los resultados de un mes antes. En una encuesta publicada por la principal encuestadora de Brasil Datafolha el 23 de marzo, enfocada específicamente en la pandemia, 35 por ciento aprobaba la respuesta de Bolsonaro, 35 por ciento desaprobaba, y 26 por ciento la consideraba “regular”. Sin embargo, había una preocupación generalizada sobre la pandemia y una mayor desaprobación de particulares declaraciones hechas por el presidente. Habrá que esperar más evidencia durante las próximas semanas para determinar si el apoyo popular de Bolsonaro ha verdaderamente comenzado a fracturarse.

No es muy difícil ver porqué habría de fracturarse. El comportamiento de Bolsonaro en respuesta a la emergente pandemia ha oscilado entre lo patético y lo sociópata. Cuando las noticias de la propagación del coronavirus comenzaron a acaparar los titulares a principios de marzo, él la desestimó como una “fantasía”. Sin embargo, mientras la crisis se intensificaba en Europa y miembros de su propio equipo contrajeron el virus (y tal vez él mismo, aunque él afirma lo contrario), la negación total hubiera significado ir demasiado lejos incluso para Bolsonaro. En cambio, lo reconoció como un problema serio, y brevemente pareció aceptar el creciente consenso alrededor de la necesidad de establecer estrictas medidas de distanciamiento social. No obstante, al poco tiempo dio un giro de 180 grados de forma extraordinaria. En un anuncio especial a la nación el 24 de marzo, desestimó el virus llamándolo una “gripezinha” (una “gripita”) solo peligrosa para los ancianos. Posteriormente, ha ido aun mas lejos, explícitamente oponiéndose a restricciones impuestas por gobernadores de estado y a recomendaciones de su propio ministro de salud, Luiz Henrique Mandetta, instigando a los ciudadanos a volver al trabajo. Además de provocar una crisis de autoridad en medio de una emergencia de salud pública, Bolsonaro probablemente cometió un delito que podría llevar a la destitución cuando, a principios de marzo, alentó e incluso abrazó a simpatizantes en una protesta contra el Congreso y la Corte Suprema. Esto no solo infringía la constitución, sino también normas del ministerio de salud contra reuniones multitudinarias.

Todos estos preocupantes actos han tenido lugar sobre el trasfondo de un escenario económico que se deteriora rápidamente. El valor del real brasileño se ha desplomado a niveles bajos sin precedentes frente al dólar y el mercado bursátil ha estado en caída libre. Ahora con la imminente crisis de salud pública, una recesión se aproxima rápidamente y el ministro de economía de Bolsonaro, el ultraliberal Paulo Guedes, ha fracasado en inspirar confianza en su voluntad y sus ideas para enfrentarla. Después de un gran retraso, el 16 de marzo finalmente Guedes presentó un paquete de medidas para enfrentar la crisis, incluyendo dinero adicional para el sistema de salud, retrasos de impuestos y lineas de crédito para negocios, y beneficios para trabajadores. Aunque la suma alcanza casi 150 mil millones de reales (cerca de 30 mil millones de dólares), la mayor parte es de fondos asignados que están simplemente siendo traspasados. En cualquier caso, en comparación con las medidas sin precedentes que están siendo implementadas por estados en todo el mundo para proteger negocios y domicilios de un periodo sostenido de poca o ninguna actividad económica, esta parece lamentablemente inadecuada. El 23 de marzo, Bolsonaro presentó un decreto presidencial que le permitiría a los negocios suspender contratos de personal por un periodo de hasta cuatro meses sin sueldo. Más tarde el mismo día, revocó el artículo después de una muestra de indignación generalizada. No obstante, esto demuestra la determinación del gobierno de asegurar que los costos de la próxima recesión sean asumidos principalmente por los trabajadores y los pobres.

Una alianza deteriorada

Los cacerolazos y las muestras de creciente desaprobación hacia el presidente parecen representar un deterioro más general de la alianza política y de la coalición electoral que lo llevaron al poder. Un conjunto diverso de agrupaciones de extrema-derecha se reunieron alrededor de Bolsonaro en el 2018, incluyendo partidarios extremistas del orden público, fundamentalistas religiosos, y seguidores de autores estadounidenses de teorías de conspiración y del auto-proclamado filósofo, Olavo de Carvalho. Su principal vehículo fue el Partido Social Liberal (PSL), que, impulsado por la popularidad de Bolsonaro, se convirtió en el segundo partido más grande en el Congreso, después del PT, con más de cincuenta diputados. No obstante, Bolsonaro inicialmente también atrajo a figuras más moderadas a su causa, tanto del PSL como del partido tradicional de derecha Democratas (DEM), algunos de los que asumieron posiciones clave en su gobierno. La afinidad se extendía incluso al gobernador de São Paulo, João Doria, del Partido de Social Democracia Brasileña (PSDB), de centro-derecha, quien basó su propia campaña electoral en la de Bolsonaro, y al juez Sérgio Moro, el protagonista de las investigaciones de corrupción Lava Jato, quien pasó a ser el ministro de Justicia y Seguridad de Bolsonaro.

Finalmente, están los militares. Ocho o más de los veintidós ministros de Bolsonaro son oficiales militares activos o retirados, incluyendo su vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão. Las motivaciones y tensiones políticas dentro de la jerarquía militar brasileña son confidenciales y es difícil designar colectivamente a los militares en el gobierno como si hicieran parte del grupo extremista o del moderado de la alianza de Bolsonaro. Mientras que pueden tender hacia la línea dura de populistas punitivos en cuestiones de seguridad, públicamente tienden a favorecer una forma institucional de orden público basada en disciplina y respeto hacía la jerarquía, en vez de celebrar la excesiva violencia policial, la justicia paramilitar, o el armamento de ciudadanos comunes. Aunque pueda haber algo de simpatía por el llamado a “Intervenção já!” (intervención militar ya!”) que se escucha entre algunos de los simpatizantes de Bolsonaro, actualmente los militares parecen más interesados en influenciar e intentar guiar la democracia brasileña que en restringirla (una distinción que no considerarían como problemática). En otras palabras, combinan los instintos violentos y autoritarios de los extremistas, con la autopercepción de profesionalismo y compostura de los moderados.

Mientras las tendencias de extrema-derecha, los militares, Guedes, y Moro permanecen por ahora en el campo de Bolsonaro, la alianza más amplia se está deshaciendo claramente. Bolsonaro se separó del PSL y tiene la intención de formar un nuevo partido que le sea completamente leal. Esto a conllevado a la perdida del apoyo de varias figuras prominentes en el Congreso. Ex-aliados del PSL, como Alexandre Frota (ahora con el PSDB) y Janaína Paschoal, han sido algunos de los críticos más intensos del gobierno en los últimos meses. Mientras tanto, los gobernadores de los principales estados que se habían aliado con Bolsonaro durante las elecciones, como João Doria (São Paulo) y Wilson Witzel (Rio de Janeiro), se han convertido en detractores. Tal vez más significativamente, Rodrigo Maia del DEM, el presidente de la Cámara Baja del Parlamento, se ha convertido en un contrapeso clave de Bolsonaro, mostrando competencia y habilidad para articular un Congreso fragmentado y turbulento, habilidades que escasean gravemente en el presidente. Algunas de las fuerzas principales que llevaron a Bolsonaro al poder y que unieron al gobierno durante su primer año en funciones se están apartando. Y ahora parecen estar reuniéndose en un bloque más moderado, de centro-derecha que pretende abordar la próxima crisis de una manera manera muy diferente y mucho más seria que el presidente.

Un proceso similar podría estar en progreso con respecto al apoyo popular de Bolsonaro. En términos simples, la coalición electoral de Bolsonaro en el 2018 se puede entender como compuesta por tres amplios grupos. El primero sería el de los “Bolsonaristas”, que suman alrededor del 15 al 20 por ciento del electorado (el nivel de aprobación de Bolsonaro durante la mayor parte del 2017 y 2018, hasta que aumentó durante la campaña electoral). Estos son típicamente votantes de clase media o media-baja, quienes respaldan la mayor parte del programa de Bolsonaro, particularmente su populismo penal, su virulento anti-izquierdismo, misoginia, homofobia, y nostalgia por la dictadura. Otro grupo estaría conformado por los “antipetistas”. Este es un grupo más pequeño, pero también más rico e influyente, principalmente motivado por su oposición al PT, y por su entusiasmo por investigaciones de corrupción dirigidas políticamente contra la izquierda y por reformas económicas neoliberales. Normalmente no están interesados en las interminables guerras culturales de Bolsonaro y con frecuencia encuentran su comportamiento desagradable, pero cuando este emergió como el candidato más factible para derrotar al PT no dudaron en apoyarlo. El último grupo estaría conformado por los “antipolíticos”, el más numeroso y de bajos recursos de los tres. Estos votantes tienen bajos niveles de confianza en los políticos y notan poca distinción entre los partidos tradicionales. Aunque muchos son antiguos y desilusionados votantes del PT, con frecuencia continúan sintiendo simpatía por el expresidente Lula da Silva y no consideran al PT como un peor partido que los demás. Bolsonaro apeló a estos votantes en el 2018 en gran medida porque parecía proponer algo nuevo, y no gracias a un activo entusiasmo por su programa.

La disminución en el apoyo hacia Bolsonaro probablemente fue causada por el creciente desencanto entre los antipetistas y antipolíticos; por el momento, tal vez más entre los primeros. Al ser más propensos a prestar mayor atención a la emergente crisis que la mayor parte de la población y por su tendencia a valorar el profesionalismo y la seriedad como importantes atributos políticos, los antipetistas en particular han parecido horrorizados por las recientes excentricidades del presidente. La tendencia entre los apolíticos, aunque menos involucrados en la política, parece también estar cambiando mientras comienzan a sentir los efectos de la crisis económica. Bolsonaro pudo haber ganado algo de tiempo con este grupo al minimizar los riesgos del coronavirus y decirles que podían volver al trabajo. Como muchos son trabajadores informales para los que será imposible mantener largos periodos de distanciamiento social sin apoyo gubernamental, esto podrá inicialmente representar un alivio. Sin embargo, mientras el virus se expande en las próximas semanas y los presupuestos de los domicilios se reducen aun más, un eventual cambio de opinión parece casi inevitable. En tal caso, el apoyo del presidente podría pronto estar reducido al grupúsculo de Bolsonaristas acérrimos.

Reestructuración

No obstante, a pesar de las tendencias actuales, hay que ser cuidadoso al asumir que el grupo de extrema-derecha, o incluso el mismo Bolsonaro, será devastado por la crisis venidera. Sin duda han sido agarrados por sorpresa por la pandemia. La naturaleza y la escala del problema han mitigado las tácticas usuales de Bolsonaro de desestimar hechos inconvenientes como “noticias falsas” y de trasladar la culpa de fallas de gobernabilidad a la oposición política y a chivos expiatorios, haciendo que su comportamiento parezca aun más errático de lo normal. Actualmente Bolsonaro se presenta como una persona profundamente poco seria en medio de una crisis nacional sin precedentes, una combinación que no parece ser apreciada por el público. Mientras la crisis se intensifica, podrá haber un verdadero deseo generalizado por el tipo de “gobierno competente” que personas como Maia, Doria, y Mandetta parecen ofrecer. Esto podrá representar un cambio de rumbo mayor de la tendencia del los últimos años, a medida que la ventaja política pasa de los “outsiders” iconoclastas hacia aquellos que pueden ofrecer alguna apariencia de mantener el orden. (Aunque Doria, por ejemplo, con su oportunismo, ha intentado desempeñar ambos papeles.)

Sin embargo, la posibilidad que una reestructuración de este tipo tenga lugar depende también de otros factores que complican aun más situación. Primero que todo se formula la pregunta de qué mecanismos pueden ser usados contra Bolsonaro. Una petición de destitución ha ya sido presentada por miembros del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), de izquierda, y ha sido firmada por cerca de un millón de personas. Mientras tanto, los partidos de la izquierda brasileña (notoriamente fragmentada), incluyendo el PT, han firmado una carta conjunta pidiéndole la renuncia a Bolsonaro y exponiendo sus propias propuestas para afrontar la propagación del COVID-19. Mientras esta unidad de propósito por parte de la izquierda brasileña es alentadora, no es claro hasta dónde esta unidad se extiende estratégicamente, especialmente en cuanto concierne al PT. Habiendo sido víctima recientemente de una destitución políticamente motivada, el partido es evidentemente precavido de debilitar aun más el proceso democrático al promover procesos de destitución inmediata, sin importar qué tan legitimo sean los argumentos contra Bolsonaro. Además, también están las razones prácticas. Desde la destitución el PT ha tenido problemas en definir una clara agenda política, volviéndose en vez excesivamente dependiente de la duradera popularidad personal de Lula. En las condiciones actuales, puede parecer que el PT no sería el principal beneficiario de la potencial caída de Bolsonaro. Incluso si lo fuera, aun no es claro como manejarían la actual crisis sin ser eventualmente perjudicados por ella.

El centro-derecha, mientras tanto, tiene el problema opuesto. Este ha pasado los últimos seis años tratando al PT mismo como a un virus pandémico que estaba destruyendo a Brasil con corrupción y socialismo. Estas frenéticas fantasías acerca de la singular malicia del PT los llevó al inicio a apoyar una destitución antidemocrática y después a alinearse con la extrema-derecha protoautoritaria. Aunque sus críticas ahora se concentran en Bolsonaro, hay poca evidencia que no puedan continuar viéndolo como el “menor de los dos males” si se ven forzados a volver a tomar la decisión. Si el PT comenzara a crecer en el contexto de la crisis —por ejemplo, volviendo a ganar el apoyo de una gran cantidad de apolíticos al presionar al gobierno a incrementar el gasto de emergencia para la atención médica y a apoyar a los trabajadores con bajos ingresos— la centro-derecha podría fácilmente intimidarse y volver a una alianza con la extrema-derecha. Con la excepción de Frota y Paschoal, quienes apoyan la destitución (Frota compuso su propia solicitud de destitución), la mayoría de aquellos en el emergente grupo de centro-derecha parecen estar adoptando una estrategia de “cuarentena política” hacia el presidente. La esperanza de este grupo es que permitiéndole a Bolsonaro perder popularidad y quedarse cada vez más aislado, y manejando la respuesta a la pandemia desde el Congreso, ministerios importantes y gobiernos estatales, puedan ganar fuerza y credibilidad sin causar mayor instabilidad al alzarse a las provocaciones de Bolsonaro y al escalar sus conflictos con él.

La Próxima Tormenta

El debilitamiento del grupo de extrema-derecha durante los primeros meses del 2020 representa un desarrollo positivo en el contexto de una tragedia mayor, pero es también solo una imagen momentánea en una situación cambiante que puede eventualmente tomar otra dirección. Como en otros países que han sido alcanzados por la pandemia, y a pesar de las medidas relativamente tempranas de distanciamiento social por parte de los gobiernos estatales de las regiones afectadas, los impactos reales no se han todavía hecho sentir completamente para la mayoría de los brasileños. Cuando lo hagan, la miseria económica, la ira y el miedo crecerán rápidamente.

Mientras gobiernos en Europa y en Norte América han fallado en contener la propagación del virus, es importante reconocer la mucho mayor vulnerabilidad a la que se enfrenta un país como Brasil. Aunque tiene un amplio sistema sanitario público, este tiene problemas en satisfacer la demanda incluso en situaciones normales y ha sido golpeado por las medidas de extrema austeridad impuestas en los últimos años. Al mismo tiempo, Brasil tiene grandes proporciones de pobres y de trabajadores informales que necesitarán de apoyo considerable si el distanciamiento social va a ser remotamente viable. Además, la larga historia de gobiernos autoritarios en el país hace que la potencial concesión de poderes extraordinarios para el gobierno por la duración de la crisis sea una posibilidad mucho más preocupante que para democracias más estables. Aunque continúe a minimizar la gravedad de la situación, Bolsonaro ha ya encargado un informe en la posibilidad de declarar un estado de excepción. Una medida de este tipo tendría que ser aprobada por el Congreso y sería sujeto a renovación por voto de este cada treinta días. De todos modos, esto da indicios de que el presidente está ya preparando un cambio de estrategia, de negación y distracción sobre la pandemia a intentar aprovecharla para fines autoritarios.

Mientras Bolsonaro está actualmente perdiendo apoyo, los próximos eventos pueden todavía permitirle darle la vuelta a la situación. Bolsonaro llegó a la victoria electoral sobre una ola de ira que él fue capaz de dirigir hacia varios culpables populares—desde el PT hasta los “medios de noticias falsas”, presuntos defensores de “ideología de genero,” hasta delincuentes comunes. Desde que asumió la presidencia, ha permanecido en tono de campaña, raramente perdiendo una oportunidad de avivar estos conflictos. A primera vista, la pandemia del COVID-19 parece ofrecerle menos oportunidades a Bolsonaro de continuar su guerra cultural. la izquierda tiene poca influencia directa sobre el manejo de la crisis y, en condiciones de distanciamiento social, no puede ni siquiera manifestarse en las calles. Eduardo, el hijo de Bolsonaro y diputado federal, hizo una declaración xenófoba la semana pasada, culpando al gobierno Chino de la pandemia, mientras Brasil cerró preventivamente su frontera con Venezuela en una medida claramente más motivada por partidismo político que por seguridad nacional. Sin embargo, es improbable que el avivamiento de tensiones geopolíticas pueda movilizar mucho respaldo popular. China es el principal socio comercial de Brasil y mantener buenas relaciones será vital para minimizar las consecuencias de la crisis. Aunque Venezuela se ha convertido en el habitual sospechoso de la prensa tradicional y de las clases medias, está lejos de tener mayor protagonismo para la mayoría de los brasileños y no va a ayudar a desviar la atención de una crisis doméstica de esta escala (especialmente cuando ahora las fronteras han sido cerradas a lo largo del continente).

Provocar peleas ideológicas y geopolíticas no va a hacer que antiguos simpatizantes vuelvan a apoyar a Bolsonaro. Por otro lado, explotar eficazmente los profundos perdurables conflictos sociales de Brasil puede ser más efectivo en este aspecto. Las repercusiones de la pandemia en una sociedad altamente inequitativa y violenta como la de Brasil estarán por verse, pero ya hay algunos indicios sobre cómo podría desarrollarse. La última semana, los presos causaron disturbios en varias prisiones en el estado de São Paulo cuando se les negaron los privilegios de días de salida a causa de mayores restricciones, en los que 1,350 presos escaparon. Las facciones más poderosas de tráfico de drogas en Brasil están basadas en las prisiones del país, con algunas capaces de llevar a cabo disturbios numerosos y coordinados. Todavía no es claro cómo éstas van a responder a la posibilidad de infección en celdas superpobladas, o a la pérdida de derechos de salida y de visitas, pero una posibilidad muy real es que haya violencia generalizada en el sistema carcelario. Este podría ser el detonante inmediato para los intentos del gobierno de buscar poderes especiales, y probablemente obtendría el apoyo mayoritario en el Congreso y en gran parte de la población.

Por otro lado, hay efectos que serán sentidos más inmediatamente en las áreas urbanas en donde gran parte de la población de Brasil está concentrada. Las favelas y las periferias urbanas densamente pobladas en todas las grandes ciudades del país proporcionan las condiciones ideales para una rápida propagación del COVID-19. Los residentes de estas áreas viven con frecuencia en hogares hacinados con condiciones sanitarias inadecuadas y tienen además acceso limitado a centros de salud pública y hospitales, por lo que serán particularmente vulnerables a contraer y a sufrir complicaciones del virus. Dado que muchos tienen trabajos precarios y mal remunerados en áreas lejanas de la ciudad, el virus propagaría inevitablemente si no hay una enorme asistencia del gobierno para ayudarlos a mantener distanciamiento social. Mientras el coronavirus llegó a Brasil en los viajes de diplomáticos y de las clases medias y altas —y hasta del mismo equipo de Bolsonaro—, este podría rápidamente empezar a ser percibido como surgiendo principalmente de las favelas. Estas áreas son ya colectivamente acusadas por la ansiedad pública sobre inseguridad urbana, conllevando con frecuencia a intervenciones policiales y militares. No sería un gran salto imaginar que el temor a la propagación de la enfermedad provocara medidas similares. (Como Jeff Garmany y yo discutimos en un artículo reciente, las poblaciones pobres y urbanas en Brasil han sido históricamente consideradas como la causa de infección para el resto de la ciudad, justificando repetidas historias de “higienización” para desplazarlas o contenerlas coercitivamente.) En una entrevista reciente con la BBC Brasil, el líder de favela Gilson Rodrigues especuló que, “el número de casos en las favelas va a crecer tanto que van a cerrar las favelas, enviar al ejército, nadie sale y nadie entra.”

Preparándose Para el Impacto

Como señala Rodrigues, cualquier radicalización del grupo de extrema-derecha alrededor de propuestas para medidas autoritarias contra presos o los pobres urbanos seguramente involucraría a los militares. Lo que no es claro en este momento es si preferirían hacerlo en alianza con Bolsonaro o sin él, y hasta dónde estarían dispuestos en suspender el normal proceso democrático. En el periodo de la campaña del 2018, el actual vicepresidente, general Mourão, superó incluso a Bolsonaro cuando sugirió explícitamente la posibilidad de llevar a cabo un “auto-golpe” (un golpe de estado perpetuado por el gobierno en ejercicio). Sin embargo, una vez en poder cambió el tono, apareciendo como una de las voces más sensatas y democráticas del gobierno. La sospecha es que cuando los militares empezaron a perder popularidad debido a su asociación con Bolsonaro, se introdujo una prohibición de pronunciamientos controversiales por parte de sus representantes en el gobierno. La lógica era que esto le permitiría mantener influencia política sin perder la confianza de la población. La respuesta a la pandemia puede ofrecerle a los militares con la única oportunidad para ganar importancia en el gobierno y popularidad en el país simultáneamente. Bajo condiciones de crisis y de posible agitación social, u nuevo grupo de extrema-derecha centrado en los militares podría ganar la partida, con o sin Bolsonaro.

Un escenario de este tipo plantea preguntas de gravedad para políticos civiles a lo largo del espectro político, pero tal vez especialmente para la izquierda. La primera pregunta que tendría que abordar es si emprender los procedimientos para la destitución inmediata de Bolsonaro llevaría al mejor desenlace. Aquellos a favor argumentan correctamente que dejar a Bolsonaro a cargo comprometería la respuesta a la pandemia de coronavirus y podría resultar en miles de muertes adicionales. Sin embargo, también está el riesgo de que buscar destituirlo prematuramente pueda resultar contraproducente si la opinión pública y sus aliados políticos restantes no se han vuelto definitivamente en su contra. Ambos factores son importantes.

Dilma aun conservaba algo de respaldo en el país cuando fue destituida, pero había alcanzado niveles lo suficientemente bajos para que aliados oportunistas en el Congreso se sintieran animados a volverse contra ella. A pesar de no tener respaldo popular, Temer se mantuvo en el poder conservando el apoyo de elites que fomentaban sus reformas económicas y que temían enfrentar cargos por corrupción si este caía. El respaldo popular y/o de las elites por Bolsonaro podría resultar siendo más resistente de lo que parece actualmente, permitiéndole frenar un proceso de destitución, o incluso evitarlo completamente. Tal vez aun más importante, el grupo de extrema-derecha no necesita a Bolsonaro para ridiculizar y ganar predominio mientras la crisis se profundiza. Una figura más “competente” como Mourão podría potencialmente restablecer su coalición y situarla sobre bases más sólidas. Puede que no sea menos propenso que Bolsonaro a buscar poderes de emergencia del Congreso, pero seguramente sería más propenso a adquirirlos.

A corto plazo, la “cuarentena política” de Bolsonaro sigue siendo la mejor opción, Pero la izquierda tiene que estar preparada para actuar con decisión tan pronto como sea claro que el respaldo del presidente haya disminuido lo suficiente. Mientras tanto, como la carta conjunta ha comenzado a indicar, la izquierda tiene que explicar claramente cómo manejaría la crisis de una manera distinta. Esto significa abogar por un enorme paquete de rescate financiero que beneficie a los trabajadores y a los pobres, ayudándolos a realizar el distanciamiento social y a acceder a atención médica cuando la necesiten. También significa movilizar el respaldo comunitario para asistir poluciones vulnerables a afrontar la pandemia, en particular en las favelas y en las periferias. En algún punto en el futuro próximo, no obstante, también puede ser necesario que se oponga a los intentos del gobierno de tomar poderes de emergencia (por lo menos por razones de seguridad más que de salud pública), y eventualmente que se movilice contra la amenaza de violencia estatal generalizada. En otras palabras, la izquierda tiene que estar preparada para la posibilidad de que la emergencia de salud pública se desplace rápidamente al terreno de orden público, punto en el que las corrientes autoritarias de Brasil podrían desatarse. Un cambio de este tipo podría revivir al grupo de extrema-derecha tanto dentro la clase política como en la sociedad en general, ya sea liderado por Bolsonaro como por los militares.

La tormenta se acerca. El reto ahora es evitar que una doble crisis de salud pública y económica se convierta en una completa crisis humanitaria, y, eventualmente, una crisis democrática.

es investigador del Centro de Latinoamérica y del Caribe de la London School of Economics
Fuente:
https://www.jacobinmag.com/2020/03/jair-bolsonaro-coronavirus-covid-political-crisis
Traducción:
Pedro Mora Madriñán

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